jueves, 22 de diciembre de 2011

El fin del mundo

El fin del mundo va a llegar como todas las cosas que odiamos. Llegará en chiva rumbera, cantará como Fanny Lu y hará política como J.J. Rendón. El show central del fin de los tiempos será presentado por Jota Mario (con peluca) y Pipe Bueno dará un concierto en el intermedio, tipo Superbowl.

El fin de este mundo de porquería vendrá en forma de fila de Bancolombia en quincena, como tiempo de espera en un centro de atención de servicio al cliente de Movistar. Llegará sin avisar y no va a dar tiempo para otro concierto de David Guetta.

Lo empezaremos a celebrar tres meses antes, como Navidad, pero Navidad es un remedo comparado esto que se nos viene. Ahora sí es cierto que el mundo se va a acabar y será Chernobyl, será Armero, será Fukushima. Será Suso el paspi y toda la saga de Crepúsculo.

El desfile del fin del mundo lo abrirá un ejército de hispters. Todos con bigote y un MacBook Pro bajo el brazo, pero sin talento para hacer algo en esta vida. Ninguno será mayor de 23 años. El fin del mundo será el tercer período de Uribe del que nos salvamos.

El fin del mundo vendrá con aguacero, pero no de lluvia ácida, sino de Pony Malta con trozos de Chocorramo para garantizar que los sobrevivientes mueran de coma diabético. El fin del mundo tendrá 90-60-90, pero le robarán la corona como a Carolina Cruz; será J Balvin y Cali & El Dandee matándose a gas pimienta.

Será magnánimo el remate de este planeta, superará cualquier transmisión de los Oscar. Los contribuyentes tendremos que meternos la mano al bolsillo para financiarlo, pero valdrá la pena. Va a costar más que el metro de Bogotá, pero menos que una botella de aguardiente en Andrés carne de res.  

El fin del mundo ya empezó en el set de Yo me llamo, pero cuando llegue su tiempo se convertirá en un stand up comedy de Andrés López. Y como Andrés López, creerá que es gracioso cuando en realidad es un desastre.

Cuando llegue el fin llegará la hambruna, pero sólo podremos alimentarnos con  la bienestarina adulterada de los Nule. Nadie se va a salvar porque la evacuación será guiada por los mismos que organizaron el último simulacro de terremoto. La ruta de escape será hacia Eldorado, pero nadie llegará: los taxistas no querrán hacer carreras hasta allá “porque la 26 está hecha nada”.

Los que alcancen el aeropuerto por sus medios perderán el vuelo a Marte porque se toparán con la fila de inmigración, que no se moverá porque al de adelante “le falta un sello en el pasaporte y el supervisor está en hora de almuerzo, vuelva más tarde”.

El consuelo es que el fin del mundo será para nosotros lo que la bomba nuclear a las cucarachas, porque el día del fin del mundo es un día cualquiera en Colombia.

Publicada en la edición de diciembre de la revista Shock. 
http://www.shock.com.co/

lunes, 19 de diciembre de 2011

Aquí tienen su puta columna

A mí lo que me aterra es el poder de las palabras. Ni siquiera el poder, que poder no tienen, sino el caso que la gente les hace. Me refiero a Camilo Jiménez y a Carolina Sanín, de quienes juré no hablar.

Renunciaron públicamente, ¿y qué? Yo creo que el éxito de sus artículos se debe a que hablan de ellos, y hablar en primera persona es muy fácil. Cuando no se sabe escribir lo más sencillo es redactar una carta abierta o escribir de uno mismo, de sus gustos y de sus miedos. Yo odio el primer recurso, aunque el segundo me sale de maravilla. Siempre lo uso para disimular mi falta de talento.

Lo otro es que trataron temas personales y los volvieron generales. Nosotros, que vivimos despotricando de realities tipo ‘Yo me llamo’, caímos seducidos por dos personas decentes que airearon sus conflictos internos como si fueran invitados de Laura Bozzo. No hay nada de malo en ello, el problema es la exagerada reacción del público.

Poco después de que saliera la carta de Jiménez, un amigo me mostró un artículo que había escrito al respecto y me preguntó si valía la pena publicarlo. Le dije que no y a los pocos días el tema era asunto nacional con alto rating. No creo que yo tenga falta de criterio o poca visión, sino que la gente es estúpida.

Camilo renunció, déjenlo ir en paz. Carolina también, odia Bogota, no es novedoso, Bogotá es una ciudad para ser odiada. Yo pensé que lo peor de Bogotá era su gente, pero no, es su clima. La combinación de ambas cosas, más los trancones y la corrupción, la hace insoportable. Yo la paso bien acá, no me voy a ir, pero es porque siempre me ha gustado regodearme entre la mierda.

Aclaro que conozco a Camilo Jiménez, y que además de una gran persona es el mejor editor del que tenga registro. Nunca he hablado con Carolina Sanín, lo que me hace apreciarla aún más. La única forma de querer a la gente es no haber tenido contacto con ella.

Y lo aclaro porque acá se ofenden con todo, con todo lo que sea hablado, quiero decir. Si los bancos cobran 30% de interés por un préstamo, no pasa nada; si hay falsos positivos, no importa, eso les pasa por haber nacido en Ocaña y no en Rosales, igual salimos a rumbear el sábado. Pero si alguien nos dice hijueputa, o que nuestra ciudad es fea, nos ponemos en pie de guerra.

Colombia es el país donde nos ofendemos si nos dicen que nuestra madre es una prostituta, así tengamos claro que no lo es. Y si lo fuera, pues dejarla, incentivarla para que tenga más sexo con más personas, que se vuelva bisexual y swinger, que follar es una de las cosas más ricas de la vida.

Somos un país culo, sin capacidad de autocrítica. Somos muy solemnes, muy creyentes, muy de derecha; no tenemos humor ni talento. Somos una raza condenada. No vale la pena armar un debate en torno a la educación o a cómo mejorar a Bogotá; el único debate que vale la pena patrocinar es el de cómo desaparecer del planeta creando el menor traumatismo posible.

Camilo quería renunciar desde hacía años, lo sé porque alguna vez me lo dijo. Y Sanín está como rica, pero se toma muy en serio, basta con leer sus columnas para entender que cree estar un escalón por encima de los demás. Tampoco hay que hacerle mucho caso.

Escribo de Jiménez y Sanín y me odio por ello, tenía más temas, pero caí en la trampa. Es por culpa mía y por culpa de ustedes, que piden más morbo, más realities. ¿Lloraban porque llevaba diez días sin actualizar el blog? Pues acá les dejo su puta columna.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Yo marché

Yo marché el pasado 6 de diciembre. Lo hice por las injusticias de la vida, las grandes y las pequeñas. Caminé por los secuestrados y en contra de los grupos armados, que era la idea, pero no fue lo único.

Marché contra los precios de Gaira y de Aviatur, contra la dinastía Basile. Contra Tuti Mejía, que no sé quién es pero suena mucho entre la gente de la farándula, casi nunca por cosas buenas.


Marché igual, sabiendo que caminar no cambia nada. Marché contra los corredores de bolsa, el ego de los publicistas y la hora loca en los matrimonios; contra las señoras del reportaje de Hola, contra mi jefe y contra las sociales de la marcha que iba a publicar Jet Set horas después. Marché contra Ernesto Samper, a quien me encontré en la marcha, y contra Andrés Pastrana, a quien no vi pero me dijeron que estuvo.


Marché contra el oro que se robaron los españoles y que no van a devolver porque “fue hace mucho tiempo”. Marché en contra de Powerbalance, un artefacto hecho para buscar el equilibrio y que sirvió para que sus creadores se forraran en Dinero. Powerbalance es como Dios, pero mejor que Él porque tiene caucho y cuarzo; Dios es menos que aire.

Protesté contra los expertos, que no saben nada de nada, y contra la familia, que es lo más importante pero tiene la culpa de nuestras taras. Marché contra los que dicen “juernes” y “semana de resexo”, “Tirardot”, “Tabogo”, “Medallo” y “Nalgar”. Grité en contra de los que les gusta el reguetón pese a haber ido a una universidad.


Marché contra el regreso de William Vinasco a la televisión, porque William Vinasco es un indicador de subdesarrollo, igual que las inundaciones por el invierno y la corrupción del gobierno.


Yo salí a marchar contra los que dan un premio de literatura de 168.000 dólares a un señor de 97 años (en vez de dárselo a los 25, que es cuando se goza la plata). Marché contra un nuevo concierto de DJ Tiesto, para que AC/DC venga así sea una vez y para Steve Aoki muera de sobredosis antes de volver al país. Marché, y recé, para que el Hitler de los hipsters ya esté entre nosotros.


Marché contra la gente que lloró a Steve Jobs pero no dijo nada por Foxconn, una empresa que maquila productos para Apple las 24 horas del día y tiene una alta tasa de suicidios.

Ma
rché en contra del Holocauso y la colonización francesa en Haití. Contra el tamaño de los paquetes de Chokis y contra los que escriben con adjetivos, pero también contra los que se conmueven con la poesía de Neruda y el humor de Andrés López.

Marché por el fin de Twitter, de las marchas y del mundo. Me conformo con el del mundo.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Chatarra tecnológica

Acabo de comprar Playstation 3. El acabo es un decir, en realidad lo había adquirido el año pasado, pero me salió con un desperfecto, una leve falla: la imagen en los juegos se congelaba durante unos segundos para luego seguir como si nada.

El hecho es que fui a las oficinas del fabricante para que lo revisaran, y sin mirarlo, con solo preguntar qué tenía de malo, me lo cambiaron. Buen gesto que una multinacional crea en la palabra de un cliente cualquiera y reemplace equipos usados por nuevos sin necesidad de quejas, papeleos o demandas.

El nuevo Playstation está en mi casa desde la semana pasada y me cuesta salir de ella. No duermo, no como; llego tarde al trabajo, me escapo temprano. Tengo con mi consola de juegos una mejor relación que con cualquier ser humano, pero no dejo de pensar en la suerte de la que dejé en el centro de servicio al cliente.

Recuerdo que cuando le pregunté al que recibió la consola defectuosa qué pasaría con ella, no supo responderme, me dijo que eso lo mandaban a la fábrica y que allí disponían del aparato. ¿Qué habrá sido de él?

Todo esto porque esta semana leí acerca de los basureros de chatarra tecnológica y esa misma noche soñé que el viejo Playstation se encontraba en uno de ellos. Según la ONU, el mundo produce 50 millones de toneladas de basura tecnológica al año y la mayoría de ellas van a parar al mar o a África (obvio, no las iban a mandar a Suiza).

Pienso ahora en ese iPhone que tiene usted en el bolsillo, en el televisor LED de 52” de su estudio, en la nevera que le anuncia por correo electrónico si le hace falta leche y tomates, y me da tristeza descubrir que todos terminarán en el Pacífico, o en Ghana. Da igual, en este mundo de porquería los peces y los negros tienen el mismo estatus.

Lavadoras que no limpian, celulares que no comunican con nadie, los niños africanos los usan como juguetes luego de que los grandes les han sacado lo poco que se puede recuperar. Entre los desechos hay cadmio, mercurio, plomo, cada sustancia más nociva que la anterior.

En un mundo ideal, mi vieja consola habría sido reparada y regalada a un hogar de huérfanos, a un colegio. Ignoro qué será de ella, tampoco quiero averiguar, confío en el alma buena de la compañía que las vende como quien se encomienda a un santo antes de patear un penalti en la final de un mundial.

No recuerdo qué fue del Atari que me regalaron cuando tenía 8 años; el destino de los Playstation 1 y 2 es igual de enigmático. Antes no dormía por al ansiedad de jugar FIFA 12, ahora no lo hago pensando en todos los walkman, los celulares, los audífonos y la media docena de televisores que ya no están conmigo. ¿En la sala de qué casa de país tercermundista estarán? ¿En qué basurero? ¿En qué taller de reparación estarán usando sus piezas como repuestos? ¿Qué escultura de arte conceptual habrá sido construida con ellos?

Si mi viejo Playstation fue a parar a África, espero que esté entero, funcionando, haciendo feliz a un niño. A ese niño le deseo en el largo plazo que crezca sano y fuerte; que estudie, se case y tenga hijos como él. En el corto, espero que no le pase lo que a mí, que perdí la liga española en la última fecha por perder 0-1 en casa del Levante.

Publicada en la edición de noviembre de la revista Enter. www.enter.co

jueves, 1 de diciembre de 2011

No me vengan con Stevejobadas

Lo que demostró la muerte de Steve Jobs (Steve Blowjobs, me gustaba decirle) es que la gente es idiota.

Probó, claro, que el tipo era excepcional, que literalmente cambió el mundo y que pasarán años para que alguien similar nazca, pero la enseñanza que me deja la partida del inventor del iPod es que los seres humanos no podemos ser más imbéciles.

El mismo día en que murió, una compañera de oficina de la que estuve enamorado me dijo que ella y su jefe habían llorado juntos al enterarse de la noticia. Si no me cayera tan bien y respetara lo que alguna vez sentí por ella la habría agarrado a golpes.

Pero peor Twitter que la vida real, la gente es más ridícula por internet que en su versión análoga. Durante varios días el Trending Topic número uno fue #iSad (sin palabras), aunque no fue lo único. Mónica Fonseca, que según un reciente informe es una de las personas más influyentes del país en la red social, le dijo a Claudia Bahamón (otra delicia) esto que copio textual: “mi Clauuuu hoy he chillado todo el día con lo d Jobs. Al aire lloré, antes, durante y despues del especial. Buaaaaaa”.

Hay que ser tarado.

Luego escribió, vuelvo a citarla textual: “Lamentando la partida d Steve. Mi corazòn me duele. Genio! Te extrañaremos millones!”.

Estimada Mónica. No solo no es recomendable empezar una frase con un gerundio, sino que es una falta de respeto llamar solo por el nombre de pila a un desconocido que acaba de fallecer. Haz el favor de tener un poco más de respeto y de mostrarnos las tetas.

Hay que ser tarado, decía. En todo el mundo se vieron manzanas de verdad con el nombre de Jobs, así como nerds que mostraban en sus iPads velas virtuales encendidas. Nada más vulgar que despedir al hombre que le dijo al planeta que pensara diferente con demostraciones de cariño tan uniformes, pero en especial tan sobreactuadas.

A mí no me dolió un pelo que ese señor falleciera. No lo digo con aires de superioridad, sino como una persona del montón que trata de ser lo más sensata posible. Y para seguir con actitudes cuerdas, les retiré el saludo a todos los que lamentaron públicamente su muerte.

Más dañino que el cáncer que mató a Jobs es la idiotez colectiva. Está bien celebrar la vida y el ingenio de un creador, pero hay límites. La gente que venera a un personaje como Maradona y a la Helenita Vargas de Yo me llamo es el mismo tipo de gente que duró una semana desencajada por la desaparición del hombre duro de Apple.

Porque eso era Jobs, además de alguien muy inteligente: un empresario. Murió siendo ridículamente millonario y poderoso, posicionado en la lista Forbes de los hombres más ricos del mundo. Y aunque soy ateo, concuerdo con la Iglesia en que la riqueza excesiva es un pecado. Así, Jobs, seguro, se está quemando en el infierno. Brindo por eso.

Siempre lo dije: es mejor BlackBerry que iPhone.

Publicada en la edición de noviembre de la revista Soho. www.soho.com.co

lunes, 28 de noviembre de 2011

Cuento erótico de Navidad

La cosa comienza como si nada. Un día llegas a la cafetería de la empresa y hay una caja a medio abrir. Te asomas porque eres curioso y descubres que es un árbol de Navidad desarmado. No hay noticias de bolas ni de guirnaldas, así que no te intranquilizas demasiado y olvidas pronto su existencia porque aún es octubre. Pasan semanas y cada vez que bajas a la cafetería el bulto sigue ahí, intacto, por lo que guardas la esperanza de que la gente haya olvidado que la llegada de diciembre es inevitable.

Tu vida trascurre con la infelicidad de siempre, hasta que un día de comienzos de noviembre notas que los de contabilidad ya han decorado su sección: tiene moños en cada cubículo y el subjefe de sección trabaja con un gorro navideño en la cabeza. Los contadores son siempre los más entusiastas, para todo, seguro porque su oficio es el más aburrido del mundo.

Poco a poco la empresa se impregna y tú ya no quieres volver, pero tampoco deseas renunciar. No es vacaciones lo que pides, sino menos amor. El 10 (estamos en noviembre aún) llega un correo de tu jefe que dice que hay que armar pesebre y que esta vez hay que ganar el concurso por encima de las 18 otras secciones de la compañía que participan. Salvo que el primer puesto sea dos años de sueldo sin trabajar, no estás interesado.

Los villancicos empiezan a sonar en las emisoras de radio antes del 15 y tú bajas la productividad de inmediato. Te emborrachas, compras regalos y esperas las novenas no porque te salga del alma, sino porque estás sugestionado como cuando te sugestionaron para que odiaras a Ricardo Arjona. El tipo es impotable, ¿pero cuándo se volvió moda denigrar de él?

Es 28 de noviembre y ya con nada se puede mermar el fervor navideño: ni el triunfo de Petro, ni los damnificados del invierno, ni los secuestrados asesinados por la guerrilla. Todo el mundo quiere fiesta, todo el mundo quiere follar escudado en Papá Noel.

Para el 1 de diciembre descubres que las atrocidades que se cometen en nombre de la Navidad no se han cometido ni en la guerra de Irak, y lo único que te da felicidad es la historia del culo malogrado de Jessica Cediel.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Si yo muriera por el fútbol

A mí me daría rabia que unas personas con camiseta de Santa Fe me mataran por llevar una camiseta de Millonarios, justo antes de un partido entre Millonarios y Santa Fe.

Odiaría que no cancelaran el partido, o que al menos no hicieran un minuto de silencio antes de empezar, como si los dos hechos no estuvieran relacionados. Odiaría más que mandaran pésames simbólicos desde Twitter, porque Twitter se ha convertido en la herramienta de los flojos con carrera universitaria, que creemos que con dos tweets y un hashtag hemos hecho la tarea. Esas condolencias 2.0 no van a pagar el funeral, ni a consolar a mi madre. No me van a devolver la vida.

El otro día Andrea Serna mandó fuerzas a los afectados por el invierno en Colombia. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿De qué manera un señor que en el sur de Bolívar anda con el agua a la cintura y sus pertenencias en un platón puede ver mejorada su situación porque una persona le manda fuerzas desde una red social que no conoce?

También me daría rabia saber que pese a mis 17 años mi vida no vale un partido de fútbol ni aunque vendieran todos mis órganos vitales en el mercado negro.

Cuando mueres todos mandan fuerzas a tus seres cercanos; casi siempre son palabras huecas, como quien desea feliz cumpleaños. Dan la vuelta y vuelven a reír porque la vida sigue, pero no a la manera de los dirigentes, que anteponen el dinero a todo pero no son capaces de decirlo.

De morir por culpa del fútbol, quisiera que la gente viera al fin que los equipos son empresas, que esto no es deporte, que ir de antemano por los de azul o los de rojo es una idiotez, que la pasión está sobrevalorada y que los hinchas son valiosos por el dinero que aportan; es más lo que quitan que lo que ponen, el fútbol no los necesita. Morir por el fútbol es tan inútil como morir por Dios, o por la Patria. Defender a cuchillo a un equipo en contra de otro es como matar a los empleados de Pepsi para que quiebre y así la Coca-Cola venda más.

Yo no soportaría que después de mi muerte salieran los comentaristas deportivos con las frases de siempre: “lamentable”, “vivamos el fútbol en paz”, “delincuentes disfrazados de hinchas”, “el fútbol es una fiesta”.

No aguantaría, como pasó ayer en radio, que apareciera una funcionaria distrital “repudiando el caso” y garantizando la seguridad de los asistentes al juego (¿con qué cara?). Luego volvería a morir, esta vez de indignación, al oír después de la noticia sobre mi crimen a un periodista decir que la sanción para X jugador podría occilar entre tres y cuatro fechas.

Johan Nicolás Coy Rodríguez se llamaba el joven asesinado ayer antes del clásico bogotano. Le dieron cuatro puñaladas en el pecho, con lo difícil que debe ser meterle un cuchillo a alguien ahí, digo, con todos los huesos que protegen esa parte del cuerpo.

A Johan lo mataron y el partido no se canceló. La Policía investiga, aún sin resultados, pero para que la fiesta pudiera continuar hizo lo que recomendó Francisco Santos semanas atrás: recogieron al muchacho y se lo llevaron. Esta vez, a la morgue.

martes, 22 de noviembre de 2011

El periódico del lunes

El periódico del lunes llega con cifras aterradoras. En primera plana dice el ICBF que dos niños son abandonados cada día en el país. Al reverso, diez personas mueren en el paseo de integración de la universidad. Se iban de integración y sus cuerpos quedaron desmembrados después de que el bus en el que viajaban rodara abismo abajo. Ironía que le llaman.

Luego, en noticias nacionales, uno de cada cinco colombianos es negro, lo que prende las alarmas en el Parque de la 93, el Gun y el Country, desde donde prometen redoblar esfuerzos para no dejarlos entrar, salvo para que trabajen en la cocina.

Páginas después anuncian que los datos de televisión por suscripción en el país no cuadran y que habrá una gran auditoria nacional para detectar a los que roban señal. Todo porque las estadísticas del Dane no coinciden con las de la Comisión Nacional de Televisión, que es como decir que la versión de los Nule no cuadra con la de Samuel Moreno.

Agrega la nota que aquellos que roben señal podrían terminar en la cárcel. Imagine usted un pabellón de la cárcel de su ciudad lleno de gente que tiene HBO ilegal, o que es adicto al porno de las 7 de la mañana pero no quiere que le salga en la factura, mientras que los que practicaron cerca de 400.000 abortos ilegales en el país durante un año andan sueltos y a Petro lo acaban de elegir Alcalde.

El periódico del lunes trae tanta maldad que a veces toca dejar noticias para los martes. Hoy leí que las vías del país colapsaron otra vez por culpa del invierno, que hay 1.741 casos de falsos positivos desde 1981 y que los bogotanos demoran 64 minutos en llegar a sus destinos; antes demorábamos 53, que no es la gran cosa.

El lunes es un día tan cruel que empieza los domingos por la tarde. Fue justo este domingo que Cuevana dejó de funcionar, como anunciándonos la semana que se nos venía. Es apenas martes en la noche y los días por venir prometen ser tan amargos que solo comprando legalmente los canales de cine se nos irá la tristeza.

jueves, 17 de noviembre de 2011

La máquina de porquerías

Esta mañana me eché doce cosas diferentes en el cuerpo. Doce, y no soy metrosexual. Jabón, dos champús, loción para el pelo, crema de afeitar, aftershave, crema dental, dos tipos de enjuagues bucales (para antes y después del cepillado), desodorante, perfume y talco para pies.

Algo maligno debe tener mi cuerpo para luchar contra él con tanto ahínco y aun así sentirme un ser humano de porquería. Es por eso que desconfió de los hombres de traje que huelen bien, ese tipo de hombres por los que las mujeres se mueren.

Suelen creer que yo, que ando en jeans y tenis y huelo regular, siento envidia de ellos porque se llevan los mejores sueldos y las mejores mujeres (las mejores mujeres, las bonitas, la reinas de belleza, las ejecutivas, las tetonas operadas, son también las peores), pero no es envidia (aunque sí un poco), es impotencia de ver que nadie descubre el engaño que son.

Cuando uno se tiene que arreglar demasiado para convencer a la gente de algo es que necesita lograr en el decorado algo que con el contenido no podría. Mire nada más a los políticos, que ganan puntos por la corbata y no por sus programas de gobierno.

El asunto es que políticos o no, somos una desgracia de especie: jabón contra el mal olor, champú contra la caspa, crema dental contra la caries, vinimos al mundo envasados en una máquina de producir porquerías.

Yo lucho no sólo contra lo que secreta mi cuerpo a diario, sino contra sus defectos de fábrica: mis caderas anchas, mi nariz torcida, mi disfunción eréctil, mi bruxismo y mi calvicie, por nombrar las cinco que más me desvelan.

Y tanto combatir contra el cuerpo para terminar un día como Gadafi, que se estiró la piel de la cara, se pintó las canas, se trató la calvicie, desayunaba un arsenal de Viagra y andaba en lleno condecoraciones para hacer olvidar el tipo de persona que en realidad era.

Pero hay aún algo de justicia y la imagen con la que nos quedamos es la del propietario de una desgracia de cuerpo: desnudo, calvo, agujereado, fuera de forma, bañado en sangre. Más que un dictador africano parecía la Duquesa de Alba, que nos da lecciones de cómo lidiar con un cuerpo que está en contra de uno.

martes, 15 de noviembre de 2011

El Primer Novio de la Nación

Ser hijo de mi padre no me ha abierto puertas, al contrario. Casi no logro entrar a Israel por mi apellido palestino, por ejemplo, pero me colé por una rendija. Digo con orgullo que salí del país sin haber roto un plato. Yo vivo cerrándome puertas por torpe, por flojo, por vulgar, por cochino. Por incapaz también; ser tartamudo truncó el sueño de mi vida, que era hablar en radio.

Las pocas puertas que he abierto han sido falsas, no me han llevado a ningún lado. Tampoco me ha ido mejor abriendo piernas, soy experto en que las mujeres las cierren cuando me sienten llegar.

Pienso en eso de abrir y cerrar cuando leo a la hija del presidente decir en una entrevista "Sigo siendo la estudiante de siempre. Que mi padre sea el presidente no me abre ni me cierra puertas".

No sabe uno cómo empezar a desmentir esa frase. No se las ha cerrado Francisco Santos, que la vive cagando, ahora se las va a cerrar una joven de apenas 21 años que de lo único que se le puede acusar es de falsa modestia.

Maria Antonia, así se llama, estudia para neurocientífica, que tiene lo suyo. No es una tapia, seguro, pero está donde está por ser hija de Juan Manuel.

Está en la prensa, primero que todo, entrevistada en página entera por Yamid Amat, que no es mucha cosa pero es lo que tenemos. Un amigo de mi infancia tiene una maestría en fisiología y un doctorado en neurología en Oxford y no lo quiero entrevistar ni yo.

María Antonia está en Brown también, una de las mejores universidades del mundo. Ella no es especialmente más inteligente que usted, o que yo, solo nació privilegiada. No sabe reconocer una puerta cerrada porque nunca ha visto una. La del amor, tal vez, pero esa está sellada para todos.

Cuántos niños reclutados a la fuerza por la guerrilla no serían hoy estudiantes destacados de la Javeriana, o de Yale, si hubieran nacido en Rosales en Bogota, y no en El Doncello, Caquetá, por nombrar un municipio desde el que debe ser muy difícil llegar a una universidad de la Ivy League.

Ser hija del presidente puso a María a estudiar neurociencias en Brown, así como a su padre el apellido lo ayudó a llegar con 21 años a la Organización Internacional del Café, en Londres. 21 años, la edad en la que la gente común anda con lo del almuerzo en el bolsillo, buscando un lugar en la vida y fornicando con todo el mundo como si no hubiera mañana

Graduados de Brown son Tim Forbes, hijo de Malcom, el de la revista, y John D. Rockefeller, otro delfín. En Brown estudiaron herederos como John F. Kennedy Jr. y el príncipe Faisal bin Al Hussein de Jordania. A Brown asistió Will Oldham, uno de mis músicos favoritos, que abandonó luego de un semestre. No quiero fiestas con Will Oldham.

Dijo Maria Antonia en la entrevista que los focus group están condenados a desaparecer, que la mejor forma de probar un producto antes de que salga al mercado es con una nueva técnica llamada neuromarketing. Ella sí es una innovadora, a diferencia de Francisco, que cree que innovar es andar por ahí descargando electricidad en el pecho de los estudiantes.

De ideas de avanzada y lo que queramos, pero no le quita que sea privilegiada. A ella no la afecta la Ley 30, nunca la veremos marchando por la séptima pidiendo una mejor educación. Ser de la élite puede ser una real mierda, nada como ser del común, sin privilegios y lleno de obligaciones. No conozco a Maria Antonia, ojalá sea un buen ser humano pese a todo.

Termino de leer la entrevista y descubro que la puerta del amor puede abrirse donde uno menos lo espera. Concluye María que le gustaría trabajar con niños con discapacidades cognitivas cuando se gradúe, porque cree que si se les da las herramientas apropiadas para desarrollarse pueden llevar una vida casi normal.

Es cierto, yo me superé pese a todo; nunca tendré mi programa de radio, pero es que la vida no es perfecta. Yo saldría con María Antonia encantado, moriría por ser el Primer Novio de la Nación, pero soy izquierdoso, resentido y mi sueldo de periodista no alcanzaría para darle la vida que se merece.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Cuando los bobos tienen poder

Si Francisco Santos hubiera sido hijo de un carpintero y una empleada del servicio, o de un contador y una bacterióloga, no sería grave que pensara que los problemas se solucionan con electricidad. Locos hay en todas partes, lo bueno es que no tienen poder.

En mi colegio resolvíamos nuestros problemas rayando los cuadernos del compañero, escondiéndole la cartuchera, colgándole el maletín de una rama, o simplemente nos íbamos a los golpes. Nunca se nos ocurrió (con todo lo cabrón que puede ser un niño) que la mejor forma de combatir a un estudiante es descargándole 50.000 voltios en el pecho. Obtuso que es uno.

El problema es que Santos es miembro de la familia mas influyente de Colombia, tiene poder político y económico, tiene un micrófono para ser oído. Y todos oímos (y vimos) en un videoblog que ronda por internet sus consejos sobre cómo combatir a los estudiantes que protestan contra la reforma a la educación.

Qué miedo ese señor, con esa estatura y esa vocecita, ese pelito y esa carita, hablando de seres humanos electrocutados como quien habla de vacas. “Les meten voltios a los muchachos, el muchacho cae y se lo llevan”, afirma tranquilo. Quién se lo lleva es lo que no me queda claro. Asumo que los coimes de este país, usted y yo, que toda la vida hemos trabajado para personas como él.

Imagínese lo que dirá en privado. Imagínese, peor, lo que piensa pero calla. ¿Cómo verá a sus subalternos, a los que lo atienden en el club, en la finca, en el hotel, en el avión? Bultos, todos somos bultos.

Hay que verle la expresión, que sentirle el tono de la voz cuando dice “…van a enfrentarse durísimo con el brazo de represión legal del estado”, y el énfasis que hace en la palabra “legal”, como si la legalidad fuera un salvoconducto para todo, como si los humanos no decidiéramos qué es legal y qué no por pura conveniencia. Tomar aguardiente todo un fin de semana, legal; fumar marihuana, ilegal.

Santos es un defensor de la tradición, la ley, la propiedad, las buenas costumbres; el asunto es que el mundo es un mierdero porque está manejado por los defensores de las buenas costumbres. Vea usted a Bush y a José Darío Salazar.

Yo fui mesero en Andrés carne de res (un lugar donde muchos hemos trabajado para poder pagar la carrera universitaria) y alguna vez me tocó atender a Francisco Santos. Era domingo en la noche y el restaurante ya estaba vacío. Mientras todos nos queríamos ir a descansar, él seguía pasándola bien, que es lo que nos merecemos todos. Recuerdo que había que cumplirle cada pedido de manera exacta e inmediata. Cada vez que yo, con algo de temor, le llevaba algo a la mesa, me miraba raro. En ese entonces no supe por qué, pero hoy lo entiendo: me miraba como un joven al que se podía electrocutar en caso de que no cumpliera las órdenes.

Eso es lo que pasa cuando se le da poder a un bobo.

martes, 8 de noviembre de 2011

YU55

Recibes con alegría la noticia de que un asteroide pasará cerca de la Tierra este martes. Meteorito, asteroide, cometa, da lo mismo, lo que quieres es morirte e igual da una bala que un objeto celestial.

Tu emoción crece cuando lees que se trata de la aproximación más cercana en 200 años, pero decae al siguiente renglón de la nota, donde se aclara que el objeto no representa peligro alguno para el planeta.

Sigues con el artículo y te preguntas qué tipo de periodismo es este, que le dedica tiempo y esfuerzo a un asteroide que pasará a 240.000 kilómetros de distancia, cuando lo que quieres leer es que caerá en el comedor de tu casa mientras tomas el desayuno.

¿Qué esperabas de un cuerpo rocoso llamado YU55? Educado en el catolicismo como eres, lo tuyo no es eso, a ti te corresponde morir con dignidad a manos de un jinete del Apocalipsis.

Tu posible verdugo tiene 400 metros de diámetro y viaja a 48 mil kilómetros por hora, lo que podría matarte varias veces. A los dinosaurios los exterminó uno más grande y más veloz, pero no pides tanto. Tú no quieres acabar con la especie, quieres acabar contigo sin cometer suicidio.

El YU55 volverá en 2094, cuando estés muerto. Tú única esperanza ahora es el WN5, que pasará entre la Luna y la Tierra en 2028. Son 17 años de espera y hay poco de poesía en morir aplastado por una piedra que ni siquiera es de este mundo, pero es lo que hay.

Mientras llega, rezas por un desliz de Netanyahu, un ataque de locura de Ahmadineyad o por una mujer que sea capaz de romperte el corazón de verdad.

lunes, 7 de noviembre de 2011

No se deje descrestar

No se deje descrestar por las personas, que los humanos no somos otra cosa que miedos y defectos.

El otro día abrí el correo y había un mensaje de una mujer. Decía que me escribía porque me acababa de ver en un restaurante. Había leído algunos artículos míos y no fue capaz de hablarme cuando me reconoció porque se sintió intimidada.

Accedí a que nos conociéramos en persona para que se diera cuenta de que no había razón para ponerse nerviosa. Fuimos a cenar y durante la cita comí con la boca abierta, eructé, dividí la cuenta en mitades y la mande en taxi a la casa; lo que fuera para que viera que soy un idiota del común que a veces sabe juntar sujeto, verbo y predicado.

No deje que nadie lo deslumbre. Que no lo intimiden aquellos que tienen una especialización, o los que hacen doble carrera, que no son más inteligentes que usted. ¿Qué es esa idiotez de estudiar al tiempo dos ingenierías, o Filosofía y Administración de empresas? ¿Se creen más especiales, van a salir mejor preparados? Nadie más inseguro que aquel que estudia dos carreras en simultánea.

Que no lo obnubilen los líderes. Ni Hitler (rechazado en la escuela de bellas artes) ni Berlusconi (se pinta las canas porque no acepta su vejez). Alfonso Cano sobrevivió sus últimos días sin barba, en un rancho con arroz y pasta, fresco Royal, revistas de farándula y un puñado de euros que no tenía cómo gastar.

Que no lo intimiden las modelos, que la mayoría son tan bonitas como vacías. Uno no anda con ellas no porque no pueda levantárselas, sino porque no se les puede hablar de nada.

A todas les gusta el sushi, el humor de Andrés López y tienen un novio empresario. Empresario puede ser un traqueto, un dueño de locales en San Andresito, o Alejandro Santo Domingo, que tengo entendido que aunque millonario y con buen físico, es tan aburrido como las modelos que sueñan con conquistarlo.

Vea no más a Valerie Domínguez, tan deseada, tan señorita Colombia, y se metió con un señor que no sólo la golpeaba como cualquier costeño, sino que la embaló con la justicia. Así son ellas.

No se deje fascinar por los que salen en televisión, que todos son Carolinas Cruces y Lincolnes Palomeques. La televisión colombiana, así como la política colombiana, está colonizada por gente inferior a usted.

No hay que dejarse impresionar ni por el gran Benny Hill, un tipo cuya única aspiración era hacernos reír. Famoso, millonario y con sobrepeso, murió del corazón en el apartamento de lujo donde vivía, solo y con pocos muebles. Falleció sentado frente al televisor y fue descubierto porque no contestaba sus llamadas y su cuerpo olía a podrido.

Pienso en Hill y pienso en Andrés López, que nunca me ha sacado una sonrisa. Al paso que va superará los más de 100 kilos de peso del británico, aunque no igualará su talento (no igualará, ni siquiera, el de Hernando Casanova). No le deseo una muerte así, al contrario, que la vida le dé lo mejor. Sólo le pido que nos deje en paz.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Desiguales

Asquea un poco pasar por la puerta del concesionario de Maserati de la séptima en un día cualquiera, pero hoy, que leo que Colombia es el tercer país más desigual del mundo, la aversión es insoportable.

Siempre supimos que vivíamos en un país de mierda, que somos flojos, brutos y torcidos, pero lo aguantábamos. Ya no. Después de la noticia de hoy, la media docena de pordioseros que se paran en el semáforo del local de Maserati ya no me dan indiferencia sino lástima. (Lástima, pero no voy a mover un dedo por mejorar su situación).

El tercer país más desigual del mundo, por debajo de Haití y de Angola. Nosotros, que construimos casas como los ingleses, tenemos televisión HD como los gringos, compramos perfumes franceses y mantenemos nuestras costumbres españolas, estábamos rozándonos con los que no tocaba. Ni Londres, ni París, ni Nueva York, lo nuestro es Luanda y Puerto Príncipe. Gente negra, para que le duela más a este país racista.

Y conste que no me resulta fácil hablar de esto porque nací en las medianías. No me alcanza para la acción del Country, pero sí para comprarme un iPhone a cuotas; conocí Europa quedándome en hostales. Clase media como soy, odio a los ricos y me dan asco los pobres.

Fieles a nuestra estirpe, no podemos ser primeros ni en eso. Virreinas en Miss Universo, el segundo himno más bonito, terceros en el Tour de Francia, nos creíamos la clase media del mundo y la realidad es que vivimos en el solar. Terceros del mundo en desigualdad, lo dice la ONU, que no es que sea confiable, pero es lo que tenemos.

Ser tercero del mundo en algo tiene su merito, no es como un Grammy de Shakira, que un Grammy se lo gana cualquiera, y más si es un Grammy Latino. Se necesita que muchos hijos de puta nazcan al mismo tiempo en un mismo lugar. Se requiere mucha botella de aguardiente a $130.000 en Andrés carne de res, mucho salero de medio millón de pesos en Eurolink, mucho desayuno de $80.000 en Club Colombia, mucho mango de $6.000 en Carulla, mucha mensualidad de colegio de dos millones.

Somos la nación más desigual del Suramérica. Le ganamos a Brasil, que tiene favelas, y a Perú, que cuenta con carritos sangucheros y Tigresas del Oriente. Vencimos hasta a Ecuador, donde nos admiran como si fuéramos alemanes.

Y es una labor mancomunada donde se evidencia que en este país la lucha de clases es más bien un trabajo en equipo. No habría desigualdad si los pobres no pusieran lo suyo, que ya es hora de que les demos el crédito que se merecen. Si no les pagáramos $20.000 pesos el día de trabajo a las empleadas de servicio, ni menos del mínimo a los practicantes, este honroso tercer lugar no sería posible. ¿En qué puesto estaríamos si hiciéramos una justa repartición de tierras y mejoráramos el transporte público?

Tercer lugar, bronce mediocre. Desde ya nuestros bancos, nuestros empresarios, nuestro Gobierno, trabajan por el oro. No será fácil, la liga española apunta a lo mismo.

lunes, 31 de octubre de 2011

Reinvención de simulacros y terremotos

Hace pocas semanas 5,1 millones de colombianos participaron en el simulacro de terremoto. Participamos, mejor, ya que me tocó hacer parte del que hicimos en mi oficina. No porque quiera salvar mi vida, sino por miedo a que me echen por mala onda.

Ya le esquivé el bulto a jugar al amigo secreto, así que debo andar con cuidado.
Pero es que hacer simulacro de terremoto es, justamente, como jugar al amigo secreto: de quinta categoría. Yo prefiero morir con elegancia aplastado por una viga antes que vivir el resto de mi vida como un ñero.

Un simulacro de terremoto es precisamente eso, un remedo. Ya he participado en tres y siempre es lo mismo: suena una alarma, uno se hace el sorprendido pese a que estaba avisado desde una semana atrás, deja de trabajar (no es ningún esfuerzo) y empieza a caminar como caminan los oficinistas promedio después del almuerzo, a paso lento, hasta llegar a un punto de encuentro donde, después de tres instrucciones que nadie entiende, todos regresan a sus vidas.

El día que tiemble de verdad, acuérdese de mí, esa camaradería, ese andar cansino, desaparecerán. A cambio, gritaremos y olvidaremos que hay que meterse debajo del escritorio o buscar la salida de emergencia más cercana. En nuestra huida no brindaremos ayuda a los que la necesitan y pisaremos al que se cruce (ojalá el jefe). Será aplastar o morir aplastados.

Mi oficina actual queda sobre la calle 26, en Bogotá, y debo felicitar a la Alcaldía, que se esforzó para dejar la vía como si, en efecto, un terremoto hubiera acabado con ella. Sin embargo, y pese al realismo del escenario, fue el simulacro más aburrido de la vida. No le cogí el culo a ninguna de mis compañeras y al final no repartieron refrigerio. Para hacerlo más ameno echamos chistes.

Porque esa es la otra: un simulacro de esos se presta no para entrenar como entrenan los equipos de fútbol antes de un partido, sino para armar recocha. Así, toda la mañana me la pasé haciendo comentarios estilo “Lamento informarles que el jefe de personal no sobrevivió al simulacro y yo quedé malherido”, o “Mi evacuación fue suave, blanda y placentera, otro éxito de Digestar Jalea”. Alcancé incluso a hacer de Don Jediondo al afirmar “Ya tembló y mi compañera de cubículo lo sintió adentro”.

Más triste que mis chistes fue el hecho de que cuatro personas resultaran heridas en Neiva durante el simulacro. Suena a chiste, pero ocurrió. ¿Puede un país sobrevivir a un temblor de 8 en la escala de Richter si no es capaz de salir ileso de un ejercicio de rutina?

Por eso mi propuesta de reinvención sobre los simulacros de terremoto es que no los hagamos, así que no pienso participar en el próximo que organice mi empresa. A mí que el fin del mundo me coja como siempre soñé: viendo porno.

Publicado en la revista Bacánika. www.bacanika.com.co

martes, 25 de octubre de 2011

Bienvenido a nuestra organización

Al tipo que está al otro lado del escritorio no se le mueve un músculo de la cara cuando le dice que el sueldo del cargo al que aspira es de un millón quinientos mil pesos mensuales.

Sabe que lo está robando, que millón y medio es poca cosa, pero igual lo hace porque ese es el mercado (ese es el hombre). Está jugando, lo tienta, es una apuesta. Él pone cara de serio mientras usted lo piensa, y sabe que, de decir que no, detrás vendrán miles dispuestos a trabajar más duro por menos plata.

Usted también pone cara de serio, hace cuentas para que los egresos sean inferiores a los ingresos, pero nada cuadra. Y eso que es soltero y no tiene a nadie a su cargo. En su caso, enamorarse no es esa bella causa de los románticos alemanes, que sufrían cuando encontraban al amor de su vida. Lo suyo es conseguir una mujer, cualquiera, que esté dispuesta a comer mierda con usted.

Antes de aceptar la oferta (o rechazarla) desea en silencio haber sido Carlos Tévez y ganarse 700 millones de pesos semanales, pero en vez de un futbolista talentoso y rebelde es un periodista sumiso y del montón.

Un millón quinientos mil pesos no es ni la mitad de un semestre en la universidad donde estudió. Esos 1,5 millones que usted se gane al mes, el dueño de la empresa para la que trabaje los gasta en comida para el perro, o en una noche de fiesta en Andrés Carne de Res. Un millón y medio de pesos mensuales no le alcanzan a su futuro jefe para darle a su hija menor, la consentida, la educación que se merece. Ella se la merece, usted no, piensa sin entender en qué momento se convirtió en un ser humano clase B.

Claro, el dueño de la compañía que está a punto de emplearlo puede hacer con su dinero lo que se dé la gana, que de eso se trata el capitalismo, pero no por eso deja de ser un poco inmoral el asunto. En Japón, el presidente de una empresa no puede ganar más de ocho veces más que un obrero cualquiera. Usted calcula al vuelo cuánto sería su sueldo de ser la octava parte de lo que se gana el presidente de la que está a punto de ser la suya y su mente se excita pensando en todos los viajes que haría, todas las casas que compraría, todas las mujeres que enamoraría.

El hombre al otro lado del escritorio nota su indecisión y trata de convencerlo diciendo que hay gente que vive con la mitad de eso. Es cierto. También hay gente que vive con cáncer de próstata, lo que no quiere decir que el cáncer no sea una porquería.

Al final usted acepta porque el plan b a trabajar por un millón quinientos es morirse de hambre en la casa, casa de la que lo desalojarán si no empieza a pagar el arriendo.

Una vez dado el sí, sus días se resumirán en hacer un oficio que le gusta por un sueldo que no le alcanza. Cada 20 empezará a invocar el fin de mes, y así se le irá la vida, de la misma manera en que a otros se les escurre esperando que llegue el viernes para irse de fiesta.

El primer día de trabajo lo sentarán junto a un practicante que no alcanza a ganarse el mínimo, lo que lo hará sentir a usted el más rico del barrio. Bienvenido a nuestra organización.

jueves, 20 de octubre de 2011

La diferencia está en las formas

A mí me piden tres diferencias entre Gadafi y un presidente cualquiera elegido por votación popular, y no doy con ninguna. Gadafi por Fujimori, Pinochet por Uribe, Franco por Menem; la diferencia entre los líderes no son los crímenes que cometen, sino la forma en que los cometen.

Si usted anda por ahí disfrazado de general, adornado con condecoraciones por no haberle ganado a nadie, le llamarán dictador. Diga incoherencias cada tanto, deslíguese de la OTAN y haga alianzas con países exóticos como Bielorrusia para reafirmar su condición.

O puede vestir de corbata, afeitarse todos los días y usar perfume, puede ser un habitué de las asambleas de la ONU y agachar la cabeza ante países más poderosos; así le llamarán doctor. Ponga a sus amigos en cargos importantes, pague favores por debajo de cuerda y pronúnciese contra las injusticias del mundo pero no mueva un dedo por acabarlas para reafirmar su condición.

Puede matar a sus opositores políticos a cuchillo a mitad de la noche, o aprobar la construcción de un hotel de superlujo en una reserva ecológica, es su elección. Mi consejo es que si va a hacer canalladas, hágalas con elegancia, ojalá con una primera dama vestida de Dior al lado.

Gadafi, una persona que apoyó el terrorismo, que se robo el oro de un país (su país) y se mantuvo 40 años en el poder, no es peor que ninguno de nuestros dirigentes. Hace poco salió un libro que decía que Los Pitufos era una historieta antisemita, igual que Hitler, pero ya sabemos que la tolerancia hacia una cosa y otra son bien diferentes. Lo dicho, la diferencia está en las formas.

De haber nacido en Colombia, Gadafi habría llegado a senador, mínimo. Nunca habría sido presidente porque le habrían encontrado un escándalo menor. Nada grave, nada que lo comprometiera, algo tan frágil y contundente para que le dañara la carrera pero no le impidiera seguir saliéndose con la suya, diga usted como Santofimio si no le hubiera dado por mandar a matar a Galán.

Ninguno de nuestros gobernantes es mejor que usted. Tampoco es peor, no se sienta la gran cosa. La diferencia es que a usted le queda un poco de decencia como para no dedicarse a la política.

Por eso no vote en las próximas elecciones, no se deje amedrentar por los que dicen que los abstencionistas tenemos la culpa de todo. Al revés, la culpa es de ellos que votan. No busque a los candidatos en las urnas el próximo 30 de octubre, que ellos, una vez elegidos, irán a cobrarle a su casa.

martes, 18 de octubre de 2011

Causas con rating

La vida no se trata de estar del lado de los buenos o de los malos, que malos somos todos, sino de los populares o los impopulares.

Lo que quiero decir es que hay causas que tienen más rating que otras. El maltrato a la mujer, la conservación ecológica y el odio a la guerrilla, por ejemplo, son iniciativas taquilleras. De ahí la poca tolerancia a lo que hizo ‘Bolillo’ Gómez, al intento de construcción de un hotel de lujo en el Tayrona o a una toma de las Farc.

Lamente usted la muerte de Steve Jobs o quéjese de la Ley 30 y obtendrá la aprobación del público, que en su mayoría ha usado PC toda la vida y no sabe qué es la Ley 30.

La verdad es tan frágil que sería mejor que no existiera. El otro día leí que el Holocausto judío era una exageración y que el Diario de Ana Frank era falso y no supe qué pensar. Yo, que salí con el corazón arrugado después de visitar el Museo del Holocausto de Washington, la casa de Ana Frank y Auschwitz, me sentí manipulado, primero, y un completo cabrón, después, por poner en duda el sufrimiento de millones (miles apenas, según el texto en cuestión).

Luego di con un señor llamado Norman Finkelstein, hijo de judíos que sufrieron en los campos de concentración, quien no niega el holocausto pero dice estar cansado de que los israelíes usen su tragedia para cometer los mismos crímenes contra los palestinos.

El hecho es que ahora tengo ganas de contratar a un publicista para que minimice mis carencias y le dé bombo a mis logros, que me haga quedar como el héroe o la víctima, según el caso, y que diga de mí verdades a medias, muy a sabiendas de que una verdad a medias es una mentira.

Quiero darme ese lujo para no correr con la suerte de otros. Uno no sabe si a Juan Carlos Martínez se la tienen montada por bruto, por corrupto o por negro, de la misma manera que ignora si Ángel María Borja, aspirante al Concejo de un pueblo del Cesar que tiene por lema de campaña “Con Borja no habrá serrucho, y si hay, no es mucho”, ha sido señalado por sincero, ingenioso, ingenuo o pobre (es vendedor ambulante de comida chatarra en su pueblo).

Quienes lo señalan son en su mayoría gente de grandes ciudades: caleños, medellinenses, bogotanos, la misma gente que armó un escándalo porque Silvestre Dangond le cogió los testículos a un niño. Se creen de mejor moral y no entienden que cada región tiene sus costumbres. Los bogotanos son otros que tienen a la mercadotecnia de su lado; se trata de gente con modales, pero sin talento, que lo único que ha hecho por este país es parir presidentes.

No soy projudío ni antijudío, de la misma manera en que no soy pro o anticosteño; soy antitodo, antiestupidez principalmente. Estupidez es lo adquirimos a medida que nos metemos con otros humanos.

El Holocausto no es peor que el Genocidio armenio o la matanza de indígenas durante la Conquista, solo que los judíos tienen a los publicistas (y a las leyes, y a los políticos, y a los banqueros y a los fabricantes de armas) de su lado. Las tragedias humanas no son más o menos graves si se trata de campesinos o de socios del Nogal.

No faltará quien me tache de antisemita, de resentido o de imbécil. La verdad, hay que decirlo, es que me da envidia que Ana Frank haya vendido más libros que yo.

martes, 11 de octubre de 2011

El aborto

Si usted es un feto tiene todo a su favor. Por vivir en el vientre de su madre tiene la comida asegurada durante nueve meses, que no es poca cosa. Afuera, en el mundo que aún no conoce, su padre vela por su bienestar.

Tiene al ginecólogo también, que sigue su evolución cada tanto, y a los amigos de su madre, que no la dejan cargar las bolsas del mercado. Incluso los desconocidos jugarán en su equipo y le cederán a ella el puesto en los articulados de Transmilenio, más allá de que estos se estrellen cada rato.

Si usted es un feto hasta al Senado de la República está de su lado, y el útero de su madre es tratado con la seriedad con la que se tratan los asuntos de Estado.

Pero el día que nazca estará jodido. Lo recibirá un doctor que se lo pasará de inmediato a los mercados, que son más salvajes que los dinosaurios. Lo que quiere el gobierno es que nazca la mayor cantidad de gente y luego meter al 40% de ella por debajo la línea de pobreza. Si ese no es su caso, los políticos se pelearán con los bancos para quedarse con su dinero, y a veces hasta trabajarán de la mano para lograrlo: siempre, en algún lugar, hay un banco que necesita ser salvado con nuestra plata, es una de las muchas cosas que ignora de este mundo por ser un recién nacido.

Luego están los impuestos, y con ellos muchos males más: la corrupción, los trancones de la séptima, el salario mínimo, las enfermedades venéreas, Miss Universo, los delfines políticos. Pero nada como el amor. Cuando usted llegue a este mundo habrá millones de humanos, abortos frustrados como usted, haciendo fila para romperle el corazón, y no habrá casa embargada, ni puñalada en el estomago, ni apretujada en Transmilenio que iguale ese dolor.

Y eso asumiendo que usted será un bebe sano, fuerte, que tendrá padre y madre, que irá a una universidad. Si en cambio es fruto de una violación, o su madre murió dándole a luz, o nació con algún tipo de malformación y retraso, su vida será aún más difícil. Pero no se desanime, que la vida es complicada para todos, mire nada más lo que pasó la semana pasada con Steve Jobs y Julio Santo Domingo, individuos pornográficamente ricos que igual tuvieron que morirse.

El hecho es que el Gobierno hará todo lo posible para que usted nazca, y luego invertirá millones de dólares en la guerra (12 mil en este 2011), y usted será parte de ese plan. Morirá con honor, mutilado por una granada de fabricación austriaca, y no vergonzosamente, víctima de un raspado en una mesa de cirugía.

Su vida no vale nada, en eso todos concuerdan, acá lo que está en discusión es cuando y cómo muere, y quién le saca el máximo provecho mientras está vivo. Lo traerán al mundo para que abusen de usted las EPS y los operadores de celular. Lo traerán para que cuando supere los 65 años y le duela todo el cuerpo madrugue el primero de cada mes y reclame una pensión que se le acabará el 20 del mismo.

La gente no quiere andar por ahí abortando cada fin de semana, sino saber que al menos existe la opción. Los que afirman que abortar es un delito en realidad quieren que no forniquemos, pero no tienen el valor de decírnoslo. Son amantes torpes, incapaces de dar o producir placer, se han pasado la vida maltratando vaginas en la cama y en los debates. Su decisión de penalizar cualquier tipo de aborto nos aleja aún mas de civilizaciones como la alemana y la japonesa, incluso nos distancia de Irán, un país que pese a ser retrogrado contempla el aborto en casos especiales.

Por nuestras calles andan abortos vivientes como si fueran zombis, sólo que no los notamos porque están legislando.

domingo, 9 de octubre de 2011

Te mando bendiciones

Acaba de llamar mi madre. Dice que tiene dos mil pesos en la cartera. Le doy dinero todos los meses desde hace varios años y cada vez que necesita no lo pide, sino que me revela cuánto le queda. Es su forma de dignidad, supongo.

Sé que me quiere a su tierna y cruel manera, pero siempre que me llama es a pedir plata. No la culpo, le he dicho que no quiero saber más de ella, así que, acatando mi pedido, sólo telefonea para cobrar.

Nunca le he fallado, aunque igual me irrita sentirme su dispensador de dinero. Cuando suena el fijo de mi casa ya sé que son los de Telmex a ofrecer alguna promoción, o mi madre que necesita billetes.

La llamada de la que hablo esta vez fue a las siete de la mañana de hoy, domingo, lo que hizo que me parara a escribir esta columna. A esa hora no nos deberían llamar ni para participar en una orgía con las seis últimas portadas de la Playboy.

En fin, entiendo a mi madre. En este mundo se puede vivir sin todo, menos sin dinero. Iba a decir que sin agua y sin comida, pero con plata se pueden comprar ambas. A menudo sueño que pierdo mi empleo, que mi cuenta de ahorros queda vacía y que me toca empeñar las cosas para sobrevivir, justo lo que nos pasó hace años cuando mi padre quebró. No creo en Dios, pero creo que las historias familiares son cíclicas.

El hecho es que la mayoría de la gente vive al día, esperando el fin de mes, con el cheque de la empresa que lo contrató como único respaldo económico. Se me antoja decir que todo es culpa del sistema en que vivimos, sin ánimo de sonar mamerto, comunista o revolucionario. Me gusta el capitalismo, pero sólo quisiera que los humanos no fuéramos tan hijos de puta.

Vemos en las noticias que el presidente de Estados Unidos logró elevar el techo de la deuda de su país en 2,1 billones de dólares y quedamos perdidos. Ni sabemos qué es el techo de la deuda ni tenemos creatividad suficiente para imaginar 2,1 billones de dólares juntos. No sé usted, pero yo puedo contar con los dedos de una mano las veces que he visto 2,1 millones de pesos colombianos. Puedo, eso sí, recordar la rapidez con la que se fueron.

Uno pasa por la vida oyendo grandes cifras mientras se le hace agua la boca. Cuando nos enteramos de que la cláusula de rescisión del contrato de un jugador de fútbol es de 200 millones de euros, nos indignamos porque ni siquiera sabemos en qué consiste una cláusula de esas, aunque nada como cuando Paris Hilton se compra una cartera de miles de dólares, o vemos un anuncio en el que se promociona un carro por “sólo 70 millones de pesos”. Yo sé que los bancos están para prestar dinero, pero a mí no se me ocurre entrar a uno a pedir tal cantidad.

Activos financieros, amortización, pasivos circulantes: la mayoría ignoramos de qué se tratan, únicamente firmamos papeles con la esperanza de que algún día no nos vengan a embargar la casa. Cuando me hablan de liquidez y solidez, pienso en lo que acabo de dejar en mi inodoro. De ahí debe venir la frase que dice que si la mierda valiera, los pobres nacerían sin culo.

Hace unos meses pagué el funeral de mi padre, que costó casi dos de mis sueldos, así que es un mal momento para que vengan a pedirme plata de más. Acabo de colgarle a mi madre, no sin antes mandarla a la mierda. Ella me mandó bendiciones.

Publicada en la revista Cartel Urbano. www.cartelurbano.com

miércoles, 5 de octubre de 2011

El amor mata

Estoy chateando con una amiga, hablamos de sexo. Yo le cuento de mi erección, ella me describe sus tetas. En eso interrumpe y de la nada me pregunta cómo hace para saber si le duele un riñón. Nada surge de la nada, pero no se lo digo. A cambio, me subo los pantalones y trato de ayudarla.

Le digo que vaya al médico, pero vive en el extranjero y tiene estatus de estudiante. La atenderían mal y le darían un placebo, aunque no le iría mejor si tuviera el mejor paquete de medicina prepagada: la gente no va al medico no por falta de recursos, sino por miedo a que le digan que tiene una enfermedad grave; prefiere morirse en la casa sin saber qué la mató.

¿Cómo sabe uno si lo que le duele es el riñón, el hígado o el páncreas? ¿Cómo identificar el dolor en esa amalgama de órganos que sentimos ajenos pese a ser nuestros? ¿Quién siente un desgarro en las entrañas y emite un diagnóstico preciso?

Lo que no sabe mi amiga es que yo soy el culpable de su dolor porque me gusta en silencio. ¿Han oído frases como “El amor todo lo puede” o “El amor te salvará”? Pues en mí aplica al contrario, todo en lo que me fijo tiende a morir. Es por eso que ella, una mujer de 29 años apenas, lleva tres días sin comer, suda frío, tiene la piel pálida y los ojos perdidos.

Pero no es la única. Enamoradizo como soy, me creo responsable de que al menos dos mujeres más estén en peligro de muerte.

Hay una internada en un centro de rehabilitación en Estados Unidos, deprimida por culpa de su adicción a las drogas y al alcohol. Está incomunicada, no puede hacer llamadas, no la dejan usar internet.

La llamé antes de que viajara. Quise hablarle de mis sentimientos, pero no fui capaz, sólo le deseé suerte porque pensé que así podría salvarla. No sé de ella hace meses. A veces pienso que desearlas en silencio es lo que las enferma, que si me declarara estarían sanas, pero es que no creo que el amor sea la salvación.

Hay una tercera, esa es la peor. Tiene 27 años y un cáncer en el pulmón. Aparentemente ya está fuera de peligro, pero el mal va y viene. La conocí cuando ya estaba enferma, lo cual es un alivio (para mí), porque quiere decir que no soy yo el que arrastra la mala suerte.

Sin embargo, me preocupa que su condición haya empeorado desde que empezamos a hablar. Alterna días buenos con otros no tanto. A veces sale a caminar sin ahogarse, a veces pasa días sin poder levantarse de la cama.

Toma fotos hermosísimas y con frecuencia me pregunto si mi gusto por ella se debe a ella misma, a sus fotos, o al hecho de que tenga la misma enfermedad que mi padre.

Hace unos días me contó que su mayor miedo era que un paro cardio-respiratorio la matara a mitad de la noche. Lo dijo, y sin responderle me desconecté de inmediato porque tuve una de esas revelaciones que deben digerirse en soledad. No solo me gusta por ser ella y por sus fotos, sino porque teme morir de la misma forma en que murió mi padre. Creo que la amo.

domingo, 2 de octubre de 2011

La seguridad es una sensación

Es imposible estar seguros, seguros de verdad. Billones de dólares en armas y sistemas de control, en escáneres de aeropuerto y firewalls de computador, y de repente todo se viene al suelo porque el que cuida la puerta amaneció enfermo. Hoy estás, te dicen jefe, te llevan el tinto al escritorio; mañana caes junto a la señora de los tintos en un recorte de personal.

La seguridad es una sensación. En un día cualquiera se estrellan tres articulados de Transmilenio, destituyen al Ministro de Defensa, tumban las Torres Gemelas, matan a Kennedy, un hombre le echa ácido a una mujer en la cara. Otro día (mañana, tal vez) Messi se lesiona y todo el proyecto del Barcelona se va al carajo.

Lo que segundos antes era tranquilidad ahora es caos. El metro de Medellín casi colapsa semanas atrás porque lincharon a un tipo que restregó su pene contra una estudiante de colegio. El tipo murió a causa de los golpes y nunca sabremos si se trataba de un degenerado, o si los que se transportaban a esa hora armaron lío porque estaban aburridos de la vida.

Vivimos en un país inseguro. El otro día abrieron una bodega de la Aerocivil y notaron, como quien nota que le echó dos pizcas de sal de más a la sopa, que hacían falta 30 de las 64 armas que se usaban para cuidar los aeropuertos del país. Nadie sabe dónde están esas escopetas, esos revólveres que fueron comprados para brindarnos seguridad y con las que ahora podrían robarnos el celular.

Vivimos también en un mundo inseguro. El conflicto árabe – israelí es una lucha tan arcaica que se remonta a los tiempos de vikingos y gladiadores, pero aún así Francia propone acabarlo de aquí a un año. El mundo oye la propuesta y queda perdido porque entiende que se pretende solucionar de manera express un lío añejo.

Cada tres días sale una encuesta a la alcaldía de Bogotá que confunde a los votantes. Lo que ayer era un claro triunfo de Petro es hoy una victoria de Peñalosa. Mañana nos dirán que Dionisio Araújo barre, eso también es inseguridad.

Todo es frágil. El “bien cuidadito, mono” que le dicen cuando usted parquea su carro en la calle es la mayor sensación de seguridad a la que se puede aspirar. Es difícil lograr la paz con armas (como demuestra Medio Oriente), pero es más complejo conseguirla con ideas (nos lo acaba de demostrar Francia). En estas vida a veces es mejor matar a tiros a un presidente y suicidarse después.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Gran Hermano

Un funcionario de Carulla le confesó hace poco a un amigo mío que la compañía nos analiza, y para demostrárselo le imprimió su historial de compra de los últimos dos años.

Carnes y frutas los martes, elementos de aseo los jueves, condones los viernes, helado de chocolate los domingos; todo al descubierto gracias al número de Tarjeta Carulla que da al llegar a la caja registradora. Siempre supe sin saberlo que esa tarjeta tenía su truco, por eso nunca la he sacado.

Carulla sabe todo lo que hacemos, es un supermercado con vocación de espía. Analiza el lugar y la hora de nuestras compras para descubrir dónde vivimos y a qué nos dedicamos, si somos solteros o tenemos esposa, dos hijos y un perro, si somos intolerantes a la lactosa o si preferimos que el baño huela a lavanda en vez de a brisa marina. El miedo de todos a ser observados por Gran Hermano se ha hecho realidad, sólo que esta pesadilla viene con 2x1 en salsas de tomate y descuentos los sábados en hortalizas seleccionadas.

Le temo al sistema, por eso no pago nada por internet y hago mis compras en efectivo. Tampoco he sacado la Tarjeta Carulla, a cambio he usado las de mi hermana, mi madre y dos ex novias. A mis ex novias les pido perdón no por haber sido un desastre de pareja, sino por haberlas echado a la guerra como Judas a Jesús.

Cuando no tengo billetes y me veo obligado a pagar con tarjeta débito hago las compras al revés, para despistar. Llevo salchichas de ternera en lugar de chorizos, maní en vez de chicharrón y cambio de marca de jabón y de jugo de naranja.

El otro día, tarjeta débito en mano y preso de la paranoia, compré aceitunas, que las odio. A mi padre le encantaban, pero yo nunca pude con ellas, así que pensé que con tal gesto podía vencer al sistema. Llegué a la caja registradora, hice cara de no ser yo, puse las aceitunas sobre la banda transportadora diciendo en voz alta que me encantaban, pasé la tarjeta y cuando me dieron el recibo escribí una cédula falsa y firmé como mi padre. Que vayan a reclamarle por falsedad en documento bancario, si quieren, yo les doy el número de lote del cementerio donde descansa.

El hecho es que al llegar a casa me comí el tarro de aceitunas de una sentada porque no me gusta botar la plata, y lo que empezó como un sacrificio terminó como una ingesta voluntaria. Después de años de negarme a la aceitunas hoy hacen parte de mi dieta; mi padre estaría orgulloso.

Nuestros datos personales están el aire, listos para ser captados por quien se interese en ellos. Hace poco me llamaron del Banco de Bogotá a ofrecerme dos tarjetas, una cuenta corriente, crédito para vivienda y no sé qué otros remedos de paraíso. Cuando pregunté cómo habían dado conmigo me respondieron que Movistar les había entregado la información, y me agregaron que al firmar yo contrato con mi compañía de celular la autorizaba para que pasara mis datos a terceros.

Movistar ya era digna de odio por la mala señal, lo lleno de sus centros de servicio al cliente, su sobrefacturación, y ahora resulta que trafica con nuestra intimidad amparada por la ley.

Los consumidores hacemos lo que sea por un descuento. Ponemos cara de gracias si nos dicen que si redimimos 10.000 puntos de la tarjeta y encimamos $200.000 nos regalan un Chocorramo, pero lo que más indigna de esta historia es que al final de la compra nos pregunten si queremos donar las vueltas a alguna fundación. Reviento de placer al ver la cara de la cajera cuando le respondo que no.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Hablar de lo que se carece

Si es cierto que uno habla de lo que no tiene, los políticos carecen de honradez, los curas de fe, los humoristas de alegría, las putas de sexo y las mamás de amor.

Si es verdad que uno pregona sus falencias como si fueran fortalezas, el sistema de salud está corto de hospitales, Estados Unidos no es una democracia, Francia pisotea los derechos humanos y los abogados viven de quebrar la ley. (Y va uno a ver, y sí)

El ejército, entonces, carece de inteligencia y también de hombría, porque eso de peluquearse al rape, sacar músculos, maltratar a los subalternos y cargar un arma todo el tiempo es más bien raro. Autodenominarse “Glorioso Ejército Nacional” quiere decir que no le ha ganado a nadie.

Por andar luchando en público contra lo que se ama en secreto termina uno como Eliot Spitzer, un ex gobernador de Nueva York que combatía la prostitución en su estado pero tuvo que renunciar cuando se descubrió que había gastado más de 80.000 dólares en acompañantes de lujo.

Yo, sin ir lejos, llevo dos décadas gritando que odio manejar, que no soporto los trancones, que lo mío es ir dormido en el asiento de atrás. Todo es mentira. La verdad es que quiero un carro desde que tengo uso de razón, pero mi padre me rompió el corazón a los 15 cuando no me pagó el curso de conducción por haber perdido el año.

En protesta rompí la puerta de la casa y juré nunca tocar un carro. Hoy ya hace parte de mí y no sé si de verdad odio manejar o si sólo me estoy vengando. Lo cierto es que hay días que deseo tanto un automóvil que me abstengo de pasar frente a un concesionario; de lo que no he sido capaz es de botar mi colección de revistas Motor.

Dedicarse a lo que uno más odia para dinamitarlo desde adentro es una gran estrategia, una especie de placer culposo. Benedicto XVI anda de visita en Alemania y dijo ayer que la Iglesia necesita una "fuerte renovación". El artículo que reseña el hecho viene con una foto del Papa mismo siendo coronado simbólicamente como un rey, rito de tiempos en que se creía en la elección por inspiración divina, equivalente hoy a mandar un marconi en vez de un correo electrónico.

Si es cierto que uno habla de lo que carece, en los mercados escasea el dinero. El pasado fin de semana las bolsas de Estados Unidos, Europa y Asia cerraron a la baja, haciendo crecer el miedo de una recesión global. A cambio, se informó que el PIB colombiano creció un 5,2% gracias al empuje de los hogares del país, que pusieron 80 de cada 100 pesos que se gastaron durante el segundo trimestre del año.

Entonces resulta que los que salvan la economía no son los ricos, sino casas humildes como la suya y la mía. Mientras la bolsa de París se desmoronaba y la de Shangai quebraba unas cuantas compañías medianas, una señora en Engativá (por nombrar un barrio popular) no solo madrugaba para enviar a sus hijos al colegio y después montaba dos horas de bus para trabajar como empleada de servicio en una casa del norte, sino que también mantenía la economía a flote.

Y después hay insensatos que afirman que si las madres pregonan amor a los cuatro vientos es porque carecen de él.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Todo por dinero

Uno puede hacer lo que se le dé la gana, pero no por dinero.

Tumbar unas torres, escribir columnas dictadas por jefes paramilitares, invadir países, odiar al padre, matar a la madre, violar a la hermana; todo está bien, pero no por monedas. Usted puede ser Mozart o Garavito porque así le nace, no porque va a obtener dinero por ello.

Yo prefiero a un terrorista (de los de antes) que a un banquero. El primero se lucra igual, pero lucha por algo así tome la vía equivocada. El banquero, en cambio, no empuña un arma, no se esconde en cuevas, usa corbatas Hermès y no descuida el manicure, pero todo lo hace por la rentabilidad. No tiene un plan de vida diferente a cumplir metas, maquillar balances, cobrar por servicios prestados. Eso sí, no se deje despistar, que tener un plan de vida está sobrevalorado. Si lo suyo es salir del trabajo para aplancharse en el sofá a ver televisión y comer embutidos, está bien siempre y cuando lo haga porque le reporta placer y no dividendos.

Por vivir pensando en dinero es que el senador Corzo dice que 16 millones mensuales de pesos no alcanzan para vivir, mientras que en otras esferas del Gobierno afirman que con $190.000 es suficiente. Por dinero nos humillamos: vea que hace poco celebramos una certificación que Estados Unidos dio a Colombia por su desempeño en Derechos Humanos, y que representa 23 millones de dólares en ayuda militar. No solo tratamos a los Derechos Humanos a las patadas, sino que nos los van a dar para seguir pisoteándolos. Además, 23 millones de dólares son una miseria que en la billetera de Corzo se escurren como gasolina entre los dedos.

Por dinero las empresas recortan personal: gente buena, gente mediocre, da igual. Por dinero los bancos niegan créditos y cobran como mafiosos. Grecia está que arde, literal: En Salónica, un hombre de 55 años se prendió fuego frente al banco que le negó la renegociación de su crédito de vivienda.

El hecho fue reseñado por la prensa en un fotograma de cuatro cuadros, al estilo de los comics, y la historia parecía un comic en sí. Primero se veía al personaje gritar sus males por megáfono, luego rociarse gasolina, posteriormente salía envuelto en llamas y, por último, un policía acudía en su ayuda.

Las fotos eran llamativas pero no me conmovieron, porque la prensa no está para informar, sino para lucrarse con las ventas de publicidad. Al lado de la historia del griego, un banco anunciaba un iPad de regalo por abrir un CDT. Estuve a punto de cerrar el periódico y salir a la sucursal más cercana porque soy casi tan esnob como para creer que un juguete Apple es la felicidad, pero no tan idiota como para darle más de mi plata a un banco. La entidad financiera que me prometa un extintor el día que me dé por inmolarme, a esa donaré mi escueta fortuna.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Feliz día del Amor y la Amistad

Le deseo un día del Amor y la Amistad de porquería.

Ojalá su Blackberry siga sin plan de datos y le rompan el corazón como nunca se lo han roto: que su novia le confiese que le es infiel con su mejor amigo, o que se va a vivir a otro país; cosas así.

Ojalá que le haya tocado su jefe en el juego del amigo secreto y se haya gastado más del 10% de su sueldo para dejarlo impresionado, pero que en contraprestación a usted le hayan dado un regalo miserable. Espero que hoy haya tenido que trabajar desde las seis de la mañana, como yo (ojalá desde las cinco).

Espero que lo traten mal en el restaurante que reservó; que lo hagan esperar, lo discriminen y le den una mesa junto a la puerta de la cocina. Espero también que
la comida sea un asco: la carne en el término equivocado, el pescado vencido, la mantequilla rancia, la limonada amarga, el vino aguado. Ojalá el mesero escupa su sopa y que la cuenta sea cara, muy cara, y aún así salga del lugar con hambre.

Hago fuerzas para que las rosas de Don Eloy se hayan salido de su presupuesto y se marchiten rápido. Ojalá el mariachi que contrató toque desafinado y le cante a su mujer tres canciones en lugar de las cinco que pactó verbalmente. Le auguro que al llegar al motel encontrará condones usados por la gente del turno anterior.

Ojalá el polvo sea aburrido y deje embarazada a su pareja, se case por obligación y se divorcien lenta y dolorosamente. Que tras meses de litigio ella se quede con la custodia de su hijo y una generosa cuota mensual de manutención.

Ojalá hoy le vaya mal, muy mal, para que al fin abra los ojos.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Contraseña inválida

Mi mamá siempre decía que no me aprendiera las lecciones de memoria. Era mejor, según ella, que en vez de decirlas al pie de la letra las asimilara y las recitara con mis propias palabras. Hacía énfasis en que era preferible sacar 4 con una lección entendida, que 5 con palabras de memoria.

Pero eran otros tiempos, no existía el internet, por ejemplo, que pone nuestra memoria a prueba todos los días. No había Hotmail ni Twitter. No nos pedían el usuario de Grooveshark ni la contraseña para entrar a la página del banco. Pese a las sabias palabras de mi madre, el sistema educativo de hoy debería reforzar la memoria de sus estudiantes para que puedan recordar sus datos de internet. Menos matemáticas y biología, más ejercicios de repetición.

Por seguir los consejos de mi mamá puedo formarme una opinión de cualquier tema sin importar lo que digan los otros, pero soy incapaz de recordar mis contraseñas. Tengo 12 diferentes, no repito nunca, para que el día que me hackeen me roben algo, pero no todo.

Pensar que uno es digno de ser hackeado, he ahí una alta autoestima. La verdad es que quien quiera entrar a mis cuentas puede hacerlo, no va a encontrar allí mucho más que lo que podría encontrar en mi nevera: medio limón exprimido, 12 centímetros de salchichón, una leche vencida y dos ratones muriendo de hambre. Las fotos sin ropa que le mandé a todas las mujeres que acosaba sexualmente ya fueron borradas desde que Germán Vargas Lleras amenazó con la Ley Lleras. (¿Por qué no se llama Ley Vargas?).

El hecho es que digito la contraseña de Twitter cuando entro a Gmail y la de Facebook en Skype. A fuerza de mezclarlas he bloqueado mis cuentas un par de veces. Puede ser descuido, o que me estoy volviendo viejo, como dice una amiga.

Mi papá sí era viejo, y aún así poseía cuenta de correo. Tenía 70 años cuando murió, tres meses atrás, y la tenía hacía poco. Antes había abierto otra que había caducado por falta de uso, así que con esta nueva hacía el esfuerzo de entrar cada tanto así no tuviera nada que leer ni mucho que escribir.

Al menos una vez a la semana me mandaba correos como por no dejar, y hasta el último día no me dejó de parecer extraño abrir los mensajes de un remitente que tenía mi mismo nombre. Sabía que era mi padre, más allá de que a veces pensaba que era yo que me había deschavetado y me estaba enviando correos.

Alguna vez me dio la clave para que revisara su cuenta y yo, confiado de mi memoria, no la anoté. La memoricé y entraba con frecuencia para mantenerla activa.

El otro día traté de entrar y no di con ella. La necesitaba para recuperar unos correos que le había mandado después de muerto. A mi padre suelo escribirle contándole cómo va la vida y el fútbol, qué ha pasado con mis hermanas, cómo me siento, en fin, cosas que nos contamos entre los vivos pero que rara vez compartimos con los muertos.

He digitado la contraseña una y otra vez, y siempre me sale error. No cambio la fórmula, la escribo igual porque soy testarudo y confío en mi memoria. Espero que algún día, cuando los de Hotmail sepan que el Adolfo Zableh de verdad está muerto, y que es su hijo desesperado el que intenta ingresar, me dejarán borrar todos los mails que le he mandado en lo últimos meses, o al menos reenviármelos.

Publicada en la edición de septiembre de la Revista Enter. www.enter.co

domingo, 11 de septiembre de 2011

Muertos de segunda

Yo no sé si quiera saber tanto sobre las Torres Gemelas. No sé si quiera oír a niños entonando el himno nacional donde antes quedaban los edificios, ni si esté listo para soportar la cara de dolor de los presentadores de televisión, que después sonríen para contar que un colombiano ganó el Tour de L´Avenir.

No creo que me interesen las historias humanas detrás de la tragedia, como la del pequeño banco que casi desaparece el día del atentado, o la del ciego salvado por su perro, o la del hombre que aun hoy, diez años después, no encuentran (dejen de buscarlo, no va a aparecer).

Porque los medios de comunicación nos hemos vuelto expertos en contar noticias que no importan, en responder a las preguntas equivocadas. Somos especialistas en despejar (y no siempre) dudas como el quién, el cómo y el dónde, pero se nos olvida el por qué, cuando el por qué es lo más importante.

Hay sobreinformación en todo, noticias de relleno que nosotros, los periodistas, hacemos para los consumidores de noticias porque alguien nos ha dicho que eso es lo que quieren. Por eso vemos por igual un informe sobre guerras en el mundo y otro sobre el apartamento de un actor de televisión en Chapinero Alto. Yo cumplo con mi trabajo porque recibo un sueldo por ello, pero me resisto a pensar que usted es ese imbécil para el que trabajo.

Estaría bien que los periodistas, que pese a nuestros sueldos de mierda nos creemos más que las personas del común, empezáramos a responder todas las preguntas que hemos guardado bajo el tapete como quien esconde partes de sus víctimas en el congelador.

Volviendo a lo del 11 de septiembre, en vez de tanto minuto de silencio y tanto homenaje lastimero, deberíamos dejar de ser tan hijueputas, tan egoístas, tan orgullosos, tan nacionalistas, tan creyentes. Pongamos al derecho nuestra escala de valores o suicidémonos en masa, lo que se nos dé más fácil.

En todo lado nos han vendido la idea de que hace 10 años cambió el mundo, pero a mí no me queda tan claro. Yo no siento que la caída de las Torres me haya afectado más allá de que para volar tenga que quitarme los zapatos, el reloj y no pueda cargar mas de 100 mililitros de líquido. A todos nos convirtieron en terroristas en potencia, de resto, los ricos son cada vez más ricos y las injusticias siguen existiendo.

De nada sirve decir que las vidas perdidas en Irak y Afganistán son tan valiosos como las de Nueva York si los que manejan el mundo creen que no (y lo creen, no lo dude). Llegada la hora de sacrificarse por el bien de los mercados, usted y yo tenemos toda la cara de ser muertos de segunda.