lunes, 31 de octubre de 2011

Reinvención de simulacros y terremotos

Hace pocas semanas 5,1 millones de colombianos participaron en el simulacro de terremoto. Participamos, mejor, ya que me tocó hacer parte del que hicimos en mi oficina. No porque quiera salvar mi vida, sino por miedo a que me echen por mala onda.

Ya le esquivé el bulto a jugar al amigo secreto, así que debo andar con cuidado.
Pero es que hacer simulacro de terremoto es, justamente, como jugar al amigo secreto: de quinta categoría. Yo prefiero morir con elegancia aplastado por una viga antes que vivir el resto de mi vida como un ñero.

Un simulacro de terremoto es precisamente eso, un remedo. Ya he participado en tres y siempre es lo mismo: suena una alarma, uno se hace el sorprendido pese a que estaba avisado desde una semana atrás, deja de trabajar (no es ningún esfuerzo) y empieza a caminar como caminan los oficinistas promedio después del almuerzo, a paso lento, hasta llegar a un punto de encuentro donde, después de tres instrucciones que nadie entiende, todos regresan a sus vidas.

El día que tiemble de verdad, acuérdese de mí, esa camaradería, ese andar cansino, desaparecerán. A cambio, gritaremos y olvidaremos que hay que meterse debajo del escritorio o buscar la salida de emergencia más cercana. En nuestra huida no brindaremos ayuda a los que la necesitan y pisaremos al que se cruce (ojalá el jefe). Será aplastar o morir aplastados.

Mi oficina actual queda sobre la calle 26, en Bogotá, y debo felicitar a la Alcaldía, que se esforzó para dejar la vía como si, en efecto, un terremoto hubiera acabado con ella. Sin embargo, y pese al realismo del escenario, fue el simulacro más aburrido de la vida. No le cogí el culo a ninguna de mis compañeras y al final no repartieron refrigerio. Para hacerlo más ameno echamos chistes.

Porque esa es la otra: un simulacro de esos se presta no para entrenar como entrenan los equipos de fútbol antes de un partido, sino para armar recocha. Así, toda la mañana me la pasé haciendo comentarios estilo “Lamento informarles que el jefe de personal no sobrevivió al simulacro y yo quedé malherido”, o “Mi evacuación fue suave, blanda y placentera, otro éxito de Digestar Jalea”. Alcancé incluso a hacer de Don Jediondo al afirmar “Ya tembló y mi compañera de cubículo lo sintió adentro”.

Más triste que mis chistes fue el hecho de que cuatro personas resultaran heridas en Neiva durante el simulacro. Suena a chiste, pero ocurrió. ¿Puede un país sobrevivir a un temblor de 8 en la escala de Richter si no es capaz de salir ileso de un ejercicio de rutina?

Por eso mi propuesta de reinvención sobre los simulacros de terremoto es que no los hagamos, así que no pienso participar en el próximo que organice mi empresa. A mí que el fin del mundo me coja como siempre soñé: viendo porno.

Publicado en la revista Bacánika. www.bacanika.com.co

martes, 25 de octubre de 2011

Bienvenido a nuestra organización

Al tipo que está al otro lado del escritorio no se le mueve un músculo de la cara cuando le dice que el sueldo del cargo al que aspira es de un millón quinientos mil pesos mensuales.

Sabe que lo está robando, que millón y medio es poca cosa, pero igual lo hace porque ese es el mercado (ese es el hombre). Está jugando, lo tienta, es una apuesta. Él pone cara de serio mientras usted lo piensa, y sabe que, de decir que no, detrás vendrán miles dispuestos a trabajar más duro por menos plata.

Usted también pone cara de serio, hace cuentas para que los egresos sean inferiores a los ingresos, pero nada cuadra. Y eso que es soltero y no tiene a nadie a su cargo. En su caso, enamorarse no es esa bella causa de los románticos alemanes, que sufrían cuando encontraban al amor de su vida. Lo suyo es conseguir una mujer, cualquiera, que esté dispuesta a comer mierda con usted.

Antes de aceptar la oferta (o rechazarla) desea en silencio haber sido Carlos Tévez y ganarse 700 millones de pesos semanales, pero en vez de un futbolista talentoso y rebelde es un periodista sumiso y del montón.

Un millón quinientos mil pesos no es ni la mitad de un semestre en la universidad donde estudió. Esos 1,5 millones que usted se gane al mes, el dueño de la empresa para la que trabaje los gasta en comida para el perro, o en una noche de fiesta en Andrés Carne de Res. Un millón y medio de pesos mensuales no le alcanzan a su futuro jefe para darle a su hija menor, la consentida, la educación que se merece. Ella se la merece, usted no, piensa sin entender en qué momento se convirtió en un ser humano clase B.

Claro, el dueño de la compañía que está a punto de emplearlo puede hacer con su dinero lo que se dé la gana, que de eso se trata el capitalismo, pero no por eso deja de ser un poco inmoral el asunto. En Japón, el presidente de una empresa no puede ganar más de ocho veces más que un obrero cualquiera. Usted calcula al vuelo cuánto sería su sueldo de ser la octava parte de lo que se gana el presidente de la que está a punto de ser la suya y su mente se excita pensando en todos los viajes que haría, todas las casas que compraría, todas las mujeres que enamoraría.

El hombre al otro lado del escritorio nota su indecisión y trata de convencerlo diciendo que hay gente que vive con la mitad de eso. Es cierto. También hay gente que vive con cáncer de próstata, lo que no quiere decir que el cáncer no sea una porquería.

Al final usted acepta porque el plan b a trabajar por un millón quinientos es morirse de hambre en la casa, casa de la que lo desalojarán si no empieza a pagar el arriendo.

Una vez dado el sí, sus días se resumirán en hacer un oficio que le gusta por un sueldo que no le alcanza. Cada 20 empezará a invocar el fin de mes, y así se le irá la vida, de la misma manera en que a otros se les escurre esperando que llegue el viernes para irse de fiesta.

El primer día de trabajo lo sentarán junto a un practicante que no alcanza a ganarse el mínimo, lo que lo hará sentir a usted el más rico del barrio. Bienvenido a nuestra organización.

jueves, 20 de octubre de 2011

La diferencia está en las formas

A mí me piden tres diferencias entre Gadafi y un presidente cualquiera elegido por votación popular, y no doy con ninguna. Gadafi por Fujimori, Pinochet por Uribe, Franco por Menem; la diferencia entre los líderes no son los crímenes que cometen, sino la forma en que los cometen.

Si usted anda por ahí disfrazado de general, adornado con condecoraciones por no haberle ganado a nadie, le llamarán dictador. Diga incoherencias cada tanto, deslíguese de la OTAN y haga alianzas con países exóticos como Bielorrusia para reafirmar su condición.

O puede vestir de corbata, afeitarse todos los días y usar perfume, puede ser un habitué de las asambleas de la ONU y agachar la cabeza ante países más poderosos; así le llamarán doctor. Ponga a sus amigos en cargos importantes, pague favores por debajo de cuerda y pronúnciese contra las injusticias del mundo pero no mueva un dedo por acabarlas para reafirmar su condición.

Puede matar a sus opositores políticos a cuchillo a mitad de la noche, o aprobar la construcción de un hotel de superlujo en una reserva ecológica, es su elección. Mi consejo es que si va a hacer canalladas, hágalas con elegancia, ojalá con una primera dama vestida de Dior al lado.

Gadafi, una persona que apoyó el terrorismo, que se robo el oro de un país (su país) y se mantuvo 40 años en el poder, no es peor que ninguno de nuestros dirigentes. Hace poco salió un libro que decía que Los Pitufos era una historieta antisemita, igual que Hitler, pero ya sabemos que la tolerancia hacia una cosa y otra son bien diferentes. Lo dicho, la diferencia está en las formas.

De haber nacido en Colombia, Gadafi habría llegado a senador, mínimo. Nunca habría sido presidente porque le habrían encontrado un escándalo menor. Nada grave, nada que lo comprometiera, algo tan frágil y contundente para que le dañara la carrera pero no le impidiera seguir saliéndose con la suya, diga usted como Santofimio si no le hubiera dado por mandar a matar a Galán.

Ninguno de nuestros gobernantes es mejor que usted. Tampoco es peor, no se sienta la gran cosa. La diferencia es que a usted le queda un poco de decencia como para no dedicarse a la política.

Por eso no vote en las próximas elecciones, no se deje amedrentar por los que dicen que los abstencionistas tenemos la culpa de todo. Al revés, la culpa es de ellos que votan. No busque a los candidatos en las urnas el próximo 30 de octubre, que ellos, una vez elegidos, irán a cobrarle a su casa.

martes, 18 de octubre de 2011

Causas con rating

La vida no se trata de estar del lado de los buenos o de los malos, que malos somos todos, sino de los populares o los impopulares.

Lo que quiero decir es que hay causas que tienen más rating que otras. El maltrato a la mujer, la conservación ecológica y el odio a la guerrilla, por ejemplo, son iniciativas taquilleras. De ahí la poca tolerancia a lo que hizo ‘Bolillo’ Gómez, al intento de construcción de un hotel de lujo en el Tayrona o a una toma de las Farc.

Lamente usted la muerte de Steve Jobs o quéjese de la Ley 30 y obtendrá la aprobación del público, que en su mayoría ha usado PC toda la vida y no sabe qué es la Ley 30.

La verdad es tan frágil que sería mejor que no existiera. El otro día leí que el Holocausto judío era una exageración y que el Diario de Ana Frank era falso y no supe qué pensar. Yo, que salí con el corazón arrugado después de visitar el Museo del Holocausto de Washington, la casa de Ana Frank y Auschwitz, me sentí manipulado, primero, y un completo cabrón, después, por poner en duda el sufrimiento de millones (miles apenas, según el texto en cuestión).

Luego di con un señor llamado Norman Finkelstein, hijo de judíos que sufrieron en los campos de concentración, quien no niega el holocausto pero dice estar cansado de que los israelíes usen su tragedia para cometer los mismos crímenes contra los palestinos.

El hecho es que ahora tengo ganas de contratar a un publicista para que minimice mis carencias y le dé bombo a mis logros, que me haga quedar como el héroe o la víctima, según el caso, y que diga de mí verdades a medias, muy a sabiendas de que una verdad a medias es una mentira.

Quiero darme ese lujo para no correr con la suerte de otros. Uno no sabe si a Juan Carlos Martínez se la tienen montada por bruto, por corrupto o por negro, de la misma manera que ignora si Ángel María Borja, aspirante al Concejo de un pueblo del Cesar que tiene por lema de campaña “Con Borja no habrá serrucho, y si hay, no es mucho”, ha sido señalado por sincero, ingenioso, ingenuo o pobre (es vendedor ambulante de comida chatarra en su pueblo).

Quienes lo señalan son en su mayoría gente de grandes ciudades: caleños, medellinenses, bogotanos, la misma gente que armó un escándalo porque Silvestre Dangond le cogió los testículos a un niño. Se creen de mejor moral y no entienden que cada región tiene sus costumbres. Los bogotanos son otros que tienen a la mercadotecnia de su lado; se trata de gente con modales, pero sin talento, que lo único que ha hecho por este país es parir presidentes.

No soy projudío ni antijudío, de la misma manera en que no soy pro o anticosteño; soy antitodo, antiestupidez principalmente. Estupidez es lo adquirimos a medida que nos metemos con otros humanos.

El Holocausto no es peor que el Genocidio armenio o la matanza de indígenas durante la Conquista, solo que los judíos tienen a los publicistas (y a las leyes, y a los políticos, y a los banqueros y a los fabricantes de armas) de su lado. Las tragedias humanas no son más o menos graves si se trata de campesinos o de socios del Nogal.

No faltará quien me tache de antisemita, de resentido o de imbécil. La verdad, hay que decirlo, es que me da envidia que Ana Frank haya vendido más libros que yo.

martes, 11 de octubre de 2011

El aborto

Si usted es un feto tiene todo a su favor. Por vivir en el vientre de su madre tiene la comida asegurada durante nueve meses, que no es poca cosa. Afuera, en el mundo que aún no conoce, su padre vela por su bienestar.

Tiene al ginecólogo también, que sigue su evolución cada tanto, y a los amigos de su madre, que no la dejan cargar las bolsas del mercado. Incluso los desconocidos jugarán en su equipo y le cederán a ella el puesto en los articulados de Transmilenio, más allá de que estos se estrellen cada rato.

Si usted es un feto hasta al Senado de la República está de su lado, y el útero de su madre es tratado con la seriedad con la que se tratan los asuntos de Estado.

Pero el día que nazca estará jodido. Lo recibirá un doctor que se lo pasará de inmediato a los mercados, que son más salvajes que los dinosaurios. Lo que quiere el gobierno es que nazca la mayor cantidad de gente y luego meter al 40% de ella por debajo la línea de pobreza. Si ese no es su caso, los políticos se pelearán con los bancos para quedarse con su dinero, y a veces hasta trabajarán de la mano para lograrlo: siempre, en algún lugar, hay un banco que necesita ser salvado con nuestra plata, es una de las muchas cosas que ignora de este mundo por ser un recién nacido.

Luego están los impuestos, y con ellos muchos males más: la corrupción, los trancones de la séptima, el salario mínimo, las enfermedades venéreas, Miss Universo, los delfines políticos. Pero nada como el amor. Cuando usted llegue a este mundo habrá millones de humanos, abortos frustrados como usted, haciendo fila para romperle el corazón, y no habrá casa embargada, ni puñalada en el estomago, ni apretujada en Transmilenio que iguale ese dolor.

Y eso asumiendo que usted será un bebe sano, fuerte, que tendrá padre y madre, que irá a una universidad. Si en cambio es fruto de una violación, o su madre murió dándole a luz, o nació con algún tipo de malformación y retraso, su vida será aún más difícil. Pero no se desanime, que la vida es complicada para todos, mire nada más lo que pasó la semana pasada con Steve Jobs y Julio Santo Domingo, individuos pornográficamente ricos que igual tuvieron que morirse.

El hecho es que el Gobierno hará todo lo posible para que usted nazca, y luego invertirá millones de dólares en la guerra (12 mil en este 2011), y usted será parte de ese plan. Morirá con honor, mutilado por una granada de fabricación austriaca, y no vergonzosamente, víctima de un raspado en una mesa de cirugía.

Su vida no vale nada, en eso todos concuerdan, acá lo que está en discusión es cuando y cómo muere, y quién le saca el máximo provecho mientras está vivo. Lo traerán al mundo para que abusen de usted las EPS y los operadores de celular. Lo traerán para que cuando supere los 65 años y le duela todo el cuerpo madrugue el primero de cada mes y reclame una pensión que se le acabará el 20 del mismo.

La gente no quiere andar por ahí abortando cada fin de semana, sino saber que al menos existe la opción. Los que afirman que abortar es un delito en realidad quieren que no forniquemos, pero no tienen el valor de decírnoslo. Son amantes torpes, incapaces de dar o producir placer, se han pasado la vida maltratando vaginas en la cama y en los debates. Su decisión de penalizar cualquier tipo de aborto nos aleja aún mas de civilizaciones como la alemana y la japonesa, incluso nos distancia de Irán, un país que pese a ser retrogrado contempla el aborto en casos especiales.

Por nuestras calles andan abortos vivientes como si fueran zombis, sólo que no los notamos porque están legislando.

domingo, 9 de octubre de 2011

Te mando bendiciones

Acaba de llamar mi madre. Dice que tiene dos mil pesos en la cartera. Le doy dinero todos los meses desde hace varios años y cada vez que necesita no lo pide, sino que me revela cuánto le queda. Es su forma de dignidad, supongo.

Sé que me quiere a su tierna y cruel manera, pero siempre que me llama es a pedir plata. No la culpo, le he dicho que no quiero saber más de ella, así que, acatando mi pedido, sólo telefonea para cobrar.

Nunca le he fallado, aunque igual me irrita sentirme su dispensador de dinero. Cuando suena el fijo de mi casa ya sé que son los de Telmex a ofrecer alguna promoción, o mi madre que necesita billetes.

La llamada de la que hablo esta vez fue a las siete de la mañana de hoy, domingo, lo que hizo que me parara a escribir esta columna. A esa hora no nos deberían llamar ni para participar en una orgía con las seis últimas portadas de la Playboy.

En fin, entiendo a mi madre. En este mundo se puede vivir sin todo, menos sin dinero. Iba a decir que sin agua y sin comida, pero con plata se pueden comprar ambas. A menudo sueño que pierdo mi empleo, que mi cuenta de ahorros queda vacía y que me toca empeñar las cosas para sobrevivir, justo lo que nos pasó hace años cuando mi padre quebró. No creo en Dios, pero creo que las historias familiares son cíclicas.

El hecho es que la mayoría de la gente vive al día, esperando el fin de mes, con el cheque de la empresa que lo contrató como único respaldo económico. Se me antoja decir que todo es culpa del sistema en que vivimos, sin ánimo de sonar mamerto, comunista o revolucionario. Me gusta el capitalismo, pero sólo quisiera que los humanos no fuéramos tan hijos de puta.

Vemos en las noticias que el presidente de Estados Unidos logró elevar el techo de la deuda de su país en 2,1 billones de dólares y quedamos perdidos. Ni sabemos qué es el techo de la deuda ni tenemos creatividad suficiente para imaginar 2,1 billones de dólares juntos. No sé usted, pero yo puedo contar con los dedos de una mano las veces que he visto 2,1 millones de pesos colombianos. Puedo, eso sí, recordar la rapidez con la que se fueron.

Uno pasa por la vida oyendo grandes cifras mientras se le hace agua la boca. Cuando nos enteramos de que la cláusula de rescisión del contrato de un jugador de fútbol es de 200 millones de euros, nos indignamos porque ni siquiera sabemos en qué consiste una cláusula de esas, aunque nada como cuando Paris Hilton se compra una cartera de miles de dólares, o vemos un anuncio en el que se promociona un carro por “sólo 70 millones de pesos”. Yo sé que los bancos están para prestar dinero, pero a mí no se me ocurre entrar a uno a pedir tal cantidad.

Activos financieros, amortización, pasivos circulantes: la mayoría ignoramos de qué se tratan, únicamente firmamos papeles con la esperanza de que algún día no nos vengan a embargar la casa. Cuando me hablan de liquidez y solidez, pienso en lo que acabo de dejar en mi inodoro. De ahí debe venir la frase que dice que si la mierda valiera, los pobres nacerían sin culo.

Hace unos meses pagué el funeral de mi padre, que costó casi dos de mis sueldos, así que es un mal momento para que vengan a pedirme plata de más. Acabo de colgarle a mi madre, no sin antes mandarla a la mierda. Ella me mandó bendiciones.

Publicada en la revista Cartel Urbano. www.cartelurbano.com

miércoles, 5 de octubre de 2011

El amor mata

Estoy chateando con una amiga, hablamos de sexo. Yo le cuento de mi erección, ella me describe sus tetas. En eso interrumpe y de la nada me pregunta cómo hace para saber si le duele un riñón. Nada surge de la nada, pero no se lo digo. A cambio, me subo los pantalones y trato de ayudarla.

Le digo que vaya al médico, pero vive en el extranjero y tiene estatus de estudiante. La atenderían mal y le darían un placebo, aunque no le iría mejor si tuviera el mejor paquete de medicina prepagada: la gente no va al medico no por falta de recursos, sino por miedo a que le digan que tiene una enfermedad grave; prefiere morirse en la casa sin saber qué la mató.

¿Cómo sabe uno si lo que le duele es el riñón, el hígado o el páncreas? ¿Cómo identificar el dolor en esa amalgama de órganos que sentimos ajenos pese a ser nuestros? ¿Quién siente un desgarro en las entrañas y emite un diagnóstico preciso?

Lo que no sabe mi amiga es que yo soy el culpable de su dolor porque me gusta en silencio. ¿Han oído frases como “El amor todo lo puede” o “El amor te salvará”? Pues en mí aplica al contrario, todo en lo que me fijo tiende a morir. Es por eso que ella, una mujer de 29 años apenas, lleva tres días sin comer, suda frío, tiene la piel pálida y los ojos perdidos.

Pero no es la única. Enamoradizo como soy, me creo responsable de que al menos dos mujeres más estén en peligro de muerte.

Hay una internada en un centro de rehabilitación en Estados Unidos, deprimida por culpa de su adicción a las drogas y al alcohol. Está incomunicada, no puede hacer llamadas, no la dejan usar internet.

La llamé antes de que viajara. Quise hablarle de mis sentimientos, pero no fui capaz, sólo le deseé suerte porque pensé que así podría salvarla. No sé de ella hace meses. A veces pienso que desearlas en silencio es lo que las enferma, que si me declarara estarían sanas, pero es que no creo que el amor sea la salvación.

Hay una tercera, esa es la peor. Tiene 27 años y un cáncer en el pulmón. Aparentemente ya está fuera de peligro, pero el mal va y viene. La conocí cuando ya estaba enferma, lo cual es un alivio (para mí), porque quiere decir que no soy yo el que arrastra la mala suerte.

Sin embargo, me preocupa que su condición haya empeorado desde que empezamos a hablar. Alterna días buenos con otros no tanto. A veces sale a caminar sin ahogarse, a veces pasa días sin poder levantarse de la cama.

Toma fotos hermosísimas y con frecuencia me pregunto si mi gusto por ella se debe a ella misma, a sus fotos, o al hecho de que tenga la misma enfermedad que mi padre.

Hace unos días me contó que su mayor miedo era que un paro cardio-respiratorio la matara a mitad de la noche. Lo dijo, y sin responderle me desconecté de inmediato porque tuve una de esas revelaciones que deben digerirse en soledad. No solo me gusta por ser ella y por sus fotos, sino porque teme morir de la misma forma en que murió mi padre. Creo que la amo.

domingo, 2 de octubre de 2011

La seguridad es una sensación

Es imposible estar seguros, seguros de verdad. Billones de dólares en armas y sistemas de control, en escáneres de aeropuerto y firewalls de computador, y de repente todo se viene al suelo porque el que cuida la puerta amaneció enfermo. Hoy estás, te dicen jefe, te llevan el tinto al escritorio; mañana caes junto a la señora de los tintos en un recorte de personal.

La seguridad es una sensación. En un día cualquiera se estrellan tres articulados de Transmilenio, destituyen al Ministro de Defensa, tumban las Torres Gemelas, matan a Kennedy, un hombre le echa ácido a una mujer en la cara. Otro día (mañana, tal vez) Messi se lesiona y todo el proyecto del Barcelona se va al carajo.

Lo que segundos antes era tranquilidad ahora es caos. El metro de Medellín casi colapsa semanas atrás porque lincharon a un tipo que restregó su pene contra una estudiante de colegio. El tipo murió a causa de los golpes y nunca sabremos si se trataba de un degenerado, o si los que se transportaban a esa hora armaron lío porque estaban aburridos de la vida.

Vivimos en un país inseguro. El otro día abrieron una bodega de la Aerocivil y notaron, como quien nota que le echó dos pizcas de sal de más a la sopa, que hacían falta 30 de las 64 armas que se usaban para cuidar los aeropuertos del país. Nadie sabe dónde están esas escopetas, esos revólveres que fueron comprados para brindarnos seguridad y con las que ahora podrían robarnos el celular.

Vivimos también en un mundo inseguro. El conflicto árabe – israelí es una lucha tan arcaica que se remonta a los tiempos de vikingos y gladiadores, pero aún así Francia propone acabarlo de aquí a un año. El mundo oye la propuesta y queda perdido porque entiende que se pretende solucionar de manera express un lío añejo.

Cada tres días sale una encuesta a la alcaldía de Bogotá que confunde a los votantes. Lo que ayer era un claro triunfo de Petro es hoy una victoria de Peñalosa. Mañana nos dirán que Dionisio Araújo barre, eso también es inseguridad.

Todo es frágil. El “bien cuidadito, mono” que le dicen cuando usted parquea su carro en la calle es la mayor sensación de seguridad a la que se puede aspirar. Es difícil lograr la paz con armas (como demuestra Medio Oriente), pero es más complejo conseguirla con ideas (nos lo acaba de demostrar Francia). En estas vida a veces es mejor matar a tiros a un presidente y suicidarse después.