domingo, 9 de octubre de 2011

Te mando bendiciones

Acaba de llamar mi madre. Dice que tiene dos mil pesos en la cartera. Le doy dinero todos los meses desde hace varios años y cada vez que necesita no lo pide, sino que me revela cuánto le queda. Es su forma de dignidad, supongo.

Sé que me quiere a su tierna y cruel manera, pero siempre que me llama es a pedir plata. No la culpo, le he dicho que no quiero saber más de ella, así que, acatando mi pedido, sólo telefonea para cobrar.

Nunca le he fallado, aunque igual me irrita sentirme su dispensador de dinero. Cuando suena el fijo de mi casa ya sé que son los de Telmex a ofrecer alguna promoción, o mi madre que necesita billetes.

La llamada de la que hablo esta vez fue a las siete de la mañana de hoy, domingo, lo que hizo que me parara a escribir esta columna. A esa hora no nos deberían llamar ni para participar en una orgía con las seis últimas portadas de la Playboy.

En fin, entiendo a mi madre. En este mundo se puede vivir sin todo, menos sin dinero. Iba a decir que sin agua y sin comida, pero con plata se pueden comprar ambas. A menudo sueño que pierdo mi empleo, que mi cuenta de ahorros queda vacía y que me toca empeñar las cosas para sobrevivir, justo lo que nos pasó hace años cuando mi padre quebró. No creo en Dios, pero creo que las historias familiares son cíclicas.

El hecho es que la mayoría de la gente vive al día, esperando el fin de mes, con el cheque de la empresa que lo contrató como único respaldo económico. Se me antoja decir que todo es culpa del sistema en que vivimos, sin ánimo de sonar mamerto, comunista o revolucionario. Me gusta el capitalismo, pero sólo quisiera que los humanos no fuéramos tan hijos de puta.

Vemos en las noticias que el presidente de Estados Unidos logró elevar el techo de la deuda de su país en 2,1 billones de dólares y quedamos perdidos. Ni sabemos qué es el techo de la deuda ni tenemos creatividad suficiente para imaginar 2,1 billones de dólares juntos. No sé usted, pero yo puedo contar con los dedos de una mano las veces que he visto 2,1 millones de pesos colombianos. Puedo, eso sí, recordar la rapidez con la que se fueron.

Uno pasa por la vida oyendo grandes cifras mientras se le hace agua la boca. Cuando nos enteramos de que la cláusula de rescisión del contrato de un jugador de fútbol es de 200 millones de euros, nos indignamos porque ni siquiera sabemos en qué consiste una cláusula de esas, aunque nada como cuando Paris Hilton se compra una cartera de miles de dólares, o vemos un anuncio en el que se promociona un carro por “sólo 70 millones de pesos”. Yo sé que los bancos están para prestar dinero, pero a mí no se me ocurre entrar a uno a pedir tal cantidad.

Activos financieros, amortización, pasivos circulantes: la mayoría ignoramos de qué se tratan, únicamente firmamos papeles con la esperanza de que algún día no nos vengan a embargar la casa. Cuando me hablan de liquidez y solidez, pienso en lo que acabo de dejar en mi inodoro. De ahí debe venir la frase que dice que si la mierda valiera, los pobres nacerían sin culo.

Hace unos meses pagué el funeral de mi padre, que costó casi dos de mis sueldos, así que es un mal momento para que vengan a pedirme plata de más. Acabo de colgarle a mi madre, no sin antes mandarla a la mierda. Ella me mandó bendiciones.

Publicada en la revista Cartel Urbano. www.cartelurbano.com