jueves, 30 de junio de 2011

El fantasma de mi padre

Pasa que tu padre recién muerto vuelve a tu cabeza un jueves en la tarde aunque no tengas ningún recuerdo de él en ese día en particular. El mío suele llegar en las madrugadas para quitarme el sueño.

Redacto esto a las 3 a.m., la única hora posible.

Es común pensar que los muertos no tienen nada mejor que hacer que quedarse en el mundo de los vivos con ganas de conversar. “No saben que están muertos”, dicen algunos, como si los muertos fueran idiotas. A mí no me cabe que alguien que en vida fue inteligente no capte que después de un paro respiratorio las cosas ya no son lo mismo.

A todo muerto cercano que conocí (mi abuela, una amiga que asesinaron) le hablo en voz alta, deseándole bienestar y pidiéndole que no se aparezca. Con mi papá no he podido, prefiero callar, temeroso de que mi voz lo atraiga. Yo temo que a mi padre le de por visitarme a contar que está bien –o que muere de tedio porque en el mundo de los difuntos siempre es domingo en la tarde- y me cause el trauma que no me causó cuando vivía.

Trato también de no pasar por lugares donde estuve con él, de hecho, no duermo en el que era su cuarto. Para ir a la segura estoy durmiendo en otra casa, pero aun así, cada ruido, cada pedazo de madera que traquea es él que se tropieza con algo. Invadido por el pánico, cada noche soy preso en la habitación donde duermo y sólo salgo de ella en la mañana, cuando los corredores de la casa son menos inseguros. Es un milagro que no haya orinado la cama.

Ignoro si los muertos tienen la habilidad de visitarnos en sitios donde nunca estuvieron, pero no me confío. De hecho me sorprende que puedan ir de la morgue del hospital en que fallecieron al lugar donde uno se encuentra. Con lo complicado que es conseguir la visa en vida, si yo muriera iría a Londres y Nueva York en vez de quedarme en la ciudad donde viví cincuenta años.

Culpo de todo mi miedo a mi abuela materna, que si bien no se ha manifestado de muerta, viva me hacía gritar de terror cuando decía que la bruja de El mago de Oz (una señora de cara verde, voz chillona y más maldad que todo el sistema financiero) iba a venir por mí si no me tomaba la sopa. Supongo que es por crueldades como esa que gente como ella arde en el infierno. Y si tiene algún problema, que venga y me lo diga.

Por estos días, a manera de emergencia, duermo con mi madre. Su compañía ha servido para quitarle a mi padre la tentación de manifestarse. Ella, que ahora me sirve de escudo, vendrá a asustarme el día que muera. Creo que es hora de buscarme una esposa que no le tema a los fantasmas.

sábado, 25 de junio de 2011

La respuesta a todo

Tu cuerpo contiene tantas bondades que no sé por dónde empezar. Lo que más me gusta es la calidad de tu piel. El color, la textura, a lo que huele; en especial a lo que huele. No es perfecta, pero se puede andar por ella sin contratiempos. Yo podría casarme no contigo, sino con la piel que te envuelve.

Cuando te beso debería concentrarme en tu boca, como ordena el manual, pero tiendo a desviarme hacia una cicatriz que tienes en el pómulo derecho, que es de los pocos defectos de tu epidermis. Ese, y una mancha casi imperceptible en el brazo del mismo lado. Tienes un tímpano perforado, pero eso es tan adentro que ni se ve, y además te lo hiciste de torpe, así que no vale.

Tu culo diminuto suele venir a mi cabeza cada tanto, trata de que no crezca ni un centímetro. Tus piernas, no tan largas, pero sí huesudas, se parecen a tus brazos, terminados en manos grandes pero delicadas. Tus pies son tu posesión más valiosa aunque los odies, tienes suerte que usar zapatos sea una obligación en este mundo de porquería en que vivimos.

Luchas a diario contra tu capul, y debo decir que aunque me gusta, él es el culpable de que me inspires más ternura que sexo. Se forman remolinos al comienzo de tus cejas y cuando ríes se te hace un pequeño hueco al costado derecho de la boca del que no creo que seas consciente. Ese par de detalles, aunque evidentes, no me van ni me vienen a la hora de entender qué siento por ti.

Tu cuerpo contiene tantas bondades que no sé cómo terminar. Solo te pido que no me hagas hablar de tus tetas, que no importa lo que digan científicos y teólogos, tus tetas son la respuesta a todo.

jueves, 23 de junio de 2011

Mi herencia

Mi padre tenía cincuenta mil pesos en la billetera cuando murió, aunque de esa plata no vi un centavo.

Cincuenta mil pesos para un hombre de setenta años que trabajó hasta que su cuerpo se lo permitió. Nada de tarjetas de crédito, ni de ahorros en un fondo de pensiones, ni de cdt´s, ni de cuentas en las Islas Caimán (que es donde uno oye que la gente esconde la plata para que no se la coman los impuestos). Dos billetes de veinte mil y otro de diez mil que se usaron en recargar un teléfono celular, tomarse unas gaseosas y coger un par de taxis.

Era un buen tipo, aunque nunca llegó a ser el padre que quiso. Ahora está muerto, que es como sirve la gente. Pasa que personas que hicieron todo para darnos alegrías terminaron causándonos infelicidad, por eso muertas sirven al menos para mandarnos fuerzas desde lejos.

Ayer estuve en su cuarto sacando cosas. Estaba a años, meses tal vez, de convertirse en anciano. Sus pertenencias ya olían a rancio, casi todas eran viejas y guardaba objetos que ya ni usaba. Todos lo hacemos, pero lo que guardaría uno es, por decir algo, un cargador de iPod a medio morder, un control de DVD descompuesto.

Lo de él, en cambio, eran libros de contabilidad de una finca, decenas de cachuchas viejas, cosas apuntadas en papeles sueltos, un tarro de bicarbonato de sodio, una cuchilla de afeitar oxidada, un llavero de la empresa donde trabajó hasta hace quince años, unos cuantos pañuelos de tela, cinturones de cuero curtidos, un libro de agronomía y otro de ganadería (ambos a punto de descuadernarse). Tenia también un par de escritos de mi blog impresos (“Deberes” y “Coherencia en el discurso”). Ambos los tiré a la basura, que es a donde pertenecen.

Mi padre tenía una memoria excepcional, es tal vez el hombre más inteligente que he conocido. Murió lúcido, pero sospecho que estaba a minutos de volverse un viejo inútil.

De todo lo que encontré en su cuarto fue poco con lo que me quedé: la tarjeta sim de su celular (no así el aparato, que es ahora de mi madre), un rosario musulmán que había comprado para él en Israel, la National Geographic del mes de abril que leyó mientras estaba en el hospital y su billetera.

Dicho ya que los cincuenta mil pesos volaron en menos de una mañana, en ella quedaron sus dos cédulas (vieja y nueva), el carnet de la EPS que no pudo salvarlo, la licencia de conducir, la tarjeta supercliente diamante Carulla de mi hermana (no alcanzó a entregársela), el certificado electoral de las pasadas elecciones presidenciales y una estampa con la oración al espíritu santo impresa en la parte posterior.

Se trata de una billetera negra de cuero, sencilla, con pocas cosas, igual a la mía aunque nunca nos pusimos de acuerdo para comprarlas. Yo, que toda la vida traté de no parecerme a él, tengo, además de su cara, su misma billetera. He cargado con ella todos estos días para hacer diligencias varias. Ando por la calle con la billetera de mi padre y es como si llevara a cuesta sus cenizas.

Siempre tuve claro que no iba a quedar millonario luego de su muerte. Lo que me enzorra no es que me haya dejado tan escueta herencia, sino que tenga ahora que compartirla con mi hermana. Todo por mitades, menos la tarjeta puntos de Carulla; esa sí es toda para ella.

sábado, 18 de junio de 2011

Dos muertos

Yo pude ser hijo de Augusto Ramírez Ocampo, o eso es lo que he pensado desde que mi madre me contó que él la cortejaba cuando eran jóvenes (así se decía en esa época).

Fantaseé durante mucho tiempo con el asunto, porque Ramírez Ocampo pertenecía a esa élite bogotana que no me agrada del todo pero a la que me muero por pertenecer porque viene al mundo llena de privilegios.

Yo, en cambio, era un costeñito, hijo de un hijo de inmigrantes árabes y una cachaca clase media desterrada de su tierra por la enfermedad de su padre, mi abuelo, que terminó muriendo junto al mar pese a haber descendido los 2600 metros de altura que separan a Bogota de Barranquilla, como le aconsejó el doctor.

Yo era feliz en Barranquilla, quería a mi padre a mi manera, pero no soportaba el calor, me sudaban las manos, no me servía ningún desodorante. Vivía a menos de diez cuadras del colegio y llegaba empapado a clases. Iba a paso lento y sudaba como si hubiera ido corriendo.

En esa época soñaba con Bogotá, un lugar donde la gente no sudaba y se vestía bien, de negro cerrado. Lo sabía porque veía en álbumes viejos (aun los tengo) las pintas de mis abuelos y de mi madre joven. Yo quería esa ropa, quería pasear por esas calles del centro que parecían Europa sin serlo, y no por el descuidado Paseo Bolívar de Barranquilla.

Augusto Ramírez Ocampo hubiera podido salvarme de ese calor, de esos buses destartalados, de esa ciudad con arroyos. Hubiera podido ponerme en el Country, rodeado de herederos como yo; pero la historia es otra y yo solo voy a heredar un esmoquin, unos Crocs negros que no me gustan y un celular desde el que no se puede entrar a internet.

Odié a mi madre durante un tiempo por no haberle puesto atención, aunque, a juzgar por lo que vi de él en televisión
, de golpe no lo hizo porque era un poco aburrido. Dicen mis amigos que menos mal no fui hijo de él, que me salvé de ser un cachaco creído de cejas alborotadas. Tienen razón en lo primero, no en lo segundo; mis cejas de árabe son un desastre.

No ser hijo de Ramírez Ocampo probablemente me salvó de heredar la insuficiencia cardiaca que lo llevó a la tumba, pero me condenó a estar en alto riesgo de enfermar de cáncer, como buena parte de mi familia paterna.

Adolfo, mi papá, murió esta mañana en un hospital de Barranquilla.

Perder en una misma semana al hombre que pudo ser mi padre y al que en efecto lo fue es una sensación que no acabo de entender. Al primero, como todo padre hipotético que se respete, no llegué a conocerlo. Al segundo, en cambio, espero darle algún día los nietos que no conocerá.

miércoles, 15 de junio de 2011

La vida es frágil

La vida es tan frágil que unas hortalizas pueden desestabilizarla. A usted le dicen que unos pepinos españoles mataron a 35 personas y enfermaron a cuatro mil más y entra en pánico así no le guste el pepino ni conozca Europa.

Es que eso que llamamos sistema es tan endeble que colapsa hasta cuando hay un varado en una vía de cuatro carriles.

Todos tememos a un quiebre del sistema. Hay que ver la histeria que nos entra cuando se va internet o se rompe el calentador del agua, no así cuando pillan al presidente del FMI acosando a una camarera de hotel o suspenden al alcalde de Bogotá, porque Strauss-Kahn y Samuel Moreno existen, pero lejos, no somos consumidores finales de ellos. Nos da pavor, en cambio, que cancelen un concierto del que ya habíamos comprado la boleta porque es como una promesa rota.

Dicen que el E. Coli se transmite por agua contaminada, de ahí nuestro miedo a los pepinos españoles. ¿Cómo no llegar a enfermamos si nosotros mismos somos 65% agua?

El sistema es débil, nadie está seguro, pero tampoco es para entrar en pánico, que todo lo malo que tenga que pasar, seguro pasará. Los aviones se caen (incluso los de Air France), Ferrari hace carros de Fórmula 1 que se funden y hasta la mujer que amas -que solía ser más confiable que un Airbus- se levanta una mañana y dice que ya no te quiere.

Hay quien sale de la casa por un paquete de cigarrillos y nunca vuelve, pese a que esa tarde iba a llevar a sus hijos al cine. Nadie conoce a alguien que le haya sucedido, pero todos contamos la historia porque seguro ocurrió alguna vez en algún lugar, es una leyenda urbana que puede pasarle a cualquiera.

O peor, eres Savo Milosevic, a tu abuelo le da por matar a tu padre un sábado cualquiera y en cuestión de segundos pasas de ser un simple ex futbolista a tener un abuelo asesino y una familia destrozada. Así de frágil es esto.

Ni hablar de la inestabilidad de una guerra. En una guerra la gente va al supermercado y donde solía haber pepinos hay excremento de ratas. Y ni siquiera en tiempos de guerra: ayer fui a Carulla a comprar mis chorizos favoritos y no había. Llámeme sentimentalista o frívolo, pero desde que me enteré del asesinato de Luis Carlos Galán no recibía un golpe tan fuerte.

Entonces resulta que a los alemanes se les infectan unos pepinos y el mundo entra en caos, porque si no podemos confiar en los alemanes, todo está perdido.

A Andrés Felipe Arias le imputarán cargos por Agro ingreso seguro y parece que le embargarán sus bienes. Sugiero que miren bien la nevera, no vaya a ser que encuentren unos pepinos españoles en el compartimento de las verduras y resuelvan así dos casos de una vez.

domingo, 12 de junio de 2011

La izquierda no tiene hembras

El problema del mundo es que está gobernado por la derecha porque la izquierda es muy débil. Y es débil porque no tiene hembras.

Mujeres, la motivación que tenemos los hombres para levantarnos a trabajar cada mañana. Sin ellas, el mundo sería un terreno baldío al mejor estilo de un latifundio en los Llanos Orientales. La razón por la que la derecha ha prevalecido es que la izquierda tiene mujeres emprendedoras e inteligentes, pero no lo suficientemente bonitas para darse la pela por ellas. Las mujeres de izquierda leen a Jane Austen, las de derecha lucen como las modelos de Vanidades.

Por las mujeres de derecha, en cambio, mataríamos (y en efecto nos hemos matado). Uno va al Country Club y está lleno de mujeres bonitas, emparejadas con banqueros y diplomáticos, ejecutivos y empresarios. Son unas tapias eso sí, hay más posibilidad de hallar inteligencia en Marte que en la cabeza de una mujer de un hombre de derecha. Detrás de las caras y los pelos largos, de la ropa fina y las tetas bien puestas suele no haber nada.

Vea las sociales de Caras y Jet-Set, todas las mujeres son de derecha. Hay una que otra que parece de izquierda, alguna actriz, otra diseñadora, pero es solo la pinta. Se gastan una fortuna en lucir como una miseria. Esa bufanda desteñida y ese abrigo usado cuestan un caudal. Andar con una cartera de un millón de pesos que parece sacada de la basura en un país con casi la mitad de la población en la pobreza es más de derecha que otra cosa.

Las mujeres de derecha lucen bien haciendo obras de caridad y sonriendo para la foto, por eso el papel de primeras damas les queda perfecto. Carla Bruni es el ejemplo de lo que es una primera dama de derecha. Una hembra así solo se encuentra en una discoteca de Ibiza o en el Palacio del Elíseo. El único caso de primera dama de derecha poco atractiva es Lina Moreno, de quien no entiendo por qué se casó con Uribe.

Clara López Obregón, en cambio, es un híbrido más bien confuso. Es del Polo, pero creció en la derecha, así que tiene lo peor de ambos mundos: el físico de unas y la crianza de las otras. Quiere hacer cosas de izquierda, pero no le salen del todo porque sus apellidos le marcan el camino.

La orden de Dios “creced y multiplicaos” rige aún entre los más progresistas porque habla del instinto primario de la humanidad por conservar la especie. El macho busca a las mejores hembras para reproducirse (las de derecha), no a las inteligentes (las de izquierda).

Gracias a tener viejas buenas la derecha puede darse ciertas licencias. Hace quince años, diez de los quince estados miembros de la Unión Europea estaban gobernados por socialistas, hoy la cifra es de apenas cinco de 27. Algunos expertos dicen que es por causa de la crisis financiera, que fue en realidad causada por la derecha, porque enriquecerse a fuerza de venderle casas a gente que no puede pagarlas es bien capitalista.

Yo no sé a qué vertiente pertenezco. Quisiera acostarme con cuanta mujer de derecha veo, pero estoy rodeado de las otras porque con las primeras no se puede hablar. El sexo por el sexo es lo más vacío que hay, así que es preferible dar con mujeres con las que se pueda hablar así no inspiren nada.

No asistí a la marcha contra las Farc de 2008 porque me pareció que en ella participó el tipo de gente que ha hecho de Colombia el lugar violento y desigual que es. Recuerdo haber visto en las fotos incontables hembras con camisetas blancas, tan bonitas como aburridas. Uno, además de morirse de aburrimiento con una mujer así, no podría pagar el tipo de vida que les gusta.

Salí, en cambio, a la marcha que organizaron un mes después en contra de los paramilitares y crímenes de estado, porque me sentía más en sintonía con la causa. Pero una vez allí, rodeado de mamertos y mujeres feas, me volví partidario de la pena de muerte y al día siguiente me metí a la página de internet del Country para llenar el formulario de afiliación.

Me han rechazado cuatro veces, pero tengo fe en que algún día me acepten. Mientras ese día llega, salgo con las estudiantes gomelas de la Universidad Nacional y tengo sexo cada año bisiesto.

miércoles, 8 de junio de 2011

Mujeres

Una mujer se da cuenta de que se está volviendo vieja porque tiene que empezar a usar gafas. Es soltera y no tiene hijos, pero es la idea de no tener más una visión 20/20 lo que la hace notar que ya no es joven.

Otra descubre que su juventud se ha ido porque conoce a un hombre y se enamora de él pese a que no le gusta bailar. El baile es muy importante para ella, ha estado en clases de ballet desde los ocho años, pero igual lo acepta porque a sus 34 años no abundan los buenos partidos. No abundan los hombres, quiero decir.

Una tercera mujer, joven, pedazo de hembra, se aburre un día de la vida que lleva y se bota desde un quinto piso para acabar con ella. Se lanza decidida, con la mala suerte de que una ráfaga de aire la cambia de posición y en lugar de destrozarse el cerebro cae de culo y queda parapléjica. El cráneo le queda intacto pero nunca volverá a caminar. La cabeza le ha quedado perfecta para que pueda odiarse más.

A falta de un rol femenino a seguir y de un hombre que las ame de verdad, las mujeres quieren ser Clementine, la de Eternal Sunshine, sin importar que el personaje de la película sea histérico, inestable, impulsivo y mantenga relaciones enfermizas. No digo nada nuevo si afirmo que a las mujeres les encanta el drama.

Uno pensaría que las mujeres quieren ser Lady Di, y morir por amor luego de haber vivido en una prisión de oro, o la Madre Teresa y darlo todo por los pobres, o al menos Madonna, pero luego uno medio se empapa del asunto y descubre que solo los homosexuales quieren ser Madonna.

No tenemos idea de qué son las mujeres y qué quieren. Un estudio económico nos dice que las colombianas gastaron 388.644 millones de pesos en zapatos durante 2009, pero la cifra no aclara ninguna de nuestras dudas. Las mujeres de edad tienen la respuesta, creo, en especial aquellas que hoy son solo la sombra de la hembra irresistible que fueron alguna vez.

Dicen que a más edad más deseo sexual tienen, el asunto es que ya no son apetecibles (es quizá la manera que tiene la naturaleza de vengar a tanto hombre despreciado). Uno las ve y están desprovistas de misterio, ya no juegan a hacerse la inalcanzable y van a lo que van. Saben que la vida y el amor no es eso que esperaban y por eso han bajado la guardia.

Darían lo que fuera por volverse a sentir deseadas, por una temporada de sexo sin culpa, por sentirse putas sin serlo, como cuando tenían 20 y jugaban con varios mientras juraban amor solo a uno.

Algunos me dicen que sé leer a las mujeres y que debería aprovechar ese don, pero la verdad es que no las entiendo. Yo, al igual que usted, solo vine a masturbarme con ellas.

lunes, 6 de junio de 2011

Mediocres

Un amigo está enamorado de una mujer y la quiere conquistar escribiendo, el problema es que no tiene ni idea de escribir. No me malentiendan, tiene perfecta ortografía y decente gramática, pero carece de chispa.

Las secciones de opinión de los periódicos de este país están llenas de gente como mi amigo, gente que escribe correctamente pero no tiene gracia, porque el chiste de escribir no está en lo que se dice, sino en cómo se dice. Los columnistas parecen no conocer tal detalle, o lo saben pero no tienen forma de mejorar.

Y es raro, porque uno creería que a las columnas de opinión de los periódicos llega gente inteligente, profesional y con gracia. Especialmente con gracia, porque para escribir a las patadas ya estamos los blogueros, digo.

La diferencia es que las columnas de opinión de nuestros diarios las hacen personas que se prepararon para escribir, mientras que mi amigo en cuestión es ingeniero mecánico. No sabe cómo decirle a una mujer que la ama sin que suene cursi, pero maneja Solid Edge como quien maneja una licuadora.

El hecho es que ha escrito un par de poemas que no hicieron efecto y como medida desesperada decidió recurrir a mí. Ante mi negativa entró a una página de internet llamada Bucapalabras, que no es Solid Edge pero es capaz de encontrar en fracciones de segundo un millar de palabras que rimen entre sí.

Ahora se pasa las noches no diseñando piezas tridimensionales, sino viendo la forma de que cansancio rime con distancio sin que se le dañe la métrica.

Entiendo a los que dicen que la vida es dura, pero a veces se me ocurre que hay una corriente empeñada en hacérsela fácil a gente sin oportunidades y sin talento. Los atentados de 11 de septiembre de 2001, por ejemplo, los ejecutaron personas que aprendieron a volar en tutoriales de computador (gente sin oportunidades), mientras que yo estoy cansado de sacar equipos campeones en mi juego de fútbol de Playstation. Me la paso pegado a esa consola porque soy un futbolista frustrado (gente sin talento).

Entonces resulta que el mundo de hoy está diseñado para que los mediocres destaquen también, así sea de mentira, y Twitter es prueba de ello: cualquiera redacta una buena idea en 140 caracteres, pero Cien años de Soledad solo se le podía ocurrir a García Márquez. Lo malo es que seguimos creyendo que Twitter es real y que Macondo nunca existió.

Guitar Hero, el corrector de ortografía de Word, raquetas y zapatos de ultratecnología, sensores en la reversa de los carros, todo hecho para que hasta el más tarado crea que puede hacer algo bien.

Yo veo a mis ancestros y me siento miserable. Mi padre sacó adelante a una familia con su sueldo. Nos matriculó en buenos colegios, nos llevaba de vacaciones y a comer a buenos restaurantes, todo de su bolsillo porque mi madre no trabajaba. Antes no me daba cuenta porque me parecía normal, pero visto en perspectiva tiene mérito lo suyo, hoy en día a veces ni dos sueldos alcanzan para llegar al 25 del mes. El sistema está hecho para que lo inútil sea cada vez más fácil mientras la supervivencia se vuelve un imposible.

Pero de todo lo que hemos inventado para facilitarnos las cosas nada iguala los alcances del alcohol, porque a pesar de que todo el mundo quiere follar, follar sobrios nos resulta muy difícil. Sin alcohol, el mundo tendría mil millones de habitantes.

Mientras termino de escribir esto mi amigo sigue enredado con un poema que no le cuadra. Yo le digo que le de aguardiente en vez de palabras, pero no me hace caso, al contrario, me mira con odio porque cree que no lo ayudo porque soy mala gente.

Seguro ve en mí una habilidad para las palabras que él no posee, pero se equivoca. Yo llevo toda la tarde tratando de entender por qué en el juicio por delitos sexuales que se lleva en su contra, Dominique Strauss-Kahn se declaró “no culpable” en lugar de “inocente”.

jueves, 2 de junio de 2011

Paseo millonario

Sueño que me hacen el paseo millonario. Y es una tragedia, porque yo, que hasta hace poco me dormía pensando en la mujer que me gustaba, ahora me levanto con la frente arrugada, los dientes apretados y las cobijas enredadas.

La culpa la tiene un amigo al que le hicieron hace poco el paseo millonario (lo justo sería decir que la culpa la tienen los que le hicieron el paseo, pero la vida no es justa).

Paranoico como soy, cada vez que cojo un taxi juro que ahora sí es el final de la racha, porque uno no puede vivir en Bogotá y pretender que nada malo le pase.

Hoy de regreso a casa me tocó un taxista español. Está en Colombia porque mataron a su esposa y anda en trámites del caso. Vino con sus hijos y calcula que le falta un año y medio más antes de poder volver a su país.

Y me sorprendió que siendo extranjero tuviera todos los vicios de los taxistas locales. La charla fue amable durante el camino, pero hizo todo lo que haría un curtido chofer local. Cuando lo paré me preguntó para dónde iba, cosa que ya no extraña porque en Bogotá los taxistas no van a dónde el cliente necesita sino a donde ellos les da la gana.

Después de negociar dejarme a tres cuadras de mi destino final, me dijo que necesitaba poner gasolina (tercera vez en la semana que un taxista me pide tal petición). No sé si le pase a usted, pero yo veo que el taxi se sale del protocolo, cambia de ruta, se pincha, le falla el embrague, se le traba un cambio, y entro en pánico.

Llegado a mi destino (a tres cuadras de mi destino en realidad) el conductor no oprimió ese botón del taxímetro que convierte las unidades en dinero y tampoco me dejó ver la tabla de valores porque no la tenía en el espaldar del copiloto, como manda la ley. Puso cara de matemático, hizo cálculos, le sumó el recargo nocturno, no le restó el desvío hacia la bomba de gasolina y botó un precio. Sabía (sospechaba) que había sumado mal, pero igual le pagué con un billete y no me dio cambio porque no tenía monedas. El tipo afirmaba ser español (hablaba como tal), pero hizo todo lo que estaba a su alcance para aspirar con honores a la nacionalidad colombiana.

Cualquier otra persona hubiera peleado, puesto una queja, hubiera al menos anotado las placas para llegar a la casa y botar el papelito a la basura. Yo no, yo lo tomé todo con el mejor de los ánimos. Que lo lleven con condiciones, que no lo dejen en la puerta sino cerca y que cobren lo que se les de gana son concesiones que deben darse si se quiere seguir sano.

A esta altura del juego uno no está para pelear por dos mil y trescientos metros; solo quiere llegar a salvo a casa para poder seguir soñando, no con la mujer que nos vuelve locos, sino con paseos millonarios entre nubes de algodón.

miércoles, 1 de junio de 2011

Las palabras

Apenas ayer descubrí una canción llamada American Tune y fue como si me arrollara un tren. La oigo una y otra vez mientras escribo esto.

Toda la vida oyendo música, desde las canciones que me cantaba mi madre hasta La Polla Records, sin saber que, con toda la paciencia del caso, Paul Simon estaba esperando por mí un martes cualquiera.

Lo bonito de American Tune es la melodía, pero también la letra. Nada más lindo que los sueños frustrados y las derrotas, que es de lo que habla.
Subestimamos el poder de las palabras y pretendemos reemplazarlas con juegos de colores, por eso no simpatizo con Shakira: veo que mueve los labios, pero no me dice nada.

Le tenemos miedo a las palabras porque significan mucho pero no sabemos usarlas. Con ellas cometemos idioteces como decir que Messi es Dios cuando en realidad queremos expresar que es un jugador excepcional.

Tienen tanta carga emocional que hieren al que sea, por eso no podemos decir minusválidos sino discapacitados, negros sino afrodescendientes, infectados de Sida sino contagiados. Es como si yo exigiera que digan que sufro un trastorno del lenguaje cuando lo que soy es un tartamudo de mierda.

La semana pasada oí en radio que habían escogido las palabras más bonitas del español por votación popular. Entiendo que ganaron Sueño, Libertad, Añoranza y Espíritu, todas etéreas. Asumo que fue así porque pretendemos arreglar con intangibles el daño real que le hemos hecho al mundo.

Pero las palabras que eligió la gente no dan dinero (salvo que uno sea Borges), ni ganan elecciones, ni controlan el precio del petróleo. Las personas anhelan ese tipo de términos porque en la vida material ganan Guerra, Intriga, Avaricia, Crimen, Injusticia, Desigualdad y Terrorismo (de Estado, por supuesto). Y ganan porque seguimos creyendo que con poesía se vence a los mercados.

La realidad es que las palabras no dan para vivir. ¿Cuántos escritores y filósofos muertos de hambre hay? Pregúntele a un periodista promedio cuánto gana. En todo caso, si la vida es una mierda, y no podemos escapar del sistema, y nuestra misión es ser carne de cañón para hacer más ricos a los ricos, mejor componiendo canciones que pavimentando calles.

Pero algo pasa cuando un colombiano se enfrente a las palabras, es como si nos dieran la espalda. Ahí están nuestra literatura y nuestras películas, mediocres salvo excepciones. Somos un desastre haciendo stand up comedy también. Con todo y lo que Sábados Felices ha divertido al país, nos cuesta deshacernos de su herencia y es por eso que mientras Estados Unidos tiene a Jerry Seinfeld nosotros nos aferramos a Andrés López. Qué lejos estamos.

A Borges le pusieron alguna vez a oír una canción y se puso a llorar. Era de los Beatles. Yo nunca seré Borges y Paul Simon no es John Lennon (aunque se le acerca), pero el asunto es que oí American Tune y se me contrajo el estómago. Yo no sé qué tendrá la música, que una pieza de tres minutos puede dejarnos desnudos en la calle.

Porque no es la gira mundial de U2, ni Shakira cantando en dos finales, ni un concierto con luces artificiales y un escenario de mil metros cuadrados. La música, la vida misma, no es más que un tipo con una guitarra, un peinado chistoso y algo que decir.
http://www.youtube.com/watch?v=AE3kKUEY5WU.