A los que cenaron solos, a los que cenaron salchichas con
Coca-Cola, a los que no cenaron. A los que pasaron el día en soledad porque no
tenían a nadie, a los que lo pasaron solos por voluntad propia, a los que no
quieren a los seres queridos, a los que pasaron Nochebuena rodeados de personas
pero igual se sintieron solos. A los que la medianoche los cogió viendo porno o
‘Mi pobre angelito’. A los que no consiguieron vuelo hacía donde querían, a los
que Avianca les extravió las maletas…
miércoles, 26 de diciembre de 2012
jueves, 20 de diciembre de 2012
Cero sexy
Vengo de someterme a un examen médico completo y resulta que
estoy sano. Ya lo intuía, pero igual quería hacérmelo porque, como dice un
amigo, uno debe ir al médico cuando se siente bien y no cuando está enfermo.
Salí divinamente. “Parece de veinte”, me dijeron los
doctores. Parece de veinte es un piropo que se le dice a una persona que está cerca de la vejez, me da la
impresión, así que me sentí acabado aunque todo hubiera salido de maravilla.
Porque estoy sano, pero maldita vida si los médicos se las arreglan para
hallarnos defectos y dejarnos la autoestima por el suelo.
El examen es sin ropa, como para que uno vaya perdiendo la
dignidad así haya pagado una millonada. Luego descubren que uno tiene una serie
de lunares potencialmente cancerosos y le enciman la explicación de que el
cáncer de piel es el más voraz de todos y que cerca del 60% de las personas que
lo sufren, mueren.
miércoles, 19 de diciembre de 2012
Armas allá, basuras acá
Todo es un doble discurso, todo es una fachada. El llanto de
la gente, el despliegue de los medios, las palabras de Obama. 27 muertos en
Connecticut son en realidad poca cosa, pérdidas mínimas necesarias para una
industria de armas que mueve 3.500 millones de dólares cada año en Estados
Unidos.
La verdad es que cuando nos reproducimos como una plaga (de
1.500 en 7.000 millones en poco más de un siglo) no hay hambruna, ni guerra, ni
masacre que valga. Somos muchos, seguiremos creciendo, y salvo gran catástrofe,
la especie no está en peligro. La vida sigue.
Lo que pasa es que toda muerte es una pequeña tragedia.
Tragedia para los cercanos y los sensibles, quiero decir, para los que no
buscan figurar. Los medios tienen que reportar porque ganan plata con ello y
los políticos muestran congoja porque fueron elegidos para figurar en esos
medios que facturan con cada mala noticia. El mundo está gobernado por personas
que no tienen corazón pero posan de sensibles. Pasa allá y ocurre acá, donde trataron de ocultar la muerte de
un hombre de 60 años en la carrera de la Torre Colpatria.
El hecho es que durante la semana vimos tanto de la matanza
de Connecticut que aprendimos que se escribía con doble N y una C antes de la
primera T. Oímos también frases de cajón y mensajes de apoyo prefabricados que
no le daban paz mental a ninguna de las víctimas.
De todo lo que
se dijo de lo hecho por Adam Lanza, lo más cruel y sensato se lo oí a un amigo:
“siento un fresquito cada vez que pasa una cosa de esas en Estados Unidos”.
Al principio no le entendí, incluso me indigné; yo, que me
ofendo por pocas cosas y que tengo tres sobrinos que van al colegio en Long
Island, apenas a unas horas del lugar de la masacre. Pero todo me quedó claro
cuando me explicó que la política estadounidense se basa en la doble moral. Yo,
que creía saberlo ya, lo oí con el asombro de un niño (de colegio) cuando me
dijo que las armas nunca iban a
ser prohibidas porque movían la economía del país y que, si Estados Unidos fuera
productor de droga, ésta sería legal.
Y aunque 27
muertos sean poca cosa para una industria billonaria, el hecho ha generado toda
clase, no de debates, sino de locuras. Para empezar, la Asociación Nacional del
Rifle escondió su perfil de Facebook (ni idea cómo lo lograron, si Facebook
hace con nosotros lo que se le da la gana). Luego, un congresista llamado Louie
Gohmert afirmó que la mejor forma prevenir esas matanzas era vender más armas.
Y parece que el mensaje tuvo acogida, porque la venta de armas se disparó
(nunca mejor dicho) y días después un niño de 11 años llegó armado al colegio.
Todo esto en un país que produce toneladas de armas reales
pero que en ocasiones prohíbe la venta de pistolas de juegues, ha declarado
ilegal el matrimonio entre homosexuales y que la gente beba en la calle. Su
lógica debe tener todo esto, pero cuesta entenderla.
Si en Estados Unidos hay niños que parecen cobrar valor
cuando los mata un desconocido, los habitantes de Bogotá somos importantes porla basura que producimos. Nadie da un peso por nosotros, pero nuestros desechos
valen millones. Me han explicado el tema de Petro y las basuras decenas de
veces y sigo sin entenderlo. Quizá porque, a diferencia de lo que pasa en
Estados Unidos, no hay ninguna lógica detrás del asunto. Yo sólo sé que a este
paso se va a hacer realidad el dicho que reza "El día que la mierda valga,
los pobres nacerán sin culo".
lunes, 17 de diciembre de 2012
El video más visto del mundo
Es difícil tener fe en la Humanidad cuando se lee la noticia
de que el video de la canción ‘Gangnam Style’ es el más visto en la historia
del internet. 850 millones de visitas en Youtube, más de 2.200 millones de
reproducciones en total (y contando) hacen que idealistas como yo nos sintamos
mal. Porque, de acuerdo, somos libres y cada uno verá lo que le gusta, pero que
lo que le guste a uno sea un coreano influenciado por lo peor del consumismo
occidental es impresentable. Está bien que Dios nos haya dado el libre
albedrío, pero no tenía por qué crearnos con tan mal gusto.
2.200 millones de reproducciones -seguramente más de 3.000
para cuando usted lea este artículo- representa medio mundo, literal. Por muy
doloroso que sea, que la mitad de la gente desapareciera (ojalá a los que les
gusta el video del coreano) sería de gran ayuda para el equilibrio de la vida
en este sobrepoblado planeta.
Y vean que ‘Gangnam Style’ le quitó el récord de reproducciones a una canción de Justin
Bieber, otro producto del capitalismo salvaje. ¿Cómo pretender que cosas como
las bellas artes y la filosofía son importantes si todos los días se confirma
que lo que el mundo quiere es mover las caderas al son de una canción fácil?
Entiende uno que haya guerras, y hambrunas, y billones de dólares robados por
entidades corruptas que terminan afectando muchas vidas. Si un ser humano es
capaz de sentir gusto por ‘Gangnam Style’ es capaz de cualquier atrocidad.
Mira uno cuáles son los videos más populares de internet y
todos parecen hechos por y para tarados: un niño que llora porque Chávez ganó
las elecciones en Venezuela; otro que llora también porque su hermanito le
muerde el dedo; un tipo que le hizo un video para pedirle matrimonio a su
novia; otro señor que dispara contra el computador de su hija. Todos recordamos
la campaña ‘Stop Kony’, cuya punta de lanza era un documental, que luchaba por
impedir que el líder ugandés Joseph Kony siguiera cometiendo crímenes contra la
población de su país. El video fue un éxito y pronto superó las 100 millones de
vistas y recaudó millones de dólares. Al poco tiempo se supo que la información
mostrada allí había sido manipulada y el líder de la causa, Jason Russell, fue
arrestado por vandalismo y hacer actos sexuales en público.
Y si todo esto ha pasado con simples mortales, imagine lo
que ocurriría con Dios. No da la cara hace tanto que no le haría daño un paseo
por las redes sociales. Si es cierto que es omnipresente, debería usar el
internet para reafirmarlo. Si Dios nos probara que existe se volvería Trending
Topic en Twitter. Debería también hacer un video y colgarlo en Youtube; se
volvería viral y quebraría el récord de PSY.
Me había resistido al video de ‘Gangnam Style’, pero tuve
que ceder, no podía escribir sobre algo que no había visto nunca. Primero fue
sentir que algo se moría por dentro; después, preguntarme si hay algo malo en
mí, si tengo la realidad deformada y me equivoco cuando pienso que gran parte
de lo que producimos es basura. Casi cedo, pero qué va. Es el resto del mundo
el que está mal, yo estoy divinamente pese a todo.
Publicada en la edición de diciembre de la revista Enter. www.enter.co
jueves, 13 de diciembre de 2012
Hacer mercado o ver a Millonarios
Es duro el golpe cuando se sabe que la boleta más cara para
ver a Millonarios en la final del fútbol profesional cuesta $530.000. Duele
aunque uno no sea hincha de Millonarios y lleve seis años sin ir a un estadio
en Colombia.
Ya después se ve bien la noticia y entiende que el precio
para abonados y socios es muchísimo menor, pero igual, que 90 minutos de un
fútbol tan mediocre como el colombiano cueste un salario mínimo mensual (y que
haya gente que lo pague) habla muy mal, no del país y de su fútbol, sino de la
naturaleza humana.
Lo dicho, se lee la noticia de primerazo y salta enseguida
el justiciero de quinta que llevamos dentro, el que pretende cambiar el mundo
sin levantar el jopo del sofá. Primero, ideas llenas de rabia: que ahí están
pintados los cachacos; aprovechados, hampones con buenas maneras, snobs y con
ínfulas. Siempre se han sentido ingleses y ahora deben pensar que Millonarios
es el Chelsea para gastarle esa plata.
domingo, 9 de diciembre de 2012
El mejor nueve del mundo
Todavía estoy tratando de entender qué significa eso de que
“Falcao es el mejor nueve del mundo” que tanto se oye por estos días en el
país, porque hasta ahora me lo he repetido a ver si comprendo la idea, y no
doy. Hasta donde entiendo, el mejor delantero del mundo es Lionel Messi,
seguido de cerca por Cristiano Ronaldo. El resto de jugadores está un escalón
por debajo de esos dos, así también existan Van Persie, Rooney, Ibrahimovic,
Agüero y Suárez, a quienes solo voy a mencionar para no enredar la columna.
Me parece que lo que pasa es que hemos logrado tan poco como
país que nos agarramos de lo que sea para reafirmar nuestra nacionalidad. ¿Qué
es ser el mejor nueve del mundo? ¿Jugar con el número nueve en la espalda y
hacer muchos goles o ser letal cerca al arco rival? El mejor nueve del mundo es
Messi, punto. ¿Qué importa si se mueve solamente en el área o de la mitad del
campo hacia arriba? ¿Qué importa si arma la jugada desde atrás y luego aparece
cerca del punto penal para meter el balón en la red?
El hecho es que un delantero hace goles, y Messi ha metido
más que Falcao. Eso de ser el mejor nueve es un tecnicismo, como tratar de
descubrir quién es el mejor siete o el mejor once, o querer saber quién es el
mejor arquero del mundo con los pies, debajo de los palos o cortando centros.
El mejor arquero del mundo es el mejor arquero del mundo, nada más. Cada vez
que oigo que alguien repite que Falcao es el mejor nueve del mundo como si
fuera una lección de colegio aprendida de memoria, me acuerdo de cuando en el
país hizo carrera la idea de que Víctor Aristizábal era el mejor jugador del
mundo sin balón.
A creerse esas cosas lo llamo subdesarrollo, como tomarle al
diseñador Jean Paul Gaultier una foto con un sombrero vueltiao cuando estuvo en
Cali, o pensar que tenemos uno de los mejores himnos nacionales y que nuestras
mujeres y nuestros paisajes son los más bonitos del mundo. De mujeres y
paisajes espectaculares está lleno el planeta, así como himnos ridículos como
el nuestro existen en los cinco continentes.
Ahora uno ve en redes sociales iniciativas para que a Falcao
le den el Balón de Oro. Ha tenido una gran temporada (lleva ya varias a ese
nivel), ¿pero de verdad creen que es superior a Messi, a Cristiano Ronaldo, al
mismo Iniesta?
Y todo porque desde el Atlético de Madrid empezaron una
campaña mediática para que el colombiano se lleve el premio. Eso de que Falcao
es el mejor nueve del mundo se lo oí a Diego Simeone. ¿Pero cómo no va a
decirlo, si es su entrenador? Y acá lo creen porque lo dice un hombre de fútbol
y además porque sale en la prensa. ¿Ustedes creen todo lo que sale en la
prensa? ¿No han visto la cantidad de idioteces que decimos los periodistas, la
sarta de pendejadas que publican los periódicos y las revistas, la radio y la
televisión? Los medios tienen que llenar espacios día a día, así que están
dispuestos a publicar cualquier afirmación categórica. No se dejen descrestar.
Otra cosa es que Falcao sea una gran persona, el mejor
delantero que ha producido el país, y que esté hoy a la altura de los mejores
del mundo, pero para elogiarlo no hay que decir bobadas. Él no es el mejor
nueve del mundo porque no existe tal cosa. El país está desfasado y eufórico,
que es lo que le pasa siempre que alguno de los nuestros logra despuntar. Más
bien disfrutemos esta buena racha del goleador y dejemos de ser tan colombianos.
Publicada en la edición de noviembre de la Revista SoHo. www.soho.com.co
jueves, 6 de diciembre de 2012
Hay que matar
A los que se roban un celular, a los que roban lo que sea; a
los que aplauden cuando aterriza el avión; a los que se pasan el semáforo en
rojo; a los conductores que aunque la intersección esté llena siguen andando
porque el semáforo está en verde y trancan el cruce; a los que se toman Twitter
en serio; a los que dicen “Tuirer”; a los que se cuelen en una fila; a los que
violan; a los que oyen a Santiago Cruz, Pipe Bueno y otras porquerías; a Yandar
& Yostin y a Cali & El Dandee; o a Yandar y al Cali y dejar vivos a
Yostin y al Dandee...
domingo, 2 de diciembre de 2012
Navidad y existencialismo
Ahora que empieza diciembre y no sé cómo terminé en un
centro comercial al que no le cabe un adorno navideño más y donde cada almacén
está más lleno que el anterior, lo tengo claro: el mundo es un mejor lugar en tiempos de
guerra.
El mundo es mejor en tiempos de guerra, con seres humanos
humildes que agradecen cada nuevo día pese a todo y sobreviven con lo mínimo;
que festejan pocas cosas, sin gordura, sin lujos, sin objetos caros, libres de
cosas inútiles como pianos de cola y anillos diamantes porque no sirven para
comer. La guerra nos deshumaniza, ¿pero no lo hacen también RCN y Nike? Yo digo
que la guerra nos vuelve prácticos.
Usted no se merece las cosas que posee. No las necesita pero
igual las tiene, que es una forma de no merecerlas. Los parlantes Bose, el
internet de banda ancha, los teléfonos inteligentes. Seguro quisiera botarlas,
¿pero con qué cara paga después las cuotas que aún debe?
Y la idea le llega clara a la cabeza después de entrar a la
única tienda que hay en el país de Bang & Olufsen, una marca danesa de
electrodomésticos de lujo que hace lucir a Apple como el Tía de la décima.
Usted desea un equipo de sonido de la marca, pero luego recuerda esas películas
de la II Guerra Mundial con judíos empeñando joyas y escapando a través de
cañerías y entiende que, así tuviera el dinero, es un lujo innecesario. Se
puede vivir sin lo último en audio y video.
Usted piensa y sus ideas no se callan pese al ruido de los
niños que corren por ahí y al volumen de los villancicos en los parlantes.
Entre más árboles de Navidad levantamos y más nieve artificial cae sobre las
calles de nuestro país sin estaciones, peor estamos. Si celebramos cada vez con
más ternura la Navidad es para olvidar que el mundo está podrido. El lío es que
las tabletas de última tecnología alegran el rato, pero no sirven para callar
la voz interior.
A mí me ocurre lo mismo que a usted. El otro día fui a la
Zona Rosa de Bogotá y quise salir de allí no más verla de lejos. Llegué con la
obligación de hacer compras de fin de año, pero convencido de que si le ganaba
a diciembre me iría mejor. No era aún 25 de noviembre pero ya nada funcionada:
las calles congestionadas, el alumbrado público que encandilaba, los árboles
gigantes cargados de bolas y guirnaldas, los Papás Noel en la puerta de cada
almacén con promociones amañadas (¿cuántas veces ha encontrado ese objeto que
tanto quiere con el 40 por ciento de descuento que anunciaba la vitrina?)
La jornada de compras fue larga. Dos horas, cuatro almacenes
y la bolsa vacía. Entré a recargar fuerzas en una heladería y noté que tengo
unos kilos de más; me sobran calorías como me sobran televisores: en mi casa hay
tres y apenas somos dos personas. Alcé la cabeza y me sedujo una vitrina con el
último LED. Se escapaba a mi presupuesto y no lo necesitaba, pero lo quería.
¿Debía comprarlo? Entré al almacén y mientras salía de la duda le compré a mi
hermana el iPhone 4s que quiere. Me dice que el 4 a secas ya no la hace feliz y
que piensa subastarlo en internet, aunque no creo que le den mucho por esa
viejera. Así somos.
Publicada en diciembre de 2011 en la revista Enter
jueves, 29 de noviembre de 2012
Aburrido del sexo aburrido
El sexo normal ya no me estimula. Y digo normal por usar
cualquier palabra porque nada es digno de ser calificado como “normal”; como
“anormal”, tampoco. Con normal me refiero al vamos al cuarto, tú arriba y yo
abajo, luego cambiamos, después en cuatro y por último nos venimos, pero
cuidado me ensucias el pelo.
Hace unas semanas se la montaron a una mujer porque salía en
un video masturbándose con una zanahoria. No era una mujer, era una
adolescente, casi una niña, y se burlaron de ella como se burlaban, no sé, de
la gente que siglos atrás afirmaba que La Tierra era redonda. La azotaron en
Twitter y Facebook, redes sociales que les llaman, donde nuestras fallas quedan
expuestas como si hubiéramos cometido un crimen.
Yo digo que esas son las personas que uno tiene que conocer,
ojalá casarse con ellas. Salvo excepciones, mi vida ha estado rodeada de
mujeres que no son capaces de meterse cosas raras y sé que necesito alejarme
rápido de ellas. Qué aburridas las mujeres que no son capaces de meterse una
zanahoria.
La vida puede ser tan aburrida que la salida es desfogarse
en el sexo. Estamos llenos de reglas y restricciones, ¿por qué llevarlas a la
cama? En el sexo hay que hablar, y tener fantasías, y probar, y soltarse.
Hacemos mal cuando imaginamos que estamos teniendo sexo con alguien más pero
preferimos cerrar los ojos y callar en vez de botarlo. Este es un país mal
comido, educado con ‘Sexo con Esther’ y Flavia dos Santos; y no debería ser así
porque el mundo es un lugar amargo porque tiene mal sexo.
jueves, 22 de noviembre de 2012
Marca País
No entiendo el concepto de país, no me cabe que uno sea de
un lugar y no de otro por el hecho de haber nacido allí, siendo que no podemos
escoger dónde nacemos. ¿Por qué ser condenados por una decisión que no depende
de nosotros? Creer en La Patria me parece tan arcaico como creer en Dios. Ambas
cosas son inventos humanos, el mundo viene sin fronteras y sin deidades.
Todo esto por lo que acaba de pasar con Nicaragua y la
pérdida de un pedazo de mar supuestamente vital para Colombia. Futuro de la
gente de San Andrés que vive de ese mar al margen, el tema del fallo de La Haya
tiene la banalidad de un reinado o un reality, por eso genera tanto interés.
Y es entendible, las buenas noticias no venden. Cuando vemos
los noticieros fingimos dolernos con masacres y muertos, cuando la verdad es
que por eso es que buscamos noticias, a ver qué extraordinario ha pasado. Nadie
quiere abrir el periódico y ver que un centro para ancianos exporta ropa a
Europa; bien por ellos, pero es muy aburrido. Vemos en cambio notas de
explosiones, guerras, infidelidades, asesinatos pasionales y babeamos. Nos
mostramos preocupados para que no piensen mal de nosotros, pero en el fondo (ni
tan en el fondo) esas noticias nos gustan porque traen emoción a nuestras
vidas, y vivir sin emociones sí que es aburrido.
No sé usted, pero cuando en el noticiero dicen que hubo una
masacre me quedo pegado esperando que hayan muerto cientos, ojalá miles, de la
forma más cruel y enferma. Por dura que haya sido, la matanza en un colegio
ruso por parte de terroristas chechenos es el ejemplo de tragedia que uno
necesita consumir cada tanto para no volverse loco.
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domingo, 18 de noviembre de 2012
La llamada
Le tengo miedo a contestar el fijo de la casa. Antes era mi
madre, por eso dejaba que sonara y sonara. Ahora que tiene celular y que
conozco sus hábitos de llamadas sé cómo lidiar con el asunto. Pero últimamente
el teléfono ha empezado a sonar a horas inusuales, lo que me llena de pavor
porque no sé quién pueda ser.
Casi siempre es la gente de Claro preguntándome cuándo voy a
pagar la factura u ofreciéndome el combo Premium de internet-cable-teléfono que
no necesito, o los del Centro Nacional de Consultoría (que suena a ente
gubernamental, lo que inspira respeto, aunque no es más que una empresa
privada). A los del Centro Nacional de Consultoría vivo sacándoles el jopo
porque no tengo los cojones para decirles que no quiero contestar ninguna
encuesta, así que siempre me invento excusas como que estoy trabajando desde la
casa (no tengo trabajo) o estoy cocinando (no se cocinar) y les pido que llamen
al final del día.
El asunto es que uno va entregando sus datos por ahí sin
reparar en quién pueda quedarse con ellos. Los de Claro, vaya y venga, que soy
su cliente desde hace doce años, pero, ¿y los del Centro? El otro día llamaron
a mi celular de un banco a ofrecerme una tarjeta de crédito, cuando les
respondí que no estaba interesado me preguntaron que por qué. Yo les devolví la
pregunta con otra: ¿Quién les dio mi número? El tipo me dijo que había sido mi
operador de celular, de quien sabía que hacía cosas a mis espaldas, pero nunca
sospeché que estuviera aliado con el sistema financiero y fuera capaz de venderme
por monedas.
Ellos saben todo de nosotros, y ellos puede ser cualquiera.
Llaman a hacer preguntas, pero es sólo para fastidiarnos, porque en realidad
conocen nuestra dirección y nuestro número de cédula, nuestra fecha de
cumpleaños y lo que compramos en el supermercado (por eso nunca saqué la
Supercliente de Carulla). ¿Quién nos protege de esa gente que lo sabe todo y
llama a invadir nuestra privacidad?
La ley me condenaría si descuartizo a mi vecino y lo escondo en la nevera,
pero parece estar a favor de las empresas que se pasan nuestra información como
quien cambia láminas del álbum del mundial.
El otro día quise comprar un pasaje de avión a Miami y desde
entonces, cada vez que abro una página, cualquiera, me salen ofertas de vuelos
baratos a dicha ciudad. ¿No hay mucho de diabólico en que el computador, o el
internet, o el sistema, o lo que sea que maneja los hilos de la realidad pueda
acosarnos hasta hacernos odiar aquello que con tanto deseo anhelábamos?
Por eso estoy entrando a internet cada vez menos y he vuelto
a comprar pasajes en agencia de viaje, porque aunque salen más caros no tengo
al representante de ventas tratando de venderme cosas que no necesito.
En cuanto al fijo de la casa, cada vez me convenzo más de
que se trata de ese tipo de cosas que ya no nos sirven pero que mantenemos
porque siempre han estado ahí, como un mal noviazgo. No me animo a contestarlo,
pero cada vez que suena imagino que se trata de esa llamada que he estado
esperando toda la vida.
Publicada en la edición de noviembre de la Revista Enter. www.enter.co
jueves, 15 de noviembre de 2012
Los bobos
"No he conocido a nadie del CESA que no sea un completo idiota", me dice una amiga. CESA quiere decir Colegio de Estudios Superiores de Administración y es una universidad que queda en Bogotá a donde va lo mejor de la sociedad de este país (sin que hayamos definido qué es lo mejor y lo peor que tiene la sociedad).
Quizá tiene razón mi amiga, unos completos idiotas: Derecho y Administración de Empresas deben ser las dos carreras que reúnen más bobos.
Porque la gente que estudia carreras así es mala, sin decir que los demás seamos un pan de Dios. Son malos, y la maldad es una forma de idiotez. Los que quieren dominar el mundo son unos bobos, también los que se quieren hacer ricos a toda costa, los que son capaces de forzar la justicia al máximo sin romperla y salvarían de la cárcel a alguien aún sabiendo que es culpable.
Los narcos, los que trabajan en finanzas, los fondos de inversión, toda esa gente es perversa. Se enriquecen con el mínimo esfuerzo a costa nuestra, que moriremos pobres porque la nuestra es otra clase de bobera. Es flojera más bien, modorra. Uno sólo quiere pasar por este mundo sin que le jodan la vida, no anhelamos fincas de recreo ni noviembres en Cartagena ni que un escolta nos abra la puerta del BMW cuando lleguemos al restaurante de los Rausch.
¿Cuán tarado se necesita ser para querer llegar a la presidencia de un país? Tuve una novia a la que le fue tan mal conmigo que después se metió con el hijo de un político. Tengo entendido que desde adolescente tiene el sueño de ser Presidente de Colombia, pero uno no le ve la vocación de servicio que debería tener un líder de ese calibre: se la pasa jugando golf. Nuestros políticos, los políticos del mundo en realidad, no se preocupan por los demás, y está bien, el prójimo importa un carajo. Lo que enzorra es que finjan que sí, para poder vivir en el club jugando golf entre semana y jubilarse a los 50 con una pensión pornográfica. Jugar golf es una forma de maldad.
Dice mi amiga que a sus amigos que entraron a estudiar Administración de Empresas les preguntaron que si eran socios de algún club y que a dónde habían ido de vacaciones. No creo que sea ilegal hacer esas preguntas en una entrevista de ingreso a la universidad, pero sí me parece excluyente. Que la educación es importante debería ser otra mentira que deberíamos dejar de repetir. Cuando un bobo de esos ha hecho masters y posgrados lo que más le conviene es que los demás sean ignorantes.
Y a merced de ellos estamos, que a diferencia de nosotros sí son acuciosos, pilos que les llaman. Trabajan como locos entre semana para hacer dinero, ganar poder y luego irse de fiesta de jueves a sábado a bares carísimos que pasan canciones malísimas.
De derecha eran Hitler y Darth Vader, de derecha es la gente que nos gobierna y la que decide a cuánto están las tasas de interés. Las personas de derecha son los malos del mundo, los bobos del lugar, qué duda cabe. Los de izquierda también son unos idiotas, además se visten horrible y huelen peor.
Quizá tiene razón mi amiga, unos completos idiotas: Derecho y Administración de Empresas deben ser las dos carreras que reúnen más bobos.
Porque la gente que estudia carreras así es mala, sin decir que los demás seamos un pan de Dios. Son malos, y la maldad es una forma de idiotez. Los que quieren dominar el mundo son unos bobos, también los que se quieren hacer ricos a toda costa, los que son capaces de forzar la justicia al máximo sin romperla y salvarían de la cárcel a alguien aún sabiendo que es culpable.
Los narcos, los que trabajan en finanzas, los fondos de inversión, toda esa gente es perversa. Se enriquecen con el mínimo esfuerzo a costa nuestra, que moriremos pobres porque la nuestra es otra clase de bobera. Es flojera más bien, modorra. Uno sólo quiere pasar por este mundo sin que le jodan la vida, no anhelamos fincas de recreo ni noviembres en Cartagena ni que un escolta nos abra la puerta del BMW cuando lleguemos al restaurante de los Rausch.
¿Cuán tarado se necesita ser para querer llegar a la presidencia de un país? Tuve una novia a la que le fue tan mal conmigo que después se metió con el hijo de un político. Tengo entendido que desde adolescente tiene el sueño de ser Presidente de Colombia, pero uno no le ve la vocación de servicio que debería tener un líder de ese calibre: se la pasa jugando golf. Nuestros políticos, los políticos del mundo en realidad, no se preocupan por los demás, y está bien, el prójimo importa un carajo. Lo que enzorra es que finjan que sí, para poder vivir en el club jugando golf entre semana y jubilarse a los 50 con una pensión pornográfica. Jugar golf es una forma de maldad.
Dice mi amiga que a sus amigos que entraron a estudiar Administración de Empresas les preguntaron que si eran socios de algún club y que a dónde habían ido de vacaciones. No creo que sea ilegal hacer esas preguntas en una entrevista de ingreso a la universidad, pero sí me parece excluyente. Que la educación es importante debería ser otra mentira que deberíamos dejar de repetir. Cuando un bobo de esos ha hecho masters y posgrados lo que más le conviene es que los demás sean ignorantes.
Y a merced de ellos estamos, que a diferencia de nosotros sí son acuciosos, pilos que les llaman. Trabajan como locos entre semana para hacer dinero, ganar poder y luego irse de fiesta de jueves a sábado a bares carísimos que pasan canciones malísimas.
De derecha eran Hitler y Darth Vader, de derecha es la gente que nos gobierna y la que decide a cuánto están las tasas de interés. Las personas de derecha son los malos del mundo, los bobos del lugar, qué duda cabe. Los de izquierda también son unos idiotas, además se visten horrible y huelen peor.
miércoles, 7 de noviembre de 2012
Dejar una nota e irse
Hay
momentos en los que lo mejor es dejar una nota e irse. Irse a la mierda si es
necesario. Irse de la vida, en realidad, de lo que hemos hecho de ella. De los
amigos que nos tocaron, para empezar, porque es mentira que los hayamos
escogido: coincidimos con ellos en el colegio, en el barrio, los conocimos
porque eran hijos de los amigos de nuestros padres, pura fuerza mayor. Por eso
nos levantamos un día y descubrimos que nunca nos agradaron.
No
escogimos la vida que tenemos. El otro día leí que el hijo de Juan Pablo
Montoya ya está corriendo karts. Seguro en algún momento se va a empezar a
cuestionar si fue la elección correcta. Claro, hace lo que ve todos los días en
la casa, ¿qué esperábamos? Si empezáramos a entender que la gente hace lo que
ve en la casa, qué mal paradas quedarían nuestras familias.
Yo
nunca quise hacer lo mismo que mi papá, que se dedicó a las fincas, a hacer
ropa, a la refrigeración industrial, todos oficios aburridos que daban de
comer. Y me parece que es más sano no seguir los pasos del papá, esos que hacen
lo mismo que su padre me parecen medio idiotas. Yo ya me llamo Adolfo, como él,
así que nunca estuvo en mis planes dedicarme a lo mismo. Si quiero abandonar
una vida que sea la mía, no una prestada.
jueves, 1 de noviembre de 2012
Yo quiero matar
A esta altura lo único que
me haría feliz es salir a la calle a matar gente. Ya no encuentro alegría en el
fútbol, ni en escribir, ni en el sexo, ni en placeres culposos como comerme un
litro de helado en una sentada. Truncar vidas, esa es la salida.
De niño se me perdió un
cocker spaniel llamado Rufo y para reemplazarlo mis padres me compraron otro al
que bautizamos igual. Pero yo odiaba al nuevo Rufo porque entendía que ese no
era el de verdad y pese a mis diez años ya sabía que un clavo no saca otro
clavo. En público lo trataba bien: lo sacaba a pasear, le daba agua y comida,
lo bañaba, pero en secreto lo maltrataba: le golpeaba el cráneo y lo tiraba
contra el piso, cosas que me causaban un gusto que no entendía.
Rufo murió semanas después
y recuerdo que fuimos a botarlo a un lote vacío envuelto en una bolsa de
supermercado. Siempre he creído que murió por mis golpes aunque mi madre diga
que se lo llevó una parvovirosis típica que les da a los cachorros.
Pasé años en calma,
invadido por un espíritu pacifista que me impedía agredir de cualquier manera,
pero últimamente siento deseos de acabar con las vidas de las personas,
básicamente porque es difícil ser tolerante cuando el mundo esta lleno de
imbéciles y porque estoy cansado de que mis defectos sean legales. Ser egoísta,
hipócrita y tacaño no da cárcel.
domingo, 28 de octubre de 2012
Por qué no disfrazarse en Halloween
Este
fin de semana se juntan en Colombia dos de las actividades más sin sentido del
ser humano: votar y disfrazarse.
Como
votar no es el tema, me concentro en la disfrazada. De la primera cosa solo
quiero decir que no hay que dejarse amedrentar por los que dicen que los males
del país son culpa de los que no votamos. Yo diría que es al revés, que recaen
precisamente sobre los que eligieron a los dirigentes que tenemos.
En
fin.
Nunca entendí qué hay con disfrazarse, ¿dónde está el placer de ser alguien más cuando uno es feliz siendo quien es? Hay una foto mía a los ocho años vestido de Drácula con cara de querer morirme (la adjunto). Tenía laca en el pelo, polvos blancos en la cara, una capa y una dentadura postiza de vampiro que aún uso en matrimonios, primeras comuniones y otras ocasiones especiales. Guardo la imagen para tener claro cómo no quiero verme nunca más.
Siempre
es lo mismo: a uno lo invitan a una fiesta de disfraces, se demora dos semanas
pensando de qué se va a disfrazar, dos semanas más recolectando las piezas, se
arrepiente a medio camino, cambia tres veces de opinión, contempla la opción de
disfrazarse en grupo (es mejor plan enrolarse en Al Qaeda) y termina
disfrazándose de setentero wanna be con la ropa vieja de los tíos media hora
antes de salir para la fiesta.
Y
una vez allí, ¿qué? Uno llega disfrazado, se mira con el de al frente, se ríe
diez segundos y listo. Después todo se vuelve una fiesta normal, sólo que los
invitados lucen ridículos y en la madrugada no recuerdan dónde dejaron la mitad
de las cosas.
Los
mejores polvos del año son siempre los 31 de octubre porque es imposible
soportar tal fecha sobrio y sin amor. Y conseguir amor ese día es sencillo,
porque todas las mujeres se disfrazan de temas varios, pero siempre en su
versión ramera: enfermera sexy, policía sexy, colegiala sexy, campesina sexy,
pirata sexy, nativa de Avatar sexy.
Para
los hombres, en cambio, pronostico que este año el disfraz de Steve Jobs será el
preferido entre los calvos, mientras que el de Gaddafi causará furor entre la
población con problemas de acné.
Pero
más triste que disfrazarse para una fiesta es hacerlo para la oficina. Tengo
una amiga que lleva un mes sufriendo porque sabe que este viernes tendrá que ir
a trabajar disfrazada, sí o sí. Peor, sabe que tendrá que almorzar con sus
compañeros sentados en el parque más cercano, ahí, ante la mirada de todos los
ciudadanos a plena luz del día.
Mi
amiga en cuestión se fue de civil el último octubre, lo que le significó un año
entero de segregación y terrorismo sicológico. Esta vez se unirá a la causa
obligada, sabiendo que es imposible ir sin disfraz sin caerle mal al director
de recursos humanos.
Todo
esto de disfrazarse no es sólo inseguridad, también es aburrimiento. El ser
humano es capaz de cualquier cosa con tal de escapar del aburrimiento. Por
culpa del tedio la gente fuma a escondidas de los padres, consume drogas, lee
libros (y hasta los escribe), juega fútbol, descubre continentes, inventa la
rueda, se va de vacaciones, navega en internet, toma el sol, estudia una
carrera, roba bancos, pinta cuadros, tiene hijos, y hasta se disfraza y vota.
En esta vida no hay nada que hacer; nada, salvo perder el tiempo.
Y
para hacerlo todo más deprimente, hemos juntado Halloween con Navidad, dos
fiestas que se celebran con dos meses de diferencia. Cada primero de noviembre
por la mañana las calabazas les ceden sus puestos a los pesebres.
No
se confunda: la raza superior no es la aria, ni la que vota, ni la estrato
seis. La raza superior es la que no se disfraza en Halloween.
jueves, 25 de octubre de 2012
Mi ídolo
Un anciano es encontrado quince años después de su muerte,
empijamado en su cama, hecho una calavera. Ocurrió la semana pasada en Lille,
Francia, y el hecho fue ampliamente difundido por la prensa.
Historias como esa son las que venden: imagine usted desaparecer
un día y que por década y media nadie (amigos, familiares, la cajera del
supermercado donde hacía compras) note su ausencia. Al señor de Lille lo
encontraron porque de su apartamento salía una filtración que afectaba el
inmueble de un vecino.
Apenas supe de la noticia la compartí con algunos amigos y
todos coincidieron en que se trataba de un asunto triste, yo difiero. Qué
delicia no tener dolientes ni herederos, perderse un día y poder podrirse en
paz. ¿No es preferible morir en el olvido que vivir rodeado de personas?
Creo estar haciendo carrera para eso y a veces me aterra no
hablar ni reír con alguien durante días, pero al final entiendo que he tomado
el camino correcto. Salvo sexo, dinero o cuidarnos cuando estemos enfermos, la
gente no tiene nada que ofrecer, así que no estoy para mamarme los almuerzos
familiares de los domingos, ni las fiestas de los viernes, ni las visitas de
los sábados en la tarde. Usted tampoco, sólo que no tiene los pantalones para
retirarse. Apenas me enteré de ese anciano supe que yo nací para morir
empijamado a mitad de la noche.
lunes, 22 de octubre de 2012
Cuando quieras, donde quieras
La promesa del internet del "Cuando quieras, donde
quieras" se vive rompiendo, y eso me parte el corazón. Porque el internet
no se hizo para facilitarnos las cosas, como nos viven anunciando, sino para
poder ver porno en paz.
El otro día trataron de venderme un paquete de películas por
internet con el cuento de que era mejor que el de HBO que ya tengo por cable,
sólo por el hecho de que podía verlas cuando quisiera y donde quisiera. No lo
compre. Primero, porque el paquete de HBO tiene diez canales y nunca hay nada
bueno para ver; segundo, porque a mí me dicen que puedo hacer algo cuando
quiera y donde quiera y me queda inmóvil, aburrido, porque crecí acostumbrado a
que me dijeran qué hacer y cuándo hacerlo.
¿Qué es eso de cuando queramos y donde queramos, si no
sabemos lo que queremos? ¿De verdad lo que usted quiere es trabajar ocho horas
al día, cinco días a la semana para enriquecer a un señor que no conoce?
Ignoramos qué nos hace felices, yo vivo de escribir cuando lo que me hubiera
gustado es hablar por radio.
Adicto a los videojuegos de fútbol como soy, nunca tuve
problemas con los Playstation 1 y 2: les metía CD's piratas que costaban cinco
mil pesos y funcionaban de maravilla. Ahora que tengo Playstation 3 vivo
padeciendo las falencias de la tecnología.
Hace poco quise comprar el juego de la Eurocopa y casi no
puedo. Primero, se trataba de un juego virtual, es decir, sólo se encontraba en
ese lugar incierto al que llaman 'La red' (con lo rico que es ir a la tienda y
comprar algo). Duré una semana comprándolo porque me salía error: el usuario
estaba incorrecto, la tarjeta de crédito no era válida o el sistema estaba
caído (el sistema se hizo para que viva caído).
Antes de tener que pedirle el favor a un primo que vive en
Estados Unidos, usé tres tarjetas y hasta terminé metiéndome en foros virtuales
de internet llenos de geeks que seguro van al Campus Party. Imagine mi
desespero.
Prefiero lo análogo a lo virtual porque los foros de
internet no tienen respuestas, tampoco los callcenters y la página de internet
del banco. Puede que las personas carezcamos de respuestas también, pero al
menos vemos la cara de alguien y nos inspira a quejarnos con pasión.
Poco después del chasco del juego de la Eurocopa, mi
inmobiliaria implementó el pago del arriendo online y me quise morir. Yo
prefiero hacer una hora de fila en el banco y al final dar con un cajero que me
imprima un sello en el recibo. Las personas inseguras como yo necesitamos de
los horarios rígidos de HBO y de algo físico que demuestre que sí estamos
cumpliendo con nuestras obligaciones.
Por eso, ni Netflix ni Cinemax. Ahora, para romper las
reglas del horario, me dedico a comprar películas en DVD para verlas cuando se
me dé la gana. Acabo de volver de Estados Unidos y traje toneladas de ellas,
pero cuando fui a verlas descubrí que la zona no coincidía con la del
reproductor de DVD. Cuando nos da por creernos valientes, la tecnología nos da
un batazo en la nuca.
Publicada en la edición de octubre de la Revista Enter. www.enter.co
Publicada en la edición de octubre de la Revista Enter. www.enter.co
jueves, 18 de octubre de 2012
Los billetes de cinco mil
Guardo
bajo el colchón un puñado de billetes de cinco mil pesos. Todo comenzó hace año
y medio, una noche que salí del hospital a comprarle a mi padre enfermo algo de
tomar. Sólo tenía uno de cincuenta mil, así que en la tienda me devolvieron
nueve billetes de cinco mil, todos nuevos, y un puñado de monedas.
Desde
entonces los colecciono, veo uno y tiene que ser mío. Hoy tengo al menos 100 de
ellos, todos perfectos porque no hay nada más sexy que un billete nuevo, y
aunque esté desempleado no me nace gastarlos. Los cajeros automáticas dan
billetes de 50, 20 y 10 mil; los de mil y dos mil nos los dan en cualquier
supermercado, pero los de cinco mil, ¿de dónde salen? Por eso los guardo.
Por
eso y porque son una forma de recordar a mi padre, que murió semanas después de
que me dieran los primeros. El día que deje de tenerlos, él se habrá ido para
siempre.
jueves, 11 de octubre de 2012
Desempleo
Estar
desempleado es ver Telecaribe a las dos de la tarde, cuando pasan el programa
de la Gobernación del Cesar donde, obvio, le echan flores a la gestión del
Gobernador. Luego, no perderse el sorteo de ‘El Sinuano’, la lotería de
Córdoba, y hacerle fuerza a los números así nunca la haya comprado, porque no
tener trabajo es aferrarse a lo que sea para no sentir que se ha salido del
sistema.
Sin
empleo nos despertamos con ganas de hacer lo que nunca hicimos por falta de
tiempo: arreglar las cortinas, leer un libro; pero luego descubrimos que somos
torpes, flojos, que leer es muy aburrido y que no hacemos las cosas por escasez
de minutos sino porque no se nos da la gana. Terminamos entonces aprendiéndonos
la parrilla de programación de los canales privados y descubrimos que la
programación de la tarde es una especie de nebulosa entre el noticiero del
medio día y el primetime de la noche, lleno de realities y novelas.
En
desempleo se inventa uno planes, reuniones de trabajo para sacar adelante un
‘proyecto’, que no es más que ir a visitar a los amigos que sí tienen cosas que
hacer, porque proyecto le llamamos a cualquier pendejada sin futuro que se nos
ocurra.
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