jueves, 29 de noviembre de 2012

Aburrido del sexo aburrido


El sexo normal ya no me estimula. Y digo normal por usar cualquier palabra porque nada es digno de ser calificado como “normal”; como “anormal”, tampoco. Con normal me refiero al vamos al cuarto, tú arriba y yo abajo, luego cambiamos, después en cuatro y por último nos venimos, pero cuidado me ensucias el pelo.

Hace unas semanas se la montaron a una mujer porque salía en un video masturbándose con una zanahoria. No era una mujer, era una adolescente, casi una niña, y se burlaron de ella como se burlaban, no sé, de la gente que siglos atrás afirmaba que La Tierra era redonda. La azotaron en Twitter y Facebook, redes sociales que les llaman, donde nuestras fallas quedan expuestas como si hubiéramos cometido un crimen.

Yo digo que esas son las personas que uno tiene que conocer, ojalá casarse con ellas. Salvo excepciones, mi vida ha estado rodeada de mujeres que no son capaces de meterse cosas raras y sé que necesito alejarme rápido de ellas. Qué aburridas las mujeres que no son capaces de meterse una zanahoria.

La vida puede ser tan aburrida que la salida es desfogarse en el sexo. Estamos llenos de reglas y restricciones, ¿por qué llevarlas a la cama? En el sexo hay que hablar, y tener fantasías, y probar, y soltarse. Hacemos mal cuando imaginamos que estamos teniendo sexo con alguien más pero preferimos cerrar los ojos y callar en vez de botarlo. Este es un país mal comido, educado con ‘Sexo con Esther’ y Flavia dos Santos; y no debería ser así porque el mundo es un lugar amargo porque tiene mal sexo.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Marca País


No entiendo el concepto de país, no me cabe que uno sea de un lugar y no de otro por el hecho de haber nacido allí, siendo que no podemos escoger dónde nacemos. ¿Por qué ser condenados por una decisión que no depende de nosotros? Creer en La Patria me parece tan arcaico como creer en Dios. Ambas cosas son inventos humanos, el mundo viene sin fronteras y sin deidades.

Todo esto por lo que acaba de pasar con Nicaragua y la pérdida de un pedazo de mar supuestamente vital para Colombia. Futuro de la gente de San Andrés que vive de ese mar al margen, el tema del fallo de La Haya tiene la banalidad de un reinado o un reality, por eso genera tanto interés.

Y es entendible, las buenas noticias no venden. Cuando vemos los noticieros fingimos dolernos con masacres y muertos, cuando la verdad es que por eso es que buscamos noticias, a ver qué extraordinario ha pasado. Nadie quiere abrir el periódico y ver que un centro para ancianos exporta ropa a Europa; bien por ellos, pero es muy aburrido. Vemos en cambio notas de explosiones, guerras, infidelidades, asesinatos pasionales y babeamos. Nos mostramos preocupados para que no piensen mal de nosotros, pero en el fondo (ni tan en el fondo) esas noticias nos gustan porque traen emoción a nuestras vidas, y vivir sin emociones sí que es aburrido.

No sé usted, pero cuando en el noticiero dicen que hubo una masacre me quedo pegado esperando que hayan muerto cientos, ojalá miles, de la forma más cruel y enferma. Por dura que haya sido, la matanza en un colegio ruso por parte de terroristas chechenos es el ejemplo de tragedia que uno necesita consumir cada tanto para no volverse loco.

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domingo, 18 de noviembre de 2012

La llamada


Le tengo miedo a contestar el fijo de la casa. Antes era mi madre, por eso dejaba que sonara y sonara. Ahora que tiene celular y que conozco sus hábitos de llamadas sé cómo lidiar con el asunto. Pero últimamente el teléfono ha empezado a sonar a horas inusuales, lo que me llena de pavor porque no sé quién pueda ser.

Casi siempre es la gente de Claro preguntándome cuándo voy a pagar la factura u ofreciéndome el combo Premium de internet-cable-teléfono que no necesito, o los del Centro Nacional de Consultoría (que suena a ente gubernamental, lo que inspira respeto, aunque no es más que una empresa privada). A los del Centro Nacional de Consultoría vivo sacándoles el jopo porque no tengo los cojones para decirles que no quiero contestar ninguna encuesta, así que siempre me invento excusas como que estoy trabajando desde la casa (no tengo trabajo) o estoy cocinando (no se cocinar) y les pido que llamen al final del día.

El asunto es que uno va entregando sus datos por ahí sin reparar en quién pueda quedarse con ellos. Los de Claro, vaya y venga, que soy su cliente desde hace doce años, pero, ¿y los del Centro? El otro día llamaron a mi celular de un banco a ofrecerme una tarjeta de crédito, cuando les respondí que no estaba interesado me preguntaron que por qué. Yo les devolví la pregunta con otra: ¿Quién les dio mi número? El tipo me dijo que había sido mi operador de celular, de quien sabía que hacía cosas a mis espaldas, pero nunca sospeché que estuviera aliado con el sistema financiero y fuera capaz de venderme por monedas.

Ellos saben todo de nosotros, y ellos puede ser cualquiera. Llaman a hacer preguntas, pero es sólo para fastidiarnos, porque en realidad conocen nuestra dirección y nuestro número de cédula, nuestra fecha de cumpleaños y lo que compramos en el supermercado (por eso nunca saqué la Supercliente de Carulla). ¿Quién nos protege de esa gente que lo sabe todo y llama a invadir nuestra privacidad?  La ley me condenaría si descuartizo a mi vecino y lo escondo en la nevera, pero parece estar a favor de las empresas que se pasan nuestra información como quien cambia láminas del álbum del mundial.

El otro día quise comprar un pasaje de avión a Miami y desde entonces, cada vez que abro una página, cualquiera, me salen ofertas de vuelos baratos a dicha ciudad. ¿No hay mucho de diabólico en que el computador, o el internet, o el sistema, o lo que sea que maneja los hilos de la realidad pueda acosarnos hasta hacernos odiar aquello que con tanto deseo anhelábamos?

Por eso estoy entrando a internet cada vez menos y he vuelto a comprar pasajes en agencia de viaje, porque aunque salen más caros no tengo al representante de ventas tratando de venderme cosas que no necesito.

En cuanto al fijo de la casa, cada vez me convenzo más de que se trata de ese tipo de cosas que ya no nos sirven pero que mantenemos porque siempre han estado ahí, como un mal noviazgo. No me animo a contestarlo, pero cada vez que suena imagino que se trata de esa llamada que he estado esperando toda la vida.

Publicada en la edición de noviembre de la Revista Enter. www.enter.co

jueves, 15 de noviembre de 2012

Los bobos


"No he conocido a nadie del CESA que no sea un completo idiota", me dice una amiga. CESA quiere decir Colegio de Estudios Superiores de Administración y es una universidad que queda en Bogotá a donde va lo mejor de la sociedad de este país (sin que hayamos definido qué es lo mejor y lo peor que tiene la sociedad).

Quizá tiene razón mi amiga, unos completos idiotas: Derecho y Administración de Empresas deben ser las dos carreras que reúnen más bobos.

Porque la gente que estudia carreras así es mala, sin decir que los demás seamos un pan de Dios. Son malos, y la maldad es una forma de idiotez. Los que quieren dominar el mundo son unos bobos, también los que se quieren hacer ricos a toda costa, los que son capaces de forzar la justicia al máximo sin romperla y salvarían de la cárcel a alguien aún sabiendo que es culpable.

Los narcos, los que trabajan en finanzas, los fondos de inversión, toda esa gente es perversa. Se enriquecen con el mínimo esfuerzo a costa nuestra, que moriremos pobres porque la nuestra es otra clase de bobera. Es flojera más bien, modorra. Uno sólo quiere pasar por este mundo sin que le jodan la vida, no anhelamos fincas de recreo ni noviembres en Cartagena ni que un escolta nos abra la puerta del BMW cuando lleguemos al restaurante de los Rausch.

¿Cuán tarado se necesita ser para querer llegar a la presidencia de un país? Tuve una novia a la que le fue tan mal conmigo que después se metió con el hijo de un político. Tengo entendido que desde adolescente tiene el sueño de ser Presidente de Colombia, pero uno no le ve la vocación de servicio que debería tener un líder de ese calibre: se la pasa jugando golf. Nuestros políticos, los políticos del mundo en realidad, no se preocupan por los demás, y está bien, el prójimo importa un carajo. Lo que enzorra es que finjan que sí, para poder vivir en el club jugando golf entre semana y jubilarse a los 50 con una pensión pornográfica. Jugar golf es una forma de maldad.

Dice mi amiga que a sus amigos que entraron a estudiar Administración de Empresas les preguntaron que si eran socios de algún club y que a dónde habían ido de vacaciones. No creo que sea ilegal hacer esas preguntas en una entrevista de ingreso a la universidad, pero sí me parece excluyente. Que la educación es importante debería ser otra mentira que deberíamos dejar de repetir. Cuando un bobo de esos ha hecho masters y posgrados lo que más le conviene es que los demás sean ignorantes.

Y a merced de ellos estamos, que a diferencia de nosotros sí son acuciosos, pilos que les llaman. Trabajan como locos entre semana para hacer dinero, ganar poder y luego irse de fiesta de jueves a sábado a bares carísimos que pasan canciones malísimas.

De derecha eran Hitler y Darth Vader, de derecha es la gente que nos gobierna y la que decide a cuánto están las tasas de interés. Las personas de derecha son los malos del mundo, los bobos del lugar, qué duda cabe. Los de izquierda también son unos idiotas, además se visten horrible y huelen peor. 

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Dejar una nota e irse


Hay momentos en los que lo mejor es dejar una nota e irse. Irse a la mierda si es necesario. Irse de la vida, en realidad, de lo que hemos hecho de ella. De los amigos que nos tocaron, para empezar, porque es mentira que los hayamos escogido: coincidimos con ellos en el colegio, en el barrio, los conocimos porque eran hijos de los amigos de nuestros padres, pura fuerza mayor. Por eso nos levantamos un día y descubrimos que nunca nos agradaron.

No escogimos la vida que tenemos. El otro día leí que el hijo de Juan Pablo Montoya ya está corriendo karts. Seguro en algún momento se va a empezar a cuestionar si fue la elección correcta. Claro, hace lo que ve todos los días en la casa, ¿qué esperábamos? Si empezáramos a entender que la gente hace lo que ve en la casa, qué mal paradas quedarían nuestras familias.

Yo nunca quise hacer lo mismo que mi papá, que se dedicó a las fincas, a hacer ropa, a la refrigeración industrial, todos oficios aburridos que daban de comer. Y me parece que es más sano no seguir los pasos del papá, esos que hacen lo mismo que su padre me parecen medio idiotas. Yo ya me llamo Adolfo, como él, así que nunca estuvo en mis planes dedicarme a lo mismo. Si quiero abandonar una vida que sea la mía, no una prestada. 

jueves, 1 de noviembre de 2012

Yo quiero matar


A esta altura lo único que me haría feliz es salir a la calle a matar gente. Ya no encuentro alegría en el fútbol, ni en escribir, ni en el sexo, ni en placeres culposos como comerme un litro de helado en una sentada. Truncar vidas, esa es la salida.

De niño se me perdió un cocker spaniel llamado Rufo y para reemplazarlo mis padres me compraron otro al que bautizamos igual. Pero yo odiaba al nuevo Rufo porque entendía que ese no era el de verdad y pese a mis diez años ya sabía que un clavo no saca otro clavo. En público lo trataba bien: lo sacaba a pasear, le daba agua y comida, lo bañaba, pero en secreto lo maltrataba: le golpeaba el cráneo y lo tiraba contra el piso, cosas que me causaban un gusto que no entendía.

Rufo murió semanas después y recuerdo que fuimos a botarlo a un lote vacío envuelto en una bolsa de supermercado. Siempre he creído que murió por mis golpes aunque mi madre diga que se lo llevó una parvovirosis típica que les da a los cachorros.

Pasé años en calma, invadido por un espíritu pacifista que me impedía agredir de cualquier manera, pero últimamente siento deseos de acabar con las vidas de las personas, básicamente porque es difícil ser tolerante cuando el mundo esta lleno de imbéciles y porque estoy cansado de que mis defectos sean legales. Ser egoísta, hipócrita y tacaño no da cárcel.