martes, 29 de marzo de 2011

El tamaño importa

Uno es del tamaño de las cosas por las que pelea. Si discute porque su hermano se puso su mejor camisa sin consultarle, usted es un simple trapo; cosas así.

Si le irrita que Chávez salga con una frase populista cada tanto, pero no es capaz de ver que en los últimos años se alió con Irán, Libia y Bielorrusia, usted no entiende nada de nada. Le sacan un conejo de la galera mientras que con la otra le roban la billetera y no se da cuenta. Si le perdona a Estados Unidos todos sus muertos y sus guerras porque construyó Disneylandia, algo anda mal.

Usted se despierta una mañana y resulta que no le gustan las cortinas de su cuarto. Las ve sucias, flojas y obsoletas. Pasa el día molesto pensando en que tendrá que lidiar con ellas al volver a casa y se amarga la vida. La coge entonces contra un transeúnte que se le cruza y no se le ocurre algo mejor que agredirlo a insultos y a pito (eso en caso de que no sea uno de esos que anda armados porque sí).

Seguro que el problema no son las cortinas, ni el peatón. Usted no es capaz de descubrir que su molestia pasa por otras cosas, cosas de fondo. Lo que le duele no es el decorado de su cuarto, sino que mañana sea domingo y usted esté irremediablemente solo. No soporta pasar el fin de semana de fiesta, buscando personas en la calle (sin saber bien para qué las busca) y descubrir que aunque la calle esté llena de gente, no hay allí nadie para usted.

A veces mi madre decía cosas hirientes de la nada. Una vez salió con que yo era el hijo de un dios menor, y en otra oportunidad afirmó que yo no era compañía para nadie. Yo era pequeño, pero no las olvido. Se trataba de frases inconexas que aparentemente brotaban de la nada, pero seguro se estaba desquitando de algo que le ocurría por otro lado. Eso lo entiendo ahora. Quedarme en este momento de la vida con un par de frases ofensivas no tiene sentido, lo que yo quisiera saber es qué le pasaba cuando me las dijo.

Este país es mi madre, sus grandes problemas los focaliza en pequeñeces. Se indigna por una lechuza pateada, pero no por la pobreza que lo ahoga. En foros de internet se encuentra uno con todo tipo de opiniones acerca del ataúd que entró al estadio de Cúcuta, pero a nadie le importa averiguar porqué mataron al joven de diecisiete años que iba adentro.

Debe causar un morboso placer escandalizarse por lo pequeño y dejar pasar lo importante (si es que algo importa). Quienes se quejan por las fotos de los curas en SoHo (vea las imágenes acá) quizá no digan mucho por el asesinato de una jueza en Arauca. Se escandalizan no por lo que pasa, sino por lo que ven, la cabeza no les da para saber que cosas malas ocurren más allá de sus ojos. Unas imágenes de ficción en una revista son más indignantes que un asesinato real que no presenciaron.

Lo que aterra es que sacerdotes de mentira y unas cuantas vergas en unas fotos causen escozor, pero que no se advierta que en la vida real vergas reales de curas reales entran en las bocas y culos de menores de edad de carne y hueso.

Las palabras verga y culo también nos trastornan, no somos capaces ni de pronunciarlas. Es preferible entonces dejar que cosas malas sigan pasando, mantener la buenas costumbres, decir pene y cola, y seguir santificando el nombre de Dios Padre.

En esta vida debería importar más el tamaño de las cosas que el de las vergas, aunque lo segundo también tenga su valía.

domingo, 27 de marzo de 2011

Miami


Vengo de conocer Miami, un lugar que había evitado toda la vida.

Yo solía decir que la ciudad era un híbrido, ni Estados Unidos ni Latinoamérica, que había que cercarla y declararla república independiente a ver qué hacían todos esos latinos sin la ayuda de la primera potencia del mundo. Nunca le vi sentido a pasar más de treinta años cuidando mi hoja de vida para dañarla yendo a Miami.


Qué equivocado estaba. Miami tiene lo mejor de los dos mundos, mezcla el orden norteamericano y el calor latino. Se vive bien y tranquilo, con razón los jubilados la eligen para pasar su últimos días.


La llegada no es fácil, eso sí. Nunca es fácil entrar a Estados Unidos. Los agentes de seguridad en Bogotá hacen quitar los zapatos como si uno no se hubiera rebajado lo suficiente en esta vida, como si no hubiera aceptado malos empleos con peores sueldos, por ejemplo.


Quién sabe qué está llevando la gente en sus zapatos para que se los hagan quitar, y quién sabe qué maquina no se han inventado para que un requisa normal no lo detecte. Yo pensaba que lo peor que podía guardar una persona en los zapatos era pecueca.

Por fortuna había escogido para ese día unos zapatos muy bonitos, de mis mejores pares; unos Clarks de cuero entre habano y verde con suela interna roja. Quedé indignado, pero dejé la imagen de ser un hombre con buen gusto.

Luego revisan cuatro veces el pasaporte antes de subir al avión, como si uno hubiera cambiado de identidad entre el counter de la aerolínea y la sala de espera. En ese momento se pregunta uno si vale la pena tanto trauma para ir a Estados Unidos.


Igual aborda el avión y tres horas después aterriza para descubrir que no se está en Estados Unidos, sino en Miami, que es lo más parecido que existe; una ciudad llena de latinos que hablan español, pero no entre sí.

Me quedé en un hotel en South Beach que no hubiera podido pagar de mi bolsillo, el Mondrian, todo cortesía de la gente de Bacardí que me invitó al lanzamiento de su campaña mundial de consumo responsable, cuya imagen es Rafael Nadal, el mismo que vimos en Colombia días atrás (adjunto foto).


La piscina del lugar estaba llena de mujeres por las que uno daría todo, hasta 1,75 de los dos testículos con los que nació, por estar con ellas, aunque al final se fuera muy infeliz. Se ven tan bonitas, pero tan vacías. No tendría uno nada de qué hablar ni alcanzaría el dinero para mantenerlas.

Supe enseguida que desentonaba, que yo no pertenecía al sitio, que no tenía ni la ropa, ni el cuerpo, ni la actitud, ni el bronceado para estar ahí. Subí entonces al gimnasio y me puse a correr en una máquina desde donde podía ver perfecto a tres mujeres que se asoleaban en topless.


Y no entiende uno qué necesidad tienen las mujeres de broncearse medio desnudas, cuál es la incomodidad de verse las tetas de un color diferente al del resto del torso, si para un hombre una teta es una teta, y venga como venga igual intimida.


Uno las ve tiradas en la playa, medio desnudas también, cubiertas por una delgada película de sudor e imagina cómo sería tenerlas así, pero en la cama. La cabeza se va envenenando y uno trata de disimularlo con su mejor esfuerzo, posa de civilizado y primermundista, pero no sé si se darán cuenta de que se está haciendo lo posible para no írseles encima. Es raro que Estados Unidos tenga leyes tan permisivas en el tema de venta de armas pero no permita la violación en casos especiales.


A uno le dicen que en Colombia están las mujeres más bonitas, pero es mentira, todas se fueron a Miami. Yo no sé de qué universo paralelo salen tantas hembras, una detrás de otra. La mañana que fui a la playa me crucé con media docena de suecas que había llegado a la Florida escapando del invierno. ¿A qué dios vikingo hay que chupársela para estar con una sueca?

Horas más tarde volví al hotel comiéndome un mango verde que había bajado de un árbol a pocas cuadras de allí. Yo iba a pie y al mismo tiempo un hombre llegaba con dos mujeres espectaculares en un Ferrari. Definitivamente Miami no es mi lugar en el mundo.

Aun así me gustó la ciudad. Es ordenada, la gente respeta, está junto al mar (y uno paga lo que sea por estar junto al mar). Es cierto que está la “actitud Miami”, que es insoportable, pero yo creo que se puede vivir allí si se lidia con la menor cantidad de inmigrantes latinos posible. La clave es mantenerse lejos de Ocean Drive y de Lincoln Road, pero cerca del mar, porque la valía de Miami no es su gente sino su geografía.


Terminado mi sueño de hembras bronceadas llegó la hora de volver a Bogotá. En la fila para chequearme en el aeropuerto alcancé a contar once personas (todas colombianas) y veintiocho maletas. El límite de peso era de 23 kilos por pieza y la más liviana, calculo, estaba en 22,8. Se me ocurrió entonces que las autoridades están buscando en el lugar equivocado y que el problema no es la droga que va de Colombia a Estados Unidos, sino toda la basura que compramos allá y traemos al país.


Se me colaron cuatro personas, mis compatriotas pasaban por encima mío con excusas, con risitas, haciendo como si yo no estuviera ahí, pretendiendo estar pendientes del equipaje o de la abuela. Nadie hacía caso a lo que decía el empleado de la aerolínea, que daba ordenes para que todo fluyera mejor.


Fue una muestra gratis de lo que me esperaba a mi regreso a Colombia. Quienes iban con sobrepeso en su equipaje se quejaban, la fila era un espectáculo de gente pasando cosas de una maleta a otra para que todo encajara. La fila no era uno detrás de otro, sino todos amontonados a ver quién pasaba primero. No era una fila india, sino de indios.

Se monta uno en el avión y tres horas después vuelve a la tierra donde nació para ver que la gente no es bonita (y que en ese tema estamos más cerca de Bolivia que de Miami) y que los carros se van encima del peatón en vez de cederle el paso. Al final se descubre, como cuando descubrimos esas respuestas obvias que hemos tenido al frente todo el tiempo sin darnos cuenta, que el problema no es Miami, sino Colombia.

Yo, que según el sistema colombiano estoy a unas dos mil semanas de jubilarme, espero poder pasar mi vejez en la Florida. Las otras opciones son Nueva York y Barranquilla, pero Nueva York te mata de frío en invierno y de humedad en agosto, mientras que mi ciudad natal no tiene tantos aires acondicionados.


Será Miami. Eso si de aquí a allá no la han cercado y para entonces la ciudad ya no hace parte de Estados Unidos sino de Cuba, por decir algo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Reglamento de trabajo

Colgaron el reglamento de trabajo frente a mi puesto. Se trata de un cartel de un metro de ancho por setenta centímetros de alto, veintiocho hojas tamaño carta pegadas una junto a la otra, sesenta y dos artículos que hay que cumplir al pie de la letra y se llama así: “Reglamento de trabajo”.

Me da pavor de sólo mirarlo. Desde que lo pusieron, no rindo por estar pendiente de las normas que debo obedecer.

Estoy obsesionado con el segundo punto del vigesimocuarto artículo, referente a permisos y licencias. Dice que en caso de entierro de un compañero de trabajo se podrá avisar hasta con un día de anticipación y el permiso se concederá hasta al 10% de los trabajadores de la compañía.

Yo quisiera que todos mis compañeros fueran a mi entierro, así muriera de repente, y que ese día nadie trabajara. Y ojalá que el que más llorara fuera el representante legal de la empresa, que es quien firma el reglamento.

El artículo cuarenta conmina a que ni las mujeres ni los menores de dieciocho trabajen con pintura industrial o cualquier otra sustancia que contenga carbonato de plomo, pero no dice nada, por ejemplo, del cloruro de vinilo, que puede causar cáncer de hígado y alteraciones en la piel. La situación me ha dejado confundido. ¿Es o no entonces causal de despido jugar con tricloroetileno, pese a generar anemia, alteraciones en el sistema nervioso y lesiones renales?

De todos los apartados, creo que ha sido el cuarenta y cinco el que más he violado durante mi vida laboral. Se prohíbe allí sustraer útiles de la oficina, llegar embriagado, faltar sin excusa justificada, disminuir intencionalmente el ritmo de trabajo y hacer rifas dentro de las instalaciones de la compañía.

Señáleme usted a un solo mortal que no haya hecho alguna de las anteriores, si es tan amable. Ahí caería yo, aficionado a robarme los sacapuntas así no escriba a lápiz desde la primaria, pero también la de recursos humanos, promotora eterna del amigo secreto. Siempre el más entusiasta a la hora de jugar al amigo secreto, aguinaldos, celebrar cumpleaños y cantar villancicos es alguien de recursos humanos, de contabilidad, de sistemas.

Según la tabla, está prohibido usar las herramientas suministradas por la empresa en asuntos diferentes del trabajo, así que si a usted no lo contrataron para tuitear, ver Facebook, chatear y ver porno, es hora de disculparse con quienes pagan su sueldo; además, ocho días de suspensión le esperan a quien llegue quince minutos tarde. Podrá parecer una sanción severa, pero es justa si se toma en cuenta todo lo que nosotros, inescrupulosos empleados, nos hemos aprovechado de los pobres empresarios de este país. Álvaro Uribe la tenía clara, por eso los favoreció durante sus ocho años de presidencia.

Yo, que me consideraba un trabajador feliz, nunca había deseado tanto estar desempleado como ahora. No para poder darme el lujo de quedarme de holgazán en la casa, que es lo que me gusta, sino para no incumplir el artículo cincuenta y dos, que prohíbe tener armas en la oficina. Yo guardo en la gaveta izquierda un pisapapeles que planeo arrojar a la cabeza del editor la próxima vez que me devuelva un artículo.

Matar al jefe, el sueño de cualquier empleado que se respete.

Publicado en

http://www.cartelurbano.com/

domingo, 20 de marzo de 2011

Un banco con sentimientos

Mi banco, que es una de las cosas que más detesto, se las ha arreglado para que disfrute con dolor cada visita a su sucursal virtual.

Ignoro si lo hace adrede para que se me ablande el corazón y le perdone lo malo que me hace a diario, o es una simple coincidencia, pero ingresar a mi cuenta de ahorros se ha convertido en un reencuentro con el pasado.

Con la idea de aumentar la seguridad la página de internet arroja al inicio una serie de preguntas que en teoría solo yo podría contestar. Se trata de preguntas de la niñez, pero con lo nostálgico que soy me termino quebrando cada vez que las respondo.

El sistema me pide el nombre de mi mejor amigo de la infancia, de mi materia preferida en el colegio, de mi primera novia. Yo respondo y me voy hundiendo. Cuando llego por fin al balance de mi cuenta estoy tan tocado que me tiene sin cuidado que esté en rojo, porque lo que yo quiero cuando veo esos números no es que los ingresos sean superiores a los egresos, sino recuperar mi infancia perdida. Revisar si me consignaron el sueldo se ha convertido en un desgaste emocional que no sé cuánto más pueda soportar.

El otro día entré y me puse a llorar, no porque me hayan descontado dos veces el valor del recibo del celular, sino porque me preguntó por el nombre de mi primera mascota, un perro que se perdió y nunca encontramos pese a semanas de búsqueda y carteles ofreciendo recompensa. Cada vez que pongo su nombre en la casilla correspondiente me dan ganas de salir a buscarlo.

Y yo creo que el banco lo hace para que no me de cuenta de que me descuentan monedas por todos lados. ¿Cómo rebelarse contra la cuota de manejo de la tarjeta debito, los intereses por compras diferidas y la comision por retiros en cajero cuando uno ha quedado destruido tras escribir el nombre de la abuela fallecida que lo llevó a ver la trilogía de La guerra de las galaxias?

Ahora voy a la sucursal real y no es lo mismo, no me estremezco. Conocen mi nombre, me reciben con te y dulces, pero no me conmueven. El trato cara a cara, el calor humano que tanto me importaba para sentir que al menos eran amables aunque se estuvieran aprovechando de mí me tiene sin cuidado.

Yo prefiero un banco que se meta conmigo lo menos posible y que se limite a guardar mi dinero, que para eso lo tengo. Me gustaría que no cobrara por cada transacción, pero preferiría que no me hiciera llorar cada vez que me da por consultar el saldo de miseria que me gasto.

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viernes, 18 de marzo de 2011

Decimales

Usted es el culpable de las pesadillas de alguien. Se levanta a orinar a mitad de la noche y al otro lado del mundo, Japón quizá, un tsunami ataca con toda su furia.

Justo en Japón, no podía ser de otra manera. Pocos países han demostrado tanta predisposición para las catástrofes. Ve uno en los periódicos ciudades destruidas, calles desiertas, evacuaciones masivas, gente con trajes blancos que cubren todo menos los ojos, exámenes de radiación a civiles y son imágenes que resultan habituales.

Cualquiera que haya visto una película japonesa está familiarizado con ese tipo de escenas. Y producen escalofrío porque es como si los japoneses fueran más inteligentes de lo que creemos y pudieran predecir su futuro a través de su cinematografía, o peor aun, de invocarlo gracias a ella.

Un pueblo que inventa un ataque de una cosa llamada Godzilla anhela su destrucción con intenso deseo. Si un día le diera al mundo por acabarse, acabarse de verdad, empezaría derrumbándose en Hokkaido, por decir algo que suene bastante japonés.

En una de las fotos del desastre que mandaron las agencias de noticias se veía una casa flotando en medio del Pacífico. Era descorazonador porque estaba entera, como si hubiera sido arrancada de los cimientos y botada al mar por el mismo Godzilla.

Imagine su closet, sus implementos de aseo, su juego de sábanas, su mesa de noche con su lámpara, el comedor de seis puestos (o de cuatro) el televisor que está pagando a cuotas, la ropa que tenía secándose, todo flotando a la deriva en el océano más grande del planeta, yéndose sin usted, abandonándolo como abandonan las personas cuando ya no están enamoradas. Todo lo que consideraba suyo fuera de su vida en cuestión de segundos; trato de hallar algo que pueda causar el mismo desasosiego y no doy.

Yo creo en las grandes catástrofes a pequeña escala. Un tsunami toca la puerta y mueren miles, pero yo prefiero pensar en los efectos sobre las cosas mínimas, que son las que hacen que la vida tenga gracia.

Todo indica que el terremoto movió diez centímetros el eje de rotación de la Tierra, que suena a poca cosa pero es un montón. Se mueve el eje y lo grave para usted, que está al otro lado del mundo, no es que haya avalanchas y crisis nucleares, sino que por culpa de esa variación la calle que toma a diario para ir al trabajo esté cerrada por reparación.

Parece también que Japón se corrió 2,4 metros después del temblor. 2,4 metros, una distancia mínima, apenas setenta centímetros más que la estatura de un colombiano promedio. Lo dramático de esos 2,4 metros es que esa mañana usted iba a conocer a la mujer de su vida, pero ella, en vez de coger por la séptima como había planeado, tomó la once sin saber por qué. Me gusta pensar que pequeños cambios en la vida de alguien necesitan de eventos descomunales en la otra esquina del Universo. Le da algo de sentido a todo esto, supongo.

De pronto empezó a lloviznar en la ventana de mi cuarto. Deben ser los diez centímetros de variación en el eje de la Tierra.

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miércoles, 16 de marzo de 2011

El discurso del rey

Hay algo de poesía en un tartamudo que va a ver El discurso del rey en soledad. Mejor si es a plena luz del día en un teatro semivacío lejos de casa; lo que sea con tal de no encontrarse a alguien conocido que crea que uno está buscando inspiración en el lugar equivocado.

Varios quisieron ir conmigo a ver la película, como si esto fuera un juego, como si yo fuera un fenómeno digno de ser mostrado en circos o en la academia. Un par de tartamudos me invitaron también. No había posibilidad, esto no es Alcohólicos Anónimos.

Tengo claro que mi padre nunca será rey de Inglaterra y que no hay trono esperándome, pero imposible no sentirse identificado con Colin Firth, más allá de que su forma de tartamudear sea la acertada o no (que la es la mayoría de las veces). Hijo de un rey o de un hombre que apenas llegó a quinto de bachillerato, los tartamudos somos iguales.

Yo una vez hice un discurso. Fue hace 15 años frente a los 120 estudiantes de primer semestre de Comunicación Social. Era el examen final de una materia llamada expresión oral y debíamos darlo elegantes, en un auditorio, y tenía que durar ocho minutos. Suena a poca cosa, pero ocho minutos frente a más de cien personas usando una corbata mal anudada es una tortura para un tartamudo. Para alguien que habla de corrido, también.

Fui el mejor del semestre. Hablé durante 12 minutos, no porque tartamudeara sino porque me dejé ir y lo que era un discurso preparado terminó siendo una improvisación inolvidable. Ese día hablé de corrido y aún hoy no se cómo lo logré. A veces me dan ganas de repetir ese momento una y otra vez, pero no logro dar con él.

Tenía que sacar cuatro para aprobar la materia con tres, pero saqué cinco. Manejé al público a mi antojo, al final todos aplaudían y las mujeres me lanzaban besos. Fue la primera vez que supe que podía usar mi tartamudeo para tener sexo. A partir de allí, más de una vez me han dicho que mi tartamudeo es sexy. Yo no le veo nada de deseable a un tipo que no puede modular palabra tratando de decirle a una mujer que la ama.

De la película me queda algo que puede sonar obvio pero que yo no había pensado nunca: un tartamudo se hace, no nace. Nadie llega al mundo hablando trabajosamente, algo pasa en la infancia, entre los cuatro y ocho años por lo general. Al rey le prohibían usar la mano izquierda y bloqueó el recuerdo, pero lo que bloqueamos por un lado siempre termina saliendo por otro. Algo terrible pasó en mi infancia y quedé tartamudo. Estoy en paz con eso porque no me ha ido del todo mal. Pudo ser peor, pude haber sido psicópata, violador, político, publicista.

Yo soy zurdo también, y aunque nunca me negaron usar la mano izquierda como al rey, sospecho ahora que ser zurdo y tartamudo está muy ligado. Somos doblemente especiales, doblemente tarados.

“Tengo una voz”, decía Colin Firth. Es cierto. Una voz que nos hace sonar como idiotas aunque tengamos un cerebro brillante. Desarrollamos entonces la timidez, el pánico, el humor también. Nadie tiene mejores chistes sobre el tartamudeo que yo. Los cuento y ya nadie se atreve a competir.

La cara de angustia del actor antes de hablar en público es lo más fiel a la realidad. Es un miedo incontrolable que sale de las entrañas, que no se sabe desde dónde atacar y que termina devorándolo a uno. Yo todo el día vivo con cara de Jorge VI antes de hablar en Wembley. La angustia la da la resignación de saber que no importa lo que se haga, uno va a ser siempre un tartamudo. No importan los trucos, las ayudas, los ejercicios, la mejor voluntad de Geoffrey Rush o de un terapeuta del común, todo es un engaño. Un tartamudo que habla de corrido es un estafador.

También es cierto lo de leer con música para no oír la propia voz. Funciona tanto como cantar lo que uno quiere decir. Yo no me trabo cuando canto, ni cuando rezo, y si hablo con audífonos puedo llegar a ser deliciosamente fluido. El problema es que andar por ahí cantando las cosas lo deja a uno como un idiota. Sin embargo, si yo hubiera sido Jorge VI, el discurso de la declaración contra Alemania lo hubiera dado oyendo música. Hubiera perdido la Segunda Guerra Mundial, seguro, pero habría dado un discurso más memorable aún.

Nunca antes había derramado una lágrima por mi tartamudez, pero viendo la escena del discurso final no pude parar. No lloraba por Jorge VI, lloraba por mí, por todas las veces que quise hablar de corrido y no pude. Maldito el cine y sus momentos cursis.

La diferencia entre el personaje de Firth y yo es que él deseaba intensamente superar su problema. Más que desearlo, lo necesitaba. En cambio, la última vez que estuve en terapia descubrí que a mí tartamudear me sirve para pasar agachado y evadir responsabilidades. Y teniendo en cuenta lo vago que soy, es una condición perfecta que no quiero perder nunca. No dejar de tartamudear es no crecer jamás.

Pese a todo, terminó la película y salí convencido de que la terapia fue para los dos. Luego se lleva uno la decepción de la vida al contestar el teléfono para descubrir que se sigue tartamudeando y que tanto esfuerzo, tanta inspiración, tanto revolcarse en la silla y hacerle fuerza al rey no sirvió para nada.

Hay todo el heroísmo del mundo en pararse frente a un micrófono para entrar en guerra contra el tirano más grande que ha dado la humanidad. Hay también mucho de poesía en un tartamudo que trata de superarse, pero nada de épica.


Publicado en la Revista SoHo.

http://www.soho.com.co/cine/articulo/el-discurso-del-rey-vista-tar-ta-mudo/22656

domingo, 13 de marzo de 2011

Si me lo permites

Lo que yo no entiendo es cómo puedes inspirarle sexo a alguien. Solamente sexo, quiero decir. Porque está bien que seas una hembra irresistible, pero no me parece que es sexo lo primero que proyectas.

Por otro lado, lo que no soporto es ver la lista de hombres con los que has estado y saber que yo no clasifico a ella. Y es raro, porque toda la vida traté de convertirme en quien yo me enamoraría si fuera mujer, pero al parecer tengo un concepto demasiado bueno de mí mismo y el modelo Adolfo Zableh no tiene mucha demanda en el mercado. No estoy cuestionando tus gustos, cada uno mira con quién se mete, pero igual me duele.

Porque a mí no me duelen las tres o cuatro mujeres que me dijeron que sí, sino la tracamanada de ellas que me han dicho que no. Todas repitieron en su momento el mismo discurso, enumerando mis múltiples virtudes para después cerrarme la puerta añadiendo que cualquier mujer se moriría por estar conmigo (cualquiera menos ellas). Por ese te pedí que te callaras cuando te vi venir con los argumentos de siempre; en este momento de la vida prefiero que me digan que soy bruto, aburrido, feo y sin gracia, pero que estén conmigo.

Porque el asunto es que la gente no se enamora de otra gente por sus virtudes. Una mujer no se fija en un hombre porque sea inteligente, y honrado, y decente, y gracioso y hasta la trate bien y sea buen trabajador. Si así fuera, Pablo Escobar no habría tenido esposa y amantes, y todos los políticos serían solteros.

Al igual que en la política, pareciera que en el amor fuera necesario ser mala clase para triunfar. De labios para afuera las mujeres afirman querer alguien bueno que las quiera y las respete, pero luego dan con él y descubren que un hombre así es muy aburrido, y que es mejor salir con el hampón que las llama con tragos a las dos de la madrugada para tener sexo. Y ellas van y se lo comen porque creen que así van a enamorarlo. Hay que ver cómo cierran su corazón las mujeres cuando descubren que no pueden cambiarnos.

Lo que me da rabia contigo no es nada de lo que acabo de decir, sino haberme ilusionado. Qué idiota puede llegar a ser uno, que metido en la historia ignora toda evidencia y no cae en cuenta de que mujeres como tú no se fijan en tipos como yo.

Ayer me escribió una amiga desde el aeropuerto de Albany. Raro. Es diseñadora y me contó que la plaza central de la ciudad fue diseñada por Le Corbusier, pero que todo el mundo la odia porque es monolítica y solitaria.

El hecho es que estaba esperando un vuelo y se puso a leer este blog. Cuando volvió a casa (vive en Chicago) le tradujo a su novio, que no habla español, un post que le había gustado. Luego hicieron la cena y al final de la noche follaron, que es lo que se le pide a la gente: que se ame y que folle.

Qué bonito explicarle a alguien que uno ama algo que no es capaz de entender. Es un guiño tan humilde como apabullante. Vale más una traducción que un collar de diamantes porque lo primero une mientras lo segundo se presta para peleas.

Yo quisiera hacer algo así contigo, pero de nada serviría, porque si bien podría parecerte dulce no lograría que te enamoraras. Además está el detalle de que hablamos el mismo idioma y que encima eres más inteligente que yo. Así que, de ser necesario, a ti te tocaría explicarme las cosas y no al contrario.

A veces me gustaría hacerme el malo para que me pusieras atención, pero la verdad es que no me sale. Te veo y me derrito como una colegiala virgen. Aun así, si me lo permites, la follada sí me encantaría pegártela.

jueves, 10 de marzo de 2011

Vivir y asimilar

No hay nada peor que ser normal, que es como nos fabrican a todos.

Está quien vive la vida. Es el que muere a los ochenta querido por sus hijos, rodeado de nietos y con una pensión decente. Fallece feliz en su cama creyendo que ha dejado un legado. Está en cambio quien la asimila, aquel que trata de entender sin hacer mucho escándalo qué es esta vaina. Esos son los que terminan solos, dándose cabezazos contra el inodoro de su cuarto de manicomio. Usted y yo deseamos en secreto lo segundo, pero nos va a pasar lo primero porque somos desesperantemente comunes.

Vivir la vida es maldecir el transporte público y minutos después montarse en el próximo bus porque no se puede llegar tarde al trabajo. Asimilarla, en cambio, es no soportar más y tirárse a una buseta, no para que nos lleve a la oficina, sino para que se lleve la vida misma. Da envidia, pero una persona normal como usted o como yo no tiene las agallas para irse contra un Transmilenio. Creemos tener mucho que perder aunque en realidad no tengamos nada.

Yo voy a un matrimonio y me resulta fácil dar con las personas ordinarias; son aquellas que llegada “la hora loca” se emocionan y se ponen gorros y gafas gigantes, pitos y cadenas que fingen ser de oro, como de reggaetonero. Es sencillo desenmascararlas así estén enmascaradas.

Aquel que está en un concierto absorto, en silencio, que no canta ni baila pero mira fijo al escenario, ese está asimilando. El resto, esa manada de energúmenos que gritan, bailan y se drogan solo están viviendo. Usted quisiera ser aquel que se entrega manso a la música porque odia ser normal, pero es lo segundo y debe aceptarlo, que no tiene nada de malo. Aprenda a valorar lo que tiene porque vivir, y en especial vivir dignamente, como usted, es muy difícil aunque no tenga ninguna gracia.

Los que solo viven sienten el deber de hacer locuras porque la edad lo exige, pero en realidad son terriblemente aburridos. Cuando los jóvenes de hoy lleguen a la adultez serán como los hippies de hace cuarenta años, pero más tristes. A los hippies los movía el amor libre y la idea de cambiar al mundo, los rebeldes de hoy van a fiestas patrocinadas por una bebida energética. Ya no hay revoluciones por las que pelear, solo nos resta definir qué es mejor entre Blackberry y iPhone.

A los que asimilan la vida les pasó algo terrible en su niñez; no lo recuerdan, pero los marcó para siempre. Los que la viven también sufrieron, pero fueron al sicólogo y lo superaron. Ser celebrado por ser del montón es más fácil de lo que se cree. Usted podría ser Lady Gaga, solo que no se le ha dado la gana.

martes, 8 de marzo de 2011

Amor en la era digital

Más que tristeza por haberte perdido, me da pesar la escasa épica que tuvo nuestra relación. Y digo relación a falta de una mejor palabra. Fue un amor pedorro este, típico de la era digital en la que vivimos, donde todo termina con la rapidez con la que surgió. Antes de ti estuve con una mujer que se casó frente a ochocientos invitados y se separó a los cuatro meses, así que calcula lo devaluado que está el asunto.

Dos reinos no se declararán la guerra porque tú y yo hayamos terminado, dos familias no se aniquilarán entre ellas; esto no es Romeo y Julieta. Se trata apenas de dos personas que devengan un sueldo y que para verse tenían que cruzar una ciudad en caos.

Aquí nadie llorará ni se deprimirá tanto que no querrá salir del cuarto en días. Tú no creerás que nunca vas a encontrar a nadie como yo. Yo, en cambio, de golpe sí pensaré que me costará dar con alguien como tú, pero eso es porque soy un idiota y además tiendo a dramatizar las cosas.

El final de nuestra historia en la era digital me verá sacándote de chat, dándote unfollow (tú harás lo mismo), borrándote de Facebook. En fin, maricadas que hacemos los adultos de hoy a la edad en la que nuestros abuelos cruzaban, ya no una ciudad, sino el océano mismo por amor.

No lo haré de inmaduro, te lo juro, tú lo sabes. Lo que ocurre es que necesito sacarte de mi vida lo más rápido posible y entre menos tentado esté a recorrer mis pasos contigo, mejor para ambos. Espero que cuando te supere vuelvas a aceptarme en todo lo que te saqué, pero sobre todo que me vuelvas a dar follow, porque a mis seguidores los quiero tanto como yo alcancé a quererte. Lo de Facebook sí va a ser un problema, porque además de sacarte te bloquearé y todavía no sé cómo se desbloquea en esa vaina.

Por el momento no preciso de tus recuerdos, estoy más tranquilo sin ellos. Por eso rompí un par de boletas (una de cine, otra de un concierto). Por ahora todo lo que necesito (fechas, besos que aun nos damos, tu cuerpo desnudo) lo tengo aquí. Y cuando digo aquí me toco tres veces la sien izquierda con el dedo índice del mismo lado.

lunes, 7 de marzo de 2011

Lo importante

Si partimos del rumor que dice que el mundo no es gobernado por los presidentes sino por siete judíos que sentados en una mesa en Nueva York deciden qué debe y qué no debe hacerse con él, es pertinente decir que han tenido éxito no solo en fijar alto el precio del petróleo y en acumular la riqueza en pocas manos, sino en habernos pegado una despistada de proporciones históricas. Con habernos me refiero al ciudadano común, a usted y a mí.

Porque esos señores sin rostro y que de golpe solo existen en nuestras pesadillas han logrado que pongamos nuestra atención en las cosas menos importantes y no protestemos por lo que vale la pena protestar. En el mundo de hoy es muy fácil vestir bien con poco dinero, pero resulta imposible que el sistema médico acepte sin chistar extraernos un tumor maligno así hayamos pagado la mensualidad a tiempo.

Sabemos con exactitud cuánto cuesta el iPad 2 que acaba de salir al mercado, pero ignoramos la cantidad de dinero que por obligaciones sociales nos descuentan del sueldo. Cuando oímos que los fondos de pensión son un fraude, y que llegada la jubilación nuestra generación nunca verá todo lo que aportó, nos entra un pequeño estrés. Nada comparable, eso sí, con la preocupación que nos genera el hecho que Google haya sacado un nuevo navegador mientras nosotros seguimos usando Explorer, esa porquería.

Yo quisiera que la gente que hace la fila para el Sisbén tuviera el mismo júbilo que muestran los gringos que esperan una semana en la puerta de un almacén para comprar el último Xbox. En ambos casos se madruga, pero aguantar lluvia y frío para ser clasificado según el nivel de pobreza es un asco, nada que hacer.

Sería bueno también que la gente recitara los puntos de la Ley de víctimas igual que la ficha técnica del Audi R8, con entusiasmo y de memoria. El problema es que mientras los alemanes hacen carros que no van a ningún lado de cero a cien en menos de cuatro segundos, en Colombia seguimos sacando leyes que no llegan nunca a donde deberían.

El sistema está diseñado para facilitarnos las cosas sencillas y enredarnos las complejas. Nos inunda de créditos para cambiar de computador cada dos años, pero nos hace pagar una casa durante media vida. Yo preferiría que ir de compras a Miami fuera difícil con tal de no tener que pagar tres veces el valor real de un apartamento.

Es lunes en la mañana. Me miro al espejo antes de salir rumbo al trabajo y noto que nada de lo que llevo puesto fue comprado en Colombia. ¿Vestirme mejor quiere decir vivir mejor? ¿Soy superior a aquel que llena su closet con ropa del Éxito?

Camino por la calle. Me he convertido en ese ser que por fuera luce fabuloso, pero que detrás de la cara con la que mira no tiene nada que ofrecer. Me odio no solo por lo que he hecho de mi vida, sino por haber nacido nieto de palestino, quizá lo único peor que ser judío.

sábado, 5 de marzo de 2011

Ni al beso

Yo haría mucho por ti. Digo haría y no haré porque soy un cobarde que teme fracasar en la lucha por aquello que intensamente desea.

Empezaría con un beso, que no está nada mal. Un beso es casi siempre el comienzo de algo bueno. Por ti dejaría el porno y el chocolate (ya lo había hecho) y no miraría a otras mujeres (también lo había logrado con éxito arrollador).

Por ti cambiaría a mitad de la madrugada los pañales de los niños que parieras e iría a un concierto de música electrónica, género que no acabo de entender.

Por estar contigo asistiría a los almuerzos familiares de domingo y al final del día, pese al horror de un nuevo lunes a la vuelta de la esquina, te lo haría toda la noche para luego prepararte la cena. Suena fácil, pero no creas. Por muy deseable que seas, cocinar después del sexo significa un gran esfuerzo para un hombre como yo.

Por el privilegio de estar juntos aguantaría tus cambios de humor, tus días de regla, la llamada de algún ex novio, tu trabajo absorbente y hasta los momentos de malparidez que todos tenemos. Solo a tí te cuidaría en una prolongada estancia en el hospital.

Por ir detrás tuyo cogería un avión a países que la comunidad internacional recomienda no visitar, Irak, Sudán y Yemen incluidos. Ya vivimos en Colombia, que no es que tenga mucho prestigio, así que el cambio sería imperceptible.

Yo podría amarte toda la vida. Eso sí, y todo hay que decirlo, solo estaría en capacidad de hacerte feliz durante un año, año y medio en el mejor de los casos. Por estar a tu lado aceptaría que el Padre Chucho nos casara.

Y también haría cosas que no tienen que ver con el amor si no fuera tan cobarde. Leería más y vería menos televisión, compraría un apartamento a quince años, votaría, sería más juicioso en mis aportes a pensión y cesantías, le bajaría a la sal para vivir más y mejor. Regalaría el Playstation a los pobres, o a los ricos, no me importa.

Yo podría matarte por amor.

Lo malo es que la tan anhelada Tercera Guerra Mundial se está fraguando en Medio Oriente
, y así las cosas tú y yo no vamos a llegar ni al beso.

jueves, 3 de marzo de 2011

Colombia es pasión

Lo que me gusta de la frase “Colombia es pasión” es que es tan clara que no deja espacio para dudas. Explica en tres palabras lo que es un país y al mismo tiempo deja claro todo lo que no es. Es tan buena que no parece hecha por colombianos.

Si Colombia es pasión, automáticamente quiere decir que no es orden, ni honradez, ni eficiencia, ni progreso, ni sentido común. No lo digo yo, lo dice el eslogan.

Colombia puede ser también tierra de oportunidades, pero la ilusión de un nuevo empleo te la quitan en cuestión de días los puntos de servicio al cliente de la EPS, el fondo de pensiones, la Registraduría civil y el centro de reclutamiento del Ejército, que al parecer hacen todo lo posible para no darte esos certificados que necesitas. Igual, muchas ganas de trabajar no es que tuvieras.

Colombia es pasión, pero también problemas matemáticos. Hasta la fecha no conozco un solo lugar que sea coherente entre el número de ventanillas abiertas y la cantidad de personas que atiende. Pasa en el banco, en el ejército, en el supermercado. Es como cuando te agrandan las papas pero no te dan más salsa de tomate. Pura falta de sentido común.

Misántropo como soy, hay mañanas, las peores, en las que me dan ganas de montar un punto de servicio al cliente con la idea de no ayudar a nadie.

Un día se encuentra usted frente al reto de sacar el duplicado de la libreta militar y ante tanta inoperancia no queda otra que creerle a Wikileaks cuando dice que la Operación Jaque estuvo arreglada. No suena lógico que una institución que en plena modernidad lo pone a hacer siete filas y le roba un día entero para sacar un documento básico sea capaz de encontrar gente perdida en la selva sin algún tipo de truco.

Termina la jornada con la decepción de haber perdido un día, y lo que antes era una carpeta ordenada con todos los papeles exigidos acaba siendo un sobre de Manila arrugado y a medio romper, sin una pizca del orgullo y el honor que predica la institución.

Entre un Ejército que mata civiles para presentarlos como guerrilleros y uno que te pone a hacer siete filas no sabe uno qué escoger. Más desesperante aun es descubrir que tanta espera, tanto preguntar, tanto pisarse con el de al lado termina en que te entregan un comprobante con tu apellido mal escrito. Más que los secuestros, los actos terroristas y los reclutamientos forzados, lo que habla mal de las Farc es que el Ejército haya sido capaz de matar a Jojoy.

Pero yo seguiré pagando mis impuestos con la esperanza de que el país sea mejor cada día. Y ojala los mayores beneficiados fueran esos soldados que no conozco, que duermen poco y mal por mí, pasan horas de pie por mí, se matan a bala con otro compatriota por mí; todo para que yo al final de la tarde pueda llegar a casa a ver Seinfeld en paz, que es como Dios manda. Y si los ochenta mil pesos que cuesta el duplicado de la libreta significa una mejor vida para esos jóvenes, la seguiré sacando cuantas veces sean necesarias.

Lo que más me aterró de la vuelta de esta mañana no fueron las filas, ni el procedimiento que te obliga ir mínimo tres veces al Distrito Militar así no quieras, sino la posibilidad de que el aspirante a oficial que me atendió en la tercera ventanilla llegué a ser Comandante de las Fuerzas Militares. El día que eso ocurra (porque va a ocurrir) me nacionalizo boliviano.

miércoles, 2 de marzo de 2011

La vida es mejor en fotos

Tengo una amiga que documenta toda su vida en fotos. No me refiero a los eventos que todo el mundo retrata, como bodas y primeras comuniones, hablo de sucesos banales. El otro día estaba ardiendo en fiebre y tomó registro de su cuerpo bañado en sudor.

Mi amiga es adorable, y sus fotos la hacen más adorable aun. Estoy adicto a sus retratos. Me da rabia no haber estado en los que ya tomó y no quisiera perderme los que vienen en el futuro. No existe uno donde salgamos juntos y eso me duele.

Su vida, que es buena, con fotos se convierte en la que todos quisiéramos tener. Tiene ella una autofoto en vestido de baño donde sale inmoralmente deseable. Se volvió experta en autofotos, una de esas habilidades que dan algo de prestigio y nada de dinero.

No entiendo a la gente que dice que la fotografía es un reflejo de la realidad, yo creo que es exactamente al contrario, la deforma.

Basta con mirar una imagen histórica, la de la Conferencia de Yalta, por ejemplo. La foto muestra en apariencia a tres líderes que acaban de ganar una guerra, cuando lo que hay en realidad son tres señores cerrando un negocio.

Está también la de Kim Phúc, la niña vietnamita que corre desnuda luego de que un avión norteamericano bombardeara su pueblo con Napalm. Es un retrato precioso que dan ganas de ampliar y enmarcar, aunque sin adornos ni justificaciones se trata del registro gráfico de un momento que marca para siempre. Hasta patear una lechuza tiene algo de heroismo si queda registrado. Lo dicho, la realidad deformada.

Pero no hay que irse lejos. Su foto de Facebook está hecha para lucir apetecible, pero ese no es usted. Usted es ese remedo de ser humano que se mira al espejo cada mañana. Así es con todo. La fiesta no estuvo tan buena como se ve en el álbum y esa novia a la que besa en unas vacaciones no estaba tan enamorada de usted como parece.

A mí me pasa lo mismo. Tengo otra amiga que nunca se acostó conmigo pero decía masturbarse con mis fotos porque yo le parecía fotogénico. Es cierto, soy fotogénico, en persona decepciono. Salgo tan encantador en las fotos de mi infancia que quien las ve siente ganas de tragarme.

Hay una especial donde estoy a punto de hacer mi primera comunión. Salgo en corbatín, con cara de ángel y sosteniendo una Biblia de utilería. Lo que nadie sabe es que horas antes de ser tomada mi madre me había sorprendido masturbándome. Ese sábado estaba tan emocionado por recibir a Dios en mi corazón que me excité pensando en la Virgen María y sentí entonces que si iba a empezar una vida de santidad y devoción lo mejor era expulsar al diablo de mí cuanto antes.

No es para escandalizarse, que todos nos masturbamos. Ahora que lo pienso no hubiera sido ni mala idea tomar una foto del instante, pero no tenía una cámara a la mano (la tenía ocupada), y para ser honesto, no tengo la misma habilidad de mi amiga para dejar constancia de los eventos ordinarios de la vida.

martes, 1 de marzo de 2011

Verbalizar

A nadie le enseñan a verbalizar sus emociones, que es tan importante. Nos enseñan a escribir, que no es poca cosa; pero escribir no sirve de nada si no nos instruyen en el proceso de convertir en palabras el caos de la cabeza. No sabemos verbalizar, de ahí el miedo ante la hoja en blanco.

Por eso ve uno tanto desadaptado, tanto infeliz, tanto divorciado. Un día cualquiera usted se despierta triste y no sabe por qué. Trata de procesarlo, pero es incapaz de traducir las emociones en verbo.

Si pudiera le diría a su esposa que no le inspira el mismo sexo de antes y que eso ha deteriorado la relación, pero que va a hacer todo lo posible por revivir el deseo. Si lograra volver sus miedos en palabras quizá hasta escribiría una carta que los haría tener el mejor sexo de sus vidas ahí mismo.

Pero no puede. Se despierta entonces y no la besa de buenos días, luego se baña y deja la toalla en el piso porque sabe lo mucho que ella lo detesta, y a la hora del desayuno dice tres frases hirientes. Ella se ofende, lo insulta de vuelta y tienen ya no el sexo de la vida, sino la pelea que acaba por dinamitar lo que antes fue una historia de amor única.

Descubren entonces que no se soportan y que pasaron años de su vida, los mejores tal vez, junto a un completo extraño con el que no tenían nada en común.

Verbalizar el desespero del descubrimiento es aun más difícil porque llevar a las palabras el sentimiento de asco es casi imposible, y porque reconocer que se tomó una decisión equivocada puede acabar con la autoestima.

Hablar para que nos entiendan no es poca cosa, es tan difícil como construir un cohete. La guerra es el fracaso máximo de la dialéctica; se disparan balas cuando no se tiene nada que decir.

El amor es un fracaso también. Hasta el más lúcido de los seres humanos se vuelve un tarado cuando pierde la capacidad de usar las palabras y empieza a entregar sus besos sin pensar en las consecuencias. Aunque ambas cosas salgan del corazón, destrozan más los besos que se dan que las palabras que se pronuncian.