jueves, 31 de enero de 2013

Perdimos contra el sistema

La semana pasada fui a mi antiguo trabajo a pedir una certificación para un nuevo empleo que comienzo en unos días y sentí el miedo entre los que eran mis compañeros. La empresa cambió de dueño, ahora es de un tipo que está metido en finanzas, y los están auditando, parece que se vienen recortes y despidos grupales porque quieren hacer la compañía más rentable de lo que ya es (más eficiente, dicen, para que la causa suene noble).

Todos creen que van a ser despedidos: los recién contratados, los que se ganan no más de dos salarios mínimos, los que se ganan millonadas, tipos que llevan 40 años haciendo lo mismo y que se saludan de mano con el gerente, el gerente mismo. El pánico está esparcido.

Cosas así pasan porque perdimos contra el sistema, le entregamos el poder a los bancos de manera voluntaria: no nos pusieron armas en la cabeza sino comerciales en la televisión y nosotros caímos porque pensamos que nos estaban haciendo un favor.

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martes, 29 de enero de 2013

Obsoletos

La otra noche vi el documental ‘Comprar, tirar, comprar’ que habla de una cosa llamada obsolescencia programada. Lo vi completo pese a que dura más de una hora y en estos tiempos uno no tiene mucho que hacer pero se lo inventa para no tener que soportar algo tan largo. Porque la constancia no es lo nuestro; mejor ver videos de tres minutos, hablar en 140 caracteres o tener conversaciones por Whatsapp que se contestan cada dos horas.

El documental hablaba de cómo las empresas hacen las cosas para que se dañen y, una vez descompuestas, sea más fácil cambiarlas que arreglarlas. A usted le puede sonar obvio, y de golpe lo es, pero para mí resultó ser una revelación.

En la obsolescencia programada todo está cuadrado para que la nevera deje de enfriar, las tijeras pierdan el filo, la carcasa metálica del ventilador de piso de oxide, el computador amanezca un día sin ganas de prender. Es más o menos lo que dice el documental, que muestra que se pueden hacer bombillas que duren un siglo pero las marcas sacan al mercado unas que se funden a las mil horas (y nos hacen creer que son la gran cosa). Medias de nylon que podrían aguantar años e impresoras que vienen con un chip contador que hacen que el aparato se pare después de un cierto número de impresiones hacen también parte del menú.

Y no sabe uno qué pensar porque, sí, ¿dónde están la ética y el progreso si hacemos cosas para que se dañen? Pero también, ¿qué pasaría con la economía, con su trabajo y el mío, si la gente comprara una cosa y no tuviera que reemplazarla sino décadas después?

‘Comprar, tirar, comprar’ habla de la santísima trinidad del mercado: la publicidad, la obsolescencia programada y el crédito, una necesidad creada, una droga que nos han dado durante años sin que nos demos cuenta. El sistema está hecho para que comprar una casa o sacar una visa sea imposible si no tenemos vida crediticia, como si carecer de ella nos hiciera malas personas. Estamos jodidos; nos tienen arrodillados pero igual damos las gracias.

El otro día quise mandar a arreglar mis zapatos preferidos y angostar un pantalón que me gusta pero que parece de rapero y me costó encontrar a alguien que hiciera el trabajo. Di con tres tipos, todos viejos, que trabajaban en talleres pequeños y desordenados. El negocio de la reparación al menudeo no va bien y es ejercido por dinosaurios, gente obsoleta que terminará por desaparecer. De eso se trata también la obsolescencia programada.

Ya no sabe uno si recomiendan cambiar el cepillo de dientes cada tres meses por salud o por negocio, y entiende que los carros cambian de modelo cada año porque sí. Igual los equipos de fútbol, que tienen un uniforme nuevo para cada temporada y lo que hacen los fabricantes es cambiarle el cuello, ponerle líneas más delgadas o más gruesas, según convenga. Y nosotros vamos como locos a cambiar el carro y la camiseta de nuestro equipo, cueste lo que cueste, porque somos unos descerebrados. Hay que ver cómo la gente hizo horas de fila y acampó a la entrada de los almacenes para comprar el iPhone 5, como si el 4S fuera una porquería inservible.

Al terminar el documental entiende uno lo que ya sabía: que nos ven la cara de idiotas y que estamos llenos de cosas que no necesitamos. Véalo antes de que se le dañe el computador, que es una reliquia, ¿no ve que tiene ya dos años de uso y apenas 250 GB de memoria?

Publicada en la edición de enero de la revista Enter. www.enter.co

jueves, 24 de enero de 2013

Algún día alguien se dará cuenta

A veces lo que necesitamos es una buena follada. Cuando el día comienza mal y sigue peor lo único que puede salvarnos es un orgasmo, cura intensa y pasajera para nosotros que, como el planeta, no necesitamos ser salvados.

La gente sale todos los días a trabajar y mata a otra gente por sexo. Perseguimos el orgasmo a toda costa y hay momentos en los que sentimos que hay que conseguir uno como sea. Yo no puedo pensar, ni comer, ni moverme ni seguir con mi vida normal (que no es que sea la gran cosa) hasta que logro uno. Hay días en los que no puedo empezar la jornada si no me masturbo, por eso llego tarde a las citas inventándome un trancón, una vuelta bancaria, una cita previa, cuando lo normal es que me he estado tocando. Esas horas de excitación previas al orgasmo no son vida; el sexo es una cárcel y eyacular es la salida.

Por eso, cuando piense en amar a una mujer, casarse con ella, tener hijos y todo lo demás, hágase una paja y verá cómo todo se desvanece: la masturbación como terapia nos quita los sueños de grandeza, las ganas de trascender. Un orgasmo borra todo indicio de violencia y nos vuelve mansos. Las empresas deberían haberlo descubierto y permitir que sus empleados se masturbaran en sus baños así como hay máquinas de café.

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jueves, 17 de enero de 2013

No se deje engañar




La mujer de la foto está cumpliendo 23 años, el de la derecha es su novio desde hace cuatro y se lo está celebrando. Son las dos de la mañana, la copa hace las veces de ponqué y la chispa, supongo, es para agregarle magia al momento.

Toca meterle fuego al asunto porque el amor es una cosa jodida. Ni siquiera el amor, sino lo que pasa cuando las mujeres se mezclan con los hombres. Las mujeres siempre tienen la razón así nosotros les hayamos metido en la cabeza que no. Son nobles, felices y confiadas hasta que dan con el primer imbécil de sus vidas.

Las calles están llenas de amargadas, mal casadas, mal folladas; y no porque no sepan escoger a los hombres sino porque no hay más. Los hombres somos idiotas a cualquier edad, no entiendo por qué siguen esperando cosas de nosotros.

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jueves, 10 de enero de 2013

Faltan dos minutos


La piel es el órgano más grande del cuerpo, lo que le resta protagonismo al corazón. El corazón es como Dios: está sobrevalorado y le atribuimos virtudes de las que carece.

La de la mujer que me gusta ahora es impresionante. Y suena como si cada semana me gustara una diferente, que no es así. Gustar, gustar, quiero decir. Uno se la pasa enamorándose de mujeres que ve en la calle, y es normal, porque los hombres somos fácilmente impresionables. La gente en general. Una vez salí un mes con una mujer que estuvo enamorada de mí unos 45 minutos.

Es excepcional la piel de esta mujer, explicaba. No sé qué tiene porque no soy experto en el tema, pero acaba de pisar los 30  y la tiene perfecta, al menos al ojo. Puede uno recorrerla de punta a punta, anverso y reverso, sin mayores obstáculos, lo que termina siendo un placer para la mano. Y tiene un color extraordinario, parte de cuna, parte por el sol. Los dermatólogos recomiendan huir de él por las manchas y el cáncer de piel, pero esta mujer es de hacer lo que se le da la gana.

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