jueves, 28 de febrero de 2013

No pararse de la cama en tres días

Una mujer lo da por amor a un hombre que no la ama y no se para de la cama en tres días. Un jefe despide a veinte y no se para de la cama en tres días. Una esposa es infiel y no se para de la cama en tres días. Un sicario mata a su primera víctima y no se para de la cama en tres días. Uno escribe un mal artículo y no se para de la cama en tres días.

Hay algo de poético en quedar tan abatido que no podamos levantarnos de la cama en tres días, como cuando éramos niños y exagerábamos la enfermedad para no ir al colegio. Ahora de grandes las camas no sirven ni para dormir ni para tener sexo, así que esperamos que al menos nos soporten en nuestros peores días.

Se queda uno en la cama a recuperarse de una enfermedad, de un golpe de la vida, y piensa que va a dormir lo que no ha dormido en años, pero a la tercera vuelta se da cuenta de que es imposible. Yo sufro de insomnio desde los 25 y me cansé de trabajar a los 30; vivo cansado, pero no me da sueño. Siempre espero al almuerzo para echarme una siesta, pero llega la una de la tarde y anuncian por televisión un partido que no me puedo perder.

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jueves, 21 de febrero de 2013

Lunes


En primer plano, el Mac blanco que compré para mí porque el plateado estaba muy caro y que ya descontinuaron porque cuando se abre a mas de 90 grados el plástico de la parte posterior de la pantalla se empieza a romper. (Apple no responde por el daño).

De fondo de pantalla, la foto de un edificio en Berlín que tomé hace dos años. Sobre ella, decenas de íconos que no sé en qué carpeta acomodar y que dan una sensación de desorden controlado. Si mira bien, más allá del edificio está mi sombra. Por último, la barra de herramientas está a un lado y no en la parte inferior para ver mejor los videos porno.

Al fondo, afuera de la pequeña sala de juntas, un letrero que dice ‘No excuses’ (la S final no cupo) que es otra de las estrategias que usan las empresas de hoy para que creamos que nos gusta el trabajo. Cada vez que lo veo me acuerdo de una canción de Alice in Chains que se llama así y que dice “You're my friend I will defend, and if we change, well I love you anyway”. Me gustaba esa canción.

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jueves, 14 de febrero de 2013

Esa porquería

La semana pasada habíamos quedado en que el amor era una porquería. 24 horas después mi hermana me avisaba por DM que había roto fuente. Isabel será una niña amada por sus padres y también por su tío, que la querrá a su manera. Haré lo mejor que pueda porque, aunque sería un padre de puta madre, ella será lo más cercano a una hija que pienso tener ya que no me agrada la gente y no me gusta contaminar.

El amor es finito, no alcanza para todos. Mientras más ama uno a los seres cercanos, entre más paciencia y devoción les tiene, más odia a los extraños. Uno necesita odiar, y odiar a un desconocido es muy fácil así haya hermanos que no se puedan ni ver. Entre más amor hay en los comerciales de Coca-Cola, más podrido está el mundo.

¿Por qué admiramos a los que demuestran amor a sus padres, a sus hijos, si querer a un familiar es fácil? Somos raros, mataríamos a cualquier desconocido que se acercara a la ventana del carro si tuviéramos una pistola a la mano, pero nos derretimos por los animales, por ejemplo. Todos nos enternecimos con la noticia del perro que se la pasa en la tumba de su dueño fallecido, pero es una compasión de mentiras. Cosas como esa se convierten en la historia del día porque la gente es estúpida. Los perros también.

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lunes, 11 de febrero de 2013

Es muy difícil salirse

Suena el teléfono, es una amiga, me pide que la acompañe al lanzamiento del disco de su ex novio. Yo le aconsejo que no vaya, que le va a hacer daño. Ella sabe que tengo razón pero termina asistiendo porque nunca ha tenido el temple suficiente para zafarse de las relaciones de un solo impulso, ¿quién lo tiene?

A mí me cuesta soltar, ya no una relación sentimental, sino mi plan de celular. En la compañía a la que estoy suscrito desde hace once años hacen todo lo posible por retenerme cada vez que he amenazado con irme.

Mi empresa de telefonía móvil me ha cobrado llamadas a larga distancia que no he hecho, megas de internet que no he navegado, me ha colgado cuando llamo a quejarme y ahora no me deja colgar fotos en Twitter, pero yo sigo ahí porque tengo entendido que la competencia es igual de perversa. La última vez traté de pasarme de pospago a prepago y me dijeron que si lo hacía perdería mis beneficios. (¿Qué beneficio diferente a pagar la factura sin falta cada mes tenemos los usuarios?).

Cuando llegamos a comprar un celular nos dicen que sí a lo que pidamos, todo es “como tú quieras”. Luego nos pasan una manotada de papeles y firmamos como si nos estuvieran pidiendo autógrafos; podríamos estar firmando un permiso para que nos extrajeran el hígado e igual aceptaríamos porque un smartphone nuevo es una de esas cosas que dan alegría, aunque no debería.

El hecho es que el trámite para salirse no es tan sencillo. La vuelta no se puede hacer por teléfono, para empezar, sino en persona, y usted sabe lo que es el caos en un centro de atención al cliente. Así lo van desmotivando a uno. Los que nos atrevemos recibimos, después de haber hecho una fila que no resuelve nada, un bombardeo de llamadas donde nos regalan minutos a precio de huevo, que no son otra cosa que promociones que con el tiempo dejarán de serlo. De hecho a mí me ofrecieron una buena tarifa por no cambiarme de pos a pre, aunque no la acepté solo para no darles el gusto. Luego de un par de meses terminé volviendo y aceptando sin chistar todas las políticas y condiciones de uso porque no me quedaba de otra y además venían en una letra muy chiquita.

Salirse de la familia es imposible, no hay cómo negar a la madre; abandonar el crimen es también tarea difícil, vea usted si no cuántas desmovilizaciones de paramilitares falsas se han hecho en este país. Grecia no se ha salido de la Zona Euro porque le valdría $276.000 millones. A nosotros, que andamos en bus y somos medianamente honrados, desprendernos de la EPS, del fondo de pensiones, de la compañía de televisión por cable son tareas que nos sobrepasan. Nos cuesta incluso renunciar al empleo que odiamos. No así las empresas, que un día, no importa lo responsables que hayamos sido, nos mandan a recoger el cheque final a recursos humanos.

La cosa es tan difícil que yo, que alguna vez terminé un noviazgo por Messenger, he tenido el mismo número celular durante once años, lo que constituye mi relación más larga y estable, así como la más tormentosa. Si eso no es amor, no sé de qué estamos hablando.

Publicada en la edición de febrero de la revista Enter. www.enter.co

jueves, 7 de febrero de 2013

Todo está arreglado

Cada vez me siento más robado, y ya no solo se trata de que abusen con el precio de la finca raíz y de los restaurantes. No creo que exista en Bogotá un taxímetro que no esté adulterado, por ejemplo; no entiendo por qué las aerolíneas cobran por cambiar la fecha de un vuelo, y cobran aún más duro si lo que se quiere cambiar es el nombre de pasajero, como si importara si el que viaja soy yo o mi vecino.

Por eso ir al supermercado dejó de ser un placer. No entiendo que un litro de helado cueste veinte mil, lo mismo que un tarro mediano de aceite de oliva. Los paquetes de salchichas traen cada vez menos pero cuestan más, las lechugas y el pollo se han venido encogiendo con los años. Y no sé si me estoy volviendo loco, pero sospecho que para maximizar las ganancias, los fabricantes bolsas de basura decidieron subirles el precio pero hacerlas más delgadas. No descarto que hayan hecho también un gran recorte de personal.

Todo está arreglado para tumbarnos. Las cosas no cuestan lo que vale hacerlas sino lo que estamos dispuestos a pagar, por eso unas gafas de sol pueden costar un salario mínimo. Y el robo no es solamente en punto de venta; nos roban la realidad también, que no tiene nada de malo mientras no sepamos qué es la realidad ni en qué consiste esto que llamamos vida.

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lunes, 4 de febrero de 2013

Unas palabras sobre las tetas

Mi habilidad es adivinar la talla del brasier de las mujeres con solo verles las tetas por debajo de la ropa. Nunca fallo, y para alguien tan poco romántico como yo, tal don tiene el mismo efecto que llevarles flores.

Mi vida, como la de cualquier otro hombre, se basa en la obsesión por las tetas. Ir a la universidad, hacer un posgrado, trabajar toda la vida, conocer el mundo, todas son excusas para llegar a ellas. No las entendemos, pero las deseamos. No importa cuántas hayamos visto, siempre queremos más, por eso existen revistas como esta. Si existiera el genio de la botella, yo no necesitaría tres deseos, me bastaría uno: saber cómo son todas las tetas del mundo. Veo a una mujer en la calle y lo primero que pienso es en cómo las tendrá. Eso, y luego en la cara que hace mientras tiene sexo. 

Es difícil dar con el momento en que nos obsesionamos. Seguro ocurrió en la lactancia, pero esa es una operación de rutina, inconsciente. En la primera infancia nos aferramos a ellas sin saber qué son e ignoramos que nunca podremos superarlas. Mi primera Playboy la compré a los 12 años, porque traía las fotos de una italiana llamada Sabrina que cantaba la canción Boys. Cantar era un decir, porque la única certeza es que en el video salía en un bikini blanco moviendo las tetas. Vi la revista a escondidas de mis padres durante mucho tiempo y empecé a coleccionarla mes a mes para ver qué tetas traía. El gusto por leer los artículos llegó después.

Y si eso somos los hombres, qué decir de las mujeres. Las adolescentes esperan ansiosas a que les crezcan, se miran desde pequeñas en el espejo y por debajo de la blusa a ver cómo van. Comen maní y usan brasieres con relleno. Muchas se desarrollan y cuando notan que no van a alcanzar las dimensiones que esperaban, terminan operándose. Se operan primero y entienden después que aumentar de talla sube el ego, pero no la autoestima.

El asunto es que no se trata del tamaño, sino de la forma. No importa que las tetas sean grandes o pequeñas, sino que sean bonitas. No sabría cómo explicar eso, pero tiene algo que ver con que sean más redondas que ovaladas, tengan pezones pequeños y un poco puntudos (ojalá rosados), que sean suaves y que vengan con la caída justa. Las más bonitas que vi alguna vez pertenecían a mi exnovia; eran tal cual las acabo de describir y no pasaban del 32B (adiviné la talla en la primera cita).

Pero ya sean de nacimiento o hechas en el quirófano, lo que nosotros queremos es verlas. Por eso aburre que las mujeres insistan en desnudarse por una causa (el maltrato de animales, el hambre del mundo) y que muchas se justifiquen en que el desnudo fue artístico. Nosotros admiramos a las que reconocen sin pudor que mostraron las tetas porque se les dio la gana. 

Un par bien usado sirve para lo que sea: forja carreras en televisión y vende repuestos para carros; de ahí a que no exista taller sin fotos de mujeres desnudas. La prueba de que vivimos en una sociedad machista es que no existe mujer tetona que esté en la olla.

Publicada en la edición de diciembre de revista SoHo. www.soho.com.co