jueves, 21 de marzo de 2013

La vida empieza a los 80

Eligieron a un tipo de 76 años para que fuera Papa. Y parece buen negocio ser cura, porque trabajas poco y llegas a la cúspide a la edad en la que los demás se jubilan. O al revés, qué aburrido ser sacerdote y repartir hostias y bendiciones a la edad en la que otros llenan crucigramas en el parque.

Lo cierto es que en la Iglesia empiezas a ser importante cuando rozas los 80 y te jubilas tarde, no por vocación al trabajo, sino porque no haber hecho gran cosa durante décadas te permite desgastarte al mínimo. No digo que no haya curas que libren su propia lucha, evangelizando en medio de la selva y alimentando a niños hambrientos, pero en el Vaticano se debe pasar mejor que en un spa. 

En general, la gente que dirige parece ser la que menos se esfuerza, solo así se entiende que haya tanto viejo mandando. Mientras que Francisco I tiene 76, un solo pulmón y luce de maravilla, hay mucho empleado raso con ambos pulmones que ha llegado acabado a los sesenta. No sé su padre, pero el mío empezó una incesante decaída a los 60.

Nada que ver con la Reina Isabel, que tiene 87 años y se ve entera la vieja. El otro día salió del hospital después de superar una gastroenteritis de quinceañera y se ha sabido también que no suele saludar ni despedirse de las personas, supongo que para ahorrar esfuerzos innecesarios.

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jueves, 14 de marzo de 2013

Dejarse ir

Estoy que suelto todo y me voy a vivir a un cuarto, porque recluirse en el cuarto de una casa ajena es el retiro definitivo. Estoy que entrego el apartamento y me les pierdo a todos: amigos, familia, novia, jefe; estoy que renuncio a la vida. Voy a dejar de mandar hojas de vida, de pagar la retefuente y los recibos; pienso salirme del TV cable y del plan de celular (si los operadores me dejan).

Estoy que me voy a Los Mártires, un barrio de Bogotá que suena a pobreza, a una pieza de esas que se pagan por días. Estoy que dejo de cotizar en el fondo de pensiones y me desafilio a la EPS para que el día que me enferme me dejen morir en un hospital de beneficencia. Los hospitales también deberían desistir de salvar vidas, que siete mil millones es un abuso.

Admiro a los que se levantan cada mañana, que no se sueltan por temor a morir de hambre, a quedar en la calle. Es gente que no puede dejarse ir porque hay quien depende de ella. Yo, en cambio, estoy haciendo un plan de retiro donde, además de irme a una pieza, me vestiré con ropa usada, renunciaré a la televisión, leeré libros viejos y escribiré a mano. Cuando lo necesite, me comunicaré con minutos de celular de la calle y calmaré el hambre con perros de $2000 que vienen con gaseosa.

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lunes, 11 de marzo de 2013

Me sigue Bastenier

Me empezó a seguir en Twitter Miguel Ángel Bastenier y estoy asustado. Respondió (sin seguirme) un tuit que puse, y a partir de ahí tuvimos una conversación respetuosa que desembocó en que él me diera follow y yo le hiciera follow back.

El día que eso pasó no pude volver a tuitear para no ir a cagarla. Dirá usted que soy un cobarde, pero es que Bastenier parece ser un tipo decente, un hombre duro de esa belleza de periódico que es El País de España. Pero no solo eso: los colombianos solemos ser arrodillados con los extranjeros, y encima hay que ver la cara con la que sale en su avatar, la seriedad con la que tuitea, a los pocos que sigue. Siento que es un privilegio que no puedo darme el lujo de desperdiciar.

El problema es que lo mío en Twitter es la guachada, el chiste fácil, la agresión, el doble sentido y no sé si ese señor esté dispuesto a soportar esas vainas. En esa red social construí un personaje agreste por el que muchos me juzgan, pero quienes me conocen en la vida real saben que no es así. La verdad es que soy un amor pese a mis defectos y mi vida es monótona, aburrida, carente de emociones.

Que Bastenier me siga supone un golpe que no he superado y ha traído viejos fantasmas del pasado. Cada vez que me sigue alguien que usa Twitter con fines serios me da miedo que me deje de seguir al instante. Así se fueron Bruce Mac Master, Jessica de la Peña y William Calderón; por mis agresiones en 140 caracteres Mónica Fonseca aguantó apenas tres minutos. A todos ellos les he pagado con la misma moneda y los he dejado de seguir porque soy de los que da unfollow back por despecho.

Pese a las idioteces que tuiteo aún me siguen Fanny Kertzman y Marianne Ponsford, que tienen fama de ser mujeres de pocos chistes; César Escola y Viña Machado, a quienes les di una semana; Claudia Elena Vásquez, que se ve que es una dama, y Simón Gaviria. Este último en realidad no me sorprende, ya que el director del Partido Liberal tiene fama de no leer de a mucho.

Pero lo que más me inquieta (a niveles que superan ampliamente lo de Bastenier) es que me siga la Embajada de Estados Unidos en Colombia. No porque sea pro o antiyanqui, sino porque próximamente tengo cita para renovar la visa y la idea de que me la nieguen por lo que tuiteo no me deja dormir.

Es que es injusto que lo descalifiquen a uno por lo que dice en una red social llena de subnormales. Por eso celebré cuando escogieron a Fernando Gómez Franco como gerente de la Empresa de Energía de Bogotá y quise protestar cuando supe que habían reversado el nombramiento porque era un grosero en Twitter: ser vulgar dentro de ese contexto no tiene nada que ver con ser capaz para ejercer un trabajo, con ser buena o mala persona. Al final sentí un alivio cuando leí que lo de Gómez Franco se había caído por temas de corrupción y no por sus trinos.

El hecho es que lo de Bastenier me alegra, pero también me estresa. A veces siento la necesidad de meterme a su perfil a ver si todavía me sigue, pero sé que me derrumbaría si descubro que no es así. Pienso entrar a su cuenta apenas termine de escribir esta columna. Si aún me sigue, le mando un DM.

Publicada en la edición de marzo de la revista Enter. www.enter.co

jueves, 7 de marzo de 2013

Noticia en desarrollo

Lo que yo necesito es un noticiero que explique lo que ocurre conmigo. Está bien saber que en Siria matan a doscientos de un tirón, que el Barcelona va mal, que Sarmiento Angulo cumplió 80 y que Andrea Serna hizo casting para presentar ‘¿Quién quiere ser millonario?’.

Pero yo quiero es que alguien me cuente qué me pasa. El otro día estuve sentado en el sofá de la casa sin moverme ni hablar durante dos horas. Reuní fuerzas para poner el noticiero y enterarme de que los cafeteros estaban en huelga pero que aún así a Santos lo habían nominado al Nobel de Paz. Se entiende que el mundo es un caos y que por eso los medios no dejan de reportar sobre él, pero uno también está hecho un desastre y ningún periodista viene a preguntar nada. 

A esta altura no me interesa si Berlusconi está en problemas o qué es lo que pasó con Chávez, sino por qué aún odiando a la gente siento que los viernes en la noche algo me falta, mientras que los domingos por la tarde, cuando los demás mueren de depresión en sus casas, yo soy feliz.

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