jueves, 27 de marzo de 2014

Sudacas

Yo no entiendo nada del Medio Oriente, y eso que vengo de allá. El otro día comí con una amiga y su novio, nacido en Irán. Todo iba bien hasta que dije que él era árabe. Su expresión cambió y pasó de la jovialidad a la rabia. Conteniéndola, me dijo que no le volviera a llamar así, que él era persa. Yo traté de explicarle que en los noticieros no hacían la diferencia y que a toda persona que venga de un país desértico con algo de petróleo entre Marruecos y Afganistán la llaman así. Hasta hice la comparación con nosotros, que nos llaman ‘Latinos’ así hayamos nacido en Puerto Rico o Argentina, pero fue inútil, había arruinado la velada.

Pues eso, que no entendemos nada del Medio Oriente aunque los noticieros estén llenos de noticias de allá. Todos los días sale información del conflicto Árabe-Israelí y no sabemos diferenciar Cisjordania de la Franja de Gaza. Bashar al-Asad, Al Qaeda, Mahmud Ahmadineyad, Chiitas y Sunitas; oímos de ellos a diario pero como por chulear la obligación de estar informados, que viene siendo como casarse sin estar enamorado. Estar informado no tiene nada que ver con entender el mundo.

Pero es que si no sabemos que pasa con Petro y desconocemos el porcentaje real de intención de voto por Peñalosa, que son asuntos que tenemos en la jeta, menos vamos a comprender qué ocurre más allá del canal del Suez. En Siria mataron a seis mil personas en un solo mes y ya van 140.000 desde que empezó la guerra civil. Los medios nos martillan la cabeza con eso y seguimos perdidos. Murieron tres personas en el atentado de la Maratón de Boston y #PrayforBoston se volvió viral, mientas que en Medio Oriente llevan décadas de carnicería y ni un hashtag le hemos sacado. No digo que no haya sido un episodio duro, pero pareciera que no miramos las cosas en perspectiva. ¿Cómo funciona la moneda de cambio racial? ¿Cuántos árabes equivalen a un norteamericano? ¿A cómo esta el cambio de indios por ingleses hoy?

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viernes, 21 de marzo de 2014

No me cambio

Quiero decirle a la gente que DirecTV que me dañó la vida. Compró la exclusividad de la liga inglesa y me dejó desparchado los fines de semana. Porque a mí ni el sexo, ni viajar, ni comer, ni dormir, ni leer, ni escribir me hacen tan feliz como el fútbol. También tiene las ligas de España y Colombia, pero esas sí se las regalo. La española es aburridísima, con dos equipos goleando a todo el mundo, mientras que la de acá es invendible. ¿Quién quiere ver un torneo con Envigado, Itagüí, Patriotas, La Equidad, Fortaleza, Alianza Petrolera y Uniautónoma?

También se compraron el Mundial y la Eurocopa, obligándonos a quienes no estamos suscritos a su servicio a ver los juegos por los canales nacionales, que bien malos que son. La Euro del 2008, por ejemplo, la transmitió FOX y fue una belleza, llena de comentarios acertados y medidos, mientras que la del 2012 se vio por Caracol y RCN, donde tuvimos que soportar a Hernández Bonnet, al ‘Cantante del gol’, a William Vinasco y a Adolfo Pérez, que después de Hitler y Zableh es el peor Adolfo que ha conocido el mundo.

Detrás de la operación hay una danza de millones que a los usuarios rasos de la televisión cerrada no nos cabe en la cabeza y la única opción es acatarla y quedarnos con el operador que tenemos ahora, o cambiarnos a DirecTV para dejar de llorar.

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jueves, 20 de marzo de 2014

La corrección política

Ser políticamente correcto es lo que más hace daño al mundo. Digo, andar con cuidado por la vida, viendo a quién se ofende y a quién no, midiendo los pasos y las palabras no es vivir.

La semana pasada el noticiero abrió con la noticia de que unos caballos se iban a morir de hambre y la periodista empezó la nota preguntándole al encargado de cuidarlos que cómo iban a hacer para salvar esos caballos.  ¿De verdad? ¿Unos caballos? ¿Qué nos creemos como para andar decidiendo a quién salvamos y a quién condenamos? ¿Han visto cómo está Colombia como para ponerse a mirar qué se hace con un animal que no está ni cerca de extinguirse?

La siguiente nota trataba de un tipo al que habían matado a puñal al sur de Bogotá y cuando entrevistaron a una testigo esta dijo que ella se había asustado mucho por los niños que estaban alrededor. ¿Los niños? ¿En serio? ¿Y el señor al que habían picado a cuchillo qué, que se lo coma el burro? No entiendo la obsesión con los niños: cuidar a los niños, querer  a los niños, pensar en los niños, proteger a los niños. ¿En qué momento nos volvimos tan culos? Entiendo que uno se vuelva así si tiene hijos, pero eso es otra cosa porque se trata del instinto natural de proteger la propiedad privada; lo que me desconcierta es el afán por proteger a la niñez del mundo en general. Pa qué, si cuando esos niños crezcan se van a convertir en adultos desastrosos.

¿Han visto a esos que dicen que chatear en el teléfono delante de otras personas es de mala educación? ¿Qué les pasa, desde cuándo tan correctos? Ocurre que entre más políticamente correcta es la gente más hecho mierda está el mundo, así que alguna relación debe haber. Un día de estos alguien se va a ofender porque otro diga “Pásame ese saco negro”. Ese día nos van a obligar a llamarlo “saco afrodescendiente” y ahí sí nos vamos a ir a la mierda.

¿Vieron a todos los que participaron en la Teletón de hace unas semanas?  Fueron 27 horas non stop con gente feliz y jovial y lastimera y preocupada por salvar al mundo. A cuenta de qué, si estar feliz todo el tiempo es igual de enfermo que vivir amargado. Yo sueño con que la gente pueda caminar, pero también con una Teletón que fracase.

Pero lo que confirmó que en estos tiempos hay que andar con cuidado para no ofender a cualquier imbécil fue el tema del comercial de Poker donde una persona se decepciona porque le regalan un libro en vez de una cerveza.

Para empezar, se metieron dos gremios que se tienen en muy alta estima: los literatos y los publicistas; no se sabe cuál de los dos es más ridículo. Los primeros se indignaron y pidieron cosas como retirar el comercial del aire y una carta donde la empresa se disculpara por la pieza publicitaria.

La propaganda no dice ninguna mentira: al colombiano le gusta más tomar que leer. Hay una estadística que dice que un adulto se bebe unas 200 cervezas anuales y lee apenas dos libros. Ambas cosas sirven para evadir la realidad, que duele, pero con el licor se logra más fácil. Y que no vengan a decir que Colombia está mal porque la gente bebe más que lo que lee, porque es una verdad a medias, y una verdad a medias es una mentira. ¿Quién ha dicho que leer sea una actividad noble, superior a las demás? ¿Ha visto a los literatos? Son aburridos, insoportables, excluyentes. Se toman demasiado en serio y se sienten orgullosos de los libros que han leído y no son capaces de escribir. De milagro no se han ahogado en su propia flema.

Para cerrar el tema diré que cualquier hijueputa escribe un libro (yo tengo dos) y que cualquier hijueputa más grande lo lee. 

Indignados por doquier. En Twitter están Vladdo y Gustavo Bolívar, adalides de la moral y las causas justas. El primero es un caricaturista extraordinario (menos cuando hace Aleida, que es una porquería); el segundo, excelente libretista  (digan lo que quieran, que escribir libretos para televisión es putamente difícil). Eso sí, cuando les entra la bobada de defender a los débiles se ven ridículos, porque es que no se puede ser tan bobo en esta vida. A ambos les encanta indignarse primero y preguntar después. Si alguien habla con Vladdo cuéntele lo que pienso de él; y que por favor me desbloquee.

martes, 18 de marzo de 2014

Los inventos inútiles

El mundo está lleno de cosas y la mitad de ellas no sirven para nada. La última vez que me cambié de casa boté once bolsas de basura de tamaño industrial con objetos que había guardado durante cinco años. Uno vive guardando cosas por si algún día las necesita y resulta que ese día nunca llega. Entre lo desechado había recibos, papeles varios, colecciones de revistas que nunca leí, anuarios, libretas de teléfonos y bolígrafos con la tinta seca. Imagine usted once bolsas de 100 x 80 cms llenas de chucherías. 

Pero no me refiero a chucherías cuando digo que el mundo está lleno de cosas inútiles. Al revés, hablo de elementos que vemos a diario, objetos que estaban destinados a cambiar el curso de la historia y no quedaron en nada. Empiezo con el CD, tremenda invención. Parecía perfecto porque era más funcional, pequeño y resistente que el disco de vinilo y el casete, pero llegó la música digital y se lo llevó por delante, de vainas alcanzó a estar dos décadas en el mercado. ¿Quién guarda hoy en casa 500 discos compactos cuando puede tener un iPod? (que ya está de salida también por culpa de tanto iPhone y tanto iPad). No me crean a mí, créanle a todas las tiendas de Tower Records que cerraron en un suspiro.

Claro que el CD es la excepción, ya que nos vivimos inventando cada cosa. El 3D, por ejemplo, qué invento inútil, pensado más en descrestar bobos que en otra cosa, por eso nunca ha pegado ni en cine ni en televisión. ¿Quieres ver objetos tridimensionales? Sal a la calle y pégale una ojeada a la vida real. Es más barato y no te ves como un idiota con esas gafas que parece que se las hubieras robado a Karl Lagerfeld. Otra invención improductiva: las Google Glass. Primero, se ve uno muy corroncho con eso puesto. Segundo, las funciones que tiene se pueden suplir de mil maneras: un celular, una cámara, un computador, un mapa, un libro o simplemente preguntando, que es el mejor GPS que existe.

Las cosas sobran porque están mal hechas. El control del televisor es una maravilla, pero uno no usa más de cinco botones: el ON/OFF, el de cambiar el canal, el de subir o bajar el volumen y el de volver al último canal que estaba viendo. Tengo a mi lado el control del decodificador del tv cable y viene con 55 botones, todo un desperdicio de espacio, materiales e ingenio.

Hay un capítulo de ‘Seinfeld’ donde George Costanza dice que de todos los inventos del mundo, el papel higiénico es el único que nunca va a cambiar: siempre va a ser un rollo con equis cantidad de metros envuelto en un tubo hueco de cartón. Yo pensaba que era así porque soy fanático de la serie (dejó de hacerse en 1998 y aún hoy es lo mejor que dan en televisión) y porque Costanza es un genio, pero el otro día estuve en el supermercado y vi un rollo que tumbó su teoría por completo.

Se trata de un triple hoja que en vez de tener el tubo de cartón hueco aprovecha ese espacio para almacenar unos metros extras de papel. Me pareció tan brillante y a la vez tan obvio que es increíble que no se le hubiera ocurrido a nadie antes. Es perfecto porque las mujeres podrán ser grandes consumidoras de papel higiénico, pañitos húmedos, pañuelos desechables y similares, lo que garantiza que en sus casas y carteras nunca falte, pero uno de hombre compra papel es cuando se le acaba, y por cuestiones de Ley de Murphy se da uno cuenta ya en el inodoro.

El producto se llama Elite Dúo, lo que es chistoso porque los productores de papel higiénico siempre se han esforzado en ponerle nombres ampulosos a un producto que lo que sirve es para limpiarse el culo: Ultra Gold, Super Soft, Extra Care, Elegante Plus. Pero bueno, el tema es que el minirollo cabe en cualquier lado y no tiene cara de papel higiénico, lo que es perfecto porque uno no se boletea.

Hace siglos, la gente se limpiaba con hojas de lechuga, calcule usted, así que es mucho lo que se ha avanzado en el tema. Fueron los chinos, en el siglo II Antes de Cristo o algo así, los primeros que pensaron que al asunto se le podía meter algo de decencia usando papel. Parece mentira, pero mientras la tecnología del papel higiénico va en alza, los chinos, que se inventaron la brújula, la pólvora, la porcelana, la seda, el papel y la imprenta, ya no inventan nada sino que copian a menor precio los objetos inútiles que nos craneamos en occidente.

Publicada en la edición de marzo de la revista Enter. www.enter.co

jueves, 13 de marzo de 2014

No hay humor

Somos un país sin humor que creció viendo Sábados Felices. Muy bueno sí era porque hacía giras por los pueblos de Colombia con su equipo de fútbol y tenía una campaña llamada ‘Lleva una escuelita en tu corazón’, pero salvo ‘Los roquetas’ y la sección de Tontoniel, ese programa no le arrancaba una risa a nadie.

Crecimos con los cuentachistes, que era una cosa muy triste porque el chiste es el último recurso de la retórica: se echa uno cuando no se tiene nada más que decir. Acá seguimos creyendo que son chistosas las historias que empiezan con “Mamá, mamá, en el colegio me dicen…”. Un tipo que vivió del humor como Andy Kaufman decía que él nunca en su vida había contado un chiste, y esa es la clave: para ser chistoso hay que no echar chistes.

No tenemos humor. Para empezar, no sabemos reírnos de nosotros mismos. Acá todo es solemne, grave e importante. Cuando Alejandra Azcárate sacó un artículo sobre las gordas se le fueron encima y la tacharon de ofensiva. Claro, ofensiva contra el sentido del humor, no contra las gordas, que nada, ni la vida misma, es sagrado y todo es susceptible de ser chistoso si se le encuentra la curva. Alejandra Azcárate no es chistosa, pero eso usted ya lo sabía.

Vea usted una cosa como ‘La Tele’, que se acabó hace casi 20 años y todavía no ha salido nada de su calibre porque acá no damos. El otro día vi ‘Comediantes de la noche’ y lo quité cuando el tipo que se presentaba dijo que se sentía “como aguacate en ensalada de fruta" y el público se dobló de la risa. Eso somos.

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jueves, 6 de marzo de 2014

No lo merecemos

La semana pasada hubo júbilo porque a los colombianos nos van a quitar la visa Schengen y no entiende uno por qué. No está mal que eso pase, pero no es un gran cambio. Digo, lo que eliminaron fue la visa de turismo para estar hasta por 90 días consecutivos en los 28 países de la Comunidad Europea. Es decir, estamos felices porque nos ahorraron doscientos mil pesos, una montaña de papeles y una mañana de fila. Además, ¿cuántos colombianos pueden ir de paseo a Europa?

Yo digo que Europa se equivocó y por mucho (523 votos a favor, 41 en contra), pero allá ellos. No contentos con la Peste Negra y dos guerras mundiales, ahora nos abren las puertas a los nacionales.

Virtud del Presidente, seguramente, que se volvió un abanderado de la causa. Claro, Santos nació en Colombia pero no es colombiano, al menos no del promedio; ni él ni su familia. El colombiano promedio en cambio es una cosa muy brava: cálido y bacán, pero artero cuando se lo propone. Tantos años de comemierdería han hecho que ante cualquier dosis de libertad perdamos los cabales.

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