lunes, 28 de noviembre de 2011

Cuento erótico de Navidad

La cosa comienza como si nada. Un día llegas a la cafetería de la empresa y hay una caja a medio abrir. Te asomas porque eres curioso y descubres que es un árbol de Navidad desarmado. No hay noticias de bolas ni de guirnaldas, así que no te intranquilizas demasiado y olvidas pronto su existencia porque aún es octubre. Pasan semanas y cada vez que bajas a la cafetería el bulto sigue ahí, intacto, por lo que guardas la esperanza de que la gente haya olvidado que la llegada de diciembre es inevitable.

Tu vida trascurre con la infelicidad de siempre, hasta que un día de comienzos de noviembre notas que los de contabilidad ya han decorado su sección: tiene moños en cada cubículo y el subjefe de sección trabaja con un gorro navideño en la cabeza. Los contadores son siempre los más entusiastas, para todo, seguro porque su oficio es el más aburrido del mundo.

Poco a poco la empresa se impregna y tú ya no quieres volver, pero tampoco deseas renunciar. No es vacaciones lo que pides, sino menos amor. El 10 (estamos en noviembre aún) llega un correo de tu jefe que dice que hay que armar pesebre y que esta vez hay que ganar el concurso por encima de las 18 otras secciones de la compañía que participan. Salvo que el primer puesto sea dos años de sueldo sin trabajar, no estás interesado.

Los villancicos empiezan a sonar en las emisoras de radio antes del 15 y tú bajas la productividad de inmediato. Te emborrachas, compras regalos y esperas las novenas no porque te salga del alma, sino porque estás sugestionado como cuando te sugestionaron para que odiaras a Ricardo Arjona. El tipo es impotable, ¿pero cuándo se volvió moda denigrar de él?

Es 28 de noviembre y ya con nada se puede mermar el fervor navideño: ni el triunfo de Petro, ni los damnificados del invierno, ni los secuestrados asesinados por la guerrilla. Todo el mundo quiere fiesta, todo el mundo quiere follar escudado en Papá Noel.

Para el 1 de diciembre descubres que las atrocidades que se cometen en nombre de la Navidad no se han cometido ni en la guerra de Irak, y lo único que te da felicidad es la historia del culo malogrado de Jessica Cediel.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Si yo muriera por el fútbol

A mí me daría rabia que unas personas con camiseta de Santa Fe me mataran por llevar una camiseta de Millonarios, justo antes de un partido entre Millonarios y Santa Fe.

Odiaría que no cancelaran el partido, o que al menos no hicieran un minuto de silencio antes de empezar, como si los dos hechos no estuvieran relacionados. Odiaría más que mandaran pésames simbólicos desde Twitter, porque Twitter se ha convertido en la herramienta de los flojos con carrera universitaria, que creemos que con dos tweets y un hashtag hemos hecho la tarea. Esas condolencias 2.0 no van a pagar el funeral, ni a consolar a mi madre. No me van a devolver la vida.

El otro día Andrea Serna mandó fuerzas a los afectados por el invierno en Colombia. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿De qué manera un señor que en el sur de Bolívar anda con el agua a la cintura y sus pertenencias en un platón puede ver mejorada su situación porque una persona le manda fuerzas desde una red social que no conoce?

También me daría rabia saber que pese a mis 17 años mi vida no vale un partido de fútbol ni aunque vendieran todos mis órganos vitales en el mercado negro.

Cuando mueres todos mandan fuerzas a tus seres cercanos; casi siempre son palabras huecas, como quien desea feliz cumpleaños. Dan la vuelta y vuelven a reír porque la vida sigue, pero no a la manera de los dirigentes, que anteponen el dinero a todo pero no son capaces de decirlo.

De morir por culpa del fútbol, quisiera que la gente viera al fin que los equipos son empresas, que esto no es deporte, que ir de antemano por los de azul o los de rojo es una idiotez, que la pasión está sobrevalorada y que los hinchas son valiosos por el dinero que aportan; es más lo que quitan que lo que ponen, el fútbol no los necesita. Morir por el fútbol es tan inútil como morir por Dios, o por la Patria. Defender a cuchillo a un equipo en contra de otro es como matar a los empleados de Pepsi para que quiebre y así la Coca-Cola venda más.

Yo no soportaría que después de mi muerte salieran los comentaristas deportivos con las frases de siempre: “lamentable”, “vivamos el fútbol en paz”, “delincuentes disfrazados de hinchas”, “el fútbol es una fiesta”.

No aguantaría, como pasó ayer en radio, que apareciera una funcionaria distrital “repudiando el caso” y garantizando la seguridad de los asistentes al juego (¿con qué cara?). Luego volvería a morir, esta vez de indignación, al oír después de la noticia sobre mi crimen a un periodista decir que la sanción para X jugador podría occilar entre tres y cuatro fechas.

Johan Nicolás Coy Rodríguez se llamaba el joven asesinado ayer antes del clásico bogotano. Le dieron cuatro puñaladas en el pecho, con lo difícil que debe ser meterle un cuchillo a alguien ahí, digo, con todos los huesos que protegen esa parte del cuerpo.

A Johan lo mataron y el partido no se canceló. La Policía investiga, aún sin resultados, pero para que la fiesta pudiera continuar hizo lo que recomendó Francisco Santos semanas atrás: recogieron al muchacho y se lo llevaron. Esta vez, a la morgue.

martes, 22 de noviembre de 2011

El periódico del lunes

El periódico del lunes llega con cifras aterradoras. En primera plana dice el ICBF que dos niños son abandonados cada día en el país. Al reverso, diez personas mueren en el paseo de integración de la universidad. Se iban de integración y sus cuerpos quedaron desmembrados después de que el bus en el que viajaban rodara abismo abajo. Ironía que le llaman.

Luego, en noticias nacionales, uno de cada cinco colombianos es negro, lo que prende las alarmas en el Parque de la 93, el Gun y el Country, desde donde prometen redoblar esfuerzos para no dejarlos entrar, salvo para que trabajen en la cocina.

Páginas después anuncian que los datos de televisión por suscripción en el país no cuadran y que habrá una gran auditoria nacional para detectar a los que roban señal. Todo porque las estadísticas del Dane no coinciden con las de la Comisión Nacional de Televisión, que es como decir que la versión de los Nule no cuadra con la de Samuel Moreno.

Agrega la nota que aquellos que roben señal podrían terminar en la cárcel. Imagine usted un pabellón de la cárcel de su ciudad lleno de gente que tiene HBO ilegal, o que es adicto al porno de las 7 de la mañana pero no quiere que le salga en la factura, mientras que los que practicaron cerca de 400.000 abortos ilegales en el país durante un año andan sueltos y a Petro lo acaban de elegir Alcalde.

El periódico del lunes trae tanta maldad que a veces toca dejar noticias para los martes. Hoy leí que las vías del país colapsaron otra vez por culpa del invierno, que hay 1.741 casos de falsos positivos desde 1981 y que los bogotanos demoran 64 minutos en llegar a sus destinos; antes demorábamos 53, que no es la gran cosa.

El lunes es un día tan cruel que empieza los domingos por la tarde. Fue justo este domingo que Cuevana dejó de funcionar, como anunciándonos la semana que se nos venía. Es apenas martes en la noche y los días por venir prometen ser tan amargos que solo comprando legalmente los canales de cine se nos irá la tristeza.

jueves, 17 de noviembre de 2011

La máquina de porquerías

Esta mañana me eché doce cosas diferentes en el cuerpo. Doce, y no soy metrosexual. Jabón, dos champús, loción para el pelo, crema de afeitar, aftershave, crema dental, dos tipos de enjuagues bucales (para antes y después del cepillado), desodorante, perfume y talco para pies.

Algo maligno debe tener mi cuerpo para luchar contra él con tanto ahínco y aun así sentirme un ser humano de porquería. Es por eso que desconfió de los hombres de traje que huelen bien, ese tipo de hombres por los que las mujeres se mueren.

Suelen creer que yo, que ando en jeans y tenis y huelo regular, siento envidia de ellos porque se llevan los mejores sueldos y las mejores mujeres (las mejores mujeres, las bonitas, la reinas de belleza, las ejecutivas, las tetonas operadas, son también las peores), pero no es envidia (aunque sí un poco), es impotencia de ver que nadie descubre el engaño que son.

Cuando uno se tiene que arreglar demasiado para convencer a la gente de algo es que necesita lograr en el decorado algo que con el contenido no podría. Mire nada más a los políticos, que ganan puntos por la corbata y no por sus programas de gobierno.

El asunto es que políticos o no, somos una desgracia de especie: jabón contra el mal olor, champú contra la caspa, crema dental contra la caries, vinimos al mundo envasados en una máquina de producir porquerías.

Yo lucho no sólo contra lo que secreta mi cuerpo a diario, sino contra sus defectos de fábrica: mis caderas anchas, mi nariz torcida, mi disfunción eréctil, mi bruxismo y mi calvicie, por nombrar las cinco que más me desvelan.

Y tanto combatir contra el cuerpo para terminar un día como Gadafi, que se estiró la piel de la cara, se pintó las canas, se trató la calvicie, desayunaba un arsenal de Viagra y andaba en lleno condecoraciones para hacer olvidar el tipo de persona que en realidad era.

Pero hay aún algo de justicia y la imagen con la que nos quedamos es la del propietario de una desgracia de cuerpo: desnudo, calvo, agujereado, fuera de forma, bañado en sangre. Más que un dictador africano parecía la Duquesa de Alba, que nos da lecciones de cómo lidiar con un cuerpo que está en contra de uno.

martes, 15 de noviembre de 2011

El Primer Novio de la Nación

Ser hijo de mi padre no me ha abierto puertas, al contrario. Casi no logro entrar a Israel por mi apellido palestino, por ejemplo, pero me colé por una rendija. Digo con orgullo que salí del país sin haber roto un plato. Yo vivo cerrándome puertas por torpe, por flojo, por vulgar, por cochino. Por incapaz también; ser tartamudo truncó el sueño de mi vida, que era hablar en radio.

Las pocas puertas que he abierto han sido falsas, no me han llevado a ningún lado. Tampoco me ha ido mejor abriendo piernas, soy experto en que las mujeres las cierren cuando me sienten llegar.

Pienso en eso de abrir y cerrar cuando leo a la hija del presidente decir en una entrevista "Sigo siendo la estudiante de siempre. Que mi padre sea el presidente no me abre ni me cierra puertas".

No sabe uno cómo empezar a desmentir esa frase. No se las ha cerrado Francisco Santos, que la vive cagando, ahora se las va a cerrar una joven de apenas 21 años que de lo único que se le puede acusar es de falsa modestia.

Maria Antonia, así se llama, estudia para neurocientífica, que tiene lo suyo. No es una tapia, seguro, pero está donde está por ser hija de Juan Manuel.

Está en la prensa, primero que todo, entrevistada en página entera por Yamid Amat, que no es mucha cosa pero es lo que tenemos. Un amigo de mi infancia tiene una maestría en fisiología y un doctorado en neurología en Oxford y no lo quiero entrevistar ni yo.

María Antonia está en Brown también, una de las mejores universidades del mundo. Ella no es especialmente más inteligente que usted, o que yo, solo nació privilegiada. No sabe reconocer una puerta cerrada porque nunca ha visto una. La del amor, tal vez, pero esa está sellada para todos.

Cuántos niños reclutados a la fuerza por la guerrilla no serían hoy estudiantes destacados de la Javeriana, o de Yale, si hubieran nacido en Rosales en Bogota, y no en El Doncello, Caquetá, por nombrar un municipio desde el que debe ser muy difícil llegar a una universidad de la Ivy League.

Ser hija del presidente puso a María a estudiar neurociencias en Brown, así como a su padre el apellido lo ayudó a llegar con 21 años a la Organización Internacional del Café, en Londres. 21 años, la edad en la que la gente común anda con lo del almuerzo en el bolsillo, buscando un lugar en la vida y fornicando con todo el mundo como si no hubiera mañana

Graduados de Brown son Tim Forbes, hijo de Malcom, el de la revista, y John D. Rockefeller, otro delfín. En Brown estudiaron herederos como John F. Kennedy Jr. y el príncipe Faisal bin Al Hussein de Jordania. A Brown asistió Will Oldham, uno de mis músicos favoritos, que abandonó luego de un semestre. No quiero fiestas con Will Oldham.

Dijo Maria Antonia en la entrevista que los focus group están condenados a desaparecer, que la mejor forma de probar un producto antes de que salga al mercado es con una nueva técnica llamada neuromarketing. Ella sí es una innovadora, a diferencia de Francisco, que cree que innovar es andar por ahí descargando electricidad en el pecho de los estudiantes.

De ideas de avanzada y lo que queramos, pero no le quita que sea privilegiada. A ella no la afecta la Ley 30, nunca la veremos marchando por la séptima pidiendo una mejor educación. Ser de la élite puede ser una real mierda, nada como ser del común, sin privilegios y lleno de obligaciones. No conozco a Maria Antonia, ojalá sea un buen ser humano pese a todo.

Termino de leer la entrevista y descubro que la puerta del amor puede abrirse donde uno menos lo espera. Concluye María que le gustaría trabajar con niños con discapacidades cognitivas cuando se gradúe, porque cree que si se les da las herramientas apropiadas para desarrollarse pueden llevar una vida casi normal.

Es cierto, yo me superé pese a todo; nunca tendré mi programa de radio, pero es que la vida no es perfecta. Yo saldría con María Antonia encantado, moriría por ser el Primer Novio de la Nación, pero soy izquierdoso, resentido y mi sueldo de periodista no alcanzaría para darle la vida que se merece.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Cuando los bobos tienen poder

Si Francisco Santos hubiera sido hijo de un carpintero y una empleada del servicio, o de un contador y una bacterióloga, no sería grave que pensara que los problemas se solucionan con electricidad. Locos hay en todas partes, lo bueno es que no tienen poder.

En mi colegio resolvíamos nuestros problemas rayando los cuadernos del compañero, escondiéndole la cartuchera, colgándole el maletín de una rama, o simplemente nos íbamos a los golpes. Nunca se nos ocurrió (con todo lo cabrón que puede ser un niño) que la mejor forma de combatir a un estudiante es descargándole 50.000 voltios en el pecho. Obtuso que es uno.

El problema es que Santos es miembro de la familia mas influyente de Colombia, tiene poder político y económico, tiene un micrófono para ser oído. Y todos oímos (y vimos) en un videoblog que ronda por internet sus consejos sobre cómo combatir a los estudiantes que protestan contra la reforma a la educación.

Qué miedo ese señor, con esa estatura y esa vocecita, ese pelito y esa carita, hablando de seres humanos electrocutados como quien habla de vacas. “Les meten voltios a los muchachos, el muchacho cae y se lo llevan”, afirma tranquilo. Quién se lo lleva es lo que no me queda claro. Asumo que los coimes de este país, usted y yo, que toda la vida hemos trabajado para personas como él.

Imagínese lo que dirá en privado. Imagínese, peor, lo que piensa pero calla. ¿Cómo verá a sus subalternos, a los que lo atienden en el club, en la finca, en el hotel, en el avión? Bultos, todos somos bultos.

Hay que verle la expresión, que sentirle el tono de la voz cuando dice “…van a enfrentarse durísimo con el brazo de represión legal del estado”, y el énfasis que hace en la palabra “legal”, como si la legalidad fuera un salvoconducto para todo, como si los humanos no decidiéramos qué es legal y qué no por pura conveniencia. Tomar aguardiente todo un fin de semana, legal; fumar marihuana, ilegal.

Santos es un defensor de la tradición, la ley, la propiedad, las buenas costumbres; el asunto es que el mundo es un mierdero porque está manejado por los defensores de las buenas costumbres. Vea usted a Bush y a José Darío Salazar.

Yo fui mesero en Andrés carne de res (un lugar donde muchos hemos trabajado para poder pagar la carrera universitaria) y alguna vez me tocó atender a Francisco Santos. Era domingo en la noche y el restaurante ya estaba vacío. Mientras todos nos queríamos ir a descansar, él seguía pasándola bien, que es lo que nos merecemos todos. Recuerdo que había que cumplirle cada pedido de manera exacta e inmediata. Cada vez que yo, con algo de temor, le llevaba algo a la mesa, me miraba raro. En ese entonces no supe por qué, pero hoy lo entiendo: me miraba como un joven al que se podía electrocutar en caso de que no cumpliera las órdenes.

Eso es lo que pasa cuando se le da poder a un bobo.

martes, 8 de noviembre de 2011

YU55

Recibes con alegría la noticia de que un asteroide pasará cerca de la Tierra este martes. Meteorito, asteroide, cometa, da lo mismo, lo que quieres es morirte e igual da una bala que un objeto celestial.

Tu emoción crece cuando lees que se trata de la aproximación más cercana en 200 años, pero decae al siguiente renglón de la nota, donde se aclara que el objeto no representa peligro alguno para el planeta.

Sigues con el artículo y te preguntas qué tipo de periodismo es este, que le dedica tiempo y esfuerzo a un asteroide que pasará a 240.000 kilómetros de distancia, cuando lo que quieres leer es que caerá en el comedor de tu casa mientras tomas el desayuno.

¿Qué esperabas de un cuerpo rocoso llamado YU55? Educado en el catolicismo como eres, lo tuyo no es eso, a ti te corresponde morir con dignidad a manos de un jinete del Apocalipsis.

Tu posible verdugo tiene 400 metros de diámetro y viaja a 48 mil kilómetros por hora, lo que podría matarte varias veces. A los dinosaurios los exterminó uno más grande y más veloz, pero no pides tanto. Tú no quieres acabar con la especie, quieres acabar contigo sin cometer suicidio.

El YU55 volverá en 2094, cuando estés muerto. Tú única esperanza ahora es el WN5, que pasará entre la Luna y la Tierra en 2028. Son 17 años de espera y hay poco de poesía en morir aplastado por una piedra que ni siquiera es de este mundo, pero es lo que hay.

Mientras llega, rezas por un desliz de Netanyahu, un ataque de locura de Ahmadineyad o por una mujer que sea capaz de romperte el corazón de verdad.

lunes, 7 de noviembre de 2011

No se deje descrestar

No se deje descrestar por las personas, que los humanos no somos otra cosa que miedos y defectos.

El otro día abrí el correo y había un mensaje de una mujer. Decía que me escribía porque me acababa de ver en un restaurante. Había leído algunos artículos míos y no fue capaz de hablarme cuando me reconoció porque se sintió intimidada.

Accedí a que nos conociéramos en persona para que se diera cuenta de que no había razón para ponerse nerviosa. Fuimos a cenar y durante la cita comí con la boca abierta, eructé, dividí la cuenta en mitades y la mande en taxi a la casa; lo que fuera para que viera que soy un idiota del común que a veces sabe juntar sujeto, verbo y predicado.

No deje que nadie lo deslumbre. Que no lo intimiden aquellos que tienen una especialización, o los que hacen doble carrera, que no son más inteligentes que usted. ¿Qué es esa idiotez de estudiar al tiempo dos ingenierías, o Filosofía y Administración de empresas? ¿Se creen más especiales, van a salir mejor preparados? Nadie más inseguro que aquel que estudia dos carreras en simultánea.

Que no lo obnubilen los líderes. Ni Hitler (rechazado en la escuela de bellas artes) ni Berlusconi (se pinta las canas porque no acepta su vejez). Alfonso Cano sobrevivió sus últimos días sin barba, en un rancho con arroz y pasta, fresco Royal, revistas de farándula y un puñado de euros que no tenía cómo gastar.

Que no lo intimiden las modelos, que la mayoría son tan bonitas como vacías. Uno no anda con ellas no porque no pueda levantárselas, sino porque no se les puede hablar de nada.

A todas les gusta el sushi, el humor de Andrés López y tienen un novio empresario. Empresario puede ser un traqueto, un dueño de locales en San Andresito, o Alejandro Santo Domingo, que tengo entendido que aunque millonario y con buen físico, es tan aburrido como las modelos que sueñan con conquistarlo.

Vea no más a Valerie Domínguez, tan deseada, tan señorita Colombia, y se metió con un señor que no sólo la golpeaba como cualquier costeño, sino que la embaló con la justicia. Así son ellas.

No se deje fascinar por los que salen en televisión, que todos son Carolinas Cruces y Lincolnes Palomeques. La televisión colombiana, así como la política colombiana, está colonizada por gente inferior a usted.

No hay que dejarse impresionar ni por el gran Benny Hill, un tipo cuya única aspiración era hacernos reír. Famoso, millonario y con sobrepeso, murió del corazón en el apartamento de lujo donde vivía, solo y con pocos muebles. Falleció sentado frente al televisor y fue descubierto porque no contestaba sus llamadas y su cuerpo olía a podrido.

Pienso en Hill y pienso en Andrés López, que nunca me ha sacado una sonrisa. Al paso que va superará los más de 100 kilos de peso del británico, aunque no igualará su talento (no igualará, ni siquiera, el de Hernando Casanova). No le deseo una muerte así, al contrario, que la vida le dé lo mejor. Sólo le pido que nos deje en paz.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Desiguales

Asquea un poco pasar por la puerta del concesionario de Maserati de la séptima en un día cualquiera, pero hoy, que leo que Colombia es el tercer país más desigual del mundo, la aversión es insoportable.

Siempre supimos que vivíamos en un país de mierda, que somos flojos, brutos y torcidos, pero lo aguantábamos. Ya no. Después de la noticia de hoy, la media docena de pordioseros que se paran en el semáforo del local de Maserati ya no me dan indiferencia sino lástima. (Lástima, pero no voy a mover un dedo por mejorar su situación).

El tercer país más desigual del mundo, por debajo de Haití y de Angola. Nosotros, que construimos casas como los ingleses, tenemos televisión HD como los gringos, compramos perfumes franceses y mantenemos nuestras costumbres españolas, estábamos rozándonos con los que no tocaba. Ni Londres, ni París, ni Nueva York, lo nuestro es Luanda y Puerto Príncipe. Gente negra, para que le duela más a este país racista.

Y conste que no me resulta fácil hablar de esto porque nací en las medianías. No me alcanza para la acción del Country, pero sí para comprarme un iPhone a cuotas; conocí Europa quedándome en hostales. Clase media como soy, odio a los ricos y me dan asco los pobres.

Fieles a nuestra estirpe, no podemos ser primeros ni en eso. Virreinas en Miss Universo, el segundo himno más bonito, terceros en el Tour de Francia, nos creíamos la clase media del mundo y la realidad es que vivimos en el solar. Terceros del mundo en desigualdad, lo dice la ONU, que no es que sea confiable, pero es lo que tenemos.

Ser tercero del mundo en algo tiene su merito, no es como un Grammy de Shakira, que un Grammy se lo gana cualquiera, y más si es un Grammy Latino. Se necesita que muchos hijos de puta nazcan al mismo tiempo en un mismo lugar. Se requiere mucha botella de aguardiente a $130.000 en Andrés carne de res, mucho salero de medio millón de pesos en Eurolink, mucho desayuno de $80.000 en Club Colombia, mucho mango de $6.000 en Carulla, mucha mensualidad de colegio de dos millones.

Somos la nación más desigual del Suramérica. Le ganamos a Brasil, que tiene favelas, y a Perú, que cuenta con carritos sangucheros y Tigresas del Oriente. Vencimos hasta a Ecuador, donde nos admiran como si fuéramos alemanes.

Y es una labor mancomunada donde se evidencia que en este país la lucha de clases es más bien un trabajo en equipo. No habría desigualdad si los pobres no pusieran lo suyo, que ya es hora de que les demos el crédito que se merecen. Si no les pagáramos $20.000 pesos el día de trabajo a las empleadas de servicio, ni menos del mínimo a los practicantes, este honroso tercer lugar no sería posible. ¿En qué puesto estaríamos si hiciéramos una justa repartición de tierras y mejoráramos el transporte público?

Tercer lugar, bronce mediocre. Desde ya nuestros bancos, nuestros empresarios, nuestro Gobierno, trabajan por el oro. No será fácil, la liga española apunta a lo mismo.