viernes, 4 de noviembre de 2011

Desiguales

Asquea un poco pasar por la puerta del concesionario de Maserati de la séptima en un día cualquiera, pero hoy, que leo que Colombia es el tercer país más desigual del mundo, la aversión es insoportable.

Siempre supimos que vivíamos en un país de mierda, que somos flojos, brutos y torcidos, pero lo aguantábamos. Ya no. Después de la noticia de hoy, la media docena de pordioseros que se paran en el semáforo del local de Maserati ya no me dan indiferencia sino lástima. (Lástima, pero no voy a mover un dedo por mejorar su situación).

El tercer país más desigual del mundo, por debajo de Haití y de Angola. Nosotros, que construimos casas como los ingleses, tenemos televisión HD como los gringos, compramos perfumes franceses y mantenemos nuestras costumbres españolas, estábamos rozándonos con los que no tocaba. Ni Londres, ni París, ni Nueva York, lo nuestro es Luanda y Puerto Príncipe. Gente negra, para que le duela más a este país racista.

Y conste que no me resulta fácil hablar de esto porque nací en las medianías. No me alcanza para la acción del Country, pero sí para comprarme un iPhone a cuotas; conocí Europa quedándome en hostales. Clase media como soy, odio a los ricos y me dan asco los pobres.

Fieles a nuestra estirpe, no podemos ser primeros ni en eso. Virreinas en Miss Universo, el segundo himno más bonito, terceros en el Tour de Francia, nos creíamos la clase media del mundo y la realidad es que vivimos en el solar. Terceros del mundo en desigualdad, lo dice la ONU, que no es que sea confiable, pero es lo que tenemos.

Ser tercero del mundo en algo tiene su merito, no es como un Grammy de Shakira, que un Grammy se lo gana cualquiera, y más si es un Grammy Latino. Se necesita que muchos hijos de puta nazcan al mismo tiempo en un mismo lugar. Se requiere mucha botella de aguardiente a $130.000 en Andrés carne de res, mucho salero de medio millón de pesos en Eurolink, mucho desayuno de $80.000 en Club Colombia, mucho mango de $6.000 en Carulla, mucha mensualidad de colegio de dos millones.

Somos la nación más desigual del Suramérica. Le ganamos a Brasil, que tiene favelas, y a Perú, que cuenta con carritos sangucheros y Tigresas del Oriente. Vencimos hasta a Ecuador, donde nos admiran como si fuéramos alemanes.

Y es una labor mancomunada donde se evidencia que en este país la lucha de clases es más bien un trabajo en equipo. No habría desigualdad si los pobres no pusieran lo suyo, que ya es hora de que les demos el crédito que se merecen. Si no les pagáramos $20.000 pesos el día de trabajo a las empleadas de servicio, ni menos del mínimo a los practicantes, este honroso tercer lugar no sería posible. ¿En qué puesto estaríamos si hiciéramos una justa repartición de tierras y mejoráramos el transporte público?

Tercer lugar, bronce mediocre. Desde ya nuestros bancos, nuestros empresarios, nuestro Gobierno, trabajan por el oro. No será fácil, la liga española apunta a lo mismo.