jueves, 24 de noviembre de 2011

Si yo muriera por el fútbol

A mí me daría rabia que unas personas con camiseta de Santa Fe me mataran por llevar una camiseta de Millonarios, justo antes de un partido entre Millonarios y Santa Fe.

Odiaría que no cancelaran el partido, o que al menos no hicieran un minuto de silencio antes de empezar, como si los dos hechos no estuvieran relacionados. Odiaría más que mandaran pésames simbólicos desde Twitter, porque Twitter se ha convertido en la herramienta de los flojos con carrera universitaria, que creemos que con dos tweets y un hashtag hemos hecho la tarea. Esas condolencias 2.0 no van a pagar el funeral, ni a consolar a mi madre. No me van a devolver la vida.

El otro día Andrea Serna mandó fuerzas a los afectados por el invierno en Colombia. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿De qué manera un señor que en el sur de Bolívar anda con el agua a la cintura y sus pertenencias en un platón puede ver mejorada su situación porque una persona le manda fuerzas desde una red social que no conoce?

También me daría rabia saber que pese a mis 17 años mi vida no vale un partido de fútbol ni aunque vendieran todos mis órganos vitales en el mercado negro.

Cuando mueres todos mandan fuerzas a tus seres cercanos; casi siempre son palabras huecas, como quien desea feliz cumpleaños. Dan la vuelta y vuelven a reír porque la vida sigue, pero no a la manera de los dirigentes, que anteponen el dinero a todo pero no son capaces de decirlo.

De morir por culpa del fútbol, quisiera que la gente viera al fin que los equipos son empresas, que esto no es deporte, que ir de antemano por los de azul o los de rojo es una idiotez, que la pasión está sobrevalorada y que los hinchas son valiosos por el dinero que aportan; es más lo que quitan que lo que ponen, el fútbol no los necesita. Morir por el fútbol es tan inútil como morir por Dios, o por la Patria. Defender a cuchillo a un equipo en contra de otro es como matar a los empleados de Pepsi para que quiebre y así la Coca-Cola venda más.

Yo no soportaría que después de mi muerte salieran los comentaristas deportivos con las frases de siempre: “lamentable”, “vivamos el fútbol en paz”, “delincuentes disfrazados de hinchas”, “el fútbol es una fiesta”.

No aguantaría, como pasó ayer en radio, que apareciera una funcionaria distrital “repudiando el caso” y garantizando la seguridad de los asistentes al juego (¿con qué cara?). Luego volvería a morir, esta vez de indignación, al oír después de la noticia sobre mi crimen a un periodista decir que la sanción para X jugador podría occilar entre tres y cuatro fechas.

Johan Nicolás Coy Rodríguez se llamaba el joven asesinado ayer antes del clásico bogotano. Le dieron cuatro puñaladas en el pecho, con lo difícil que debe ser meterle un cuchillo a alguien ahí, digo, con todos los huesos que protegen esa parte del cuerpo.

A Johan lo mataron y el partido no se canceló. La Policía investiga, aún sin resultados, pero para que la fiesta pudiera continuar hizo lo que recomendó Francisco Santos semanas atrás: recogieron al muchacho y se lo llevaron. Esta vez, a la morgue.