jueves, 17 de noviembre de 2011

La máquina de porquerías

Esta mañana me eché doce cosas diferentes en el cuerpo. Doce, y no soy metrosexual. Jabón, dos champús, loción para el pelo, crema de afeitar, aftershave, crema dental, dos tipos de enjuagues bucales (para antes y después del cepillado), desodorante, perfume y talco para pies.

Algo maligno debe tener mi cuerpo para luchar contra él con tanto ahínco y aun así sentirme un ser humano de porquería. Es por eso que desconfió de los hombres de traje que huelen bien, ese tipo de hombres por los que las mujeres se mueren.

Suelen creer que yo, que ando en jeans y tenis y huelo regular, siento envidia de ellos porque se llevan los mejores sueldos y las mejores mujeres (las mejores mujeres, las bonitas, la reinas de belleza, las ejecutivas, las tetonas operadas, son también las peores), pero no es envidia (aunque sí un poco), es impotencia de ver que nadie descubre el engaño que son.

Cuando uno se tiene que arreglar demasiado para convencer a la gente de algo es que necesita lograr en el decorado algo que con el contenido no podría. Mire nada más a los políticos, que ganan puntos por la corbata y no por sus programas de gobierno.

El asunto es que políticos o no, somos una desgracia de especie: jabón contra el mal olor, champú contra la caspa, crema dental contra la caries, vinimos al mundo envasados en una máquina de producir porquerías.

Yo lucho no sólo contra lo que secreta mi cuerpo a diario, sino contra sus defectos de fábrica: mis caderas anchas, mi nariz torcida, mi disfunción eréctil, mi bruxismo y mi calvicie, por nombrar las cinco que más me desvelan.

Y tanto combatir contra el cuerpo para terminar un día como Gadafi, que se estiró la piel de la cara, se pintó las canas, se trató la calvicie, desayunaba un arsenal de Viagra y andaba en lleno condecoraciones para hacer olvidar el tipo de persona que en realidad era.

Pero hay aún algo de justicia y la imagen con la que nos quedamos es la del propietario de una desgracia de cuerpo: desnudo, calvo, agujereado, fuera de forma, bañado en sangre. Más que un dictador africano parecía la Duquesa de Alba, que nos da lecciones de cómo lidiar con un cuerpo que está en contra de uno.