jueves, 25 de abril de 2013

La gente odia su trabajo

La otra noche una amiga me cogió por chat y en vez de hablarme de sexo, que es lo usual, se quejó porque no quería ir a la oficina al otro día. Le pregunté por qué no le gustaba su trabajo y su respuesta fue más allá: no solo no le gusta, sino que lo odia.

No conoce uno a muchas persona que amen su trabajo y se me ocurre que es porque la mayoría se la pasa haciendo lo que no quiere, trabajando por la plata y poco más. Todos empiezan un empleo (que es donde mueren los sueños) diciendo que lo aman, y se lo meten en la cabeza, pero una vez se van (o los echan), confiesan que en realidad odiaban la empresa y lo que hacían en ella. 

De tanto estar rodeado de personas que trabajan por dinero termina uno, que vino al mundo con algo de vocación profesional, convirtiéndose en eso. Y lo que nos cuesta descubrir es que la motivación de un cheque a fin de mes se acaba rápido, porque eso de que la plata no es la felicidad -en especial si no nos llega con al menos siete ceros a la derecha- es cierto.

Y lo peor es que tampoco hemos entendido que trabajando no nos vamos a hacer ricos. El sistema está hecho para que los clase media nos muramos de hambre si dejamos de pedalear; necesitamos la paga religiosamente cada 30 días, es la única razón por la que nos levantamos cada mañana. Llega el primero del mes y es volver a empezar, siempre con la esperanza de que esta vez el sueldo sí alcance.

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lunes, 22 de abril de 2013

Mi escritor preferido

Juan José Millás empezó a escribir antes de que yo naciera, y cuando supe que Millás existía, yo ya llevaba un tiempo escribiendo. Pero fue descubrirlo y sentirme como el adolescente que coge una guitarra y la toca porque le nace, pero un día oye a los Stones y entiende que así es como quiere sonar. 

Ocurrió hace unos años en Madrid y fue como si me arrollara un tren. Se trataba de una columna sobre el hambre en el África llamada 'Todo el mundo sabe escribir hipotermia' y lo que más me llamó la atención fue que terminaba con la frase "El mundo es una mierda", la cual no sonaba mal. Al revés, era necesario que el artículo acabara así porque resumía en cinco palabras lo que antes había dicho en poco más de 500.

Raro que un tipo que saca libros sin parar desde hace 40 años, tiene un Premio Planeta y los viernes cierra la edición impresa del El País no sea tan conocido en Colombia. No digo que sea un artista de culto, pero no es que acá se hable de Millás como quien habla del Papa.

Y sus libros están bien, he leído varios, pero no me matan porque leer cosas largas es aburrido. Son sus columnas las que enganchan. Y no solo en El País; ese tipo escribe, mal contadas, de a tres cada semana. Alguna vez lo abordé en el Hay festival y le dije que una llamada 'Tus eosinófilos' era lo mejor que había escrito en su vida. Él me miró con cara de "¿Quién es éste"?, pero yo se lo decía de corazón: 322 palabras, 1.834 caracteres con espacios que hablan sobre una mujer que se va a hacer un examen de sangre. Es, de lejos, la carta de amor más bonita que he leído en mi vida. Igual, ya advertí que no soy un lector voraz.

Mientras las columnas en Colombia suelen llegar a 4.500 caracteres, varias de Millás no pasan de 2.000 e igual le dejan a uno claro el panorama. Pocos adjetivos, verbos en abundancia, en menos de una cuartilla dicen lo que tienen que decir, y están tan bien escritas además que es como si le dieran al lector un mazazo en la cabeza. 

Millás es el escritor que más me ha marcado, por encima de Borges, Cioran y Pessoa (no se deje descrestar, no he leído mucho más). Durante mucho tiempo me negué a decir que era mi escritor preferido. Por vergüenza, primero, porque me sentía como una quinceañera que no quiere decir de quién está enamorada, y también porque cada vez que escribía algo sentía que lo estaba plagiando (aún lo siento y no sé cuándo pueda desmarcarme de esa sensación).

Pero me he extendido. Si mi instinto es plagiarlo, debo parar acá porque ya pasé los 2.000 caracteres. Pese a ser tan popular, Juan José Millás es el secreto mejor guardado de la literatura en español. No necesito un artículo para definirlo, tres palabras alcanzan: así se escribe.

jueves, 18 de abril de 2013

Ellas quieren

La esposa de un amigo le pidió que de aniversario no le diera un regalo sino una experiencia, el tipo quedó loco. ¿Cómo ofrece uno una experiencia cuando toda la vida ha dado flores y regalos de carne y hueso? ¿No saben las mujeres después de tanto tiempo que los hombres necesitamos la obviedad?

¿A qué se refería la mujer de mi amigo con “Una experiencia”? Es algo que ni yo ni él hemos podido saber. Pasarse una mañana peleando en el centro de atención al cliente de un operador celular es toda una experiencia, no en vano los centros de atención al cliente del mío se llaman ahora ‘Centros de experiencia’.

Al final mi amigo no se embolató y de años de casados le regaló unos aretes y la llevó a cenar a un buen restaurante. No sabemos qué pensó ella de eso, pero ese no es el punto. El punto es que el lugar común de la humanidad, casi la razón por lo que existe la civilización, es que los hombres nos morimos por las mujeres aunque no tengamos idea de qué quieren.

Parecería que quieren velas y pétalos de rosa sobre la cama antes de hacer el amor, pero quién sabe. Las mujeres quieren enamoramiento, drama en pequeñas dosis y misterio en todas sus formas: viajes sorpresa, detalles escondidos en partes estratégicas de la casa. Uno les da plata y se enzorran, cuando la plata es lo más práctico que se ha inventado. Si yo fuera mujer pediría que los regalos me los dieran en efectivo, y viviría culeando todo el día.

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lunes, 15 de abril de 2013

La nueva pobreza

Estar pegado a la tecnología es la nueva pobreza, pobreza urbana. Y no hablo de pobreza figurativa, que podría, porque estar conectado todo el día todos los días tiene mucho de miserable. Hablo de penurias reales.

No todo el mundo tiene plata para gastar en viajes y objetos suntuosos, pero todos buscamos la forma de pagar un televisor a cuotas, un iPhone, un computador portátil. Y claro, como nos costó conseguirlos, les sacamos jugo; nos pasamos pegados a ellos.

Los lujos del pobre ya no son tirarse en el pasto o sentarse a hablar sino pasarse la vida en redes sociales, pegado a un chat. Se ha vuelto tan necesario que hasta los vendedores ambulantes tienen BlackBerry. En la vida nos la pasamos atentos al celular con full navegación, tuiteando mientras vemos realities y actualizando los estados de Facebook porque nos resulta más barato que irnos a tierra caliente de fin de semana.

Y de la pobreza física pasamos a la de espíritu. Gastamos los días hábiles frente al computador de la oficina para llegar a casa a ver porno y enterarnos de qué ha pasado en redes sociales. Una amiga me dijo que le había cogido fobia al suyo, que llevaba meses sin prenderlo. Yo era así. De hecho, antes no tenía computador y no me hacía falta; salía del trabajo y me dedicaba a otras cosas. Hoy ni lo considero; de hecho, me llevo el computador a los viajes de descanso. Creo estar convencido de que lo hago por gusto, pero qué va, se trata en realidad de una esclavitud horrible.

El internet tumbó las fronteras del mundo, democratizó la información, pero es raro porque al mismo tiempo, después de pasar muchas horas navegando, quedamos hastiados, con la sensación de que en internet no ocurre nada. Cuando mirar páginas pierde el sentido, nos pasamos a Whatsapp en busca de un mensaje que nos salve la vida.

Hay gente que no apaga el computador nunca, simplemente lo pone a dormir; yo creo que el dormido es uno. Los computadores se ven bonitos exhibidos en el almacén, pero cuando compramos uno y empezamos a darle cajeta termina deteriorado, con el teclado lleno de comida y cenizas de cigarrillo. Igual pasa con el celular, nos acostamos en la noche con él al lado, lo hemos sacado del bolsillo, que es su hábitat natural, para cargarlo en la mano. Estamos tan adictos que lo llevamos al baño, por eso oímos de tanta gente a la que el celular se le ha ido por al inodoro. Cuando eso pasa se nos va la vida por el excusado, figurativa y literalmente.

El otro día entré a Twitter y por primera vez reparé en la página de apertura, donde uno pone el usuario y la contraseña. Había una foto bellísima de un atardecer, con nubes, montañas y todo. Me dieron ganas de llorar por lo que soy y por lo que nunca seré. Me la paso encerrado en la casa pegado a la red, creyendo que así estoy conectado al mundo. La verdad es que no sé nada de él.

Publicada en la edición de abril de la revista Enter. www.enter.co

jueves, 11 de abril de 2013

El mundo está jodido

A mí lo que me aterra es el mal gusto que tiene la gente para la música. Es que da miedo. Y no solo el Gangnam Style, ese que es el video más visto en la historia de internet; el mundo está lleno de pésimos cantantes y peores canciones que vuelven loca a la gente.

Me gusta medir la inteligencia de las personas por lo que oyen, una especie de Hitler de la música. La gente le para muchas bolas a que tal o cual artista haya vendido millones de discos y de inmediato asocian cantidad con calidad. Raro, basta con ver un video de Romeo Santos con Usher que tiene más de 40 millones de reproducciones en Youtube (y es una reverenda porquería) para entender que hay muchos que en la cabeza cargan estiércol en vez de cerebro. Por otro lado, hace poco murió un tipo llamado Jason Molina, que es de lo mejor que he oído en los últimos años. Varios medios de Estados Unidos le dedicaron unas pocas líneas de despedida y Farewell Transmission, una de sus mejores canciones, tiene humildes trescientas mil vistas en Youtube.

Bob Dylan dijo que esta tierra era de todos, pero que el mundo está regido por personas que nunca oyen música. Y claro, si esa gente se la pasa es pensando en números y fusiones e invasiones y globalización, ¿a qué hora van a oír canciones?

Alguna vez le pusieron una canción a Borges y el tipo se puso a llorar; preguntó qué era y le dijeron que los Beatles. No todos podemos ser Borges, cierto, pero los hombres con ambición no oyen a los Beatles y se sueltan a llorar, botan lágrimas si mensualmente ganan una cifra con menos de ocho ceros a la derecha. “El mundo está regido por personas que no oyen música”, la frase tiene sentido cuando le ponemos atención a la que ponen en los bancos.

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jueves, 4 de abril de 2013

Acabo de dejar el corazón

Acabo de dejar el corazón en Barranquilla. En Semana Santa fui a la ciudad donde nací a ver si se me pasaba el amargue, pero amargarme es lo mío. Llegué acompañado y regresé solo. El solo es un decir, porque tengo a la persona en la silla de al lado del avión que me lleva de regreso a Bogotá pero es como si no estuviera. Llevamos tres horas juntos y apenas nos hemos hablado, supongo que es lo que le pasa a la gente que deja de quererse.

En Barranquilla vuelvo a ser Adolfito, a andar en sandalias (cuando no descalzo); duermo siesta, me fían en la tienda y como donde los primos. En Barranquilla bajo mangos de los palos (los mangos tienen la forma del corazón que acabo de dejar). Hay quien va a darle mate a su corazón en Cartagena, pero yo preferí ir a mi ciudad porque nada tan bello como ser derrotado en casa.

El asunto es que me empezó un ataque de angustia desde antes de tomar el avión de ida porque sabía lo que se venía. Es raro cuando la persona que lo era todo deja de serlo en un solo giro, y cuando tomamos decisiones que cambian la vida con la espontaneidad de quien va derecho por una calle y sin más decide voltear por la esquina. Así deberíamos ser para todo.

Entonces fue pasar toda la semana con dolor de estómago, como si algo no estuviera en su sitio. Conviví en silencio con la incertidumbre de haber cometido algún error sin siquiera haber hecho nada. Esa fue la constante de la relación, solo que antes nos queríamos. Ahora, sin besos de por medio, el sentimiento de culpa me resulta muy duro de llevar.

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martes, 2 de abril de 2013

Logo corporativo

Hay nueva reforma a la salud y nadie la va a entender, porque las cosas del Gobierno están hechas para que no sepamos de qué se tratan. Ni la de la salud, ni la tributaria, ni la de la justicia. Los tipos de Interbolsa están libres y el que se robó unos cubos de caldo de gallina pagó cárcel, tal es el sistema en el que jugamos.

La de la salud Son 9 capítulos y 68 artículos que no leeremos porque, uno, no los entenderemos; dos, no nos representan, y tres, las EPS seguirán haciendo lo que se les da la gana. Llevamos la vida asistiendo al hospital con la única certeza de que no nos van a atender como nos gustaría y eso no va a cambiar por mucho que cambien la salud. Ahora celebramos porque están diciendo que las EPS van a desaparecer, pero la verdad es que no sabemos nada de nada. Hay quien dice que la nueva reforma va a mejorar el negocio para ellas.

Yo no quiero que cojan un sistema de salud que no entiendo y le hagan reformas para que lo entienda menos. Por lo pronto me conformo con que mi entidad promotora de salud me saque de la lista de morosos porque me sigue cobrando como independiente, cuando hace dos meses pasé (y me aceptaron) la notificación de que ahora cotizo como empleado.

El día de la notificación me desperté lleno de amor por mi mujer y por la vida, pero me tocó ir al centro de atención al cliente porque por internet no supieron resolverme la situación y a la tercera instrucción mal dada en el call center todo el romanticismo se me fue a la mierda.

Luego de dos horas de espera, a los cinco minutos de estar hablando con la niña de la EPS que me atendió me di cuenta de que lo que dicen a uno por teléfono lo refutan en persona. En las grandes entidades todo es confuso, solo pagar es fácil, la plata la reciben como sea. Cualquier otro trámite que se podría hacer chuleando o deschuleando una casilla en internet toma la vida entera.

El asunto es que seguí optimista pese a todo, y el corazón que no me rompieron ni la espera, ni la ineficiencia, ni mi mujer me lo rompieron los ancianos que allí estaban. Parejas de viejos, todos enfermos, cansados, con nada más que el otro para luchar contra el mundo, que parece no quererlos. Era tan deprimente que deseé que en vez de mandarlos al médico los mandaran al verdugo para que dejaran de mendigar por citas y medicamentos.

Guardo una carta de mi papá donde implora a la EPS que le agilice los trámites para tratarse el cáncer que se lo comió vivo. La abro cada tanto para tener presente que ni pagando a tiempo la gente hace cosas por nosotros.

Yo sigo lidiando para que me dejen de cobrar como independiente y como empleado en simultánea. Me molesta, pero es poca cosa comparada con los ancianos de aquel centro de atención al cliente. Nunca vi tantas caras tristes juntas como aquella vez. Imagino que así era Auschwitz, pero sin logo corporativo.