jueves, 27 de junio de 2013

Te pido que te calmes

A los colombianos nos importa mucho lo que de nosotros digan afuera, lo que es una señal de baja autoestima. Pero somos selectivos, damos por cierto lo bueno y desestimamos lo negativo. Dijeron en una encuesta que éramos el país más feliz del mundo y fue noticia nacional, hasta las marcas aprovecharon la fiesta y nos empezaron a llenar de cuñas referentes al asunto para aumentar sus ventas. Nadie reparó en que tal vez sea cierto eso de que entre más inteligencia se tenga, más infeliz se es.

La próxima semana sale el nuevo ranking de la FIFA y Colombia será cuarta, tercera si Italia no gana la Copa Confederaciones. Bien que la selección esté a punto de volver a un Mundial; es un buen equipo, pero preferimos celebrar antes de sentarnos a pensar si es cierto que apenas dos equipos nacionales en el mundo son mejores que el nuestro. Seguro porque sabemos que es mentira.


Pasa lo mismo con García Márquez. Si el tipo no se hubiera ido a escribir al exterior ni hubiera publicado ‘Cien años de soledad’ con una editorial argentina, no sería quien es hoy. De haberse quedado en Colombia, hubiera sido un escritor más luchando por salir adelante mientras trabajaba para un periódico y vendía escasos ejemplares de sus libros, los cuales obtendrían reseñas benévolas de sus amigos periodistas influenciados por las editoriales.

Lea la entrada completa aquí

jueves, 20 de junio de 2013

La gente está jodida

No sé cómo no llegué antes a esa conclusión, que es la más obvia y acertada. Siéntese usted a hablar con alguien (a oírlo, no a hablar en primera persona, que es lo que todos hacemos) y entre más conversen más se dará cuenta de que su interlocutor está jodido.

Su madre, su jefe, su hermano, un desconocido, no importa, a todos se les sale la fritez (¿fritura?) por algún lado. El viernes en la noche estuve hablando con una amiga que me confesó que mientras no solucionara sus problemas con su hermano nunca iba a tener una relación estable, y que a su hermano le pasaba lo mismo, solo que no lo sabía. Y no es que ella esté enamorada de su hermano o viceversa, sino que la cabeza hace conexiones que sobrios y de día no somos capaces de entender.

Otra amiga acaba de pisar los 30 y está en crisis porque no sabe qué hacer con su vida. Hace poco tuvo una entrevista en una empresa que no le gusta, pero tiene claro que si la escogen aceptará el trabajo. Mientras, se la pasa fumando porro en la playa. En apariencia vive relajada, pero por dentro se muere, que es lo que nos pasa a todos.

Una tercera se siente frustrada porque está gorda y no hace nada por remediarlo. En vez de salir a correr a las seis de la mañana, que es lo que quiere, ha duplicado sus raciones de comida. Siente que su vida es un desperdicio y que no ha hecho con ella lo que soñaba. Cuando le dije que lo suyo no era flojera sino miedo, no me entendió y me respondió que no tenía sentido sentirle miedo a ser exitosa y bonita.

Lea la entrada completa aquí

lunes, 17 de junio de 2013

El protocolo del chat

Tengo una amiga con la que me mando cosas por chat. Cosas, ustedes entienden. Mi amiga tiene novio, pero es de las que cree (hace bien) que hacer vainas por internet no es poner los cachos.

Hace poco le envié una foto por Whatsapp y quedó fría. No porque no hubiera visto algo similar antes, sino porque, según me explicó, había configurado su iPhone con el iPad de su novio, así que, en ocasiones, lo que le llega a ella le llega a él. Parece que nada pasó porque el asunto quedó de ese tamaño.

El asunto es que vivimos pegados al chat pero no conocemos el protocolo para usarlo. Por un lado, Los chats de Whatsapp están llenos de fotos de genitales porque lo que la gente quiere es sexo. Si uno pudiera meterse en la red y ver las imágines íntimas que vienen y van, se le explotaría la cabeza. Por eso mismo, Twitter es el burdel más grande del mundo, allí todos se buscan y luego se ponen citas en Skype

Lo que hiere es que mientras uno asume los chats sexuales con la seriedad con la que no aborda los demás temas de la vida, hay mujeres que los toman a la ligera. Me ha tocado ver a amigas que le siguen el juego a tipos que al otro lado del teléfono están que se incendian, y mientras ellos dicen barbaridades y amenazan con mandar fotos desnudos, ellas les siguen el juego desde la oficina, con ropa y sin ningún tipo de apetito sexual. Pobres manes, me pregunto cuántas veces habré estado yo en su lugar.

La otra es que cuando una mujer no sabe qué decir o quiere zafarse de la charla, pone un emoticón. Uno se deshace en frases, propuestas, fantasías, y ellas mandan de vuelta una carita feliz; dan ganas de reventarlas.

Y uno se soporta todo eso solo por el sexo, por la ilusión del sexo, mejor dicho. Fantasear con sexo siempre ha sido mejor que tenerlo. Por eso se aguanta que el teclado de las pantallas touch sea intratable y que termine mandando mensajes que no se parecen en nada a lo que se quería decir originalmente.

También está el tema de los chulitos. Que si uno es que se mandó el mensaje, que si dos es que el otro lo recibió. Ni idea, pero se me antoja que en el último lustro las parejas de enamorados han peleado más por los chulitos del Whatsapp que por cualquier otra cosa.

Pero no es solo sexo, la verdad. Pese a sus falencias, el Whatsapp es una cosa bendita, tan eficaz que acabó con el pin de Blackberry. Uno debería hacer todo por chat: cuadrar citas, hacerlas, gobernar países, echar gente. Y tener sexo, claro. Yo vivo con pánico de que me roben el celular. No por los contactos, que eso se recupera, sino porque, no sería capaz de explicar tanta porquería junta.

Publicada en la edición de junio de la revista Enter. www.enter.co

jueves, 13 de junio de 2013

Yo no quiero que Colombia vaya al Mundial

Una parte de mí no quiere que Colombia clasifique al Mundial de fútbol. La parte pesimista, seguro, la que no soporta ver a la gente feliz. Otra porción, la menor, goza con los triunfos del equipo y sueña con volver a verlo en un Mundial. Pero qué va, la parte negativa, que es a la que obedezco, la ahoga cada vez que trata de aflorar. Igual, es desear lo inevitable porque, con 23 puntos, Colombia prácticamente está clasificada.

Y no quiero que vaya porque yo aspiro a estar en Brasil, y lo rico de viajar al exterior es encontrarse a la menor cantidad de compatriotas posible. Somos una plaga. Los que fueron a Argentina a ver a la selección se quejaron porque a la entrada del estadio les hicieron quitar todo lo que tuviera que ver con Colombia, pero se les olvida que los colombianos somos el terror de los apartamentos de Buenos Aires. Somos una plaga y no saben qué hacer con nosotros.

Además, si Colombia clasifica todo va a ser más difícil y más caro: comprar tiquetes, conseguir hospedaje, tramitar la acreditación de prensa. Yo he cubierto los dos últimos mundiales (nada del otro mundo, nada masivo, todo muy mediocre) y no quiero romper la racha, pero temo que si Colombia entra, la avalancha de influencias para conseguir escarapela FIFA me va a dejar por fuera. A veces pienso que estoy exagerando, pero después recuerdo que vivo en el país de Luis Andrés Colmenares. En mis peores pesadillas, sueño que me niegan la acreditación de periodista para dársela a políticos, hijos de funcionarios del Estado y personas cercanas a las marcas que patrocinan a la Selección.

Yo no quiero ir a Brasil y ver las calles llenas de amarillo, azul y rojo. No soporto ver a un colombiano feliz, triunfalista por cualquier logro porque en esta vida le ha tocado comer tanta mierda que cualquier victoria, aunque sea pequeña, lo vuelve eufórico. ¿No ve cómo apenas salió un delantero de la calidad de Falcao comenzamos a decir estupideces como que era el mejor nueve del mundo?

Lea aquí la entrada completa

martes, 11 de junio de 2013

El cáncer del fútbol

Me hace más feliz el fútbol que el sexo, aunque sea mejor en lo segundo que en lo primero. Me gusta, a pesar de que esté lleno de mentiras como “la jerarquía” de lo equipos y “la pasión” de los hinchas, porque la verdad es que las hinchadas son el cáncer del fútbol. 

Uno no detesta a un equipo por el equipo en sí, sino por sus hinchas, aunque eso de odiar (y más a un club de fútbol) sea de tontos; pero así somos. 

Los hinchas de Millonarios o de América creen que a uno no le gustan sus equipos por su grandeza (como si la grandeza se ganara perdiendo cuatro finales de Libertadores). Los de Nacional hacen llamar a su equipo ‘Rey de copas’, pero si le quitan la Libertadores del 89, queda es una recua de títulos sin importancia. Primero, no son grandes porque el fútbol colombiano es mediocre; segundo, son insoportables por la soberbia de sus fanáticos, que se atribuyen logros que no les pertenecen.

Porque los equipos son empresas y sus seguidores no son hinchas sino clientes. Sin ellos, el fútbol seguiría existiendo. Sería diferente, claro. No se llenarían estadios ni los jugadores ganarían fortunas, pero la gente seguiría jugando para luego irse a trabajar a una oficina. Por eso, los clubes necesitan seguidores, exposición mediática, patrocinadores. Y claro, jugadores y dirigentes tienen que agradecer cada tanto a los hinchas porque es bueno para el negocio. “Ganamos”, dicen los fanáticos. Mentira. Ganaron los jugadores. 

Y son muy bobos, además. Se matan en la tribuna mientras en la cancha los jugadores se saludan y sonríen después del juego. El primer requisito para hacerse hincha de un equipo es ser tarado. No tiene lógica ir de antemano por los rojos o por los azules, odiar a los verdes porque sí o pedir penal cada vez que alguien de blanco cae en el área sin analizar si fue falta o no.

Cuando un equipo gana algo, sus seguidores hacen fieros y presumen, como si hacerse hincha de un equipo fuera tan difícil como entrar a Harvard. Y no entienden tampoco que los jugadores son profesionales y no hermanitas de la caridad. Ser hincha implica insultar al jugador que cambió de club porque sencillamente se le dio la gana. No entiendo cómo no han descubierto que la mejor forma de disfrutar del fútbol es verlo sin importar quién gana.

¿Cómo identificar a un imbécil? Porque le dice D10s a Messi, CR7 a Cristiano Ronaldo y se la pasa exclamando: “Vamos por la 14”, “Vamos por la séptima”, “Vamos por la octava”, que en vez de campañas de apoyo parecen rutas en la ciudad para evitar trancones.

Otra cosa. ¿Tiene presente las notas con hinchas que hacen en los noticieros? ¿Ha visto a alguno que no haga el ridículo? ¿Le ha tocado ver a alguno que diga algo medianamente coherente? ¿Cómo harán para que los hijos no les pierdan el respeto después de verlos en televisión?

Peores son los hinchas locales de equipos extranjeros. Ya había hablado en este espacio de los que desde Colombia siguen al Barcelona como si fueran catalanes separatistas, pero ahora quiero contarles que me encontré una cuenta en Twitter de seguidores de la Roma de Italia. Se autodenominan ‘Giallorossi cafeteros’ y le quitan a uno las ganas de vivir. Nunca he entendido eso de celebrar los títulos de un equipo. 

Crecí viendo al Junior, lo he visto ser campeón cinco veces y no me ha hecho más o menos feliz de lo que ya soy, no me ha convertido en una mejor persona porque entiendo que fueron los jugadores los que entrenaron, jugaron y cobraron. Igual hubieran ganado sin mí. Con el tiempo he aprendido que lo único que queda de los títulos del equipo que uno quiere es que la vida sigue y que el lunes siguiente toca ir a trabajar, como si nada.

Publicada en la edición de enero de revista Soho. www.soho.com.co

jueves, 6 de junio de 2013

Menos yoga y más folle

A veces el asunto con las mujeres es que, a diferencia de los hombres, no tienen un hobby. Alguna vez estuve con una que me decía que su hobby era yo, calcule.

Muchas no tienen una pasión, una razón diferente a estudiar o trabajar para levantarse de la cama cada mañana, por eso las ve uno meterse a yoga, pilates, pole dance, crossfit ahora; pero sin alma, sin ganas, como si les tocara hacer algo en la vida para no quitársela.

Es como si no tuvieran hacia dónde volcar su energía, por eso están las que compran mascotas y luego las visten, o las que van a la peluquería porque cambiarse el pelo es más fácil que encontrarle sentido al milagro de existir. Uno va a un restaurante y en las mesas de mujeres están hablando de hombres: de con quién terminó, con quién está saliendo ahora (algún imbécil del promedio, seguro), con quién anda la ex pareja. Esas son las que terminan mal casadas con cualquier idiota con plata porque creen esa era su misión en la vida. El otro día una amiga dijo que lo más importante en la vida eran las clases de pony de su hija.

Lea la entrada completa aquí