jueves, 31 de mayo de 2012

Taxi cruzando el semáforo en rojo

Es curioso cómo un día podemos desear lo contrario a lo que siempre nos ha gustado. Zapatos cafés en vez de negros, un nuevo apartamento en lugar de este en donde hemos sido felices, la amiga de la esposa a cambio de la esposa misma.

Yo me desperté esta mañana queriendome ir de Colombia. Siempre he pensado que este país y sus habitantes somos de lo peor, pero me gustaba vivir acá. Aquí nací, crecí, estudié; aquí tengo familia y amigos y nunca me incomodó que fuera un mal lugar para vivir.

Pero todo cambió anoche, cuando al querer pasar la calle con el semáforo peatonal en verde un taxi aceleró en vez de frenar. Es increíble cómo una escena que se repite todos los días en todas las esquinas del país puede despertarte del sueño en el que vivías.

Yo no quiero vivir en un sitio donde uno no sabe si se monta en un taxi para que le hagan el paseo millonario, donde los políticos se comportan como señores feudales, la gente es racista sin decirlo, y ni la salud ni la selección de fútbol funciona. Un lugar donde empalan mujeres como si viviéramos en la Edad Media. Soy tercermundista como cualquiera nacido acá, pero quisiera dejar de serlo aunque sea a costa de vivir en una tierra extraña. Quiero digitar la clave de la tarjeta débito sin tener que tapar el teclado con la otra mano.

Lea el artículo completo en http://bit.ly/KfyzNK

lunes, 28 de mayo de 2012

El segundo mejor peluquero del mundo

A los que nos cuesta levantarnos de la cama cada mañana, el hecho de que un colombiano sea el segundo mejor peluquero del mundo representa un mazazo. ¿Cómo vivir con un jefe insoportable, un arriendo alto, un mal sistema de transporte público y, además, con esa noticia?

Al suceso se le dio bastante difusión en la prensa. Típico. A los colombianos nos encanta figurar en rankings de poca monta, o de ninguna monta: Miss Universo, Viña del Mar. Somos potencia en patinaje, que es un deporte de segundo orden. No tenemos premios Nobel de Física, no fabricamos carros ni aviones, no tenemos ferrocarriles ni autopistas, pero póngannos a batir el récord Guinness de la sandalia más grande del mundo. No hay quién nos pare. 


Nuestras son también las marcas de Guinness en temas tan vitales como la patada más alta en taekwondo, el mayor baile de fandango, el mayor número de vueltas bailando salsa en un minuto, la masa de pan más grande. Y para que la felicidad sea completa, el año pasado el elenco de El man es Germán lideró al país hacia una gran conquista: la clase de kickboxing más grande del mundo.

El hecho es que un caleño llamado Diego Levin participó en una cosa llamada Color & Creative Challenge Alter-Ego International Hair Show y llegó de segundo. Tanta prosopopeya, tanto nombre largo para un concurso de morondanga que se realizó en Italia con 400 concursantes y que vio a Levin llegar de segundo con un peinado inspirado en el océano llamado ‘Coral Luxury’. No sé ustedes, pero yo no suelo ir a la peluquería para que el poco pelo que me queda se vea como el mar de Coveñas. 

Color & Creative Challenge Alter-Ego International Hair Show. El nombre del concurso hay que repetirlo para que no se nos olvide. Allí donde hay mucha pompa suele haber poco contenido, y encima le ponen la palabra ‘International’, como para darle más vuelo al evento. Pues sépalo de una vez: los concursos de medio pelo (nunca mejor dicho) llevan siempre la palabra ‘internacional’ por algún lado para darle la alcurnia que no tienen. Por eso el Mundial de Fútbol de la FIFA no la tiene, mientras que el Reinado del Café, por ejemplo, sí. 

Y Levin quedó de segundo, que es lo que más rabia da. No solo nos gusta figurar en cosas negativas o sin importancia, sino que nunca llegamos de primeros; somos los campeones morales, es decir, doblemente segundones. Cuatro virreinas en Miss Universo, terceros en desigualdad después de Angola y Haití, un vergonzoso puesto 78 entre los países más corruptos del mundo (hay que triplicar el número de congresistas a ver si subimos). Y cuando creíamos que con Pablo Escobar y los Rodríguez Orejuela teníamos a los mejores narcos del planeta, llegó México con sus carteles para dejarnos como unos simples amateurs.

Pero estoy siendo injusto con Diego, que está sacando la cara no solo por Cali después del incidente de las Zarzur en la ¡Hola!, sino por Colombia tras el descache de Shakira con el himno nacional (el segundo más bonito del mundo según quién) y de que a Teófilo Gutiérrez se le ocurriera que era buena idea ir armado a los partidos de fútbol. 

Tenemos al segundo mejor peluquero del mundo y desde ya, cueste lo que cueste, hago fila para que me deje el pelo como una concha marina. ¡En tu cara, Norberto!  

Publicado en la edición de mayo de la revista SoHo. www.soho.com.co

jueves, 24 de mayo de 2012

Reflexiones a partir del champú

Estoy en el supermercado buscando un champú para el pelo, que lo tengo hecho un desastre. Uno que cuesta $5.100 y otro, el mismo pero más pequeño, vale $5.830. Me quedo frente al mostrador y leo la información de la etiqueta que viene en letra menuda, debajo del precio, a ver si se han equivocado, pero no. En efecto, el tarro de 350 ml es más barato que el de 200.

Una ida al supermercado puede abrirnos la cabeza y ponernos a formular preguntas que nunca se nos habían ocurrido. ¿Por qué el champú grande cuesta menos que el pequeño? ¿Por qué cuesta $5.830 y no $5.850? ¿A quién le dan hoy 70 pesos de vuelta? ¿Es una estrategia para que donemos esos 20 pesos a caridad? ¿Se me compondrá el pelo en diez días, como dice el tarro? Lo cierto es que es más probable que cuestionemos la vida desde el precio del champú que desde la Biblia.
Porque el sistema parece estar hecho para no ser entendido, para que nadie lo cuestione. Mire la economía, por ejemplo. Si la Comunidad Europea se queja por falta de dinero, ¿no puede imprimir euros para todos sin que el sistema se vaya al carajo? La economía como materia de estudio no ha servido de mucho, igual que el derecho, el mundo está cada vez más lleno de miseria e injusticias. Hay quien estudia diez semestres de lo uno o de lo otro y recibe el diploma sin sin haber entendido nada. Lo que no se puede explicar en 5 minutos no se debería aplicar en la vida cotidiana.

Lea el artículo completo en http://bit.ly/JfGsNl

martes, 22 de mayo de 2012

Eso todavía no se lo han inventado

El Hombre llegó a la Luna hace 43 años y se estancó. Y es raro, porque si la conquistó luego de apenas doce años de Carrera espacial, ¿cómo es posible que se esté tardando tanto en alcanzar el siguiente destino? Luego piensa uno en todo lo que está pendiente de inventarse acá, que aspirar ir a Marte como quien va al supermercado resulta pretencioso.

No se ha inventado, por ejemplo, el Skype. Es la mejor vía para tener sexo virtual, que es lo de ahora, pero sus repetidas caídas atrofian cualquier erección. Menos sentido tiene la versión para el celular. ¿Una aplicación para hablar por teléfono dentro de un teléfono? No le encuentro la explicación a eso, ni a que Microsoft haya comprado Skype por 8.500 millones de dólares. Su gran negocio debe ser, pero no cabe en mi cabeza de periodista.

No se alcanzaron a inventar Cuevana cuando ya habían encarcelado a uno de sus administradores. Cuevana se caía más que Skype y la gente no paraba de quejarse. Es que no nos gusta pagar y además exigimos que lo gratis sea de la mejor calidad.
El chat de Facebook es una reverenda porquería. Es tan malo que parece hecho por un colombiano. La red social sirve para dar con amigos que no ves hace 20 años, pero no sirve para decirles, en el aquí y el ahora, que nos hicieron falta (así sea mentira).
El gran legado de Steve Jobs es la tecla “.com” del iPhone, que es de los grandes inventos de la humanidad, pero nos dejó antes de granearse una pila que dure al menos un día.
Pero donde más se ve el subdesarrollo tecnológico del planeta es en los baños, y se ve porque una cosa es vivir en un mundo atrasado pero con buen olor, y otra, quedarse atrapado en un lugar lleno de porquerías ajenas.
Colombia tiene baños donde no funciona la cisterna tradicional y se entiende por lo pobres, pero existen otros donde todo está diseñado para ser automático y nada funciona. Los encuentra usted en centros comerciales y aeropuertos, en restaurantes de lujo y hoteles cinco estrellas.
Los inodoros de este tipo de lugares suelen tener un sensor que baja el agua cuando se le da la gana y no cuando se necesita, lo que hace que se acumulen los orines de al menos media docena de personas. Luego está el lavamanos automático, que tampoco sirve. Le toca a uno dejar una mano izquierda al frente para que el aparato detecte que hay algo ahí al frente, lavarse la derecha y luego invertir lados.
Los secadores son caso aparte. Lo mejor sería poner toallas desechables, digo, que secan de una y luego se arrojan a la basura, pero con toda esta onda ecológica que no va a salvar al planeta se han impuesto los secadores de aire. Primero, son pocos los que botan el aire caliente. Segundo, tienen un motor de miseria que lo expulsa sin fuerza, lo que hace que uno prefiera secarse las manos en el pantalón y salir de ahí rápido por cuenta del sensor defectuoso del inodoro que lleva media hora sin cambiar el agua.
Los secadores de mano de nuestro país no sirven. En Sudáfrica queman la piel, mientras que en Alemania no tardan más de 10 segundos en cumplir la tarea para la que fueron hechos. Yo volvería a las toallas y sembraría más árboles para así “salvar al planeta” y complacer a los ecologistas
Debo irme. Trato de enviar este artículo por correo electrónico a la revista, pero no se va. Llamo al callcenter de mi proveedor de internet y me dejan esperando en línea porque todas las operadoras se encuentran ocupadas. Ya no es el internet lo que me preocupa, sino el servicio al cliente, otra de esas cosas que no se han acabado de inventar.

Publicado en la edición de mayo de la revista Enter. www.enter.co

miércoles, 16 de mayo de 2012

Martes de humor

No paro de reírme con las cosas que pasaron el martes pasado en Colombia. Risa nerviosa, quiero decir.

A primera hora de la mañana se supo que un senador de apellido Merlano había esgrimido argumentos contundentes para no ser sometido a una prueba de alcoholemia: “¿Cómo le van a hacer esto a un Senador de la República, si por mí votaron 50.000 personas?”. Alardeaba como los reguetoneros, que en todas sus canciones hablan del número de discos que venden y de las mujeres con las que se acuestan. El tema de los congresistas y los carros no es nuevo en el país, todos recordamos el subsidio a la gasolina por el que clamaba el senador Corzo. Corzo & Merlano como quien dice Ñejo & Dálmata.

También en la mañana, Santiago Cruz anduvo de gira por los medios de comunicación promocionando su nueva canción. Yo a ese señor no lo soporto, musicalmente hablando. Seguro es una gran persona y un mejor amigo, pero una cosa no tiene que ver con la otra. Hay quienes dicen que su música es depresiva, y les creo: yo oigo a Santiago Cruz y se me quitan las ganas de vivir.

El asunto de Merlano opacó la entrada en vigencia del TLC después de años de suspenso. Lo que me llamó la atención no es si el trato favorecerá a unos y arruinará a otros, sino que cantaron el himno nacional para despedir al primer contendor que salió del puerto de Buenaventura rumbo a Estados Unidos. Hay que ser demagogo para hacer tal cosa, para creer que los logros se deben al accidente de haber nacido en algún lugar. 

Cuando Brasil fue campeón del mundo en México 70, el gobierno militar que regía por entonces el país se tomó el crédito, así como en Venezuela se agarraron del triunfo de Pastor Maldonado el pasado fin de semana en la Fórmula 1: “"Toda Venezuela está celebrando la victoria de ese joven aragüeño, joven venezolano, joven bolivariano de esta generación que ha llamado el presidente Chávez la generación de oro", dijo Nicolás Maduro al respecto. ¿Qué tiene que ver un triunfo con la grandeza o pequeñez de una nación?


Hablando de tamaño, esa misma tarde Diego Simeone, entrenador del Atlético de Madrid que vino a jugar contra varios equipos colombianos, nos dio a los periodistas de este país una lección sobre no hacer preguntas estúpidas. La clase magistral quedó registrada en video. Hay que sentirse muy poco a gusto con uno mismo para preguntarle a un extranjero qué piensa de la tierra donde tocó nacer, como buscando elogio, o consuelo.

Lea el artículo completo en http://bit.ly/Kuydls

lunes, 14 de mayo de 2012

La muerta

Estoy acostado en mi cama y de la nada viene a mi cabeza el recuerdo de una amiga de la adolescencia que se suicidó. Se llamaba Carolina Pérez, era bonita e inteligente. Yo creía que lo tenía todo para ser feliz, pero terminó siendo una de esas personas que parecen llenas de vida y que un día piden permiso para ir al baño y terminan botándose del octavo piso (Carolina se botó del noveno).

Estoy enamorado de ella desde entonces. Antes me gustaba como puede a uno gustarle el helado de chocolate y la música de los Beatles, pero fue terminar con las vísceras regadas sobre la calle para que me enamorara irremediablemente.

La conocí una tarde a los once años y es como si hubiera dado con un ángel. La recuerdo en su uniforme de colegio: blanca, pecosa, de ojos claros y pelo negro, como me gustan las mujeres. O al revés, me gustan las mujeres porque así era Carolina.

Tengo claro desde que murió que meterse con una mujer viva es perder el tiempo. Con una viva siempre existe la opción de cagarla, de ponerle lo cachos, de odiarla porque sí. Yo terminé de convencerme de que las muertas son lo mío el día que el amor de mi vida se casó con un man que usa gomina.

Con las vivas, además, terminamos enamorándonos de un fantasma. Esa mujer que creemos amar no es más que el vago recuerdo de una vecina, de nuestra profesora de segundo de primaria, de una amiga de nuestra madre o de nuestra misma madre. Con una muerta no hay pierde porque el fantasma que perseguimos es el de ella misma.

Tendría 18 años la última vez que vi a Carolina, recuerdo que fuimos a una finca y que nos quedamos hablando hasta tarde. Ella habló del cunnilingus, cosa que yo había practicado un par de veces pero que ignoraba que se llamaba así. Tocó el tema con tanta gracia que no causó en mí excitación alguna. Ahora que está muerta imagino que ella abre las piernas y se lo hago; no es necrofilia lo que me mueve, es amor puro.

Hace poco salí con una mujer que se llama Carolina Pérez, pero no fui capaz de contarle todo esto para no convertirla en el fantasma de un fantasma. Hubo química entre los dos, tanta, que fui capaz de ser yo mismo y comer con total libertad (cuando conozco a una mujer y la cosa no fluye, comer se convierte en un acto fingido, un ejercicio agotador).

Voy a volver a ver a Carolina Pérez, la viva. Iremos a cine y si todo sale bien, pasaremos a otro nivel; nos besaremos y tendremos sexo. Eso por un lado, porque por el otro tengo claro que algún día me voy a casar con Carolina Pérez, la muerta.

jueves, 10 de mayo de 2012

El odio es amor disfrazado

¿Cómo no odiar a Martín Santos? ¿Cómo no ser resentido con gente así, que se va a la finca en helicóptero del ejército y anda con las jóvenes más bonitas de este país?

La repulsión que siento hacia él es un problema mío, no suyo; Martín está viviendo la vida que le tocó vivir, como a todos. Lo bueno es que es un odio inofensivo, porque yo soy un niño, y los niños no odiamos a nadie. Pero es que es ver su cara, su destino de delfín, la ropa que usa, las novias, los trabajos que tiene (hace una pasantía en la ONU según leí en la prensa), las cosas que le pasan por haber nacido donde nació, igual que a su padre.


Hay gente que nace encarrilada, gente que hereda. A mí nadie me da un chicle, no sólo no voy a heredar nada, sino que ayudo a mi familia cuando puedo pese a tener sueldo de periodista y voy a morir solo en una pensión. Por eso soy un resentido, imposible culparme.


Mientras el día de instalarme en mi cuarto de pensión llega, puedo decir que vivo en el mismo barrio de Martín, pero ni así tenemos algo en común. Él ocupa un apartamento cerca al mío con escoltas y ejército que lo cuida; yo estoy en arriendo y vivo con el sueldo del mes, el día que pierda mi empleo tendré que abandonar Rosales como el perro miserable que soy.


Lea el artículo completo en http://bit.ly/IZmLiu

domingo, 6 de mayo de 2012

Dame tu pin

Estoy estrenando BlackBerry, justo ahora que RIM se está yendo al carajo y la gente empieza a llamarla RIP. Durante años me resistí a tener un teléfono que sirviera para algo diferente a hablar, pero las necesidades de la vida moderna me ganaron. (Las necesidades de la vida moderna son inventadas, adquiridas, terminan matándonos, pero igual dejamos que se nos cuelen). Así, en pleno 2012 estoy entrando apenas a una tecnología que lleva más de una década en el mercado, aunque yo me siento de última tecnología. Me creo el primer hombre en llegar a Marte. 

Y soy feliz con mi aparato pese a las malas noticias que salen en la prensa. El otro día leí que el fundador de RIM se había tenido que ir de la compañía por malos resultados, que durante el primer trimestre de 2012 habían vendido 4.200 millones de dólares, 1.400 millones menos que en el mismo período del año pasado, lo cual fue un fracaso.
 

Vea usted no más los líos que conlleva ser una multinacional y no una persona natural. Usted llega a vender 4.200 millones de dólares de lo que sea, no ya en tres meses sino en 50 años, y brinca en una sola pata todos los días de su vida.

El hecho es que la compañía tuvo pérdidas y cedió terreno en la participación del mercado. Pero sobre todo, las personas en la calle no hablan bien de los BlackBerry, y eso es lo peor. Ya sabe uno cómo es la gente: jodida, ingrata, te agarra y no te suelta hasta que quedes hecho nada. Lo que antes era una maravilla de la tecnología es hoy una basura inservible. Y cuando el rumor de que ya no eres el de antes se sube al tren del voz a voz no hay rescate del gobierno capaz de salvarte de la quiebra.

Pero digan lo que digan yo soy feliz con mi Blackberry Curve; humilde, utilitario. No codicio un iPhone, mucho menos un Android. Un Android no es más que un iPhone chiviado.
Lo malo es que estoy adicto y hasta ahora me doy cuenta del mal que me hice. Yo, que disfrutaba pasar horas desconectado de internet, ahora no puedo despegarme un minuto. Tengo sincronizados tres correos, las cuentas de Twitter y Facebook y cinco tipos de chat en ese pequeño aparato. No soporto ver encendida esa luz roja que avisa que algo ha llegado porque tengo que contestar enseguida. Veo luces rojas por todos lados, hasta en el viejo Alcatel que usaba hasta hace pocos días y que a duras penas sirve para hablar por teléfono. Rara vez hago o recibo llamadas desde el Blackberry, y eso también es raro. Tan raro como teclear con los pulgares en lugar de los índices.
Y la pila, hay que ver la pila. No ha empezado uno a chatear y ya se ha comenzado a descargar. La primera vez la cargué 24 horas (las instrucciones decían 12, pero no quise correr riesgos) y logré que durara 72 horas. Toda una hazaña teniendo en cuenta que hay gente que tiene que cargarla dos veces al día (al iPhone, parece, no le va mejor en ese aspecto). 
Tengo BlackBerry y me volví como esas personas que odio: voy por la calle y lo saco del bolsillo a ver qué ha llegado, como si de eso dependiera la vida del planeta. Llego a una reunión y lo pongo sobre la mesa “por si algo pasa”; nunca pasa nada. Y lo peor, estoy convencido de que es una herramienta de conquista. Las tres últimas mujeres a las que les dije “dame tu pin” me echaron gas pimienta y luego salieron corriendo.

Publicada en la edición de abril de la revista Enter. www.enter.co