martes, 22 de mayo de 2012

Eso todavía no se lo han inventado

El Hombre llegó a la Luna hace 43 años y se estancó. Y es raro, porque si la conquistó luego de apenas doce años de Carrera espacial, ¿cómo es posible que se esté tardando tanto en alcanzar el siguiente destino? Luego piensa uno en todo lo que está pendiente de inventarse acá, que aspirar ir a Marte como quien va al supermercado resulta pretencioso.

No se ha inventado, por ejemplo, el Skype. Es la mejor vía para tener sexo virtual, que es lo de ahora, pero sus repetidas caídas atrofian cualquier erección. Menos sentido tiene la versión para el celular. ¿Una aplicación para hablar por teléfono dentro de un teléfono? No le encuentro la explicación a eso, ni a que Microsoft haya comprado Skype por 8.500 millones de dólares. Su gran negocio debe ser, pero no cabe en mi cabeza de periodista.

No se alcanzaron a inventar Cuevana cuando ya habían encarcelado a uno de sus administradores. Cuevana se caía más que Skype y la gente no paraba de quejarse. Es que no nos gusta pagar y además exigimos que lo gratis sea de la mejor calidad.
El chat de Facebook es una reverenda porquería. Es tan malo que parece hecho por un colombiano. La red social sirve para dar con amigos que no ves hace 20 años, pero no sirve para decirles, en el aquí y el ahora, que nos hicieron falta (así sea mentira).
El gran legado de Steve Jobs es la tecla “.com” del iPhone, que es de los grandes inventos de la humanidad, pero nos dejó antes de granearse una pila que dure al menos un día.
Pero donde más se ve el subdesarrollo tecnológico del planeta es en los baños, y se ve porque una cosa es vivir en un mundo atrasado pero con buen olor, y otra, quedarse atrapado en un lugar lleno de porquerías ajenas.
Colombia tiene baños donde no funciona la cisterna tradicional y se entiende por lo pobres, pero existen otros donde todo está diseñado para ser automático y nada funciona. Los encuentra usted en centros comerciales y aeropuertos, en restaurantes de lujo y hoteles cinco estrellas.
Los inodoros de este tipo de lugares suelen tener un sensor que baja el agua cuando se le da la gana y no cuando se necesita, lo que hace que se acumulen los orines de al menos media docena de personas. Luego está el lavamanos automático, que tampoco sirve. Le toca a uno dejar una mano izquierda al frente para que el aparato detecte que hay algo ahí al frente, lavarse la derecha y luego invertir lados.
Los secadores son caso aparte. Lo mejor sería poner toallas desechables, digo, que secan de una y luego se arrojan a la basura, pero con toda esta onda ecológica que no va a salvar al planeta se han impuesto los secadores de aire. Primero, son pocos los que botan el aire caliente. Segundo, tienen un motor de miseria que lo expulsa sin fuerza, lo que hace que uno prefiera secarse las manos en el pantalón y salir de ahí rápido por cuenta del sensor defectuoso del inodoro que lleva media hora sin cambiar el agua.
Los secadores de mano de nuestro país no sirven. En Sudáfrica queman la piel, mientras que en Alemania no tardan más de 10 segundos en cumplir la tarea para la que fueron hechos. Yo volvería a las toallas y sembraría más árboles para así “salvar al planeta” y complacer a los ecologistas
Debo irme. Trato de enviar este artículo por correo electrónico a la revista, pero no se va. Llamo al callcenter de mi proveedor de internet y me dejan esperando en línea porque todas las operadoras se encuentran ocupadas. Ya no es el internet lo que me preocupa, sino el servicio al cliente, otra de esas cosas que no se han acabado de inventar.

Publicado en la edición de mayo de la revista Enter. www.enter.co