domingo, 6 de mayo de 2012

Dame tu pin

Estoy estrenando BlackBerry, justo ahora que RIM se está yendo al carajo y la gente empieza a llamarla RIP. Durante años me resistí a tener un teléfono que sirviera para algo diferente a hablar, pero las necesidades de la vida moderna me ganaron. (Las necesidades de la vida moderna son inventadas, adquiridas, terminan matándonos, pero igual dejamos que se nos cuelen). Así, en pleno 2012 estoy entrando apenas a una tecnología que lleva más de una década en el mercado, aunque yo me siento de última tecnología. Me creo el primer hombre en llegar a Marte. 

Y soy feliz con mi aparato pese a las malas noticias que salen en la prensa. El otro día leí que el fundador de RIM se había tenido que ir de la compañía por malos resultados, que durante el primer trimestre de 2012 habían vendido 4.200 millones de dólares, 1.400 millones menos que en el mismo período del año pasado, lo cual fue un fracaso.
 

Vea usted no más los líos que conlleva ser una multinacional y no una persona natural. Usted llega a vender 4.200 millones de dólares de lo que sea, no ya en tres meses sino en 50 años, y brinca en una sola pata todos los días de su vida.

El hecho es que la compañía tuvo pérdidas y cedió terreno en la participación del mercado. Pero sobre todo, las personas en la calle no hablan bien de los BlackBerry, y eso es lo peor. Ya sabe uno cómo es la gente: jodida, ingrata, te agarra y no te suelta hasta que quedes hecho nada. Lo que antes era una maravilla de la tecnología es hoy una basura inservible. Y cuando el rumor de que ya no eres el de antes se sube al tren del voz a voz no hay rescate del gobierno capaz de salvarte de la quiebra.

Pero digan lo que digan yo soy feliz con mi Blackberry Curve; humilde, utilitario. No codicio un iPhone, mucho menos un Android. Un Android no es más que un iPhone chiviado.
Lo malo es que estoy adicto y hasta ahora me doy cuenta del mal que me hice. Yo, que disfrutaba pasar horas desconectado de internet, ahora no puedo despegarme un minuto. Tengo sincronizados tres correos, las cuentas de Twitter y Facebook y cinco tipos de chat en ese pequeño aparato. No soporto ver encendida esa luz roja que avisa que algo ha llegado porque tengo que contestar enseguida. Veo luces rojas por todos lados, hasta en el viejo Alcatel que usaba hasta hace pocos días y que a duras penas sirve para hablar por teléfono. Rara vez hago o recibo llamadas desde el Blackberry, y eso también es raro. Tan raro como teclear con los pulgares en lugar de los índices.
Y la pila, hay que ver la pila. No ha empezado uno a chatear y ya se ha comenzado a descargar. La primera vez la cargué 24 horas (las instrucciones decían 12, pero no quise correr riesgos) y logré que durara 72 horas. Toda una hazaña teniendo en cuenta que hay gente que tiene que cargarla dos veces al día (al iPhone, parece, no le va mejor en ese aspecto). 
Tengo BlackBerry y me volví como esas personas que odio: voy por la calle y lo saco del bolsillo a ver qué ha llegado, como si de eso dependiera la vida del planeta. Llego a una reunión y lo pongo sobre la mesa “por si algo pasa”; nunca pasa nada. Y lo peor, estoy convencido de que es una herramienta de conquista. Las tres últimas mujeres a las que les dije “dame tu pin” me echaron gas pimienta y luego salieron corriendo.

Publicada en la edición de abril de la revista Enter. www.enter.co