jueves, 29 de agosto de 2013

Por Dios y los millones

Nada genera más violencia en el fútbol que lo que se paga por jugador. Ni los asesinatos de hinchas, ni las apedreadas a los buses. Siente uno que los 100 millones de euros que van a pagar por Gareth Bale tienen el mismo efecto que el tráfico masivo de armas hacia países subdesarrollados.

En un mundo hecho mierda, con 3.500 millones de pobres y 16.200 armas nucleares (solo entre Rusia y Estados Unidos), que un tipo que viva de patear una pelota valga lo mismo que cuesta mantener 1.600 comedores comunitarios resulta un insulto. Y ocurre en España, que vive una crisis de puta madre (para usar un término bien ibérico), mismo lugar donde pagaron 57 millones de euros por Neymar y a Messi le pagan 16 millones al año de sueldo base. Uno, que es bien fanático del fútbol, se odia un poquito cuando se entera de que Barcelona y Real Madrid se gastaron 2.000 millones de euros en futbolistas durante poco más de una década. Digo, uno está para ver partidos, no para soportar esa industria del terror.

Y entre torneo y torneo, los millonarios del fútbol hacen campañas en África con unos niños muertos de hambre, que no está mal, pero no alcanza. Se deben sentir la verga siendo condescendientes con los pobres, tirándoles las migajas del dinero que ganan por patrocinadores, partidos de exhibición y derechos de transmisión por televisión. El mundo, el fútbol, está mal cuando en vez de oportunidades da caridad.

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lunes, 26 de agosto de 2013

El gran morboso

El problema del internet es la posibilidad de conocimiento infinito que nos da. Así usted no tenga un espíritu inquisitivo, puede conocerlo todo, desde cómo funciona la bolsa de valores hasta el grado de salinidad del Egeo.

Y claro, pasa que entre más tenemos más queremos y más infelices somos, por eso nos la pasamos en internet, que da un placer que suele convertirse en vacío. Seguimos acá porque tenemos fe en que algo bueno va a pasar, cuando la verdad es que no va a pasar nada, internet es este montón de horas perdidas. Yo vivo conectado a la espera de que alguien interesante me hable y me invite a algo, así de perdedor soy.

Y prefiero el computador, no soporto navegar desde el celular: las teclas son insufribles y la pantalla da la vuelta cuando se le da la gana y no sabe uno cómo controlarla. Entonces he hecho del computador mi verdadera casa. Salvo por las necesidades fisiológicas, allí me la paso y hago de todo. Eso no está bien, me da una sensación de cultura que no es otra cosa que una gran ignorancia. Paso horas en todo tipo de páginas y al final siento que en lugar de cultura adquirí basura.

Pasa que cuando uno quiere saber todo termina como Estados Unidos, metiéndose en la vida de los demás. El otro día leí que Colombia era uno de los países que más espiaba y quedé frío. No creo que vayan a reparar en un ciudadano del montón como yo, pero igual, las cosas que hay en mi computador son impresentables, casi causal de cancelación de visa, diría.

Ocurre que escribo en el navegador una letra, cualquiera, y lo primero que sale en el autocompletado es la dirección de una página porno. Me aterra pensar que un tercero ve en silencio lo mismo que yo, pero por cuestiones legales, no morales; dejé de preocuparme por el qué dirán el día que entendí que uno puede ser depravado sexual y buena persona al mismo tiempo.

De hecho, criticamos a Estados Unidos porque espía por internet al resto del mundo, pero nosotros hacemos lo mismo, con nuestros modestos recursos, y nos metemos al celular, mail y perfil de Facebook de nuestra pareja cada vez que podemos.

Ni los gringos ni nosotros lo hacemos con mala intención, seguro. Ellos afirman que monitorean a la humanidad para entenderla mejor, mientras que nosotros lo hacemos con nuestra pareja de manera preventiva, para evitar infidelidades y otros deslices.

Pasó que por tener la contraseña del correo de una novia vi unas fotos de ella desnuda que no eran para mí. El asunto, después de destrozarme y de acabar con la relación, causó en mí un poco de excitación que a veces uso para tener fantasías.

Me calmé durante un tiempo porque la cosa en realidad me afectó, pero qué va, soy un sapo, un Gran Hermano del morbo. Cada tanto escribo la dirección de correo o el usuario de alguien en Facebook o Twitter y empiezo a escribir contraseñas al azar, a ver si doy. A veces atino, casi siempre porque la gente hace la fácil y escribe el número de su cédula (que es lo más sencillo de averiguar). Me tocó una que se llamaba Camila y la contraseña de todo lo digital que tenía en esta vida ere precisamente ese: Camila. Eso es ser muy flojo o tener muchas ganas de que lo espíen.


Dos preguntas me inquietan antes de cerrar: ¿qué cosas desagradables de sí mismo habrá encontrado Estados Unidos luego de revisar los computadores del mundo, y qué pensará el mío de mí después de todo el porno que le he metido?

Publicada en la edición de agosto de la reviste Enter. enter.co

jueves, 22 de agosto de 2013

Colombia no está lista para un tartamudo

El otro día le ofrecieron trabajo en radio a una amiga. Cuando le pidieron que recomendara a alguien para que fuera su dupla, sugirió mi nombre, a lo que le respondieron: “¿Pero él no es tartamudo?”.

Pues eso, que soy tartamudo y Colombia no está lista para uno en radio o televisión, porque somos un país retrógrado y de derecha, conservador y atrasado, por eso carecemos sentido del humor, no fabricamos carros, ni tenemos ferrocarril, ni estamos en la OTAN. No es que dándome un chance quedaríamos instalados automáticamente en el primer mundo, pero sería uno de esos gestos que llaman “De buena voluntad”.

Ser tartamudo en Colombia es como ser negro en Estados Unidos hace 60 años: tiene uno todas las de perder y nadie lo defiende. O mejor, como ser negro en Colombia hoy, víctima de una especie de segregación soterrada. ¿A cuántos negros habrán descalificado para presentar un noticiero o salir en un comercial solo por ser negros? “¿Pero él no es negro?”, habrán murmurado entre ellos, mientras al aspirante le daban mil razones, menos la real, de por qué no lo habían escogido. Recuerdo que una vez, cuando era el goleador del Bayern Munich, le preguntaron a Adolfo Valencia si había sentido racismo en Alemania, a lo que respondió que se había sentido más discriminado en Colombia.

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lunes, 19 de agosto de 2013

Sus problemas y los míos

Yo quiero que mis problemas sean los del Presidente porque es la única forma de que las cosas funcionen. Cuando lo operaron de la próstata en tiempo récord, se sintió tan mal de que le fuera tan bien en un país donde la salud no funciona que prometió reformas al sistema y hacer de este uno de los mejores países del mundo en la materia.

Una de las pocas cosas que nos une a los colombianos es el odio a Claro por la mala señal de sus celulares, pero el tema pasó de clamor popular a asunto de Estado cuando afectó a Santos, que pidió a su ministro que tomara medidas al respecto. Igual con el paseo millonario: cientos de paseos millonarios se producen cada día, pero tocó que la víctima fuera un agente de la DEA para que la justicia actuara en tiempo récord: ocho capturas en una semana. Muy mal un país que se mueve por los extranjeros y deja morir a los suyos (pasó lo mismo con el robo a los jugadores del Sevilla en Medellín).

Necesitamos entonces que a Santos le roben el celular en la calle a ver si se acaba el raponeo, y que abusen de un menor cercano a él para que solucionen el caso de la niña de doce años a la que torturaron, desmembraron e incineraron en Tunja y que ya va para el año de impunidad.

A mí me serviría que el Presidente tuviera problemas de humedad y obligara a las inmobiliarias del país a cumplir con sus responsabilidades; de golpe la mía haría caso y arreglaría la del techo mi cuarto, que no me deja vivir. Aunque más que eso, apreciaría que Santos se volviera freelancer, a ver si nos da un respiro a los que vivimos de pasar cuentas de cobro.

Parece que la reforma tributaria nos jodió a todos (menos a los ricos). Hay que sacar el nuevo RUT, pero la página de la Dian vive caída, así que toca mamarse una fila tan descomunal que va a salir en la segunda parte de la Biblia; hay que volverse experto en saber si uno es persona natural o jurídica, si pertenece al régimen simplificado o común y si los ingresos del año gravable anterior alcanzaron o no los 4.073 UVT. Certificación bancaria, fotocopia de la cédula (a veces al 150%), formato de proveedores y copia del pago a los aportes sociales que correspondan al ingreso que uno devenga, así un freelance nunca facture lo mismo. 

Y si usted es empleado y ya tiene la salud y la pensión cubiertas porque su empleador las paga, no importa, si le sale un trabajito extra hay que volver a cotizar de acuerdo a lo que le hayan pagado. Lo bueno de eso, supongo, es que si uno se enferma lo atienden dos veces en urgencias.

El problema de la burocracia en países subdesarrollados como éste es que casi siempre prima sobre el sentido común: la gente del chance le debe 39 mil millones al sector salud, pero el Gobierno se ensaña con los freelancers que cotizamos dos mínimos, a veces uno cuando hay poco trabajo. Y es triste, porque uno estudió periodismo para no pertenecer al sistema, pero como están las cosas, el romanticismo que da vivir de las palabras se va al carajo a la tercera cuenta de cobro devuelta.

A Esperanza Gómez, estrella del porno mundial, la colombiana que más lejos ha llegado en Hollywood (así le duela a Sofía Vergara), nunca se la han follado como nos están follado a los que vivimos del freelance. Así que mando este artículo, paso la cuenta de cobro respectiva y ahogo mis penas viendo su última película porque la paja, y no el amor, es la respuesta a todo.

jueves, 15 de agosto de 2013

Paz y amor

A veces la gente cree que la salida a sus problemas es irse a hacer yoga a la India, dizque para encontrarse, como si allá se les hubiera perdido algo. 20 horas de vuelo cuando uno podría encontrarse cada mañana si dejara el esnobismo y tuviera claro que cada nuevo día es un regalo. Dejen de ir a la India, que ustedes nos son los Beatles.

En primer lugar, un país con 800 millones de pobres (más de dos veces la población total de Estados Unidos) no me parece un modelo a seguir. Yo estuve dos semanas por allá y me pareció un lugar miserable donde quienes se mueren de hambre no se rebelan porque la religión los domina. Quizá sea un problema mío, pero no veo cómo ser pobre y resignado es sinónimo de felicidad y nobleza.

Ya no hace falta ir a Nueva York para conocer a occidentales con iPod, iPhone, iPad, dos computadores, carro importado, tres tarjetas de crédito, apartamento duplex, membresía de club, finca en tierra caliente y dos closets con ropa de diseñador (uno no les alcanza) que afirman ser espirituales.

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jueves, 8 de agosto de 2013

La gente es aburrida

A las personas les encanta decir que está loca. Emborracharse y meterse sin ropa a una piscina. Aburridos es lo que son. Idiotas, en realidad.

La gente es insoportable. Suele hablar de lo que le gusta y de lo que no. “Amo los atardeceres, odio la gaseosa al clima”, como si nos importara. Sea lo que sea que uno le esté contando, suele traer a colación una historia personal que está relacionada con el tema. Entre más en primera persona habla la gente, más aburrida es. Que sepa de una vez que nos tiene sin cuidado lo que piensa y lo que siente, sus problemas y sus hijos, sus viajes y sus mascotas. La verdad es que casi todas las personas nos volvemos aburridas después de 15 minutos de charla.

La gente aburrida cuelga en Instagram fotos de lo que se come, fuma desde adolescente porque cree que eso es ser grande y suele decir que empieza dieta el lunes. La gente jarta dice estar aburrida y no se da cuenta de que la aburrida es ella. Los más aburridos son los que creen que alguien, o todos, los odian. ¿Qué se han creído para merecer desprecio, si ganarse el odio de las personas es más difícil que ganarse su amor?

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jueves, 1 de agosto de 2013

Taras

Lo que me sorprende es que no se note lo inseguro que soy. El otro día llegué a la casa y tenía en Facebook el mensaje de una mujer que decía que me había reconocido en la calle y no se había acercado por miedo. Raro, si al que le aterran los desconocidos es a mí, ¿o por qué cree que tartamudeo tanto?

Ignoro qué pasó en mi infancia o qué tipo de educación recibí para ser así, pero el hecho es que mi inseguridad pasa por muchas cosas: no digo cuándo cumplo porque me siento miserable cuando recibo regalos y reconocimientos. Aún peor, soy tan miedoso que guardo en mi casa al menos una decena de regalos que compré y nunca entregué, convencido de que a la persona no le gustaría.

Salvo una vez, nunca he tenido el sueldo que creo merecer. He vivido resentido en silencio porque gano menos de lo que debería y no tengo los pantalones para protestar ni el emprendimiento para esforzarme más, que me lo reconozcan y me den un aumento. A las persona que nos sentimos subvaloradas nos emputan los restaurantes donde te abren la bebida y en vez de vender comida “brindan experiencias gastronómicas”, porque lo que están es robando. El otro día fui a un sitio donde una hamburguesa costaba $46.000. Para que tenga una idea de cómo está el mercado del periodismo, un artículo podrían pagarlo con cinco hamburguesas de esas (sin gaseosa). De ahí la rabia con la vida.

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