domingo, 18 de noviembre de 2012

La llamada


Le tengo miedo a contestar el fijo de la casa. Antes era mi madre, por eso dejaba que sonara y sonara. Ahora que tiene celular y que conozco sus hábitos de llamadas sé cómo lidiar con el asunto. Pero últimamente el teléfono ha empezado a sonar a horas inusuales, lo que me llena de pavor porque no sé quién pueda ser.

Casi siempre es la gente de Claro preguntándome cuándo voy a pagar la factura u ofreciéndome el combo Premium de internet-cable-teléfono que no necesito, o los del Centro Nacional de Consultoría (que suena a ente gubernamental, lo que inspira respeto, aunque no es más que una empresa privada). A los del Centro Nacional de Consultoría vivo sacándoles el jopo porque no tengo los cojones para decirles que no quiero contestar ninguna encuesta, así que siempre me invento excusas como que estoy trabajando desde la casa (no tengo trabajo) o estoy cocinando (no se cocinar) y les pido que llamen al final del día.

El asunto es que uno va entregando sus datos por ahí sin reparar en quién pueda quedarse con ellos. Los de Claro, vaya y venga, que soy su cliente desde hace doce años, pero, ¿y los del Centro? El otro día llamaron a mi celular de un banco a ofrecerme una tarjeta de crédito, cuando les respondí que no estaba interesado me preguntaron que por qué. Yo les devolví la pregunta con otra: ¿Quién les dio mi número? El tipo me dijo que había sido mi operador de celular, de quien sabía que hacía cosas a mis espaldas, pero nunca sospeché que estuviera aliado con el sistema financiero y fuera capaz de venderme por monedas.

Ellos saben todo de nosotros, y ellos puede ser cualquiera. Llaman a hacer preguntas, pero es sólo para fastidiarnos, porque en realidad conocen nuestra dirección y nuestro número de cédula, nuestra fecha de cumpleaños y lo que compramos en el supermercado (por eso nunca saqué la Supercliente de Carulla). ¿Quién nos protege de esa gente que lo sabe todo y llama a invadir nuestra privacidad?  La ley me condenaría si descuartizo a mi vecino y lo escondo en la nevera, pero parece estar a favor de las empresas que se pasan nuestra información como quien cambia láminas del álbum del mundial.

El otro día quise comprar un pasaje de avión a Miami y desde entonces, cada vez que abro una página, cualquiera, me salen ofertas de vuelos baratos a dicha ciudad. ¿No hay mucho de diabólico en que el computador, o el internet, o el sistema, o lo que sea que maneja los hilos de la realidad pueda acosarnos hasta hacernos odiar aquello que con tanto deseo anhelábamos?

Por eso estoy entrando a internet cada vez menos y he vuelto a comprar pasajes en agencia de viaje, porque aunque salen más caros no tengo al representante de ventas tratando de venderme cosas que no necesito.

En cuanto al fijo de la casa, cada vez me convenzo más de que se trata de ese tipo de cosas que ya no nos sirven pero que mantenemos porque siempre han estado ahí, como un mal noviazgo. No me animo a contestarlo, pero cada vez que suena imagino que se trata de esa llamada que he estado esperando toda la vida.

Publicada en la edición de noviembre de la Revista Enter. www.enter.co