miércoles, 7 de noviembre de 2012

Dejar una nota e irse


Hay momentos en los que lo mejor es dejar una nota e irse. Irse a la mierda si es necesario. Irse de la vida, en realidad, de lo que hemos hecho de ella. De los amigos que nos tocaron, para empezar, porque es mentira que los hayamos escogido: coincidimos con ellos en el colegio, en el barrio, los conocimos porque eran hijos de los amigos de nuestros padres, pura fuerza mayor. Por eso nos levantamos un día y descubrimos que nunca nos agradaron.

No escogimos la vida que tenemos. El otro día leí que el hijo de Juan Pablo Montoya ya está corriendo karts. Seguro en algún momento se va a empezar a cuestionar si fue la elección correcta. Claro, hace lo que ve todos los días en la casa, ¿qué esperábamos? Si empezáramos a entender que la gente hace lo que ve en la casa, qué mal paradas quedarían nuestras familias.

Yo nunca quise hacer lo mismo que mi papá, que se dedicó a las fincas, a hacer ropa, a la refrigeración industrial, todos oficios aburridos que daban de comer. Y me parece que es más sano no seguir los pasos del papá, esos que hacen lo mismo que su padre me parecen medio idiotas. Yo ya me llamo Adolfo, como él, así que nunca estuvo en mis planes dedicarme a lo mismo. Si quiero abandonar una vida que sea la mía, no una prestada.