miércoles, 13 de julio de 2011

Yo quiero saber la verdad

No sé ustedes, pero hay días en los que me despierto queriendo saber toda la verdad.

Son días difíciles, los odio. Me levanto inquieto y lo primero que hago es bajar a la portería a preguntar al celador si sabe qué hicieron con los 50 millones de superávit que tiene la administración del edificio. Él se encoge de hombros y me mira sin hablar; lo ignora porque solo se encarga de abrir la puerta, contestar el citófono y dormir mal en las madrugadas.

Podría llamar a la administración y peguntar, pero soy más flojo que curioso. Yo lo que quiero saber es si se están robando la plata o si de verdad no hay para instalar cámaras de seguridad y una planta para cuando se vaya la luz.

Yo quiero saber si es cierto que Carlos Ardila Lülle se hizo rico destruyendo los envases de gaseosa de la competencia y si los hijos de Luis Carlos Galán han logrado lo suyo por talento o por apellido. Todo esto sin ánimo de ganarme una demanda.

Abro la publicidad de una revista cualquiera y me dan ganas de saber cuántas personas abren un CDT en un banco porque están regalando un iPod sin tener idea qué hay detrás de eso. Admiro al sistema financiero porque una cosa es saber que la gente es idiota, y otra, sacarle rentabilidad al asunto.

Veo fútbol y muero por enterarme si Hernán Darío Gómez pone a Rodallega porque de verdad le parece bueno o porque le pagan comisión por venta de jugadores. Es una pregunta de un ciudadano común lleno de curiosidad, no estoy afirmando nada, no quiero líos legales, solo quiero enterarme de algo que la gente comenta.

Yo quiero saber qué piensa Joe Arroyo del tipo que protagoniza su novela y qué pasa por la cabeza de Gustavo Petro cuando se lanza a la Alcaldía de Bogotá respaldado por el partido que en los últimos ocho años deterioró la ciudad (aunque pose de independiente).

Yo quiero que me digan quién mató a Kennedy y si el hombre llegó a la Luna o Neil Armstorng dio eso saltos en un estudio de cine en California. Quiero conocer la fórmula secreta de la Coca-Cola y la del Frozo Malt, un helado único en el mundo que solo vende la Heladería Americana en Barranquilla.

Yo quiero que mi madre me diga en qué cama (o contra qué pared) me concibieron y si mi padre me quería más que a mi hermana.

Quiero que me digan cuál es la función del FMI y si la ONU sirve de algo; si los Oscar y los Simón Bolívar son susceptibles de ser comprados y si las tetas de Carolina Gómez son operadas. Quiero saber cómo han hecho los de Harry Potter para rodar ocho películas donde no pasa nada y hasta dónde hay que untarse para llegar a ser presidente de Colombia.

Hay días en que me dan ganas de preguntarle a mi novia si me ha sido infiel, o que al menos me confiese qué orgasmos son fingidos y con quién aprendió a hacer tan bien el sexo oral.

Quiero que las aerolíneas me digan por qué cobran penalidad cuando un cliente quiere cambiar la fecha del viaje y porqué los 400 minutos mensuales de mi plan de celular no son acumulables cuando no me los gasto completos. ¿El dinero que pago me da derecho a 400 minutos mensuales, o hasta 400 minutos mensuales?

Quiero saber por qué está mal visto traficar con drogas pero no pasa nada con los fabricantes de armas, siendo que con las primeras se hace daño solo quien las consume, mientras que las segundas sirven para atacar a terceros.

Hay muchas cosas que no entiendo, como por qué un pedazo de carne en un restaurante cuesta $35.000 y la media porción no vale $17.5000, sino $23.000. Ustedes perdonarán lo tarado.