martes, 19 de julio de 2011

Su líder de pensamiento

Abro internet y encuentro que soy uno de los personajes más influyentes de Twitter en Colombia. Se trata de un escalafón diseñado con un indicador llamado Klout que mide retweets, replies y esas vainas, y que parece confiable.

Miro la página y hay un listado con los 200 más influyentes del país. Lidera Shakira, mientras que Álvaro Uribe está en el puesto doce. Yo aparezco en la casilla 98, por debajo de Juanes, Pirry, Juan Manuel Santos, Andrés López y La W, pero encima de Ernesto Samper Pizano, Caracol TV, El Espectador, La FM, Juan Pablo Montoya, Daniel Coronell y Don Jediondo. Salvo por este último, aparecer en dicho listado no me causa ningún placer.

Puesto 98, nunca antes una figuración tan mediocre me supo tanto a gloria. Desde que en segundo de bachillerato quedé de 23 entre 45 estudiantes no me sentía tan feliz.

Pero lo que me llamó la atención es que en el listado me rotulan como líder de pensamiento, es decir, una persona a la que la gente le hace caso. Mientras que Platón tuvo que escribir un cerro de libros para que le creyeran, a mí me bastan 140 caracteres; la Modernidad da asco.

Resulta que yo, que he sido pisoteado en la vida análoga, que era un borrego más en el colegio y que he sido un títere del amor, soy ahora un líder de pensamiento. Nadie (ni el que se lo inventó) sabe para qué sirve Twitter, pero me niego a pertenecer a una red social que cree que yo puedo guiar a alguien.

Si usted me sigue o piensa hacerlo, tenga claro que en mi timeline no hay un solo tweet productivo, que no comparto links interesantes ni digo cosas inteligentes. Cada mensaje que redacto es un intento más para evitar la ida al siquiatra que tanto necesito. No soy líder de nada, después de múltiples advertencias no he sido capaz de que la empleada de la casa doble los pantalones en el armario en vez de colgarlos.

Los líderes de pensamiento estamos sobrevalorados. Almorzamos solos en cualquier restaurante y pasamos solos los fines de semana. No conseguimos sexo más fácil, no nos dan cupones de descuentos en Panaca ni en Mundo Aventura y volamos en clase económica como cualquier tuitero mediocre. Nadie en realidad nos consulta qué hacer.

Ser líder de pensamiento me ha servido para que empresas me llamen para tuitear sobre sus productos, pero siempre me he negado. El dinero lo necesito, lo quiero, cómo negarlo. Pero esa es la forma en que se compra a la gente, esa es la manera en que las grandes corporaciones, el sistema, llámelo como quiera, se apodera de nuestras vidas.

Algún día me venderé, esté seguro, soy un hombre con los mismos defectos que usted, pero no lo voy a hacer por los quinientos mil pesos que me estaban ofreciendo. Aunque lo haga, debe saber que me parece una porquería recibir un pago por disfrazar de opinión personal algo que en realidad es publicidad.

Sepa también que sus líderes de pensamiento somos peores que los políticos que usted mismo eligió. Este líder de pensamiento no ha hecho nada por hacer del mundo un lugar mejor. Los tres días del último fin de semana festivo, por ejemplo, los pasé con los mismos calzoncillos, comiendo chorizos y helado de chocolate. Yo no quiero ser influyente, sólo quiero alargármela cinco centímetros.

Publicada en la edición de julio de la revista Enter. www.enter.co