martes, 5 de julio de 2011

Cuando era niño

Extraño ser niño. Uno es niño y le celebran todo. La gente sonríe y pregunta con voz tierna y cara de idiota si dormimos bien, si tenemos hambre o frío. El otro día un niño que estaba con su madre en la sala de espera del aeropuerto estornudó y le cayeron tres azafatas; le cogieron los cachetes, le consintieron la cabeza y le regalaron un chocolate. Lo botó al piso y todas rieron, comentando lo tierno que era.

Luego crece uno y todo ese interés se va. A nadie le importa si uno comió, si se le está cayendo el pelo, si el sueldo alcanza para vivir. Un niño de cuatro años bota un chocolate al suelo y la sala rompe en aplausos; lo hace un adulto y puede darse por bien servido si lo ignoran en vez de llamar al hospital siquiátrico.

Si eres un feto estás salvado también. La maternidad está tan sobrevalorada que a tu madre la tratan como la reina que quizá no es. Aunque su embarazo sea fruto de un matrimonio estable o de una noche de borrachera, no la hacen esperar en el centro de atención al cliente de Movistar, le ceden las mejores sillas de Transmilenio, le cargan las bolsas, la llenan de atenciones. Luego naces tú y heredas esos privilegios. De niño todos te cuidan para poder romperte el corazón cuando seas grande.

De niño me decían Adolfito, siempre lo odié. Yo quería ser Adolfo, quería matar a mi padre para poder serlo, pero Adolfo era él. Siempre pensé que me convertiría en un hombre el día que falleciera mi padre, pero ahora que está muerto no quiero que dejen de llamarme Adolfito; supongo que de esa manera está menos muerto. Yo a mi edad digo las mismas idioteces que decía en mi primera infancia, solo que ahora las personas me miran con lástima e
n vez de reírse.

Con el tiempo descubrí que el mundo es un lugar hostil, que el útero materno y las atenciones de las azafatas de Avianca son cosas pasajeras. La verdad es que nuestro deber como adultos es matarnos a cuchillo con el de al lado para sobrevivir. Con los años sale a flote la mala calidad de la piel, los olores fétidos que producimos, y es muy difícil que alguien nos quiera así.

Creo que tratar a los niños con respeto y cariño, pero no como idiotas, los hace mejores seres humanos. Fíjese en Shakira. Si alguien durante su infancia le hubiera dicho que le ponían atención a sus presentaciones en el colegio y en las reuniones familiares porque era una niña y no porque fuera talentosa, hoy no estaría cantando y el mundo sería un lugar mejor.

La clave está en no dejarse engañar; uno ve las caritas de los niños y se le ablanda el corazón. Hacemos mal, no hay que perder de vista que dentro de treinta años esas caras endurecidas estarán manejando a Colombia a su antojo.

La tragedia de este mundo es que le sobran cuatro mil millones de personas, y la mitad de ellas son niños.