martes, 4 de enero de 2011

Vete ya

Salgo a la calle para que no se me olvide por qué no soporto a las personas, y tras dos cuadras de caminata vuelven frescas las razones a mi cabeza: cada andén, cada almacén, cada carro está habitado por un idiota local. Hay que partir de la base de que los humanos son idiotas para que no nos rompan el corazón algún día, y aun así nos lo terminan rompiendo. El asunto es que como yo no soy gente, nada de lo que diga de acá en adelante me atañe.

Lo más raro de lo raro que tienen las personas es que viven deseando el paso del tiempo pero no quieren envejecer. Reciben cada año llenos de esperanza y luego de llorarlo a diario quieren terminarlo en octubre.

Lo más fácil es responsabilizar al año de lo malo que pasa. Si su trabajo es una porquería mal paga es por culpa del año. Si no ha cumplido sus sueños, si su viaje más largo es a Melgar, si se demora dos horas en llegar a la oficina, si no le pagaron una plata, si su esposa no lo quiere y sus hijos son unos inútiles, si el país se inunda o si le sacaron una pistola para robarle un celular no es culpa de su jefe, ni de la malla vial, ni del clima, mucho menos es culpa suya. Acuse de todo al año que le tocó vivir, un verdadero cabrón, a diferencia de usted, que es una víctima apenas.

De niños queremos que pase rápido el día para llegar a casa y quitarnos el uniforme del colegio. Un día estamos en grado once, nos quitamos el uniforme para no volverlo a usar y nos agarra una tristeza que no se nos va ni con el diploma universitario. Todo el mundo anhela su infancia porque tiene la lejana noción de que la vida es mas sencilla, cuando la realidad es que en la niñez sufrimos más que nunca porque no somos dueños de nuestro destino: pedimos helado de chocolate y nos sirven sopa de garbanzo, cosas así.

Ya de adultos anhelamos desde el duchazo del lunes la llegada del viernes; vivimos la semana en piloto automático y un día miramos para atrás y no entendemos a dónde se fue la vida. Y si pudiéramos quitarle los domingos por las tardes para alivianar su peso aun más, lo haríamos sin cargo de conciencia.

¿Se ha dado usted cuenta de que anhelar que el tiempo no pase tampoco sirve para hacerlo más soportable? A quienes lo hacen les suele ir peor que a los demás. Ahí tiene usted a Uribe, que hoy lamenta que ocho años se hayan ido con la rapidez de quien va a orinar. Doce años en el poder tampoco lo hubieran hecho feliz.

Estamos programados, sabemos de memoria que el año tiene 365 días para poder empezar a quejarnos desde el 310, por decir algo. Si tuviera quince meses en vez de doce, aguantaríamos con estoicismo trece y medio y nos lamentaríamos a partir de allí.

Al año nuevo lo reciben en Oceanía mientras uno lo mira por televisión, lleno de envidia porque toca estrenar un año de segunda. En Australia empiezan con fiesta y terminan llorando porque no les dan la sede del mundial de fútbol, mientras que a Brasil le dan un Mundial y unos Olímpicos y aun así las favelas terminan en guerra. Quién nos entiende. 

El 30 de diciembre una amiga puso "Vete ya, 2010" en su estado de Facebook, echándolo como a un perro, y veinticuatro horas después celebraba con pitos y serpentinas la llegada del 2011, al que también desechará como basura llegado el momento. Lo que no sabe es que quien le rompió el corazón se lo volvería a romper una y otra vez sin importar el año en que vivan. A estas alturas del juego quien dice "Año nuevo, vida nueva" ya debería saber que, vieja o nueva, la vida es una porquería.

Ahí lo tienen, tanto desearon el final de 2010 que terminaron matándolo. Aprovecho que es tres de enero para pedirles que tratemos mejor a este año que apenas comienza. No nos ha hecho nada, hasta ahora; a ver si le tenemos paciencia y le damos una mano.