viernes, 7 de enero de 2011

Aburrimiento

Leo en el periódico que en Estados Unidos un hombre mató a sus cinco hijos para suicidarse después. De primerazo no se entiende que haya gente así, pero si se piensa un poco no resulta tan descabellado.

La gente está tremendamente aburrida, y es el aburrimiento lo que nos lleva a concebir cosas que no haríamos si tuviéramos algo que hacer.

Es por culpa del tedio que la gente se mete a la política, fuma a escondidas de los padres, lee libros (y hasta los escribe), juega fútbol, descubre continentes, inventa la rueda, se va de vacaciones, navega en internet, toma el sol, estudia una carrera, roba bancos, pinta cuadros, tiene hijos, fornica sin amor. Es por desparche que las mujeres se toman fotos en ropa interior y luego las mandan por correo electrónico. En esta vida no hay nada que hacer, nada, salvo perder el tiempo.

Se entiende que alguien nacido en Colombia termine quitándose la vida, porque suicidarse viviendo en este caos tiene todo el sentido del mundo. Si no te pegas un tiro porque la mujer de tu vida te traicionó con tu mejor amigo, lo haces porque todas las calles están rotas, los buses paran donde se les da la gana y los taxistas se niegan a llevarte porque tu ruta no coincide con la de ellos. Lo que no se alcanza a concebir es que un tipo ahogue a su primogénito en la bañera y luego se tire desde su penthouse de un millón de dólares ubicado en la mejor avenida de Nueva York.

Nunca entendí porqué alguien que vive en Estados Unidos o Finlandia querría suicidarse, si allá todo es perfecto. Las personas son monas ojiazules, los árboles son del mismo alto y están sembrados en perfecta línea recta, el auto más viejo tiene dos años de edad y los carteros reparten el correo tarareando una canción. Lo que siempre me desconcertó es que solo se suiciden dos mil colombianos cada año.

Luego, cuando mi vida tuvo algo de estabilidad, pude comprenderlo claramente. Cuando no hay nada por qué luchar se empiezan a hacer tonterías. Pero es que hay idioteces de idioteces: está quien sufre horrores, deja una carta de despedida y luego se suicida, pero está también el rey de Suecia, que de puertas para afuera encarnaba todo lo pulcro y bello de la sociedad escandinava, pero que caída la noche se embarcaba en una vorágine de fiestas, sexo y licor. Es un asunto medio macabro, pero lógico si se lee con todas sus letras. Estar aburrido y llevar la corona de un país primermundista es una condición que no se puede sacar adelante en sobriedad y celibato.

Lo único que existe para evitar el horror que produce la vida es consumir todo en pequeñas dosis. Pequeñas dosis de uno mismo, principalmente.