lunes, 24 de enero de 2011

No pasa nada

Mire su vida, en ella no pasa nada. No se descontrole que tampoco es para llorar. Se levanta, se baña, va a trabajar, odia o ama a su jefe, se entiende o no con sus compañeros, almuerza más harinas que las que su cuerpo puede soportar, navega el resto de tarde en piloto automático y llega a su casa a comer, chatear y ver novelas. O no, da lo mismo.

Pero un día le da por ojear la prensa y descubre que en el Cesar, ese pedazo de tierra que por momentos pareciera olvidado por Dios, pero no por el hombre, están pasando cosas. Primero, un camión sin frenos se lleva por delante una caseta de peaje, matando a una mujer e hiriendo a otra; ambas con poco más de veinte años de edad.

Semanas después, un periodista entierra a su mejor amigo de profesión y luego se va a la casa a quitarse la vida tragándose un puñado de pastillas que los campesinos de la región utilizan para fertilizar los cultivos de frijol. Y apenas días más tarde, un profesor de colegio fallece al estrellar su moto contra una vaca cuando iba de Becerril a Codazzi. El accidente, más trágico que cómico, deja a los nueve hijos de José Gregorio, así se llamaba, huérfanos de padre.

Se asombra entonces al enterarse de que tanta acción se concentre en una sola región del país mientras hace meses que a usted no le suena el celular un sábado por la noche para invitarlo por sorpresa a una fiesta; si acaso timbrará de vez en cuando para avisar que alguien que de golpe no aprecia está en las urgencias de un hospital.

Cosas pasan. Tal vez lo desmoralizaría más saber que hay jóvenes de no más de 16 años que en diciembre tienen sexo en el yate de sus padres mientras recorren las Islas del Rosario, y que la abuela de una amiga de origen judío salvó su vida al arrastrarse por las alcantarillas de un campo de concentración Nazi a mitad de la noche durante la Segunda Guerra Mundial.

El mundo adora a Steve Jobs y a sus juguetes mientras el norteamericano se debate entre la vida y la muerte por afecciones varias, al tiempo que a un tipo, culpable o inociente, es agredido a patadas por taxistas, tan inclinados a hacer justicia con propia mano. Las inundaciones por el Canal del Dique dejaron a casi cien mil personas con algo que hacer de acá a junio, como mínimo. Hay que reconstruir una vida para poder quejarse de ella después. Cosas están pasando, solo que no a usted.

Algunos creen que la vida es trabajar ocho horas, cinco días a la semana durante cuarenta años, comprar en los descuentos de Zara y almorzar en la rotonda de comidas del centro comercial. Otros, los más arriesgados, adquieren la odiosa costumbre de hacerse estudios fotográficos junto a su esposa embarazada y tienen las agallas de hasta besarle la barriga. En realidad, todos están muertos de aburrimiento.

¿Y si la vida no fuera más que las vacaciones de algo muy, muy horrible? ¿Tendría así más valor la suya?