jueves, 14 de agosto de 2014

El primer mercado de mi vida

No espero compasión ni lástima al decir que el fin de semana pasado hice el primer mercado de mi vida. El primero en serio, digo. De niño fui muchas veces con mi madre al supermercado, pero era un mercado ajeno; yo era un parásito que consumía lo que mi papá producía y ella preparaba. Tampoco hablo de las compras de soltero que hice durante los más de quince años que viví solo y que consistían en salchichas, chocolatinas, carne y, en ocasiones, lechuga; todo pensado para ser preparado en no más de diez minutos. Una de las cosas de ser soltero es que comer no es un acto social sino de supervivencia, puro trámite.

Ahora que estoy ensayando para el matrimonio, lo que hice fue un mercado de verdad. Mercado de casa, de familia, de esos de carro lleno que odian encontrarse por delante los solteros cuando llegan a la caja a pagar los pocos insumos que llevan en la canasta.

Me estresó el valor de la compra, siete veces superior a lo que me gastaba cuando vivía solo, pero es que llevamos de todo: cuatro tipos de carne legumbres, frutas, verduras, comida enlatada, para hornear, golosinas y hasta especias. Cuando de especias se trata, un soltero apenas compra sal, y a veces, pimienta.

Hacer mercado de verdad es una cadena, no de gastos, sino de consumo, donde uno adquiere más de lo que puede comer. Ahora tengo la nevera llena por primera vez en mi vida, y la despensa también. Estoy tan desacostumbrado a la abundancia que el otro día no salí de la casa y pasé hambre porque no se me ocurrió ver que el congelador estaba repleto y que en la despensa había todo tipo de granos y enlatados. Es que antes en mi nevera había solo hielo (y eso).

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