jueves, 7 de junio de 2012

Empalada

Lo que llama la atención de la muerte de Rosa Elvira Cely es que haya sido empalada. No es que violar a una mujer sea poca cosa, pero es que crecimos con la palabra, nos acostumbramos tanto a ella que más de 700 mil colombianas han sido violadas. El ultraje como deporte nacional.

Empalada, como en la Edad Media. A mí me hablan de empalamiento y pienso en Drácula, no el personaje de ficción, sino en el príncipe Vlad, ‘El empalador’, conocido por su fanatismo a atravesar a sus enemigos con una estaca. Yo me enteré de que una mujer había sido empalada y pasé de la sorpresa a la tristeza, de la tristeza al desconcierto y de ahí al pánico: lo mismo puede pasarle a mi madre, a mi hermana.

Luego salió el traumado que vive en mí y me acordé del afiche de una película llamada ‘Holocausto Caníbal’. Nunca la vi pero no olvidaré que en el afiche promocional salía una mujer empalada; desnuda y bañada en sangre. De niño, ese póster me causaba excitación y terror en igual medida.

Siempre supe que la imagen marcaría el resto de mi vida, aunque me decepcioné cuando salió la noticia de que la película, que se vendía como un documental real, era en realidad una historia de ficción. Yo hubiera preferido que fuera verdadera porque así me excitaba más. Desde entonces tengo fantasías muy cochinas, muy bajas, ideas que nunca haré realidad, es la única forma de tener una vida sexual sana. A diferencia del violador de Rosa Elvira, que al parecer es el tipo de persona que disfruta que su víctima sufra.

Empalada. Nos conmovimos porque estamos acostumbrados a la violencia política, a que los carteles de la droga se maten entre sí, pero esta violencia sicópata que parece importada de Estados Unidos nos vuelve vulnerables. Ya no basta retar a la muerte por andar en cosas ilícitas, es suficiente salir a la calle. A Rosa Elvira Cely la violaron por el hecho de ser mujer y la dejaron morir por ser pobre.

El crimen también desnudó al periodismo, que se cansó de usar los términos acuñados “atroz crimen” y “brutal asesinato”, con sus variaciones “atroz asesinato” y “brutal crimen”. Usar adjetivos es violar el idioma. La semana pasada no fue buena para el país: una mujer fue asesinada y los periodistas volvimos a demostrar que no sabemos expresarnos.

La conmoción fue tal que hasta el Procurador repudió el hecho pese a ser un nostálgico de los tiempos de la Inquisición, que empalaba a los impíos a la mejor manera del príncipe Vlad. Se pronunció el Presidente y cada ciudadano. Todos celebraron cuando capturaron al agresor de Rosa Elvira en Galerías (otra razón para no simpatizar con ese barrio), y mientras el primero pidió que se pudriera en la cárcel, algunos de los segundos exigieron que empalaran al victimario.

¿No es Colombia un país católico? ¿No enseña esa religión a perdonar, a ofrecer la otra mejilla? Yo me doy licencias para odiar porque no creo en nada, ¿pero qué hay de los creyentes? ¿Se puede amar a Dios y desearle la muerte a un semejante? ¿Qué piensa Dios de los católicos que se alegran por el cáncer de Hugo Chávez?

El sábado todos, llenos de odio, pidieron que Javier Velasco Valenzuela se muriera, se pudriera. El domingo fueron a misa y luego marcharon para celebrar lo buenas personas que son.