lunes, 15 de septiembre de 2014

Los estudios científicos

Cada tanto sale en el mundo un estudio científico que nos trae nuevas revelaciones. Y ni siquiera cada tanto, los oye uno con tal frecuencia que dan la impresión de que fueran revelados de a diez por día. ¿Dónde están estos científicos? ¿Quién los financia? ¿Por qué estudian tanto? Yo a veces creo que son mentira porque en vez de ver en la calle los avances de los que hablan en los medios, lo que ve uno son más televisores pantalla plana y teléfonos inteligentes con más funciones.

Siempre hay uno contra la comida de McDonald’s, como si los estudios científicos fueran promovidos por el castrochavismo antiyanqui, una corriente tan o más falsa que los mismos estudios científicos de los que nos nutrimos. Sobre la comida de McDonald’s he oído todo tipo de basura (aunque mejor oírla que comérsela, supongo).

Los estudios científicos han diseccionado los ingredientes de las papas de la cadena norteamericana de comida rápida, otros aseguran que sus hamburguesas no son aptas para el consumo humano y que están tan llenas de componentes artificiales que nunca se descomponen, mientras que después de quemarse las cejas, unos científicos de Noruega, que suena a país serio, aseguraron que el lugar más limpio de los McDonald’s es el baño.

El asunto da para tanto, que en medio de tanto detractor hay un defensor: un científico de la universidad de Iowa adelgazó 16 kilos y bajó los niveles de colesterol en su sangre a punta de comer comida de McDonald’s durante 90 días, entre otros rituales. Lo cierto es que, a favor o en contra, a McDonald’s no ha podido tumbarla ningún hombre de ciencia. La marca es tan fuerte que vende 75 hamburguesas por segundo en todo el mundo y hasta hay un indicador económico que lleva el nombre de su producto más famoso: el Índice Big Mac.

Pero de vuelta a los estudios científicos, que es lo que nos convoca. La gente habla de ellos con la misma pasión con la que se refiere a la muerte de un conocido, al clima o a un partido de la selección Colombia, todos temas diseñados para amenizar nuestras horas de aburrimiento. Sirven también para que los periodistas radiales sin material cojan un cable de agencia con algún estudio hecho en la Universidad de Oxford y lo digan al aire para justificar el sueldo. Parece que hacen muchos estudios científicos en la universidades, menos en la mía. Yo, con todo respeto, nunca he oído que un estudio hecho por la Javeriana afirme tal o cual cosa.

Sacan cada conclusión los estudios científicos: que todo da cáncer y que todo engorda, más que todo; pero también que los hermanos mayores son más inteligentes que los menores, que hacer abdominales no ayuda a reducir el estómago, o que entre más selfies se tome una persona es porque menos sexo tiene. Parece que si eres científico, tu tarea no es ayudar a la gente sino desbaratarle aquello en lo que ha creído toda la vida. Y nosotros caemos: damos por irrefutable lo que dicen los científicos y no nos damos cuenta de que, desde la ciencia, las leyes y la religión, la Humanidad se la ha pasado rectificándose a sí misma.

Hace unos meses salió un estudio científico que revelaba la existencia de la llamada ‘mujer sapiosexual’, la cual siente atracción hacia un hombre por su inteligencia. Lo chistoso del asunto es que hablaban de ella no como si hubiese estado siempre entre nosotros, sino como si fuera una especie rara y novedosa hallada en el interior de una caverna, una clase de neardental de los sentimientos. Aunque cada vez haya más científicos y más estudios, yo soy un clásico que me quedo con la teoría de Freud, la cual tiene su buen tiempo ya. Sapiosexuales o no, para repetir la experiencia o hacer las paces con él, las mujeres buscan siempre la misma cosa: a su padre.

Publicada en la edición de septiembre de la revista Enter. www.enter.co