viernes, 10 de diciembre de 2010

Lo que he visto, aunque nada importe

En Poznan, Polonia, hay un bar de moda que se llama Bogotá. Sirven comida mexicana y a media noche hay un show de bailarines polacos de flamenco que bailan música de Prince. Todo es muy confuso, con razón los alemanes los invaden cada vez que se les da la gana.

Las frutas europeas se ven perfectas, uno las ve y desea comérselas inmediatamente, pero no saben a nada. Son lo que muchas personas siempre han querido ser: agradables por fuera, así por dentro sean vacías.

En Mcdonald´s y Burger King de Europa solo se puede escoger entre un sobre de salsa de tomate o uno de mayonesa para las papas ¿Por qué? ¿No es este un continente de abundancia?

En Berlín me encontré, en plena calle y de la nada, a un ex compañero de oficina. Increíble no verlo nunca en Bogotá, y dar de frente con él a doce mil kilómetros de casa. Una mujer nos oyó hablando español y se nos acercó; era colombiana y estaba perdida. Resultamos ser tres colombianos conversando pendejadas en una tierra extraña. Bueno, solo dos, mi amigo tiene pasaporte alemán.

En Berlín no hay barreras de control en el metro, cualquiera puede entrar y montarse sin pagar. Yo, haciendo la colombianada, llevo paseando varios días con el mismo tiquete. Esta mañana se subieron a mi vagón dos controladores y vieron que mi tiquete era viejo. Me hice el que solo hablaba español y no sabía nada de nada, aunque el tartamudeo con el que hablé sí me salió espontáneamente. Me hicieron bajar en la siguiente estación y comprar un nuevo tiquete. En el trayecto de vuelta corrí con la mala suerte de encontrarme con otro controlador, al que le mostré el tiquete que acababa de comprar y con el que llevaba ya tres montadas en metro. ¿Cómo sería el trabajo de un controlador en Bogotá si Transmilenio tuviera un sistema tan permisivo? *

¿Cómo hace acá la gente para conocerse, salir, enamorarse, casarse y tener hijos si en los trenes nadie se mira a los ojos, nadie habla con nadie?

Suiza es perfecta, pero aburrida. Lo mejor que tiene para ofrecer el país es el puesto de kebabs de la estación de trenes de Zurich. Es un lugar muy bonito, pero a las seis de la tarde dan ganas de pegarse un tiro. El combo más barato del Burger King de Basilea vale el equivalente a veintiocho mil pesos colombianos, así que, efectivamente, sale más barato comprarse una pistola.
En Ámsterdam estaba medio perdido, así que abrí mi mapa para deducir dónde me encontraba. Tras unos minutos alcé la cabeza para comparar la calle de verdad con la del mapa, y un carro estaba detrás de mi, mientras su conductor me miraba y paciente esperaba a que terminara yo de ubicarme. Resulta que me había parado justo en la entrada del garaje de un edificio, pero el tipo tuvo la gentileza de esperarme, y mejor aun, de no pitarme, mientras yo terminaba mi labor. Lo miré, me disculpé, me corrí y él entró con total calma al garaje mientras en su cara no había signo alguno de impaciencia o molestia. En Colombia, a los 0.7 segundos me hubieran encendido a pito –por no decir que a bala-.

El polaco no se parece en español en nada. Gracias, por ejemplo, se escribe “Dziekuye” y Buenos días, “Dzien Dobry”. Sin embargo, Gratis se dice Gratis y está en los letreros de todos los almacenes que regalan algo.

En Francia vi a un señor calvo y canoso, en pantaloneta y botas pantaneras, corriendo detrás de un perro un domingo a las siete de la mañana por la carrilera del tren. Después de esa visión, todo en este viaje me parece normal.

* (Tal vez no debí mencionar el incidente del tiquete porque, según tengo entendido, el gremio de los controladores del metro de Berlín no se pierde uno solo de los artículos de La copa del burro)