viernes, 10 de diciembre de 2010

Coherencia en el discurso

Lo más difícil de esta vida es tener coherencia en el discurso, que no es más que hacer y decir exactamente lo que se piensa. No faltará el que diga que lo mas complicado es construir cohetes para llegar a la luna, sacar adelante una familia con los sueldos de hoy, o trazar una línea recta sin ayuda de una regla. Todos tienen razón.

Yo no entiendo, por ejemplo, que se refieran a las participantes de un reinado como Señorita Esto o Señorita Aquello, siendo que casi ninguna es virgen. Tampoco asimilo que las mujeres empiecen a copular a los dieciséis para después casarse de blanco a los veintiocho.

Carecer de coherencia en el discurso es que John Travolta se case, tenga hijos y luego se descubra que durante años engañó a su esposa con varios hombres. Me pregunto qué tendría que decir César Gaviria al respecto.

Falta de concordancia entre lo que se dice y lo que se es consiste en que Barack Obama reciba el Nobel de la Paz y días después mande treinta mil soldados a Afganistán. Y de alguna manera son incoherentes también los que condenan el aborto pero después no dicen nada cuando uno de esos soldados cae liquidado por una bala. ¿Censurar el aborto no es una arista apenas de defender la vida a ultranza?

Incoherente Dios, que dispuso que Stephen Hawking fuera una de sus mejores creaciones, pero al mismo tiempo lo mandó a podrirse en una silla de ruedas sin poder hablar ni moverse. En venganza, Hawking dijo que Dios no había creado el Universo, y días después el Todopoderoso le calló la jeta mandando una misteriosa bola de fuego sobre el cielo santandereano.

Un discurso incoherente es el de aquel político que aparece en el noticiero del mediodía censurando el tráfico de drogas, pero que a la noche se va a una fiesta a aspirar cocaína. Pasa mucho, pero no tengo pruebas. Hay periodistas que desde sus medios de comunicación dicen lo mismo que el político pero son tan adictos a la droga como él.

Falta de congruencia la de esa actriz que un buen día decidió llamarse Lorna Paz para no ser estigmatizada como hermana de Angie, nos acostumbró a todos a llamarla así, y otro buen día, años después, dispuso que quería volver a ser Lorna Cepeda.

Incoherentes las entidades financieras que lloran por la crisis mundial pero muestran ganancias en sus balances, e incoherente también la guerrilla colombiana, que pese a estar acabada como afirma el comandante de las Fuerzas Militares, es capaz de matar a veinticinco uniformados en una semana.

Incoherente yo, que odio la vida pero quiero vivir para siempre, que no me gusta U2 pero creo que Achtung Baby es uno de los mejores álbumes de rock, y que considero a Antes del atardecer como una película mediocre pero no puedo parar de verla.

Acá el único coherente es Juan Manuel Santos, que desde antes de los catorce años afirmaba que iba a ser presidente de este país -sin saber bien por qué o para qué-, y que mal que bien cumplió su palabra.

Yo, siguiendo su ejemplo, quiero declarar que compro por un dineral camisetas de fútbol hechas en países de mano de obra barata.

A mí, la verdad, me tiene sin cuidado que un niño indonesio se muera de hambre, trabaje por un dólar al día y sea abusado sexualmente por sus superiores; a mí lo único que me importa es que, llegada la hora del partido, todos admiren mi flamante camiseta del Celtic.

Ah, y estoy a favor del aborto, no así de la guerra. Coherencia en el discurso.