A mis padres, que tanto me dieron, nunca les voy a perdonar que no me legaran los apellidos Pombo Umaña, llenos de abolengo y tan útiles a la hora de hacer negocios, incursionar en política y presentar la solicitud de membresía en el Country.
Me convirtieron en cambio en un Zableh Durán cualquiera, mezcla de palestino y criollo. Dicen que tengo un White por ahí enredado que no me va a ayudar a obtener la ciudadanía británica. Y adornaron todo con un Adolfo en honor Hitler, a mi abuelo en realidad, un árabe que odiaba a los judíos (por redundante que suene), marcaba su ganado con una esvástica de hierro y le puso a un sobrino Erwin por Erwin Rommel.
No soporto mi nombre, suena a viejo y tiene cincuenta millones de muertos encima. Uno puede llamarse Adolfo solo si tiene sesenta años y ha mandado a construir uno que otro campo de concentración. Yo debí llamarme Abraham, o Issa.
Hay que ver lo que pesa un nombre y lo mucho que puede despistarnos. A usted le dicen que tiene que hacer una vuelta en el Ministerio de Protección Social y va feliz, seducido por los ideales de gobierno, protección y causas sociales con los que creció, cuando en realidad se puede estar entregando mansamente a un tipo como Diego Palacio.
Yo de niño decía que era del Partido Conservador porque no quería crecer, ni que se muriera mi perro, ni que nos mudáramos de casa, así que aquellos que abogaban por conservar tenían necesariamente que ser los buenos. Y ahora resulta que Roberto Gerlein quiere empezar a hacer algo bueno por el país a sus 72 años y ha propuesto cambiarle el nombre a Partido Nacional Democrático, que para ir encadenando datos en este artículo, suena mucho al Partido Nacionalsocialista Obrero que lideraba Hitler.
Y aunque culpo a mi nombre de todas mis desgracias, debo agradecer que no cargo apellidos tan nefastos como Drummond o Valencia Cossio, y que me ha ido mejor que a Junior Turbay. Los dos nos llamamos como nuestros padres, pero a diferencia suya yo luché toda mi vida para que no me llamaran Junior y no me dejaran involucrar en política pese a todas las veces que lo intenté. Quería ser embajador y dedicarme a la diplomacia internacional. Fue muchos años de que Wikileaks sacara a la luz las inmundicias humanas que hay detrás de un nombre tan atractivo.
No entiendo por qué, pese a tener un nombre tan fuerte, tan particular, la gente lo ha confundido desde siempre. Me viven llamando Alberto, Alfredo, Alfonso. Tuve una profesora de la que estaba enamorado y que alguna vez me dijo Albeiro frente a toda la clase, quizá para que dejara de acosarla.
Hablando de Adolfos, y ya para irme a almorzar, debo decir que deberé cargar con el mío para siempre y que en tal caso creo preferible terminar como Hitler, incinerado en un bunker en Berlín, y no como Pérez, presentando la Tevepolémica.