Todos estamos sentimentalmente estropeados, y nuestros chichones siempre buscan la forma de manifestarse.
Alois Hitler azotó hasta el cansancio al pequeño Adolfo, que creció misógino y al volverse hombre se apoderó de media Europa. Su dolor de hijo le costó al planeta seis años de guerra y cincuenta millones de muertos.
A Chepe Santa Cruz no lo dejaron hacerse socio del Club Colombia de Cali, y como harta plata tenía producto del narcotráfico, decidió construirse su propio club a imagen y semejanza del que lo habían vetado.
Igual de caprichoso y con rasgos de maldad similares a los de Hitler y Santacruz, Álvaro Uribe quiere seguir gobernando. Para ello se valió de tretas como regalar botellas de whisky Sello Azul a quienes votaran a favor de su segunda reelección. Tan generoso; yo hubiera sido capaz de comprometer el futuro político de Colombia por media de Sello Rojo.
Mi amiga Natalia está destrozada. Lleva varios años de casada a pesar de ser lesbiana. No ha sido capaz de salir del closet y ya no ama a su esposo. Se derrite por una veinteañera con quien tiene ocasionales aventuras sexuales. Incapaz de hacer público su amor, llora inconsolable, se va de putas como si fuera un hombre, se emborracha y se droga para evadir la realidad.
Quién sabe de qué sería capaz Natalia si tuviera en la sangre el mismo gen maligno de Uribe. Quizá sería nuestra presidenta, lista para entrar en guerra con Venezuela así sintiera simpatía por Chávez. Por fortuna es una persona como cualquiera, incapaz de herir a alguien diferente a ella misma.
Juliana, en cambio, está separada aunque no es lesbiana. No ha sido capaz de sacar a su papá de Messenger pese a que murió hace ya dos años. A veces le escribe contándole de su vida, de su nieta que no alcanzó a conocer, mientras en la ventanita le sale el aviso que dice “Fulano de Tal aparece como no conectado. Recibirá los mensajes que le envíes la próxima vez que inicie sesión”.
Ella escribe, y el tipo nada que la inicia. No puede echarle la culpa a los de Microsoft. Por muy buenos que sean, lejos están de inventarse un chat con el que pueda comunicarse con su padre.
Lucía también está estropeada. Tiene un trabajo nuevo donde le duplicaron el sueldo, lo que le ha permitido buscar un mejor apartamento. Perdió la cabeza con uno que encontró en el norte de la ciudad, pero no lo tomó porque queda cerca a la casa de sus padres, y odiaría con todas sus fuerzas volverse su madre. Por eso sigue en el apartamento que la hace infeliz, lo más lejos posible del lugar donde creció.
Su nuevo empleador es un banco, que a cambio de un muy buen salario vigila sus llamadas y correos electrónicos, no la deja entrar a Hotmail ni conectarse a Messenger. Es una lástima. Con los recursos que tienen los bancos, podrían financiar la invención de un chat que le permitiera a Juliana comunicarse con su padre. A cambio de eso, cobran intereses de usura a sus clientes.
Yo por mi parte soy capaz de comerme ocho pedazos de pizza y rematar con un litro de helado de chocolate de Popsy, y aun así quedar con un vacío inenarrable. Ignoro qué me habrá ocurrido en mi infancia, supongo que borré el episodio.
¿Qué puedo decir? A todos nos hirieron y estamos obligados a arrastrar con ese lastre por el resto de la vida, pero no por eso vamos a desquitarnos del mundo con doce años de presidencia.