Mi fantasía es morir injustamente. Mientras otros sueñan con fama y fortuna, casarse con la novia del colegio, conocer Europa, yo anhelo fallecer cuando no me toque.
Aspiro a que me peguen un tiro en un reten del ejército porque el conductor no acató la orden de parar; o que me secuestren, y volver a casa con traumas y heridas imborrables. Que mutilen a machete una de mis extremidades, que no volverá a crecer nunca mas.
Imagino que una vez liberado me acosan los medios, que salgo ante las cámaras de los noticieros diciendo que fueron los peores días de mi vida, que es un sufrimiento que no le deseo a nadie, aunque en realidad haya gozado como nunca y todos los días de cautiverio haya tenido erecciones porque me gusta lo mórbido, lo destructivo.
Envidio a los que cubren guerras, no por el privilegio de llevar información al mundo, sino por el inminente peligro de morir. Ser corresponsal de guerra y regresar con vida a casa no tiene ningún sentido.
Visualizo que un conductor borracho se vuela el semáforo en rojo, me lleva por delante y que mi muerte sirve de algo, cambia algo. Lo que deseo en realidad es la fama póstuma, que la gente que no me conoció vaya a mi tumba a ponerme flores y que dos ciudades (ojalá dos países) se peleen por enterrarme.
Quiero que lleven grandes pancartas con una foto mía (preferiblemente la de Twitter) a las reuniones de la Asamblea General de la ONU, a las cumbres mundiales de desarme y de cambio climático, y que los poderosos tiemblen al verla.
Sueño con que me vuelvo mártir, con que la gente, la civilización occidental, me pone de ejemplo, aunque todavía no se de qué.