domingo, 7 de agosto de 2011

Un mundo reservado

No he podido ver la última película de Woody Allen luego de tres intentos. Parece que se reivindicó luego de esa porquería llamada 'Vicky Cristina Barcelona' y su 'Medianoche en París' tiene los teatros llenos.

El hecho es que cuando llego a la taquilla del cine me dicen que no hay boletas para las tres próximas funciones. De regreso a mi casa me siento poca cosa porque tengo el ego por el suelo: el otro día no pude tener sexo con una mujer porque no tenia condón. No lo entiendo, ¿quién sale de la casa lleno de preservativos pensando que se va a acostar con alguien?

La otra noche logré entrar a un bar llamado El Coq tras cuatro intentos. Me daba mal genio cuando me negaban la entrada, pero me odié montones cuando pude conocerlo: adentro, mujeres histéricas (en la terminología del sicoanálisis) y caras de verga (en el leguaje callejero) departían mientras en los baños la gente hacía fila para aspirar cocaína.

Tanto poner cara de digno, tanto decirle al de la puerta que era amigo del dueño para terminar pagando por cerveza como si fuera petróleo, rodeado de lo peor que tiene la sociedad colombiana, porque suele pasar que la gente bien es en realidad la gente mal.

Mis amigos me recomiendan Medianoche en París y me aconsejan que reserve una silla por teléfono. Yo me niego porque me crié en un mundo donde bastaba ir a la taquilla del cine para entrar. Era el mismo mundo de mierda de hoy, pero se respetaba el orden de llegada y una vez adentro uno se podía sentar en la silla que se le diera la gana.

Pero llegaron las reservas para cambiarlo todo. La sola idea de reservar es violenta, vende el concepto de que las cosas buenas están prohibidas para la gente del común, pero que hay personas privilegiadas que sí las merecen. Crearon jerarquías, castas, desigualdad; se convirtieron en las culpables de las guerras del mundo. Cada vez que alguien llama a Cine Colombia a reservar, un niño muere de hambre en Somalia.

Uno debería poder comprar un tiquete a Tokio en el siguiente vuelo sin que le contestaran que el avión está lleno y que el próximo cupo está para dentro de dos semanas.

Reservas en los hoteles, en los restaurantes, en el cine, en las aerolíneas, cupos apartados por personas que no sé si se crean mejores que uno, pero que nos hacen sentir inferiores a ellos. La gente que reserva es una señora que llega a ocupar todo un piso del Ritz de París con un ejército de sirvientes, diez maletas Louis Vuitton y tres French Poodles.

Por eso me niego a reservar para ver Medianoche en París. Un amigo se ofreció a prestarme su tarjeta Elite Gold de Cinemark, que da quién sabe qué facilidades. 'Tarjeta Elite Gold', vaya nombre para un pedazo de plástico que en vez de abrirte las puertas del cielo te abre las de una sala de cine cualquiera.

Ignoro si la película es la obra maestra de Allen, pero no importa, uno no se aflige por las cosas que no conoce. Dicen que los amaneceres de las playas de Croacia son los mejores y que hacer un trío con dos mujeres es una experiencia inolvidable. Yo veo el edificio de al frente cuando abro las cortinas de mi cuarto cada mañana y consulto porno cuando estoy arrecho; no me lamento por nada.

Somos una raza de porquería que nos inventamos las reservas y la bomba atómica. Lo dicho, la gente bien es la gente mal.