lunes, 15 de agosto de 2011

Atropellados por la ola verde

La cifra es escalofriante: 30,6 gigatoneladas de dióxido de carbono se emitieron en todo el mundo el año pasado. Uno oye que hay rondando por ahí 30,6 gigatoneladas de lo que sea y no sabe hacia dónde empezar a correr. Si son gigatoneladas de CO2, además, lo primero que viene a la cabeza es ponerse un pañuelo en la cara. Piensa uno en la nube más negra que haya visto salir de una chimenea y ni se acerca al tamaño del desastre.

No sabemos qué tan pesada es una gigatonelada ni los males que puede causar el CO2, pero lo intuimos. Según internet (nunca hay que confiar en él), una giga es mil millones y el dióxido de carbono es un gas que es el principal causante del calentamiento global. Es decir, las noticias no son buenas.

Cada vez hay más productos en el mercado con una hojita verde pegada en algún lado; cada vez vemos más comerciales en televisión donde una cálida voz en off aconseja cuidar el planeta, mientras la imagen muestra a un anciano ayudando a un niño a plantar un árbol, pendejadas así.

Sin ir muy lejos, mi televisor tiene una opción llamada “ahorro de energía”, identificada en el control remoto con un botón verde, pero todo es mentira: un LCD como el que tengo puede consumir cuatro veces más energía que otro televisor, y en consecuencia emitir cuatro veces más CO2. Eso sin incluir el plomo, el arsénico y toda la chatarra electrónica que trae en su interior.

Nunca he estado a favor del reciclaje, no le veo el punto a que una persona se tome el trabajo de separar orgánicos de inorgánicos mientras grandes empresas acaban con el agua y los recursos. Gracias a la prensa, por ejemplo, nos hemos enterado de que la minería en Colombia es un negocio que va en alza y que las licencias se otorgan como quien canta números en un bingo. Abrimos el periódico, nos enteramos de que se necesitan mil litros de agua para obtener un gramo de oro y no quedan ganas ni de separar una lata de Coca-Cola de una cáscara de banano.

Y resulta que, desglosadas, el 44% de las emisiones de CO2 provienen del carbón, el 36% del petróleo y el 20% del gas natural. Piensa uno entonces en la factura que llega mensualmente a la casa con una mariposa impresa en la hoja y la compañía de gas que la emite queda en ridículo.

No deja de ser extraño, entonces, que mientras más gente diga estar comprometida con el bienestar del planeta, más contaminado esté. Esto significa que somos unos incapaces para mantener la casa en orden, o que alguien nos está mintiendo y que la llamada conciencia ecológica es una estrategia de mercadeo para aumentar ventas y llenar los requisitos de algún protocolo internacional.

Un día nos vamos a despertar para descubrir que la llamada ola verde es una falsa esperanza, un eslogan sin fondo incapaz de salvar a alguien. Y que conste que al decir “ola verde” estoy hablando del medio ambiente, que por muy condenado que esté tiene más posibilidades de salvarse que el movimiento político que alguna vez fundaron tres ex alcaldes de Bogotá.


Publicado en la revista Cartel Urbano. www.cartelurbano.com