jueves, 1 de septiembre de 2011

Una noche de insomnio

Anoche dormí una hora apenas. Y es raro, porque yo toda la vida he perseguido la paz mental. No estoy interesado en dinero, ni fama, ni hijos, ni hoja de vida, ni en una impecable historia crediticia; ni siquiera me preocupa la salud física. Yo procuro vivir tranquilo, que pagar el recibo de la luz sea mi mayor preocupación. Dormirme diez minutos después de haber puesto la cabeza en la almohada es mi único proyecto de vida.

Pero anoche me tomó cinco horas y no sabría explicar por qué: no estoy estresado, no le debo plata a nadie. Me acosté a las doce, a las cinco cerré los ojos y a las seis ya estaba de pie.

Durante la vigilia ves la vida de otra forma. Mientras no dormía pensé en tres amigas con las que había estado horas antes y a las que -no lo había pensado antes- me comería de mil amores. Pensé también en dinero, en muchísimo dinero.

Ocurre que hay un equipo ruso llamado Anzhi que compró a Samuel Etoo, lo convirtió en el jugador mejor pagado del mundo, y que ahora pregunta por Daniel Alves, a quien compraría en 40 millones de euros y le pagaría 15 al año.

A usted le dicen a la una de la tarde de un día cualquiera que un club ruso que hasta hace dos años estaba en segunda división se va a gastar más de cien millones de euros en dos jugadores y hace cara de sorpresa, pero segundos después vuelve al plato de sopa. Piensa en eso a mitad de la noche, cuando es mejor no mirar hacia ciertos rincones del cuarto por miedo a lo que pueda salir de allí, y empieza a sospechar: ¿De dónde sale tanto dinero? ¿Es legal su procedencia? ¿Quién es el dueño del equipo? ¿Qué persona cuerda querría irse a un equipo mediano de la liga rusa? En fin, se vuelve un filósofo en el tema.

Durante mi insomnio pensé también en la gente que a esa hora dormía: en mi madre, en la mujer que me gusta y que tiene novio nuevo, en mi padre, que posee ahora un ataúd por cama y promete no despertar jamás

No sabía qué hacer para dormir: compré dos películas porno, la segunda, porque la primera resultó ser de homosexuales y no lo aclaraba en la parrilla de descripción (Carlos Slim, toma nota). Estaba tan desesperado que hasta me afeité. Eran las 4:30 de la mañana y media hora después, aftershave de por medio, dormía al fin.

Lo que aprendí de mi desvelada es que hay noches en las que para dormir no necesitas una buena cama, ni un cuarto oscuro, ni una rubia con tetas de silicona comiéndose a dos negros. No necesitas contar ovejas, pensar fútbol, en dinero, en las dos mujeres que te hirieron ni en tu padre fallecido. No necesitas tener sueño siquiera, muchas veces alcanza con una buena afeitada.