jueves, 29 de septiembre de 2011

Gran Hermano

Un funcionario de Carulla le confesó hace poco a un amigo mío que la compañía nos analiza, y para demostrárselo le imprimió su historial de compra de los últimos dos años.

Carnes y frutas los martes, elementos de aseo los jueves, condones los viernes, helado de chocolate los domingos; todo al descubierto gracias al número de Tarjeta Carulla que da al llegar a la caja registradora. Siempre supe sin saberlo que esa tarjeta tenía su truco, por eso nunca la he sacado.

Carulla sabe todo lo que hacemos, es un supermercado con vocación de espía. Analiza el lugar y la hora de nuestras compras para descubrir dónde vivimos y a qué nos dedicamos, si somos solteros o tenemos esposa, dos hijos y un perro, si somos intolerantes a la lactosa o si preferimos que el baño huela a lavanda en vez de a brisa marina. El miedo de todos a ser observados por Gran Hermano se ha hecho realidad, sólo que esta pesadilla viene con 2x1 en salsas de tomate y descuentos los sábados en hortalizas seleccionadas.

Le temo al sistema, por eso no pago nada por internet y hago mis compras en efectivo. Tampoco he sacado la Tarjeta Carulla, a cambio he usado las de mi hermana, mi madre y dos ex novias. A mis ex novias les pido perdón no por haber sido un desastre de pareja, sino por haberlas echado a la guerra como Judas a Jesús.

Cuando no tengo billetes y me veo obligado a pagar con tarjeta débito hago las compras al revés, para despistar. Llevo salchichas de ternera en lugar de chorizos, maní en vez de chicharrón y cambio de marca de jabón y de jugo de naranja.

El otro día, tarjeta débito en mano y preso de la paranoia, compré aceitunas, que las odio. A mi padre le encantaban, pero yo nunca pude con ellas, así que pensé que con tal gesto podía vencer al sistema. Llegué a la caja registradora, hice cara de no ser yo, puse las aceitunas sobre la banda transportadora diciendo en voz alta que me encantaban, pasé la tarjeta y cuando me dieron el recibo escribí una cédula falsa y firmé como mi padre. Que vayan a reclamarle por falsedad en documento bancario, si quieren, yo les doy el número de lote del cementerio donde descansa.

El hecho es que al llegar a casa me comí el tarro de aceitunas de una sentada porque no me gusta botar la plata, y lo que empezó como un sacrificio terminó como una ingesta voluntaria. Después de años de negarme a la aceitunas hoy hacen parte de mi dieta; mi padre estaría orgulloso.

Nuestros datos personales están el aire, listos para ser captados por quien se interese en ellos. Hace poco me llamaron del Banco de Bogotá a ofrecerme dos tarjetas, una cuenta corriente, crédito para vivienda y no sé qué otros remedos de paraíso. Cuando pregunté cómo habían dado conmigo me respondieron que Movistar les había entregado la información, y me agregaron que al firmar yo contrato con mi compañía de celular la autorizaba para que pasara mis datos a terceros.

Movistar ya era digna de odio por la mala señal, lo lleno de sus centros de servicio al cliente, su sobrefacturación, y ahora resulta que trafica con nuestra intimidad amparada por la ley.

Los consumidores hacemos lo que sea por un descuento. Ponemos cara de gracias si nos dicen que si redimimos 10.000 puntos de la tarjeta y encimamos $200.000 nos regalan un Chocorramo, pero lo que más indigna de esta historia es que al final de la compra nos pregunten si queremos donar las vueltas a alguna fundación. Reviento de placer al ver la cara de la cajera cuando le respondo que no.