Deberíamos legalizar la droga. Por razones estéticas, primero, para que los que fuman marihuana no armen esos cigarros tan feos, mal pegados, que se deshacen tan rápido. Son tan precarios que cuando el papel se rasga los remiendan con pétalos de flor y cáscaras de cebolla, de ahí que cada vez que un fumador de hierba aparece se haga presente en el auditorio un olor a verdura insoportable.
Imagine usted llegar al kiosco de la esquina y comprar un paquete bien empacado de cigarrillos de marihuana light, o mentolados, con o sin filtro, a la manera de los Piel Roja.
Legalizado el negocio, optimizado su proceso de producción, la industria adquiriría el mismo nivel de las tabacaleras y las licoreras, que destruyen igual, pero gozan de prestigio y exención de impuestos. Sus ejecutivos organizan convenciones y reciben, además de un sueldo, la membresía de un club social, colegio para sus hijos y gastos de representación.
Nada que ver con los capos de la droga, que además de tener un pésimo gusto para vestir, cuando quieren hacerle reingeniería al negocio les toca en su guarida, porque luego les cae la ley por andar quebrándola. Son perseguidos como ratas en vez de recibir el trato por lo que son: empresarios que mueven la economía.
Deberíamos, todos juntos, legalizar la droga por la seguridad de nuestros jóvenes, para que no vayan a comprarla en ollas donde pueden ser atracados, apuñalados, secuestrados. También por razones económicas, para que el dinero que gastamos en cumbres y agencias antidrogas se use en parques, colegios y hospitales; convertir a los agentes de la DEA en profesores y médicos. Con un negocio legal, el precio se regularía y el consumidor podría confiar en que no le van a vender Desenfriolitos a precio de ácidos.
Deberíamos legalizarla, por la paz, para que no haya tanta bomba, tanto cartel sangriento, para que la guerra sea de mercados, como la de Wall Street. También por razones de moral, para que los políticos que legislan contra ella y los periodistas que instan a no consumirla no se vean obligados a aspirar cocaína a escondidas después del trabajo, y algunas veces hasta en horario laboral.
Legalicemos la droga para que mi hermana menor pueda decir que fuma marihuana sin que la miren como si fuera una puta; legalicémosla para no darles el gusto a los jóvenes de decir que comieron éxtasis y pongan cara de malos y se sientan la verga.
Hay que volver la droga tan común como el papel higiénico y los tarros de helado, para que la gente pueda revelar que la consume sin que pierda su empleo y su familia.
Legalicemos la droga por salud, para que un adicto reciba el tratamiento de cualquier enfermo. A mi padre le mató el cáncer por fumar y nadie lo señaló, al contrario, todos se movieron para tratar salvarlo y hasta me ayudaron a pagar su funeral. Tengo en cambio un primo drogadicto que ha estado tres veces en rehabilitación. Nadie en la familia lo quiere.
Deberíamos legalizar la droga en lugar de acabar con ella. La necesitamos, sin ella estaríamos peor que Bolivia.