domingo, 11 de septiembre de 2011

Muertos de segunda

Yo no sé si quiera saber tanto sobre las Torres Gemelas. No sé si quiera oír a niños entonando el himno nacional donde antes quedaban los edificios, ni si esté listo para soportar la cara de dolor de los presentadores de televisión, que después sonríen para contar que un colombiano ganó el Tour de L´Avenir.

No creo que me interesen las historias humanas detrás de la tragedia, como la del pequeño banco que casi desaparece el día del atentado, o la del ciego salvado por su perro, o la del hombre que aun hoy, diez años después, no encuentran (dejen de buscarlo, no va a aparecer).

Porque los medios de comunicación nos hemos vuelto expertos en contar noticias que no importan, en responder a las preguntas equivocadas. Somos especialistas en despejar (y no siempre) dudas como el quién, el cómo y el dónde, pero se nos olvida el por qué, cuando el por qué es lo más importante.

Hay sobreinformación en todo, noticias de relleno que nosotros, los periodistas, hacemos para los consumidores de noticias porque alguien nos ha dicho que eso es lo que quieren. Por eso vemos por igual un informe sobre guerras en el mundo y otro sobre el apartamento de un actor de televisión en Chapinero Alto. Yo cumplo con mi trabajo porque recibo un sueldo por ello, pero me resisto a pensar que usted es ese imbécil para el que trabajo.

Estaría bien que los periodistas, que pese a nuestros sueldos de mierda nos creemos más que las personas del común, empezáramos a responder todas las preguntas que hemos guardado bajo el tapete como quien esconde partes de sus víctimas en el congelador.

Volviendo a lo del 11 de septiembre, en vez de tanto minuto de silencio y tanto homenaje lastimero, deberíamos dejar de ser tan hijueputas, tan egoístas, tan orgullosos, tan nacionalistas, tan creyentes. Pongamos al derecho nuestra escala de valores o suicidémonos en masa, lo que se nos dé más fácil.

En todo lado nos han vendido la idea de que hace 10 años cambió el mundo, pero a mí no me queda tan claro. Yo no siento que la caída de las Torres me haya afectado más allá de que para volar tenga que quitarme los zapatos, el reloj y no pueda cargar mas de 100 mililitros de líquido. A todos nos convirtieron en terroristas en potencia, de resto, los ricos son cada vez más ricos y las injusticias siguen existiendo.

De nada sirve decir que las vidas perdidas en Irak y Afganistán son tan valiosos como las de Nueva York si los que manejan el mundo creen que no (y lo creen, no lo dude). Llegada la hora de sacrificarse por el bien de los mercados, usted y yo tenemos toda la cara de ser muertos de segunda.