martes, 29 de marzo de 2011

El tamaño importa

Uno es del tamaño de las cosas por las que pelea. Si discute porque su hermano se puso su mejor camisa sin consultarle, usted es un simple trapo; cosas así.

Si le irrita que Chávez salga con una frase populista cada tanto, pero no es capaz de ver que en los últimos años se alió con Irán, Libia y Bielorrusia, usted no entiende nada de nada. Le sacan un conejo de la galera mientras que con la otra le roban la billetera y no se da cuenta. Si le perdona a Estados Unidos todos sus muertos y sus guerras porque construyó Disneylandia, algo anda mal.

Usted se despierta una mañana y resulta que no le gustan las cortinas de su cuarto. Las ve sucias, flojas y obsoletas. Pasa el día molesto pensando en que tendrá que lidiar con ellas al volver a casa y se amarga la vida. La coge entonces contra un transeúnte que se le cruza y no se le ocurre algo mejor que agredirlo a insultos y a pito (eso en caso de que no sea uno de esos que anda armados porque sí).

Seguro que el problema no son las cortinas, ni el peatón. Usted no es capaz de descubrir que su molestia pasa por otras cosas, cosas de fondo. Lo que le duele no es el decorado de su cuarto, sino que mañana sea domingo y usted esté irremediablemente solo. No soporta pasar el fin de semana de fiesta, buscando personas en la calle (sin saber bien para qué las busca) y descubrir que aunque la calle esté llena de gente, no hay allí nadie para usted.

A veces mi madre decía cosas hirientes de la nada. Una vez salió con que yo era el hijo de un dios menor, y en otra oportunidad afirmó que yo no era compañía para nadie. Yo era pequeño, pero no las olvido. Se trataba de frases inconexas que aparentemente brotaban de la nada, pero seguro se estaba desquitando de algo que le ocurría por otro lado. Eso lo entiendo ahora. Quedarme en este momento de la vida con un par de frases ofensivas no tiene sentido, lo que yo quisiera saber es qué le pasaba cuando me las dijo.

Este país es mi madre, sus grandes problemas los focaliza en pequeñeces. Se indigna por una lechuza pateada, pero no por la pobreza que lo ahoga. En foros de internet se encuentra uno con todo tipo de opiniones acerca del ataúd que entró al estadio de Cúcuta, pero a nadie le importa averiguar porqué mataron al joven de diecisiete años que iba adentro.

Debe causar un morboso placer escandalizarse por lo pequeño y dejar pasar lo importante (si es que algo importa). Quienes se quejan por las fotos de los curas en SoHo (vea las imágenes acá) quizá no digan mucho por el asesinato de una jueza en Arauca. Se escandalizan no por lo que pasa, sino por lo que ven, la cabeza no les da para saber que cosas malas ocurren más allá de sus ojos. Unas imágenes de ficción en una revista son más indignantes que un asesinato real que no presenciaron.

Lo que aterra es que sacerdotes de mentira y unas cuantas vergas en unas fotos causen escozor, pero que no se advierta que en la vida real vergas reales de curas reales entran en las bocas y culos de menores de edad de carne y hueso.

Las palabras verga y culo también nos trastornan, no somos capaces ni de pronunciarlas. Es preferible entonces dejar que cosas malas sigan pasando, mantener la buenas costumbres, decir pene y cola, y seguir santificando el nombre de Dios Padre.

En esta vida debería importar más el tamaño de las cosas que el de las vergas, aunque lo segundo también tenga su valía.