Usted es el culpable de las pesadillas de alguien. Se levanta a orinar a mitad de la noche y al otro lado del mundo, Japón quizá, un tsunami ataca con toda su furia.
Justo en Japón, no podía ser de otra manera. Pocos países han demostrado tanta predisposición para las catástrofes. Ve uno en los periódicos ciudades destruidas, calles desiertas, evacuaciones masivas, gente con trajes blancos que cubren todo menos los ojos, exámenes de radiación a civiles y son imágenes que resultan habituales.
Cualquiera que haya visto una película japonesa está familiarizado con ese tipo de escenas. Y producen escalofrío porque es como si los japoneses fueran más inteligentes de lo que creemos y pudieran predecir su futuro a través de su cinematografía, o peor aun, de invocarlo gracias a ella.
Un pueblo que inventa un ataque de una cosa llamada Godzilla anhela su destrucción con intenso deseo. Si un día le diera al mundo por acabarse, acabarse de verdad, empezaría derrumbándose en Hokkaido, por decir algo que suene bastante japonés.
En una de las fotos del desastre que mandaron las agencias de noticias se veía una casa flotando en medio del Pacífico. Era descorazonador porque estaba entera, como si hubiera sido arrancada de los cimientos y botada al mar por el mismo Godzilla.
Imagine su closet, sus implementos de aseo, su juego de sábanas, su mesa de noche con su lámpara, el comedor de seis puestos (o de cuatro) el televisor que está pagando a cuotas, la ropa que tenía secándose, todo flotando a la deriva en el océano más grande del planeta, yéndose sin usted, abandonándolo como abandonan las personas cuando ya no están enamoradas. Todo lo que consideraba suyo fuera de su vida en cuestión de segundos; trato de hallar algo que pueda causar el mismo desasosiego y no doy.
Yo creo en las grandes catástrofes a pequeña escala. Un tsunami toca la puerta y mueren miles, pero yo prefiero pensar en los efectos sobre las cosas mínimas, que son las que hacen que la vida tenga gracia.
Todo indica que el terremoto movió diez centímetros el eje de rotación de la Tierra, que suena a poca cosa pero es un montón. Se mueve el eje y lo grave para usted, que está al otro lado del mundo, no es que haya avalanchas y crisis nucleares, sino que por culpa de esa variación la calle que toma a diario para ir al trabajo esté cerrada por reparación.
Parece también que Japón se corrió 2,4 metros después del temblor. 2,4 metros, una distancia mínima, apenas setenta centímetros más que la estatura de un colombiano promedio. Lo dramático de esos 2,4 metros es que esa mañana usted iba a conocer a la mujer de su vida, pero ella, en vez de coger por la séptima como había planeado, tomó la once sin saber por qué. Me gusta pensar que pequeños cambios en la vida de alguien necesitan de eventos descomunales en la otra esquina del Universo. Le da algo de sentido a todo esto, supongo.
De pronto empezó a lloviznar en la ventana de mi cuarto. Deben ser los diez centímetros de variación en el eje de la Tierra.
Lea también en