Colgaron el reglamento de trabajo frente a mi puesto. Se trata de un cartel de un metro de ancho por setenta centímetros de alto, veintiocho hojas tamaño carta pegadas una junto a la otra, sesenta y dos artículos que hay que cumplir al pie de la letra y se llama así: “Reglamento de trabajo”.
Me da pavor de sólo mirarlo. Desde que lo pusieron, no rindo por estar pendiente de las normas que debo obedecer.
Estoy obsesionado con el segundo punto del vigesimocuarto artículo, referente a permisos y licencias. Dice que en caso de entierro de un compañero de trabajo se podrá avisar hasta con un día de anticipación y el permiso se concederá hasta al 10% de los trabajadores de la compañía.
Yo quisiera que todos mis compañeros fueran a mi entierro, así muriera de repente, y que ese día nadie trabajara. Y ojalá que el que más llorara fuera el representante legal de la empresa, que es quien firma el reglamento.
El artículo cuarenta conmina a que ni las mujeres ni los menores de dieciocho trabajen con pintura industrial o cualquier otra sustancia que contenga carbonato de plomo, pero no dice nada, por ejemplo, del cloruro de vinilo, que puede causar cáncer de hígado y alteraciones en la piel. La situación me ha dejado confundido. ¿Es o no entonces causal de despido jugar con tricloroetileno, pese a generar anemia, alteraciones en el sistema nervioso y lesiones renales?
De todos los apartados, creo que ha sido el cuarenta y cinco el que más he violado durante mi vida laboral. Se prohíbe allí sustraer útiles de la oficina, llegar embriagado, faltar sin excusa justificada, disminuir intencionalmente el ritmo de trabajo y hacer rifas dentro de las instalaciones de la compañía.
Señáleme usted a un solo mortal que no haya hecho alguna de las anteriores, si es tan amable. Ahí caería yo, aficionado a robarme los sacapuntas así no escriba a lápiz desde la primaria, pero también la de recursos humanos, promotora eterna del amigo secreto. Siempre el más entusiasta a la hora de jugar al amigo secreto, aguinaldos, celebrar cumpleaños y cantar villancicos es alguien de recursos humanos, de contabilidad, de sistemas.
Según la tabla, está prohibido usar las herramientas suministradas por la empresa en asuntos diferentes del trabajo, así que si a usted no lo contrataron para tuitear, ver Facebook, chatear y ver porno, es hora de disculparse con quienes pagan su sueldo; además, ocho días de suspensión le esperan a quien llegue quince minutos tarde. Podrá parecer una sanción severa, pero es justa si se toma en cuenta todo lo que nosotros, inescrupulosos empleados, nos hemos aprovechado de los pobres empresarios de este país. Álvaro Uribe la tenía clara, por eso los favoreció durante sus ocho años de presidencia.
Yo, que me consideraba un trabajador feliz, nunca había deseado tanto estar desempleado como ahora. No para poder darme el lujo de quedarme de holgazán en la casa, que es lo que me gusta, sino para no incumplir el artículo cincuenta y dos, que prohíbe tener armas en la oficina. Yo guardo en la gaveta izquierda un pisapapeles que planeo arrojar a la cabeza del editor la próxima vez que me devuelva un artículo.
Matar al jefe, el sueño de cualquier empleado que se respete.
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