Tengo una amiga que documenta toda su vida en fotos. No me refiero a los eventos que todo el mundo retrata, como bodas y primeras comuniones, hablo de sucesos banales. El otro día estaba ardiendo en fiebre y tomó registro de su cuerpo bañado en sudor.
Mi amiga es adorable, y sus fotos la hacen más adorable aun. Estoy adicto a sus retratos. Me da rabia no haber estado en los que ya tomó y no quisiera perderme los que vienen en el futuro. No existe uno donde salgamos juntos y eso me duele.
Su vida, que es buena, con fotos se convierte en la que todos quisiéramos tener. Tiene ella una autofoto en vestido de baño donde sale inmoralmente deseable. Se volvió experta en autofotos, una de esas habilidades que dan algo de prestigio y nada de dinero.
No entiendo a la gente que dice que la fotografía es un reflejo de la realidad, yo creo que es exactamente al contrario, la deforma.
Basta con mirar una imagen histórica, la de la Conferencia de Yalta, por ejemplo. La foto muestra en apariencia a tres líderes que acaban de ganar una guerra, cuando lo que hay en realidad son tres señores cerrando un negocio.
Está también la de Kim Phúc, la niña vietnamita que corre desnuda luego de que un avión norteamericano bombardeara su pueblo con Napalm. Es un retrato precioso que dan ganas de ampliar y enmarcar, aunque sin adornos ni justificaciones se trata del registro gráfico de un momento que marca para siempre. Hasta patear una lechuza tiene algo de heroismo si queda registrado. Lo dicho, la realidad deformada.
Pero no hay que irse lejos. Su foto de Facebook está hecha para lucir apetecible, pero ese no es usted. Usted es ese remedo de ser humano que se mira al espejo cada mañana. Así es con todo. La fiesta no estuvo tan buena como se ve en el álbum y esa novia a la que besa en unas vacaciones no estaba tan enamorada de usted como parece.
A mí me pasa lo mismo. Tengo otra amiga que nunca se acostó conmigo pero decía masturbarse con mis fotos porque yo le parecía fotogénico. Es cierto, soy fotogénico, en persona decepciono. Salgo tan encantador en las fotos de mi infancia que quien las ve siente ganas de tragarme.
Hay una especial donde estoy a punto de hacer mi primera comunión. Salgo en corbatín, con cara de ángel y sosteniendo una Biblia de utilería. Lo que nadie sabe es que horas antes de ser tomada mi madre me había sorprendido masturbándome. Ese sábado estaba tan emocionado por recibir a Dios en mi corazón que me excité pensando en la Virgen María y sentí entonces que si iba a empezar una vida de santidad y devoción lo mejor era expulsar al diablo de mí cuanto antes.
No es para escandalizarse, que todos nos masturbamos. Ahora que lo pienso no hubiera sido ni mala idea tomar una foto del instante, pero no tenía una cámara a la mano (la tenía ocupada), y para ser honesto, no tengo la misma habilidad de mi amiga para dejar constancia de los eventos ordinarios de la vida.