domingo, 20 de marzo de 2011

Un banco con sentimientos

Mi banco, que es una de las cosas que más detesto, se las ha arreglado para que disfrute con dolor cada visita a su sucursal virtual.

Ignoro si lo hace adrede para que se me ablande el corazón y le perdone lo malo que me hace a diario, o es una simple coincidencia, pero ingresar a mi cuenta de ahorros se ha convertido en un reencuentro con el pasado.

Con la idea de aumentar la seguridad la página de internet arroja al inicio una serie de preguntas que en teoría solo yo podría contestar. Se trata de preguntas de la niñez, pero con lo nostálgico que soy me termino quebrando cada vez que las respondo.

El sistema me pide el nombre de mi mejor amigo de la infancia, de mi materia preferida en el colegio, de mi primera novia. Yo respondo y me voy hundiendo. Cuando llego por fin al balance de mi cuenta estoy tan tocado que me tiene sin cuidado que esté en rojo, porque lo que yo quiero cuando veo esos números no es que los ingresos sean superiores a los egresos, sino recuperar mi infancia perdida. Revisar si me consignaron el sueldo se ha convertido en un desgaste emocional que no sé cuánto más pueda soportar.

El otro día entré y me puse a llorar, no porque me hayan descontado dos veces el valor del recibo del celular, sino porque me preguntó por el nombre de mi primera mascota, un perro que se perdió y nunca encontramos pese a semanas de búsqueda y carteles ofreciendo recompensa. Cada vez que pongo su nombre en la casilla correspondiente me dan ganas de salir a buscarlo.

Y yo creo que el banco lo hace para que no me de cuenta de que me descuentan monedas por todos lados. ¿Cómo rebelarse contra la cuota de manejo de la tarjeta debito, los intereses por compras diferidas y la comision por retiros en cajero cuando uno ha quedado destruido tras escribir el nombre de la abuela fallecida que lo llevó a ver la trilogía de La guerra de las galaxias?

Ahora voy a la sucursal real y no es lo mismo, no me estremezco. Conocen mi nombre, me reciben con te y dulces, pero no me conmueven. El trato cara a cara, el calor humano que tanto me importaba para sentir que al menos eran amables aunque se estuvieran aprovechando de mí me tiene sin cuidado.

Yo prefiero un banco que se meta conmigo lo menos posible y que se limite a guardar mi dinero, que para eso lo tengo. Me gustaría que no cobrara por cada transacción, pero preferiría que no me hiciera llorar cada vez que me da por consultar el saldo de miseria que me gasto.

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