Lo que me gusta de la frase “Colombia es pasión” es que es tan clara que no deja espacio para dudas. Explica en tres palabras lo que es un país y al mismo tiempo deja claro todo lo que no es. Es tan buena que no parece hecha por colombianos.
Si Colombia es pasión, automáticamente quiere decir que no es orden, ni honradez, ni eficiencia, ni progreso, ni sentido común. No lo digo yo, lo dice el eslogan.
Colombia puede ser también tierra de oportunidades, pero la ilusión de un nuevo empleo te la quitan en cuestión de días los puntos de servicio al cliente de la EPS, el fondo de pensiones, la Registraduría civil y el centro de reclutamiento del Ejército, que al parecer hacen todo lo posible para no darte esos certificados que necesitas. Igual, muchas ganas de trabajar no es que tuvieras.
Colombia es pasión, pero también problemas matemáticos. Hasta la fecha no conozco un solo lugar que sea coherente entre el número de ventanillas abiertas y la cantidad de personas que atiende. Pasa en el banco, en el ejército, en el supermercado. Es como cuando te agrandan las papas pero no te dan más salsa de tomate. Pura falta de sentido común.
Misántropo como soy, hay mañanas, las peores, en las que me dan ganas de montar un punto de servicio al cliente con la idea de no ayudar a nadie.
Un día se encuentra usted frente al reto de sacar el duplicado de la libreta militar y ante tanta inoperancia no queda otra que creerle a Wikileaks cuando dice que la Operación Jaque estuvo arreglada. No suena lógico que una institución que en plena modernidad lo pone a hacer siete filas y le roba un día entero para sacar un documento básico sea capaz de encontrar gente perdida en la selva sin algún tipo de truco.
Termina la jornada con la decepción de haber perdido un día, y lo que antes era una carpeta ordenada con todos los papeles exigidos acaba siendo un sobre de Manila arrugado y a medio romper, sin una pizca del orgullo y el honor que predica la institución.
Entre un Ejército que mata civiles para presentarlos como guerrilleros y uno que te pone a hacer siete filas no sabe uno qué escoger. Más desesperante aun es descubrir que tanta espera, tanto preguntar, tanto pisarse con el de al lado termina en que te entregan un comprobante con tu apellido mal escrito. Más que los secuestros, los actos terroristas y los reclutamientos forzados, lo que habla mal de las Farc es que el Ejército haya sido capaz de matar a Jojoy.
Pero yo seguiré pagando mis impuestos con la esperanza de que el país sea mejor cada día. Y ojala los mayores beneficiados fueran esos soldados que no conozco, que duermen poco y mal por mí, pasan horas de pie por mí, se matan a bala con otro compatriota por mí; todo para que yo al final de la tarde pueda llegar a casa a ver Seinfeld en paz, que es como Dios manda. Y si los ochenta mil pesos que cuesta el duplicado de la libreta significa una mejor vida para esos jóvenes, la seguiré sacando cuantas veces sean necesarias.
Lo que más me aterró de la vuelta de esta mañana no fueron las filas, ni el procedimiento que te obliga ir mínimo tres veces al Distrito Militar así no quieras, sino la posibilidad de que el aspirante a oficial que me atendió en la tercera ventanilla llegué a ser Comandante de las Fuerzas Militares. El día que eso ocurra (porque va a ocurrir) me nacionalizo boliviano.