Yo no censuro a personas como Piedad Zuccardi, al contrario, celebro su existencia y creo que hay que ayudarle a seres de su mismo linaje para que no se ensañen siempre contra los mismos.
Entiendo que se trata de gente de muy buen gusto pero sin talento alguno, gente de mundo que necesita echar mano de lo que sea para darse la vida que se merece. Vivir de la ilegalidad no es ilegal porque no podrían subsistir con el sueldo de un médico del montón, por eso se meten a la política y en ocasiones hasta se alían con fuerzas oscuras.
Por eso, si uno es colombiano y ama a su prójimo, debería poner su grano de arena, pensar en los otros y decirle a esos poderosos que diversifiquen su radio de acción. Yo abogo para que den un descanso a los campesinos del sur de Bolívar y a las comunidades indígenas que tuvieron la indelicadeza de asentarse sobre tierras ricas en minerales.
Dichas etnias deben mudarse lo más rápido posible, sin oponer resistencia para evitar matanzas y violaciones (aunque no necesariamente), y dejar que gente capaz, con visión y ambición explote los recursos que ellos en su ignorancia no son capaces de valorar.
Yo ofrezco mi casa y los ahorros de mi vida para que la clase dirigente pueda viajar y usar los relojes Cartier y las carteras Louis Vuitton que tanto le gusta. Para darle a nuestros ciudadanos ilustres lo que necesitan es preciso que dejemos de pelear por educación, trabajo y salud y a cambio amortigüemos cuantas alzas de gasolina sean pertinentes.
En lugar de vender niños completos para los turistas extranjeros, habría que venderlos por partes que es más lucrativo, como hace la industria automotriz. Mire usted cuántos sueldos mínimos cuesta el espejo retrovisor de un carro, por ejemplo. Yo, que ya no soy tan niño, por el bien de los senadores, el gabinete de ministros y los contratistas del Gobierno daría mi páncreas si fuera necesario, asumiendo que es ese el órgano que más alto cotiza en el mercado.
Todo porque hay que darle un respiro a los pensionados que ya no pueden más con sus cuerpos y sus bolsillos. Es necesario que otro sector de la población se sacrifique para que los iguales a Julio César Turbay Quintero puedan tener un carro de más de trescientos millones de pesos como el que él tuvo en su día. Una camioneta con nevera, sillas individuales de cuero, LCD y Home Theater es lo mínimo que se merece la realeza colombiana.
Por eso celebro que los Nule hayan trasladado sus operaciones a Bogotá; ya han tenido suficiente los habitantes del Atlántico con las inundaciones para ahora sufrir con el apetito voraz de un grupo que pensó que podía convertirse en el más poderoso del país usando el dinero del Estado en lujos y no en las obras para las que los habían contratado.
Pero es que hay que entender que los Nule son tan poca cosa que necesitan ropa fina y apartamentos caros para sentirse bien. Hacen todo lo posible para que los demás no noten lo básicos, lo poco evolucionados que son. Suele pasar que donde hay mucha pompa, mucha mancorna de oro, no abunda la inteligencia.
Personas como ellos usan lo más caro para compensar su calaña y para que no nos fijemos en sus desfalcos sino en sus Armani. Eso, asumiendo que uno sabe reconocer un Armani, que no siempre. Uno ve a la Zuccardi y no conoce la marca de la ropa que usa, pero la supone de diseñador extranjero. La gente sencilla, en cambio, puede andar en sandalias y no pasa nada, no necesita de excesos que alivianen el peso de sus conciencias.
El mundo se divide entre los que dan importancia a las apariencias y los que no. Para infortunio suyo y mío, los cargos públicos y las porterías de los clubes sociales están monopolizados por los primeros.